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Bon Odori, tradición nipona en Bolivia

Las primeras 87 personas llegaron a San Juan en 1955, un año antes de la firma del Acuerdo de Inmigración con Japón. Desde 1977 han llegado más de 1.000 voluntarios y unos 5.000 bolivianos han disfrutado de programas de becas o cursos cortos.

/ 25 de agosto de 2013 / 04:00

Hay dos cosas que asemejan a los países de Bolivia y Japón: el respeto por la naturaleza y la tradición cultural que mantienen”, afirma Hideyuki Maruoka, director de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA) en Bolivia, mientras toma el tradicional té verde nipón, una forma ritual de dar la bienvenida al visitante.

Y no cabe duda. En la comunidad San Juan las tradiciones de la cultura japonesa se mantienen vivas desde hace más de 60 años, cuando llegaron los primeros inmigrantes japoneses al país y se asentaron en estas tierras de la provincia Ichilo, al noroeste del departamento de Santa Cruz, que ocupan 27.132,54 hectáreas.

Aunque haga más de medio siglo que se fundó esta comunidad tan lejos de sus raíces, sigue siendo costumbre conmemorar la fiesta de Bon Odori, que se festeja anualmente entre julio y agosto.  

Este año, San Juan tuvo su tradicional celebración el 17 de agosto. Recibir a los ancestros con baile, alegría y, siempre, de noche, pues se cree que las almas regresan cuando el sol se oculta, son las características del Bon Odori.

Shoko Saito, de 25 años, y Miki Taki, de 35, dos voluntarias de la cooperación japonesa, no quieren perderse los festejos. Van en busca de sus yukatas o trajes de verano. Otras mujeres les ayudarán a colocárselos en el salón de la Asociación Boliviano-Japonesa de San Juan (ABJ), que hoy sirve de vestidor femenino y que, durante la tarde, albergó exposiciones de bisutería, manualidades, fotografías del tsunami que afectó a Japón en 2011 y, también, una muestra de los productos que se generan en San Juan y que son la base económica de todas las familias de la región: lechugas, cítricos, legumbres, soya, nuez de macadamia, huevos y arroz, además de carne vacuna. La empresa más importante es la Cooperativa Agropecuaria Integral San Juan de Yapacaní Ltda, CAISY LTDA, fundada el 20 de agosto de 1957 y que, actualmente, cuenta con 103 socios, en su mayoría bolivianos.

En carpas improvisadas se venden diferentes comidas de la gastronomía japonesa: sushi (rollos de arroz con pescado o marisco), ramen (sopa de fideos), udon (plato compuesto por fideo metido en caldo) y dulces de estilo japonés. Pero, también, se pueden encontrar desde comidas internacionales como pizza hasta otras, muy locales, como el pacumutu o el majadito de charque.

En el Bon Odori se bailan diferentes danzas, según las diversas regiones del Japón. Tras una breve explicación al público sobre el significado del Tanko Bushi, baile que representa a los mineros con una coreografía, las jóvenes danzarines dan inicio al espectáculo. Hacen cinco o seis movimientos que se repiten al unísono durante una media hora.

Esta fiesta es una tradición budista-japonesa con una antigüedad superior a los 500 años en la que se rinde culto a los muertos, explica Nobuo Yonocura mientras expira una bocanada de humo y observa la celebración. Su barba cana hace honor a sus 61 años de edad. Es uno de los tantos japoneses que llegó siendo niño a estas tierras

No pierde detalle del espectáculo: hay gente danzando alrededor de una estructura armada especialmente para la ocasión. En su cúspide, unos muchachos se alternan para tocar el wadaiko (un tambor de Japón). Hileras de lámparas japonesas con forma circular se extienden hacia las cuatro esquinas del armazón, alumbrando la noche del Bon Odori.

Igual que Yonocura puede identificarse con esta celebración nocturna que honra el espíritu de los antepasados, aquellos primeros inmigrantes japoneses que decidieron buscar su futuro en Bolivia y que trabajaron con perseverancia para construir la comunidad de San Juan en la década de los cincuenta, Fiumi Yoshinaga, de 88 años, y Chie Morishita, de 80, también lo hacen. Pero ellas no sólo miran: las dos mujeres participan alegres del festival, luciendo sus elegantes yukatas.

Otra de las personas que llegó de niño a esta sabana tropical es Shizuo Sawamoto, hoy presidente de la Asociación Boliviano-Japonesa de San Juan, quien explica de forma pausada la historia de la comunidad en medio de fotografías, herramientas y otros objetos que se encuentran guardados cuidadosamente en el Museo de Inmigración, inaugurado en 1995 para conmemorar los 40 años de la llegada de japoneses a San Juan. El único busto que existe en el edificio es el que homenajea al que fuera ministro de Agricultura boliviano de aquel entonces, Alcibíades Velarde Cronembold.

Sawamoto cuenta que arribó con seis años a este lugar y que el trabajo de la construcción de los caminos y de la comunidad en sí duró hasta que fue joven. “Los árboles eran gigantescos, la zona era de bosque alto. Hicimos casas de bambú y motacú con técnica japonesa. Se veían nubes negras de mosquitos y había toda clase de víboras. Nos dedicábamos a la pesca y la caza. Muchos no aguantaron y decidieron irse para otros países o retornar a Japón”, recuerda Sawamoto mientras señala con alegría una foto suya de cuando era infante.

Saliendo del museo se encuentra el monumento en honor a Wakatsuki Yasuo, quien llegó en calidad de Jefe de Inmigración del Japón y fundó el poblado. El índice de la mano derecha de la estatua señala hacia el piso, expresando de manera simbólica el lugar donde él decidió que se empezaría el trabajo de situar y levantar la comunidad.

Justo detrás de la efigie, un mural autoría del renombrado artista plástico Lorgio Vaca, refleja la historia del asentamiento. Debajo, pintados sobre una cerámica de color negro, están los nombres de todos los inmigrantes que habitaban la comunidad en aquel entonces, aproximadamente 1.600 personas.

El final de la Segunda Guerra Mundial ocasionó un gran flujo migratorio de ciudadanos japoneses hacia el exterior. Además, esta tendencia llegó a ser parte de la política nacional nipona. Por ello, durante el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, Bolivia y Japón firmaron el Acuerdo de Inmigración (1956). Según este convenio, podrían emigrar a Bolivia 1.000 familias o 6.000 individuos del país asiático.

Antes de eso, el 15 de mayo de 1955, 14 familias compuestas por 87 personas se embarcaron en el Holandés Tegeberg, que partió rumbo a Sudamérica desde el puerto de Kobe (en la isla japonesa de Honshu). Después de 57 días de travesía, el 8 de julio arribaron al puerto de Santos, en Brasil. Al día siguiente prosiguieron viaje, esta vez en tren, hacia Santa Cruz, ingresando a Bolivia el 19 de julio.

El primer grupo de inmigrantes llegó a San Juan el 30 de julio. A este contingente se lo denominó de varias formas: Grupo de Inmigrantes Nishikawa, Número Cero o de Prueba.

En 1992 llegó el último conjunto de migrantes, el número 53. A lo largo de cuatro décadas arribaron 1.684 personas: 302 familias (compuestas por 1.633 individuos) y 51 solteros, según el resumen de la colonia japonesa San Juan elaborado por la ABJ durante la gestión 2007-2008.

Para corresponder a la ayuda prestada a Japón con la apertura de las fronteras de varios países a sus ciudadanos, entre ellos Bolivia, las autoridades niponas decidieron luego, como parte de su política externa, dar asistencia técnica a países en vías de desarrollo con el objetivo de reducir la pobreza. Para ello se servirían tanto de la cooperación financiera (donaciones o créditos) como del apoyo técnico a través de programas de voluntariado. En la década de los setenta se creó la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA). En Bolivia, su aporte ha sido relevante en las áreas de educación y salud.

Según el director de JICA en Bolivia, en la actualidad en el país hay 37 voluntarios que brindan apoyo técnico en los campos de salud, educación, formación ambiental, conocimientos eléctricos, electrónicos y audiovisuales, en gestión de calidad, mecánica automotriz, música y confección de ropa.

Para recibir asistencia de JICA, una empresa local (pública o privada) hace una solicitud en la sede boliviana. Si ésta es positiva, se transfiere a la central, en Tokio, para la aprobación, si corresponde.

Maruoka es economista y, durante dos años, estuvo como voluntario en Honduras, donde trabajó en el control de enfermedades transmitidas por seres vivos. Esta experiencia transformó su vida; tanto que, desde 1998, trabaja en instituciones de cooperación. Es parte de JICA desde 2008 y, desde hace dos años, dirige la delegación boliviana.

Afirma que, desde 1977, han llegado más de 1.000 voluntarios y que, por otro lado, alrededor de 5.000 bolivianos han disfrutado de programas de becas o cursos cortos de capacitación.

Shoko Saito, participante del Bon Odori, es una de los 37 voluntarios que están en Bolivia. Trabaja en la unidad educativa de San Juan enseñando música a los más pequeños. Siempre tuvo la necesidad de ayudar, cuenta, pero no sabía cómo. Hasta que se enteró de la existencia de este tipo de cooperación y decidió venir por ocho meses, de los que ya han transcurrido cinco. Cuando regrese a su ciudad, Toyama, quiere continuar con el trabajo que realiza en la comunidad.

Miki Taki, otra de las danzantes, llevaba 13 años trabajando como productora de noticieros de televisión en Tokio. A sus 35 años, esta experta sintió la necesidad de compartir su experiencia. Y eso es lo que hará durante los dos años que estará en Santa Cruz como voluntaria.

De igual manera piensa Emiko Fujiwara, quien se especializó en Administración de Hospitales y que trabaja en el de San Juan. Al llegar al poblado pensó que las enfermedades con las que se encontraría serían, en su mayoría, infecciosas. Sin embargo, la experiencia le ha demostrado que, al igual que sucede en Japón, los problemas del corazón y la diabetes son las dolencias predominantes.

Otro voluntario es Takashi Yamamura, quien durante dos años tiene permiso del municipio en el que trabajaba en su país  para ejercer el voluntariado en la Alcaldía de Cochabamba, ayudando con sus conocimientos sobre tratamiento de basura. Él cree que en Japón las normas son demasiado rígidas y que sus compatriotas deberían tomarse la vida con más calma, como hacen los bolivianos en general.

La noche en la que se homenajea a los ancestros continúa con música, farolas, trajes y comidas típicas y alegría. Tras las primeras danzas, otras serán representadas y el público en general podrá sumarse a los que, bien ordenados en círculo, van repitiendo los pasos de los bailes.

Para finalizar la celebración del Bon Odori, no podía faltar un elemento muy oriental, aunque originalmente es de China: los fuegos artificiales, como manda la tradición, para despedir a las almas.

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El sentimiento como base del Estado-Nación

Según la Unesco, el patrimonio cultural se refiere a un conocimiento que se transmite de generación en generación; algo muy importante  es que esta definición hace referencia  a  grupos, comunidades e individuos y no así a Estados ni a naciones.

/ 7 de diciembre de 2014 / 04:00

Por el uso de los bailes folklóricos de Bolivia en el festival de Viña del Mar de Chile (como en otros festivales), y hoy, por la postulación por parte de Perú de la festividad de la Virgen de la Candelaria como patrimonio inmaterial de la humanidad incluyendo entre sus danzas a bailes bolivianos, nuevamente se produce la reacción de la mayoría de la población, que ve como una afrenta indignante el que el país vecino (al que por otro lado consideramos nuestro hermano por nuestra memoria colonial) quiera robarnos nuestro patrimonio.

Es que hablar del concepto de patrimonio es complicado porque hace referencia a una propiedad (un bien) y a un principio de pertenencia. Pero cuando se habla de propiedad inmaterial, el problema se complica más porque los límites físicos son ambiguos y las conceptualizaciones bastante generales, tal como sucede con los conceptos de cultura o folklore.

El concepto de patrimonio y su derivación en patrimonio material e inmaterial es producto de un largo proceso histórico, resultado de cambios políticos que suscitaron transformaciones socioculturales, siendo necesario repensar constantemente los conceptos desde diferentes ciencias, como también desde el Estado, para elaborar políticas públicas acordes a las transformaciones sociales.

En este sentido y en un contexto más amplio, enmarcado en los convenios y tratados internacionales, la Unesco define por Patrimonio Cultural Inmaterial “los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas —junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes— que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos, reconozcan como parte  integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad, contribuyendo así a promover el respeto a la diversidad cultural y a la creatividad humana que sea compatible con los instrumentos internacionales de derechos humanos existentes y con los imperativos de respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y de desarrollo sostenible”.

GLOBAL. Es desde una perspectiva global y como consecuencia de los cambios a nivel regional, tanto en lo político como en lo social, que comienza a diferenciarse el concepto de patrimonio cultural, desde una visión que no consideraba los saberes de los pueblos indígenas o las expresiones populares como expresiones culturales, siendo tomados en cuenta solo como patrimonio los monumentos y el legado arquitectónico de civilizaciones pasadas, es decir, todo aquello que es  material y cuantificable.

Según esta conceptualización que hace la Unesco, el patrimonio cultural hace referencia a un conocimiento que se transmite de generación en generación que es recreado según su entorno y, algo muy importante, es que esta definición hace referencia  a  grupos, comunidades e individuos y no así a Estados ni a naciones.

En Bolivia, la revolución de 1952 constituye un hito que ha marcado la historia del país. Las políticas culturales que se ejercieron en aquel momento fueron fundamentales en la construcción de una base ideológica, con la cual se intentaba construir una nación basada en el sujeto mestizo, lo que invisibilizaba las diferencias entre el indio y el blanco.

A partir de la revolución de 1952 y de las diversas reformas nacionalistas, se ha ido construyendo un mestizaje donde  lo artístico y, particularmente, la música ha sido fundamental como instrumento ideológico para reflejar los cambios producidos por la revolución, ya que la gran mayoría que vivía en el área rural no sabía escribir. Así, Michelle Bigenho, en su trabajo Para repensar el mestizaje boliviano a través del folclore boliviano (ponencia presentada en el Cuarto Congreso de la  Asociación de Estudios Bolivianos) detalla cómo una de las políticas que utiliza el MNR en ese entonces fue crear una revista musical denominada “Fantasía Boliviana”, integrada por personas de distintas clases sociales y etnias, donde se fusionaban los instrumentos denominados clásicos con los autóctonos, además de cuadros en que se reflejaba los diferentes paisajes existentes en el país.

Bigenho plantea que esta revista musical representaba el mestizaje como un discurso ideológico que utilizaba el MNR en 1952 para hacer pensar en una supuesta nivelación social. Tanto los indios, las cholas y todos los que veían el espectáculo se sentían reflejados en el mismo, ya que además de la música y de los instrumentos se utilizaba los cuerpos de los integrantes para causar un efecto en los espectadores.

Así, podemos entender la instrumentalización de la cultura con un fin ideológico, políticas culturales interesadas en reflejar un supuesto mestizaje como modo de hacer creer que existe una semejanza entre todos y, como dice Bigenho, evitar que se rebelen los indios; lo que busca es plantearnos la realidad no como preexistente sino como una construcción que se produce a partir de cambios socioculturales históricos. Estos aspectos se reproducen y se transforman debido a diversos acontecimientos políticos, económicos, sociales y culturales que se dan en un tiempo determinado.

MÚSICA. La música es un elemento importante en la construcción de la identidad; el antropólogo Ramiro Gutiérrez indica que la música en el área andina representa un código fundamental en la identificación de la identidad y que debido a la migración a la ciudad se produce un choque entre dos sistemas culturales distintos, lo que ocasiona el surgimiento de un tercer sistema “alienante o folklórico” que asume elementos de la modernidad quitando la función social que cumplía la música en el lugar que se originaba.

Este tercer sistema habría intentado dar una continuidad a la música tradicional a través de las bandas y también existiría el surgimiento del neofolklore, que busca la construcción de una identidad nacional y para ello se habría hecho una apropiación y transformación musical a través de la política cultural estatal.

Un claro ejemplo de esto, señala Gutiérrez, fue el surgimiento de nuevos grupos como Los Caminantes, Ruphay, Los Jairas y posteriormente Los Kjarkas, Proyección y otros que se habrían apropiado de los ritmos y melodías de la música tradicional o autóctona.

Hay que entender, entonces, que lo que ahora se reclama a otros países es la apropiación del patrimonio de la música y las danzas que surgieron producto de un proceso histórico que produjo cambios tanto en lo político como en lo social, resultado de la construcción de una identidad nacional que instrumentalizó la cultura para fines políticos y que la base de esa comunidad imaginada que fue la constitución del Estado-Nación fue producto también de una apropiación y transformación de la música tradicional de las comunidades.

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Gestión colectiva

Hasta el momento, las entidades de gestión colectiva carecen de legitimidad en el país.

/ 7 de diciembre de 2014 / 04:00

La promulgación de una ley sobre derechos de autor en Bolivia es relativamente reciente (1992). Sin embargo, la legislación respecto a la protección por parte del Estado de los bienes materiales y posteriormente de los inmateriales tiene una historia de más larga data, en particular con las reformas jurídicas que se dieron después de la revolución de 1952.  

A comienzos de los 90, un grupo de músicos folklóricos y empresarios de productoras fonográficas se movilizaron para lograr una ley que proteja a los autores de la piratería y del uso de sus obras. Las condiciones socioeconómicas que se vivían en ese momento respecto al modelo económico neoliberal, junto al crecimiento de varias empresas disqueras, y posiblemente gracias a algún acercamiento al partido en funciones de gobierno, posibilitaron la promulgación de la Ley de Derechos de Autor el 2 de abril de 1992; norma que sin embargo no logró ningún beneficio para sus promotores.

Como consecuencia de la ley se crearon instituciones específicas (entidades de gestión colectiva), conformadas actualmente por la Sociedad Boliviana de Autores y Compositores (Sobodaycom), la Asociación Boliviana de Artistas e Intérpretes en Música (Abaiem) y la Asociación Boliviana de Productores de Fonogramas y Videogramas (Asboprofon); de tal manera que cada autor, al afiliarse como socio a alguna de estas sociedades, concede la administración de sus regalías por concepto de derechos de autor, de ejecución pública o derechos conexos.

Sin embargo, hasta el momento existe una falta de legitimidad respecto a estas sociedades autorales, toda vez que los compositores, comunidades y grupos de artistas no se sienten representados ni tampoco se benefician por el trabajo que realizan; y más bien se ven perjudicados por estas entidades, ya que deben pagar un porcentaje de los ingresos que reciben por cada actuación incluso si las composiciones que interpretan son de su autoría; esto sin que estén siquiera registrados en alguna de estas entidades autorales.

La dominación legal (burocracia) que se ha construido hasta el momento a partir de la Ley 1322 es la mejor forma de hacer callar a aquellos que no están conformes o que simplemente piensan que estas entidades son solo entidades recaudadoras de grandes empresas fonográficas, y no así de los verdaderos autores, menos aún de las comunidades que crean su música de forma colectiva y no individual.

Es necesario una revisión jurídica de la Ley de Derechos de Autor y entender la verdadera dimensión que las entidades de gestión colectiva cumplen en beneficio de los autores y compositores, para que la valoración de los artistas no se base en cuánto cotizan, sino en su aporte cultural e intelectual.

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Migrantes bolivianos apoyan a Rousseff

Muchos de los líderes que pertenecen a diferentes asociaciones de la comunidad boliviana han trabajado de forma activa en la campaña electoral del Partido de los Trabajadores (PT). Con seguridad, la mayoría de los inmigrantes espera que el pueblo brasileño se decida una vez más por Rousseff.

/ 26 de octubre de 2014 / 04:00

La creciente migración de bolivianos a Sao Paulo es innegable. Cada día decenas de compatriotas llegan a la estación de Barra Funda, cargados no solo de maletas, sino también de sueños que piensan realizar en el menor tiempo posible. El principal objetivo es acumular el dinero suficiente para retornar al país e invertir en algún emprendimiento que les permita prosperar económicamente.

La mayor presencia de compatriotas en la inmensa ciudad de Sao Paulo se evidencia al transitar por las calles, o al hacer uso del transporte público, como el ómnibus, el tren o el metro. La zona de Brass sin lugar a dudas es uno de los barrios donde la presencia boliviana es masiva, la rua Coimbra que se encuentra en esta zona es la viva expresión de la apropiación territorial, reconfigurándola de manera estética a partir de la utilización del espacio físico, con la creación de restaurantes, discotecas, tiendas, oficinas de remesas y radios que operan de forma clandestina.

Esta apropiación del espacio tiene su explicación hace 20 años, cuando los comerciantes bolivianos empezaron a vender las prendas que costuraban en las calles aledañas a la estación del mismo nombre. Un lugar que en aquella época estaba conformado por grandes espacios desolados, que la gente sin vivienda usaba para refugiarse o por la excesiva criminalidad que existía entonces.

TALLERES. Esto aconteció debido a que los bolivianos dejaron de trabajar a destajo para empresarios coreanos, quienes tercerizaban para famosas marcas de ropa y empezaron a confeccionar sus propias prendas al tener ya talleres propios, fruto del arduo trabajo de años de costura; sin embargo, cuando el barrio empezó a transformarse en una zona de comercio importante, los bolivianos comenzaron a ser amedrentados por brasileños que usurpaban sus puestos de venta, además de ser extorsionados y amenazados de manera constante.

En la actualidad Brass es una de las zonas más importantes de comercio y todo indica que seguirá creciendo. Pero este cambio fue gracias a la persistencia del trabajo migrante, principalmente de bolivianos que batallaron en la ilegalidad bajo un sistema de economía oculta y que ahora siguen viviendo en un estado de sumisión a los dueños de estos locales comerciales, sin ningún tipo de seguridad que les garantice algún derecho propietario. Si Brass es una de las zonas más importantes que ha crecido y se ha trasformado por la presencia de bolivianos, también han ido asentándose en otras zonas como Bom Retiro, Penha, Ermelino Matarazzo, etcétera.

Las redes de parentesco han sido fundamentales para que el proceso migratorio continúe. Los ya establecidos hace varios años con casas y talleres propios dan trabajo a familiares o personas de la misma comunidad. Son formas de reciprocidad que se extienden de manera transnacional permitiendo que comunidades enteras se reproduzcan en diversos barrios de Sao Paulo, lo que permite la continuidad cultural.

También existe el otro tipo de migración que es a través de agencias de empleo, donde las condiciones de trabajo son inciertas. Estos últimos son los que la prensa brasileña ha visibilizado, calificando a todos los bolivianos con el estigma de inmigrante-esclavo-ilegal.

El censo de 2010 realizado por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) lanzaba un dato interesante: los inmigrantes bolivianos representaban la segunda comunidad de extranjeros más importante después de Portugal, desplazando a los japoneses. Sin embargo, los datos ofrecidos solamente tomaban en cuenta a los residentes, es decir, a los que viven en condiciones de legalidad, siendo que el grueso de la población vive en condiciones de ilegalidad y en un sistema de economía subterránea.

Con la Ley de Amnistía que el presidente Luis Inácio Lula da Silva del Partido de los Trabajadores (PT) promulgó el 2 de julio de 2009, las condiciones para los inmigrantes, y fundamentalmente para los bolivianos, mejoraron ostensiblemente. Esa fue la cuarta amnistía internacional general otorgada por Brasil en los últimos 30 años. Esto para los países del Mercosur favoreció a una migración legal que facilita la adquisición de una carteira de trabalho y el documento de permanencia.

La creación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) en 2008 en Brasilia también representó la importancia que Brasil daba a la región para lograr una mayor integración y cooperación entre los países sudamericanos, y libres además de la injerencia política de potencias ajenas a esta región.

Un dato relevante, que muestra los avances que hizo el gobierno del PT en la búsqueda de mejorar las condiciones de vida de los inmigrantes, fue crear en la Prefectura de Sao Paulo la Secretaría de Derechos Humanos. Dicha secretaría se encarga de coadyuvar con los grupos minoritarios a trabajar en proyectos que beneficien a sus sectores, en la adquisición de mayores derechos y en la capacitación, en convenio con algunas organizaciones no gubernamentales para brindar cursos gratuitos de portugués además de otros talleres.

Consejeros. La inclusión de los inmigrantes en las políticas estatales del PT también promovió un hecho catalogado de histórico, la elección inédita de 20 consejeros participativos extraordinarios en las subprefecturas de Sao Paulo, donde el 0,5% de su población estuviera constituido por población inmigrante. Dato interesante en una ciudad de aproximadamente 20 millones de personas y con barrios de 300.000 habitantes como es el caso de Ermelino Matarazzo, donde fue electa Mónica Rodríguez; un lugar donde se asentaron más personas provenientes de Chuquisaca, particularmente de la población de Tomina, ya desde hace dos décadas.

Dicha elección confirmó que la comunidad boliviana es una de las más importantes y con una presencia política relevante, al obtener siete representantes, que ahora trabajan en la fiscalización y elaboración de proyectos en beneficio de toda la comunidad inmigrante; como se ve, fue un avance importante para todos los extranjeros en general.

Por estas razones, la segunda vuelta de las elecciones que se llevan a cabo el domingo 26 de octubre y que confrontará a la actual presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y al candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), Aécio Neves, será  gravitante —se espera— en la ampliación de políticas que beneficien a los sectores minoritarios si es que el actual partido de gobierno es reelecto una vez más, o un posible giro o estancamiento en torno a la política migratoria, si fuera electo el partido de la derecha.

En 2009, cuando se promulgó la Ley de Amnistía, la oposición criticó la medida tomada por el presidente Lula, indicando que no era posible que Brasil amplíe sus fronteras a los extranjeros cuando los países desarrollados a comienzos de la crisis actuaban de manera contraria, cerrando sus fronteras y endureciendo sus leyes migratorias.

Muchos de los líderes que pertenecen a diferentes asociaciones de la comunidad boliviana han trabajado de forma activa en la campaña electoral del PT. Con seguridad, la mayoría de los inmigrantes espera que el pueblo brasileño se decida una vez más por Rousseff.

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Bolivianos representan a migrantes en Brasil

Mónica Rodríguez, boliviana que vive en Sao Paulo hace ochos años, afirma que en su lucha en defensa de los derechos de los inmigrantes, denunció atropellos por discriminación, contra el trabajo esclavo y casos de bullying. Ahora es el momento de dejar de ser invisibles, dice; poder ser electos.

/ 20 de abril de 2014 / 04:00

El 30 de marzo en la Plaza de las Artes de Sao Paulo, Brasil, ocurrió un hecho sin precedentes: se eligió a 20 representantes de la población inmigrante extranjera residente en 19 subprefecturas de la capital paulista (Sao Paulo en total tiene 31 subprefecturas). Una elección con más de 1.700 votantes, de los cuales se contabilizaron 1.694 votos válidos.

El número de representantes de los inmigrantes fue determinado según los datos del Censo 2010, provistos por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). Cada subprefectura que tiene al menos 0,5% de extranjeros en su población abrió un espacio para la representación migrante.

La referida elección, promovida y organizada por la Secretaría de Derechos Humanos y Ciudadanía, adquiere mayor relevancia para los inmigrantes bolivianos porque de los 20 representantes electos, 7 son de nuestro país: Mónica Rodríguez Ulo, Samuel Dany Santos Arnez, Luis Vásquez  Mamani, Juan Elvis Mayta Martínez, Ronald Soto Delgadillo, Rudencido Méndez Marupa y Alejandro Tuco Quispe.

Los representantes de los migrantes tienen un mandato de dos años y serán parte del órgano consultivo del Consejo Participativo Municipal. Con la nueva representación, según la Secretaría de DDHH, se busca que los extranjeros ejerzan un control social en beneficio de los inmigrantes, tanto en la planificación como en la fiscalización del gasto público allí donde viven; además de que puedan sugerir políticas públicas que mejoren sus condiciones de vida.

Mónica Rodríguez, que reside en Sao Paulo hace ochos años, afirma que en su lucha en la defensa de los derechos de los inmigrantes, denunció atropellos por discriminación, contra el trabajo esclavo y casos de bullying, y que ahora es el momento de dejar de ser invisibles: “Es un primer paso para todos los inmigrantes, al gran sueño de un día votar y ser votado en elecciones en el ámbito subprefectural”.

De acuerdo con el censo de 2010, en la capital paulista existen 151.071 residentes extranjeros legalizados y la comunidad boliviana, con 21.680 personas, ocupa el segundo lugar en importancia poblacional después de Portugal. Se trata de un dato histórico, ya que por primera vez se sobrepasó a las comunidades de japoneses e italianos. Sin embargo, estas cifras no comprenden a los indocumentados, por lo que la cantidad de inmigrantes bolivianos llegaría a 350.000 según el consulado boliviano en Sao Paulo. Rodríguez estima que este número se incrementó en los últimos años debido a la crisis económica de Argentina.

El proceso migratorio es de larga data y fue promovido principalmente por reformas estructurales. La Revolución Nacional de 1952 produjo un fuerte flujo migratorio indígena campo-ciudad e internacional, principalmente hacia la Argentina. La reforma agraria impuso la parcelación de tierras comunes, tanto en ayllus como en haciendas.

Posteriormente, tanto la hiperinflación en la época de la Unidad Democrática y Popular (UDP) como los efectos laborales que produjo en 1985 el decreto 21060, incrementaron el periplo migratorio hacia la Argentina, pero también hacia Estados Unidos, España y Brasil.

Los primeros flujos migratorios importantes a Brasil, según estudios de Sidney da Silva, están relacionados con un acuerdo bilateral de intercambio cultural, que favorecía la entrada de estudiantes bolivianos al país vecino, convenio firmado en 1958, y que fue parte de varios acuerdos conjuntos, como la exploración de petróleo, la definición de límites entre los dos países y el comercio. El perfil de los migrantes entre 1950 y 1970 era de personas de nivel educacional medio o elevado.

Para el mayor flujo migratorio de Bolivia hacia Brasil, también fue importante la construcción en 1954 de la línea ferroviaria entre Santa Cruz de la Sierra y Corumbá. Debido a los procesos políticos dictatoriales, la migración hacia el país vecino disminuyó, incrementándose nuevamente a partir de la década de los ochenta, siendo ahora mayoritariamente de personas que trabajan en el área textil, además de la importante industria creada por la inmigración de Coreanos a la zona metropolitana de Sao Paulo. Aparte de bolivianos, también se vio el incremento de migrantes peruanos y paraguayos. 

El estudio de la migración boliviana en Sao Paulo es un tema de interés constante tanto para investigadores bolivianos como brasileños. En el vecino país se estudia, entre otros aspectos, la explotación laboral y la identidad, los mercados informales, espacio y territorio, dinámicas culturales y procesos identitarios, derecho al voto y políticas migratorias. Del lado boliviano: el impacto de la migración en la parte de las familias que quedan en el país, las estrategias de continuidad de la comunidad en el extranjero pese a la migración, las familias transnacionales, el análisis de las remesas y su efecto en los lugares de origen en Bolivia.

La elección de los representantes de los migrantes en Sao Paulo abre una gran posibilidad a los bolivianos en la adquisición de derechos y en la reversión de un estigma creado por instancias políticas y por los medios de comunicación que, parafraseando al sociólogo estadounidense Erving Goffman (2006), han dejado de ver a la persona en su totalidad y solo promueven una reducción suya, un individuo menospreciado, reducido a un estigma, un atributo profundamente desacreditador que daña la identidad social, en el caso boliviano la identidad desacreditada de “inmigrante–esclavo–ilegal”.

A través de los medios de comunicación, este estigma ha sido internalizado en la opinión pública. Esto fue lo que aconteció en Buenos Aires, cuando ocurrió el incendio del Taller Textil Luis Viale en 2006 o cuando mataron al niño Bryan el año pasado, mostrando siempre a la comunidad boliviana como miserable.

La comunidad boliviana en Sao Paulo ahora a través de sus siete representantes muestra otra cara, revierte el estigma y se presenta como una comunidad importante que trabaja, que produce y que está organizada políticamente —incluso como una comunidad caritativa que recaudó siete toneladas en víveres para los afectados por las inundaciones— y que ahora, como sujeto político dentro del sistema de poder, trabajará para mejorar la calidad de vida, de seguridad y condición social de los compatriotas en la urbe paulista.

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Falso debate

El debate acerca del trabajo infantil y fundamentalmente sobre el aborto es un falso debate.

/ 22 de diciembre de 2013 / 04:00

Como fotógrafo de prensa me tocó cubrir varias represiones de las fuerzas del Estado (policías, militares o la fuerza conjunta) contra ciudadanos de determinados sectores, que organizados buscaban reivindicar sus derechos o lograr ciertas demandas a través de marchas, bloqueos u otras formas de protesta. Sin embargo, nunca presencié el uso de agentes químicos o de golpes directamente contra niños. Algo que ocurrió días atrás en inmediaciones de la plaza Murillo, cuando un grupo de menores protestaba contra el Código del Niño, Niña, Adolecente, aprobado recientemente en la Cámara de Diputados, y que restringe el trabajo a los menores de 14 años. Un hecho indignante desde todo punto de vista, que muestra, una vez más, que los grupos minoritarios, como los indígenas de tierras bajas, discapacitados, o niños desfavorecidos no tienen derechos a la libre protesta. Además, negarles a los niños pobres la posibilidad de trabajar, sin darles ninguna alternativa, es prácticamente negar su existencia y negar una realidad concreta.

El debate acerca del trabajo infantil y fundamentalmente sobre el aborto es un falso debate. El cálculo político es lo que importa. El estar bien con Dios, con el poder de la Iglesia y con toda la comunidad de feligreses que representan la gran masa de votantes para 2014 es el meollo del asunto. El debate en la Cámara Baja solo es una puesta en escena, una fachada a los verdaderos intereses políticos.

El gran índice de madres solteras muestra que el matrimonio es una institución social en decadencia. La mejora de los derechos y las cualidades profesionales de la mujer, y por ende una independencia económica, ha construido un nuevo paradigma social sin la presencia del padre como jefe de la unidad familiar.  

También es evidente que mujeres de toda condición social recurren al aborto por diferentes razones: abusos, inmadurez, ignorancia, abandono, soledad, angustia, miedo a la represión social o incluso familiar. Las de mejores condiciones económicas acceden a esta práctica en clínicas privadas; el resto, en consultorios clandestinos en condiciones de alto riesgo.

Como afirma José Mujica, presidente de Uruguay,  “nadie puede estar a favor del aborto como principio, pero la realidad es otra”. Las mujeres en riesgo seguirán siendo una realidad y el Estado de debe hacerse cargo de la prevención, control y ayuda para evitar mayores pérdidas humanas. De lo contrario, la cantidad de bebés abandonados, de niños huérfanos, de trabajadores reclamando por su derecho a trabajar, a existir, será cada vez mayor, y la trata de personas aumentará al igual que la explotación y el abuso infantil.

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