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El señor de los vinilos

Aún niño, Héctor Contreras desconocía el uso que su padre le daba a esas pequeñas circunferencias “de plástico” que cuidaba con recelo. “Yo quería jugar con ellos a los platillos voladores y casi me gano una ‘chicoteada’ de mi papá”, recuerda hoy sentado en uno de los miles de puestos de venta en la feria 16 de Julio de El Alto. Allí, rodeado de otros comerciantes de DVD, repuestos de automóviles, alfombras y enseres para el hogar, ofrece un material por el que muchos coleccionistas pagarían lo que sea con tal de  contar entre sus tesoros con esas reliquias de la música nuevaolera boliviana e internacional del siglo pasado.

Discos de Vico Vega, Los Grillos, Los Ovnis, Séptima Brigada, Climax, Luz de América, Loving Darks, Los Uhnnos, Los Four Star, Mandrill, 50 de Marzo, Los Blue Star, Los Flintstones, Los Indios, Los Piedras Rojas, The Donkeys, entre otros, son parte de la mercadería exhibida en aquel puesto de paredes y techo de nailon y piso de tierra. Pero Héctor aclara que los originales no están a la venta. “No sabría cuánto pedir por cada uno de ellos y eso que se ha acercado gente interesada pidiéndome lo que sea. Pero eran de mi padre, ¿cómo deshacerme de ellos? No tienen precio para mí”. Lo que hace es pasarlos a digital que a la venta tienen un precio de cinco bolivianos. “Los discos son grabados como están, tienen el ruido de la púa sobre el vinilo y en algunos casos se escuchan hasta algunas rayitas del original, para qué le voy a mentir”, explica  sonriendo este hombre de 36 años, nacido en La Paz cuando muchos de los grupos que promociona ya habían prácticamente desaparecido.

Su puesto de venta tiene una historia muy peculiar. Hace algo más de diez años, el futuro coleccionista visitaba a un amigo en los días de feria, jueves y domingos, cuyo comercio era la venta de casetes de música tropical. Pero su camarada debía migrar por motivos laborales y le ofreció a Héctor que se haga cargo del negocio. “Empecé también con casetes de música tropical, hasta que un día me di cuenta que el puesto estaba muy ‘pelado’ y me acordé de los discos de mi padre”.

Su progenitor trabajaba en una radio alteña y vivió aquella época dorada de la explosión del rock & roll en La Paz. “Él me contaba que había grupos juveniles como Los Marqueses, Los Calambeques, que se paseaban en motos y escuchaban muchas de las agrupaciones que yo vendo aquí. Me dijo que se vestían con pantalones ‘campana’ y tacos altos, que usaban el pelo largo, en fin. Y que aquí en El Alto también había algo de eso; cerca de la plaza 16 de Julio existía un boliche con luces cubiertas con papel celofán que ya cambió de negocio y al que frecuentaba un grupo llamado Los Perros Negros”.

Héctor empezó a adornar su puesto de venta de casetes con las tapas de los discos de vinilo que había heredado de su padre y casi de manera accidental comenzó a convocar a un público que preguntaba por aquellas obras. Entonces decidió pasar sus discos a casetes en principio por pedido y paralelamente se le ocurrió colgar un cartel que decía “Compro discos de vinilo”. Su pequeño negocio comenzó a tomar vida. “Muchos traían sus discos y me decían ‘te lo vendo, para qué quiero, mi tocadiscos ya no tiene aguja’”. Así, Héctor se dedicó a acumular verdaderas joyas de la música moderna.

Según Juan Carlos Gutiérrez, quien por muchos años fue productor en Discolandia, los surcos del vinilo tienen la belleza y el “calor” de lo analógico ante la frialdad del disco compacto. En la imagen del vinilo se apreciaba la técnica que usaba para lograr grabar música en estéreo: el surco es asimétrico de tal forma que los movimientos laterales representan la suma de los canales estéreo y los movimientos verticales representan la sustracción o resta de ambas señales. La suciedad es inevitable y es la principal fuente de la “fritura” del sonido del vinilo, que muchos fanáticos aún añoran.

En su colección ya cuenta con 100 discos de todos los géneros, pero su buen ojo apuntó siempre a los Extended Plays y Long Plays de música Nuevaolera nacional. “Mi máximo tesoro es el EP de Climax. No sólo por lo que podría costar, sino porque soy un fanático de su música”, dice Héctor que casi de inmediato aclara que no se refiere al grupo de música cumbia, sino a la gloriosa banda paceña integrada por Javier Saldías, José “Pepe” Eguino, Álvaro Córdova y el armoniquista estadounidense Bob Hopkins, quienes revolucionaron los años 70 con su poderoso rock. Este pequeño comerciante guarda hermosas anécdotas. Dice que una vez se le acercó una mujer entrada en años y quiso llevarse el EP de Los Ovnis ofreciendo hasta 50 bolivianos por el pequeño disco. “Me dijo que la de la foto era su mamá y casi llora al verla tan joven en la tapa”.

“También vino don Fernando Claure, que se había convertido al cristianismo, y me dijo que no tenía ni un disco de él en sus épocas en Los Grillos y Los Uhnnos. Pero yo les digo que es mejor que los originales los conserve aquí para que sus historias no se pierdan, y ellos me entienden”.  

¿Y sobre la piratería? “No sé, hasta ahora no me han dicho nada, pero imagínese luchar contra la piratería aquí, tendría que desaparecer toda la feria”, reflexiona el abrigado comerciante.

Entre otras personalidades que se han acercado a su puesto figura el reconocido conductor de televisión John Arandia, “él quería llevarse este disco de RadioAction porque me dijo que le hacía recuerdo a sus épocas de Disc jockey. Igual don Mario Espinoza (de El Pentágono) quería llevarse todo”, menciona Héctor mientras suelta una sonrisa.

La tarde empieza a caer en El Alto. Las gentes aceleran su andar y Héctor, tras una dura jornada que se inicia a las seis de la madrugada, también comienza a recoger su mercadería. Para despedirse de su día laboral, el vendedor pone a sonar un disco de Climax y elige el tema Nacido para ser salvaje, con el que pone ritmo a su trabajo final. “Me encanta esta canción”, revela.