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Jhovanna Parada

Te miro y sé cosas de ti”, dice   Jhovanna (32 años ), de piel clara y cabello oscuro, que tiene la facilidad de ganarse la simpatía de la gente. En el canal donde trabaja desde hace poco, todos la conocen y se le acercan para conversar. Es inevitable que alguno le pida que le eche las cartas, y ella siempre está dispuesta a abrir su cuarto esotérico.

Allí, con velas, incienso, ángeles, “polvos mágicos” y una bola de cristal, lee el tarot, practica la quiromancia y celebra rituales. Además, controla las disciplinas asiáticas del yoga y el reiki.

Cuando en la escuela le preguntaban qué quería ser de mayor, respondía, sin reparos: “Bruja”. El docente le reprochaba el carácter maligno de la brujería. “No, las brujas estamos para ayudar a la gente”, solía contestar esta mamá de un niño de cinco años.

“Soy de Rurrenabaque, pero no lo conozco”, cuenta. A los cuatro días de haber nacido, la familia se trasladó a La Habana (Cuba) para que los médicos trataran la dislocación de cadera que le habría causado, explica, el doctor que asistió el parto. En Cuba fue operada pocos días después.

Gracias a ello, está segura, puede caminar, aunque con ayuda de muletas.

Con tres años volvió a La Paz, pero con siete se fue a Santiago de Chile. Allí, las mañanas las ocupaba en el colegio y las tardes en sesiones de rehabilitación. Entonces comenzaron los sueños premonitorios.

Hace tres meses que volvió a la ciudad del Illimani, tras 14 años en España. Fue allá que decidió, con 17, “profesionalizar” su don. Estudió con Delfina Lagos, una institución en el mundo de lo esotérico, y llegó a leer el tarot en vivo en un programa televisivo. También trabajó en una línea de atención telefónica. “A veces, me llamaban a las cuatro de la mañana para que les echara las cartas”.

Tiene, además, un diploma en diseño gráfico, pues siempre le gustó dibujar. “Pero soy un poco cabeza hueca, no saco lo que me imagino, lo que hago es copiar”.

Se ha topado con alguno que otro escéptico, como un portugués que conoció en un bar. Al leerle la mano, le pronosticó que se casaría con una extranjera y que tendrían un hijo. El más sorprendido de los dos, cuando se cumplió la profecía, fue Jhovanna: ella era la mujer de la predicción.