El ojo de vidrio
Moriremos cantando, Ramón. Pero sobre todo, viviremos cantando, mi hermano primo.
Tengo pues mi hermano primo, un cochala fornido, de gran humor, inteligencia rápida, escritor de verdad. Yo tenía 12 años, el dictador Banzer correteaba a mi padre, mi mamá me presionaba con el estudio de la guitarra clásica, el universo musical se acababa en los preludios de Tarrega. Entonces apareció un veinteañero con su barbita rala, manso de provincia, quijada salida, jopo de galán, con aire de mi hermano mayor. Nos sentamos en la cama, el cuate agarró la guitarra y cantó afinadísimo una canción de Litto Nebbia… “Ámame o déjame, nena…”, cantaba con gesto de parto, este mi primo.
Cuando acabó la piecita, sentí que el Ramón me había abierto las ventanas aladas de la canción. Como algo ilegal, le pedí el pase de los acordes. Mi madre, siempre rigurosa, académica, exalumna de Segovia, no permitía que use capotraste y menos que cante, pero el Ojito de vidrio plantó nomás en mi alma la semilla de la insurrección.
El Ramón apareció unos años después como revolucionario izquierdista perseguido por el dictador García Meza, salimos al destierro mexicano y nos fuimos a vivir a un barrio alejado que se llamaba Tlalpan, éramos vecinos. A veces, cuando la sobrevivencia se distraía, nos veíamos y cantábamos.
Un viernes fuimos a un bar azteca bien popular a tomar pulque, en la puerta de ingreso había un letrero que decía: prohibido el ingreso a perros, lustrabotas y mujeres, nos reímos y cantamos rancheras hasta el amanecer. En la mañanita, tomamos un pecero hasta Coyoacán, eufóricos le tocamos el timbre al gran René Zavaleta que abrió la puerta con un tequila en la mano y su hijo Pablo abrazado a la guitarra trasnochada: chaqui perfecto.
El destierro pasó —menos mal— rápido, el Ramón hizo su maestría en políticas, que lío el que armamos en el aeropuerto mexicano cuando el añorado retorno, no podíamos pagar el sobrepeso de tanto libro, nos pusimos a regalar tomos de Kant a los pasajeros.
Ya en democracia, mi hermano primo Ramón fue Viceministro de Cultura, se casaba y se divorciaba, teníamos unas tertulias intensas, apuntalaba generosamente mis canciones.
Creo que lo mejor que hizo el Ramón en esta vida fue ser padre. Pese a los ires y venires, a la intensidad de tanta chicha, checha y chucha, libros paridos, exilio, sobrevivencia tensa, el Ramón es un gran padre y ahora un señor abuelo. Además, es de los mejores escritores del país, recomiendo releer su novela corta El run run de la calavera (Los Amigos del Libro, La Paz, 1983), escogida como una de las 15 novelas fundamentales de Bolivia, pero hay que leer la edición completa porque hay una truncada. Y su Potosí 1600 (centímetros cúbicos, solía burlarse), reconocida con el Premio Nacional de Novela 2002. Hoy saboreo esa perdurable crónica sobre la Marraqueta, breve, intensa, que la encuentras en Crítica de la Sazón pura (2004), donde el Ramón esparce su fibra de sibarita mestizo.
Aquella época aguda de mi canción Metafísica Popular lo trae a mi memoria llamándome a las dos de la mañana para decirme: tengo una, escucha ps el minuto de silencio… De ese final de los 90 nace la novela Ladies Nigth que tuvo la generosidad de dedicármela.
Hoy te recuerdo, mi querido Ramón Rocha Monroy, evoco tanta risa acumulada, tanta ira disparada, t´hanta chicha en Cochabamba, y esa finura chola tuya de ver la vida desde la terraza del humor y del des-drama. Porque es mejor que te lo diga ahora que podemos olernos y no cuando seamos solo una piel envuelta en huesos: te kero sin i.
Por eso hay que recuperar esa pulsación del inicio, la guitarra plena, la emoción en llaga, el amor sin envidia cochabambina (como bien la definías). No te olvides: algún día me dijiste que nuestra familia no se yergue de propiedades, riqueza y dotes, se eleva más bien del arte y de la Revolución.
Últimamente he estado lejos de mí. Ahora vuelvo a escribir aferrado al escritor de verdad que tenemos en la familia. Además, ya está latiendo un nuevo disco, en el que cantará el Ramón, porque esa si no la sabían, el Ojito ha escrito una de las mejores canciones bolivianas de los últimos 15 años:
Devuélveme la piel, una joyita que la grabaremos junto a la Cueca del Felico que anoche salió como un ladrido a la luna, sin rearmonizaciones ni partituras, una cuequita de chupa natural, como nos gusta.
Moriremos cantando, Ramón. Pero sobre todo, viviremos cantando, mi hermano primo, tú bien sabes, los parientes cercanos son bien lejanos. ¿Te puedo citar? Mañana a las 06.00 nos vemos en aquella nube, la del tío Sixto, veámosla juntos y cantemos, querido Ramoncito pistolero.
Saludos a nuestras chicas y no te olvides que después de todo hay que formar recursos humanos que vayan detrás de humanos con recursos.
(*) El Papirri es un personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta.