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Bernard Francou

Es la pesadilla durante la primera semana porque no duermes, no quieres comer, tienes frío…”, cuenta Bernard Francou (64), experto en vivir en lo alto de los nevados. Después, el cuerpo se acostumbra, a pesar de tener que renunciar a cosas básicas como la ducha. “Sobrevives como una bestia”, afirma. “Lo importante, sobre todo para los franceses, es tener buena comida y un buen vino”. Así que, en sus expediciones al Illimani y al Sajama, los portadores, además de las tres toneladas de equipo científico, cargaron alimentos frescos y variados y ricos caldos. “El personaje más importante, después del jefe de la expedición, es el cocinero”. Y ríe. Suelta bromas con frecuencia con ese acento francés que no ha perdido tras 24 años en Sudamérica.

“Son expediciones muy costosas”. La concentración es clave para no cometer errores. Ya en la noche, el equipo se reúne en la carpa común para cenar y jugar cartas hasta entrada la noche. Después, cada quien duerme en carpas individuales (para tener suficiente oxígeno, escaso a 6.400 msnm).
Al haber nacido en los Alpes del sur de Francia, la adaptación a los Andes no tuvo que ser muy dura para este geomorfólogo y glaciólogo. Allá en su tierra natal solía acompañar a su padre, fotógrafo de montaña, a capturar con su gran cámara la belleza de los nevados. Entonces nacieron sus dos grandes amores: el alpinismo y la fotografía.
En sus paseos montañeros, por trabajo o placer, aprovecha para tomar imágenes que luego plasma en sus libros, como en Desiertos andinos. Ha trabajo en Perú, Ecuador y Bolivia. Por sus estudios en el Chimborazo, la montaña más alta de Ecuador, recibió en 2000 el premio Rolex al espíritu emprendedor. Según Bernard, es un galardón “para locos”. Y tal vez lo sea un poco, pues intentó escalar el Everest en invierno, “porque en verano es demasiado fácil”.

A principios de los 90 llegó a Bolivia, donde comenzó a trabajar con el IRD (Instituto de Investigación para el Desarrollo, que ha llegado a dirigir) en el monitoreo de picos como el Huayna Potosí, Chacaltaya (al que subía con esquís y vio morir) o Sajama, donde estuvo tres semanas para hacer una perforación de 140 metros en el hielo.

En casa deja de ser el hombre de las nieves para convertirse en pianista. En septiembre regresará a Francia, donde seguirá investigando, pero ya en laboratorio. Y, cuando se extingan los glaciares, se dedicará a vender helados, bromea.