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Kenichi Kuwabara

Una de las cosas que extraña de Japón es la puntualidad de la gente. Y, después de decirlo, se ríe, porque él ha llegado tarde a la entrevista, con su charango colgando del hombro dentro de una funda de aguayo. “Estaba en una trancadera”, se excusa. Pero luego añade que Tokio, de donde es, resulta demasiado estresante, y que le gusta más el ritmo de la vida en Bolivia. Y eso que Kenichi Kuwabara es un hombre de 30 años bastante ocupado: trabaja en la Sociedad Japonesa de La Paz como profesor de su lengua natal y como parte del personal del Centro Histórico de la Inmigración Japonesa a Bolivia, toca el charango en el grupo Chupay Chakis, compone música folklórica boliviana y es papá.

Vino a Bolivia por primera vez cuando tenía 21 años. Había trabajado durante año y medio para viajar hasta aquí y seguir aprendiendo más sobre el instrumento que había comenzado a tocar cuando tenía 14 años: el charango.

Al terminar la primaria había comenzado a ausentarse del colegio porque, dice, no le gustaba. Así que se apuntó a un centro en el que le enseñaron a tocar la guitarra. Allí, un día encontró un charango y, para más casualidad, el director del lugar era amante de la música andina. “No pensaba tocar tan seriamente este instrumento”, cuenta. Sin embargo, lo hizo, poco a poco.

Quería entrar a algún grupo de música universitario, pero le preocupaba el no tener estudios. Finalmente logró formar parte de uno, en el que estuvo tres años; hasta que sus compañeros comenzaron a buscar trabajo y ya no tenían tiempo para ensayar. Entonces, pensó en emigrar a los Andes.

Su familia no le puso ningún impedimento cuando dijo que se iba a Bolivia porque él había ahorrado para hacerlo. Entre 2004 y 2005 estuvo estudiando en la orquesta Música de Maestros, donde mejoró su castellano, pues vino casi sin hablar el idioma. En ese tiempo conoció a la que sería su futura esposa. Pero aún faltaba tiempo para que lo fuera.

Regresó tres años después, sólo por unos meses. Creó un grupo y compuso el tinku Minibús, que ahora toca el grupo Anata, del que el vocalista al que, dice Kenichi, cedió la canción porque no pensaba regresar a Bolivia.

Pero en 2011 volvió y, finalmente, se casó con la boliviana que había conocido cuando vino por primera vez. Ahora, tiene un hijo de año y medio que, asegura, parece japonés, y ganas de seguir aprendiendo.