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Símbolo de paz

Un verde paraje por donde fluían los ríos más límpidos y habitado por diversas culturas en diferentes periodos. Esa es la imagen que se tiene de La Paz previa a la llegada de los españoles, según señala un grupo de especialistas convocados al Primer Congreso Municipal de la Historia de La Paz a realizarse del 21 al 23 de octubre. Según afirman, la ciudad no encuentra sus pilares en la fundación realizada en 1548 por el capitán español Alonso de Mendoza, ni en la reveladora tesis que asevera que el conquistador, también español, Francisco Pizarro había regentado el territorio bajo el nombre de Pueblo Nuevo 15 años antes a la llegada de Mendoza.

“La fundación de la ciudad no supuso el inicio de su existencia, porque ya tenía una historia previa con ocupaciones tiwanakotas, aymaras e incas”, dice Juan Francisco Bedregal, arquitecto y autor de Tras el oro de Chuquiabo: en busca de un tiempo olvidado.

Se trataba de un sitio habitado, con organización social e historia al abrigo de una deidad tutelar, el imponente Illimani, que aún hoy parece resguardar a quienes han tenido la gracia de nacer a sus pies. Tuvo varios nombres, Chuquiabo, Chuquiago Marka, Pueblo Nuevo, Nuestra Señora de La Paz, hasta llegar al actual que se traduce en todo un símbolo de la bolivianidad. Los estudios arqueológicos que se han realizado hasta el momento, a decir de la historiadora Mary Money, develan que el suelo de la actual La Paz ha sido poblado desde los 700 a.C. “Los trabajos de Max Portugal hablan de ello”, afirma.

Se hicieron hallazgos arqueológicos tiwanakotas en Chasquipampa, en Killi Killi y cerca del monumento a Germán Busch en el barrio de Miraflores. “Este era un nicho ecológico y los tiwanakotas mandaban a su gente para el cultivo de maíz, la crianza de camélidos y para la explotación de oro”, señala Money.

Este territorio se presentaba como un valle alto con muchos ríos atravesando su paisaje de pastizales. De esta característica nace por ejemplo el nombre aymara del barrio Chijini, que traducido al español significa pasto, y que refiere al lugar donde pastaban los camélidos. “Era una comarca de mucha producción y donde se disponía de aguas cristalinas por sus numerosos ríos”, dice Bedregal.

Una vez que cayó el imperio de Tiwanaku, llegaron los lupacas, los qhanas, los qanches, los quitus, los denominados reinos aymaras, dice Money, “que seguramente estaban dirigidos por un curaca”. Estos pueblos se especializaban en diversas ramas, algunos se dedicaban a la agricultura, a la ganadería, a la explotación del oro y otros que se empleaban en la cerámica. Los habitantes se vestían con un atuendo cefálico que distinguía a cada grupo humano.

“Esto era muy poblado, solo los lupacas eran 100.000 habitantes, era un lugar muy importante por las riquezas naturales que había y por la gran mano de obra indígena”, añade Money.

“En Churubamba (zona San Sebastián en la actualidad) hasta la llegada de los españoles, se sabe que estaba asentado algún representante del Inca. Pero además de ellos había otra serie de pueblos indígenas, no existía una ciudad continua si se quiere, pero sí pueblos interconectados. A lo largo del valle se ubicaban comunidades postiwanakotas y reinos aymaras”, explica Money. Churubamba es el barrio más antiguo y más importante desde el punto de vista histórico, por cuanto fue una prourbe con trazado incásico. Esto se nota en la distribución de las calles que no siguen un orden cuadriculado, como en alrededores de la plaza Murillo, ciudad fundada por españoles.

“Debía ser una zona arqueológica, ya que las calles trazadas fueron los canales del río donde se explotaba el oro”, explica el arqueólogo Carlos Ostermann.

“La explotación de oro a través de la canalización del agua de los ríos fue una actividad importante en el antiguo valle del Illimani. Además de Churubamba, una de las canalizaciones fue descubierta en la zona Chuquiaguillo, mientras que otra fue hallada cerca del hospital Obrero en Miraflores”, agrega.

Los pueblos que habitaban este valle practicaban la reciprocidad y el trueque de mercaderías. La yapa surge como un ritual de agradecimiento en el intercambio que hoy se traduce en el popular “dónde está tu cariño”. “Eso de bajar los precios por ejemplo es muy nuestro, uno ya va preparado a ello y es un hábito de comportamiento heredado por todas las culturas que habitaron esta región”, señala Ostermann, “esas cosas no han quedado en el pasado, están vivas y entre nosotros”.

Según Bedregal, la presencia del Inca en el valle fue para cumplir funciones administrativas. “Las construcciones estaban ubicadas al oeste del río en lo que se llamó Churubamba, donde existía un tambo muy importante, probablemente el del Cacique Quirquinchu”, dice.

La base de la sociedad era la familia, una persona era adulta en cuanto tenía un hijo y la mujer desempeñaba un papel muy importante en el cuidado de los animales y la chacra. La estructura de las viviendas, indica Ostermann, constaba principalmente de un patio al centro y habitaciones alrededor, “característica que aún sobrevive en algunas zonas, principalmente las laderas”. La denominada arquitectura chola también guarda aquel principio. “En el último piso del edificio hay una casa y con patio”, aclara el arqueólogo.  En ese sentido, se debe hablar de una La Paz prehispánica, la otra fundada por la invasión española y una tercera que es netamente paceña. “En muchas de las comunidades actuales se da una pauta de lo que era la forma de vida de quienes habitaron este territorio y cómo esa amalgama ha ido generando una que es muy propia”, señala Ostermann.

En tiempos de los tiwanakotas, antes y durante los reinos aymaras y en el auge del Incario, la urbe indígena fue el sitio de paso obligatorio de productos y tropas entre el centro y la periferia del sur. Aquí pernoctaron los soberanos quechuas y aymaras, y luego las autoridades coloniales. Con el paso del tiempo se acentuó su condición como un centro destacado de tránsito y comercio. La hoyada siempre fue considerada como punto estratégico.

La herencia de aquella amalgama de culturas hizo lo suyo y de ahí el orden comunitario y colectivo en el que sectores de la sociedad paceña se manejan en la actualidad. El hombre aymara es noble y por ello trata a los suyos como hermanos, “entre aymaras es común decirse jila (hermano) y jilakata (hermano mayor) como una muestra de respeto. Todas las mamás son la mamá y el conocido es el tío, algo que aún se mantiene en el campo, por ejemplo. Y en las ciudades todos nos tratamos como hermano, y con más cariño, hermanito”. Bedregal por su lado, basado en las crónicas del siglo XVI que se encuentran en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y sirvieron para la presentación de su tesis, afirma que a partir de 1533 se evidencia la presencia de españoles en la actual urbe paceña. “Llegaron a una población cuya vida era sedentaria, ya que se dedicaban a explotar el oro de los principales ríos”.

El célebre conquistador Francisco Pizarro llegó al territorio atraído por las leyendas de su riqueza aurífera, escuchadas por boca del Inca Atahuallpa, a quien tuvo de rehén en 1532. Él sabía muy bien de un poblado edificado a orillas del río Chuqui-apu (Señorío del Oro), habitado por un grupo étnico aymara establecido a comienzos del siglo XI por mandato del Inca Maita Cápac, según el historiador Marcelo Arduz. Hacia 1542, se desató una guerra civil entre los encomenderos asentados en la región, que terminaron sublevándose a la autoridad del Rey Carlos V por haber ordenado normas a favor de los indígenas.

Entonces arribó desde el Perú Pedro De la Gasca para restablecer el orden, que tuvo que enfrentar a las fuerzas del rebelde Gonzalo Pizarro, a quien finalmente venció en 1547. El Rey le dio la instrucción a de la Gasca, que para celebrar la victoria frente a los rebeldes fundara un “pueblo nuevo de paz”, tarea que sería finalmente ejecutada por Alonso de Mendoza. Y ahí empieza a escribirse otra historia.