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Paiche, el gigante del Madre de Dios

Nos deslizamos silenciosamente sobre las plácidas y turbias aguas de una laguna —nuestra embarcación es una canoa extremadamente frágil, apenas un tronco grueso ahuecado a puro golpe de machete. Estamos flotando con nuestros cuerpos a escasos centímetros del agua, cualquier movimiento brusco que realicemos implica una amenaza de naufragio. Con la mano derecha me aferro a la madera áspera del costado de la canoa, la otra imprudentemente roza las tibias aguas de la laguna.

Sabemos que en el agua hay caimanes buscando su alimento, así que trato de distraer mi mente y controlar el temor concentrándome en el exuberante paisaje que nos rodea. Una majestuosa garza blanca vuela sobre nuestras cabezas y el rítmico sonido de su aletear que quiebra el silencio de la laguna me devuelve a la realidad del momento. Estamos en medio de la selva pandina, en una laguna sin nombre formada por un meandro del río Madre de Dios, que quizás fue aislada de su caudal principal por la recidiva de las aguas en época seca. Nosotros hemos venido en busca del gigante del río: el paiche.

El Arapaima gigas es un pez gigantesco, considerado justamente como el más grande de agua dulce en el planeta, que, hay que aclararlo de entrada, no es nativo de Pando ni del Madre de Dios. El pez llegó a Bolivia a fines de los años 70 por un accidente provocado por la naturaleza y por obra humana. Un criadero artificial de paiches en la laguna Sandoval de Puerto Maldonado, en el Perú, fue rebasado por una repentina crecida de sus aguas luego de fuertes lluvias. Paiches jóvenes fueron arrastrados al cauce del Madre de Dios y allí hicieron su nuevo hogar. Este pez no tiene enemigos naturales en los ríos de Bolivia, es un depredador por excelencia y ha llegado a crecer hasta alcanzar tamaños descomunales, dignos de diversos relatos y leyendas en la región.

La laguna se encuentra a una hora de caminata desde la orilla del río; hasta ella llegamos luego de luchar contra la corriente durante dos horas en un deslizador.

El río Madre de Dios es de espectaculares proporciones; en algunos tramos es tan ancho que apenas se pueden divisar sus orillas. Su poderoso caudal arrastra troncos gigantescos que parecen buques fantasma a la deriva, que el piloto de nuestro deslizador esquiva con pericia. Sus proporciones, la tupida selva preñada de una extraordinaria biodiversidad y la grandeza de la naturaleza amenazan con colmar nuestros sentidos.

La canoa de  los pescadores se balancea precariamente sobre la laguna por el peso de la red que se transporta para atrapar al gigante. Uno de los hombres rema con delicadeza y el otro escudriña las aguas tranquilas de la laguna. El paiche prefiere las profundidades oscuras y normalmente sale a tomar aire cada 15 minutos; tiene una vejiga respiratoria de gran capacidad que se dilata cuando se siente amenazado, lo que le permite permanecer bajo el agua hasta 40 minutos. Sus glóbulos rojos, parecidos a los de los seres humanos, tienen gran afinidad para el oxígeno.

De pronto hay gran agitación en la canoa de pescadores. El vigía ha avistado unas burbujas en el agua —“el animal está boqueando”, dice en voz baja—, y la canoa se dirige al sector donde se ha detectado «el boqueo». Los pescadores sumergen la red en el agua y esperan muy atentos. A los pocos minutos, sorpresivamente, la calma se torna en una tormenta de agua y movimiento. La canoa se agita violentamente y uno de los pescadores cae al agua, nos acercamos para auxiliarlo.

El gigante ha entrado en la red y agita las aguas con desesperada furia; no se lo ve, sólo sentimos su poderosa presencia. “¡Hay que cansarlo!”, grita el pescador que cayó y que ha vuelto a trepar a la canoa, empapado y aferrándose a la red.

El pez lucha valientemente, golpea la red y la canoa que lo atrapan, con su cola descomunal hace tambalear la nave como si fuera un juguete. Luego de media hora de desigual batalla, veo por primera vez la cabeza del paiche entrelazada en la red. Me sorprende lo pequeña que es y  apenas  puedo divisar su magnífico cuerpo acorazado por escamas de color verde-acero.

El gigante ha perdido la batalla; es arrastrado hacia el borde de la canoa y con un golpe de remo en la cabeza se pone fin a su valerosa existencia. Los pescadores empiezan a subirlo. Es un magnífico espécimen de tamaño descomunal, tan grande que no cabe en la nave; los pescadores lanzan aullidos de júbilo, no recuerdan haber atrapado un paiche tan grande, un verdadero gigante y terminan por atarlo y remolcarlo hacia la orilla de la laguna.

El paiche debe su tamaño a que no tiene competencia para saciar su voraz apetito, el que ha llevado a la desaparición de muchas especies de río locales.

No sólo se alimenta de otros peces, también devora tortugas, aves y pequeños mamíferos. Se cuenta que ha atacado a niños pequeños cuando se bañan en el río. Puede llegar a crecer hasta 3,5 metros de largo y pesar más de 300 kilos; su pulpa es muy deliciosa y se estima que el 80% de la carne de pescado que se vende en Pando y Beni proviene de la pesca del paiche, aunque se venda con el nombre de otras especies nativas, como el surubí o el pacú.

Actualmente, este animal escamado se ha convertido en un elemento importante de la economía del  norte amazónico boliviano. Su piel se utiliza para hacer carteras, cinturones y otros artículos de cuero; sus duras escamas que se tornan plateadas se utilizan para hacer joyería, limas de uñas y otras artesanías. Su áspera lengua se la hace secar y se la utiliza como rallador de cocina; también se la pulveriza y se la ingiere para combatir los parásitos intestinales.

Una paradójica presencia

Al llegar a la orilla, se necesitan cuatro hombres para sacar al gigante de la laguna. Los pescadores están encantados con su gran presa; es un ejemplar espectacular, un verdadero prodigio de la naturaleza. Bajo el sol pandino, el paiche muestra toda su belleza: sus escamas plateadas contrastan con las franjas de su larga y aerodinámica cola de  intenso color rojo-naranja.

La historia de este pez en los ríos amazónicos de Bolivia es una verdadera paradoja. Está el principio ya relatado, un desastre ecológico que convierte al animal en una especie invasora e inminentemente depredadora, que amenaza con la extinción de peces nativos. Y que luego se convierte  en un motor de la  economía de los pobladores de la región. La sobrepesca amenaza ahora con extinguirlo, convirtiendo al paiche, contradictoriamente, en un ser depredador y a la vez depredado. El desafío está en el manejo ecológico de este recurso amazónico, en la protección del paiche y de las especies nativas con un manejo regulado e inteligente de su pesca.

Es hora de partir y uno de los pescadores pone al gigante del Madre de Dios en sus hombros; el peso lo hace tambalear. Es un cuadro inverosímil: el paiche es más grande y pesado que el hombre que lo carga.  Capturando este momento con mi cámara fotográfica, no veo el triunfo del humano sobre el gigantesco pez, más bien percibo una relación sinérgica y pienso con optimismo que de alguna manera el paiche y su pescador están en armonía.