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El borrado de la mezquita

En una tarde cargada de sobresaltos, Rafael Máñez descubrió la semana pasada que se encontraba esperando frente a una mezquita que no se llama mezquita a la que solo se puede entrar previo pago de una entrada que, en rigor, tampoco es una entrada. “Pues es increíble que no ponga mezquita”. Máñez, valenciano de 36 años y profesor de música en Lucena (Córdoba), mira receloso el cartel que señala el nombre del monumento en su fachada oeste. “¡Pero si todo el mundo sabe que esto es la mezquita de Córdoba! Vale que sea una catedral, pero además de catedral también debería poner mezquita”, insiste atónito. Es la tercera vez que visita el principal monumento de Córdoba, pero esta vez se ha quedado en uno de los soportales del patio de los Naranjos aguardando a que terminen el recorrido su esposa y sus suegros. “He preferido no entrar”, suspira, recordando a continuación que la entrada no será entrada, pero le cuesta ocho euros a los no residentes en la ciudad. El pago es innegociable, a pesar de que, técnicamente, lo que abone el turista no sea un ticket de admisión (prohibido en lugares de culto), sino que la Iglesia Católica lo considere un donativo que, como tal, pasa a las arcas del Cabildo de Córdoba sin declarar a Hacienda y que, además de que para la conservación del monumento, se destina a acciones pastorales.

La perplejidad de Máñez puede parecer que se queda en un asunto de etiquetas, pero tiene más implicaciones. Hace años que Córdoba cuestiona la apropiación eclesiástica de un monumento público, pero el debate subió un peldaño cuando hace dos semanas una plataforma ciudadana reclamó en la web de recogida de firmas Change.org que el monumento pase a ser gestionado por la Administración y no por el obispado de Córdoba, que se hizo con su titularidad en 2006 aprovechando una modificación de la ley hipotecaria. Intelectuales como Antonio Gala, Caballero Bonald, Antonio Muñoz Molina o Norman Foster han secundado. Y la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, ha encargado informes jurídicos para conocer si puede solicitar su titularidad aunque la gestión siga siendo de la Iglesia Católica. Una nube de preguntas flota en el aire: ¿por qué no son transparentes las cuentas de un monumento que en 2013 recibió a 1,4 millones de turistas? ¿Está la Iglesia imponiendo una visión dogmática sobre un símbolo de concordia entre religiones que es patrimonio mundial de la humanidad desde 1984?

“Si las cosas siguen así, yo creo que peligra incluso el reconocimiento de patrimonio mundial. A mí me preocupa qué dirá de todo esto la Unesco y el papa Francisco, que está haciendo grandes esfuerzos por acercarse a otras religiones”. El profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Sevilla Emilio González Ferrín se muestra categórico. Justo al salir de una de sus clases, sin necesidad de repasar sus notas, enumera de memoria lo que en su opinión son las manipulaciones históricas más graves que comete la Iglesia para explicar y apropiarse del significado del edificio. “Primero se ha empezado por difuminar el nombre de mezquita. Y esto es importante, porque las formas crean el contenido”, sostiene. “Si a partir de ahora llamamos a la mezquita solo catedral y decimos que todo el monumento construido por los omeyas es simplemente una intervención islámica dentro de un conjunto más amplio, estamos maleando la realidad”.

Ferrín no recurre a hipérboles. En la presentación de la página web de la mezquita (www.catedraldecordoba.es, por supuesto) se explica cuál es el punto de partida: “La catedral de Córdoba es un templo católico, que conserva en su subsuelo los restos de la antigua catedral de San Vicente, y en su alzado restos de la antigua mezquita omeya”. Y, para desterrar cualquier duda sobre la titularidad natural del suelo, los señores que levantaron el bosque de columnas son identificados como “los invasores islámicos a principios del siglo VIII”.

En la realidad, un paseo por el monumento permite comprobar lo evidente: que su base arquitectónica es la islámica, con añadidos en forma de capillas e imaginería cristiana. Eso, hasta llegar al centro del edificio, donde en el siglo XVI se levantó una gran nave cristiana renacentista sobre la sala de rezo original que hizo enfadar al propio Carlos V, el rey que dio permiso para la obra y que, famosamente, exclamó ante el resultado: “Habéis destruido lo que era único en el mundo, y habéis puesto en su lugar lo que se puede ver en todas partes”.

Pero parece que ni esa expresión de disgusto regio pudo detener el proceso de cristianización. A pesar de que, con Herminio Trigo (IU) en la alcaldía, en 1994 Córdoba reconociera oficialmente el templo como mezquita-catedral (así se lo identifica en el lenguaje administrativo y en las señalizaciones viales), el término catedral domina los carteles y vallas móviles que separan los espacios del monumento. El folleto que se oferta como tríptico explicativo en inglés, japonés, alemán, francés, italiano y español se titula La catedral de Córdoba. Testigo vivo de nuestra historia y se centra en la presencia cristiana (12 párrafos), relegando a segundo plano la fase islámica (cinco párrafos), bautizada como “intervención”.

“Ese folleto no vale. No es útil”. Gary Montagu, guía británico de la empresa Tour Andalucía desde hace seis años, desaconseja a sus clientes que se orienten con ese documento. “Son mejores los guías locales. Son muy profesionales y explican bien, tanto la parte musulmana como la cristiana, pero centrándose, obviamente, en la primera, que es la que los clientes demandan”. La Iglesia también sabe que el papel de estos trabajadores es clave a la hora de controlar la imagen del templo. Por eso, desde hace unos años exige a los guías de la Junta de Andalucía que quieran un permiso oficial para trabajar en la mezquita que hagan un examen de acceso y se sometan a un curso de tres años sobre arte cristiano. Ello ha derivado en conflictos como el que relata Rita Schiltz, expresidenta de los Guías de Turismo de Andalucía, quien denunció este control como un monopolio. “Pero no es tanto un tema doctrinal como económico”, afirma. En el otro extremo, Luis Recio, expresidente de la Asociación de Guías Turísticos y autor, junto al canónigo archivero de la catedral, del libro La Mezquita Catedral de Córdoba. Patrimonio de la Humanidad, discrepa: “Es que los guías sin el curso de arte cristiano del cabildo podrían dar una visión sesgada del edificio, porque no es solo musulmán, sino cristiano”, justifica. Aun así, Recio, que se califica como cristiano, católico y romano (“además soy padre de un cura”, apunta), reconoce que a los turistas les interesa esencialmente la parte musulmana. “Y ésa es la que más explicamos, porque pagan ocho euros y porque hay que hacerlo. Pero sin dejar de recordarles que es una catedral católica desde el siglo XIII y el cabildo es su único dueño”.

Puede que el cabildo no tuviese tan claro que era el señor del inmueble hasta hace unos años. Porque no fue hasta 2006 que, aprovechando una reforma legal del gobierno de José María Aznar, la Iglesia inmatriculó a la mezquita en el Registro de la Propiedad de Córdoba. Antonio Manuel Rodríguez Ramos, profesor de Derecho Civil de la Universidad de Córdoba y miembro de la Plataforma Mezquita Catedral de Córdoba: Patrimonio de tod@s, cree que la apropiación se agudizó desde entonces. La ley amparaba, además, que el proceso se hiciera sin publicidad, por lo que la nueva titularidad no se descubrió hasta que, años después, un ciudadano se interesó por el tema al ver que en los documentos y entradas constaba ‘santa iglesia catedral’.

La respuesta del cabildo a estas críticas ha sido muy dura, apuntando que la propuesta de la Junta de revisar su propiedad podía ser ilegal. En un comunicado,  la institución religiosa recuerda que la Iglesia Católica solo pudo inmatricular como propios los templos desde que la reforma hipotecaria entró en vigor en 1998, y que en el caso de la mezquita tampoco se dio prisa porque nadie dudaba de su propiedad después de “siglos en posesión pacífica e indiscutida de la Iglesia”.