IMAGEN NATURAL
Fotógrafos de Naturaleza tuvo su tercer encuen-tro nacional en el altiplano para inmortalizar su majestuosidad.
La noche previa a la partida fue un desvelo de imágenes en la ausencia de luz. Nada podía quedar a la deriva. Mochila, utensilios, ropa abrigada, lentes, protector, sombrero, carpa, sleeping, y el artefacto más preciado por este gran grupo de amantes de la fotografía: una cámara. No importaba el tipo ni la marca, simplemente una cámara para retratar esos magnos instantes entre los imponentes paisajes del altiplano que aguardaban por nosotros.
Los antecedentes anunciaban una aventura inolvidable. El proyecto empezó con un puñado de profesionales del lente que, animados a reproducir la maravilla de la creación y bajo el nombre de Fotógrafos de Naturaleza, organizaron un evento en Santiago de Chiquitos en 2012 y repitieron la experiencia el pasado año en Trinidad, Beni. Aquellos encuentros habían sido organizados por los colegas cruceños y en esta oportunidad les tocaba a los paceños. Y así se organizó esta celebración de la fotografía.
A las 04.00 del jueves 16 de octubre, bajo las luces de la ciudad que nunca duerme, los cerca de 40 miembros de la comitiva entre fotógrafos, choferes, paramédico, bióloga y periodista, fueron arribando al lugar de la cita en pleno centro paceño, el hotel Pan American de la calle México. Hacía frío pero la calidez de los organizadores hacia las visitas avivó aún más la reunión entre retratistas.
Los buses arrancaron hacia la zona norte paceña, veloces para capturar los primeros rayos del amanecer, adentrándose en la periferia hacia un camino de tierra y de allí a los pies del impresionante Huayna Potosí (“cerro joven”, traducido del aymara) a 25 kilómetros de la hoyada paceña. Cero grados y una vista sin igual. En ese entorno de silencio interrumpido tan solo por el soplido del viento, se dan las primeras instrucciones para los principiantes. “Es mejor que trabajes con manual y practiques con el obturador”, insinúa Rodrigo Beja, uno de los expertos en la materia. Al aprendiz no le queda más que asentir y disparar y seguir disparando. Tras la experiencia y la revisión de imágenes, el tiritar no le impide la sonrisa de la satisfacción. Y sigue disparando.
Como buenos fraternos, los líderes del grupo, entre ellos Sergio Trujillo, les dan la bienvenida a aquellos que, en algunos casos, admiran por primera vez la majestuosidad de la cordillera Real. “Miechi que es lindo oye”, se le escucha decir a un visitante cruceño entre el montón. “Amigos, hermanos, queremos que se sientan como en su casa, hoy empezamos nuestra aventura y queremos que sepan que estamos para servirles y ayudar a aquellos que no tengan mucha experiencia con la fotografía”, dice Trujillo al centro del grupo que confraterniza al tiempo de desayunar. La camaradería es el gran angular. Un grupo muy unido.
Luego, de vuelta a los vehículos para un breve recorrido con parada obligatoria: El camposanto de la mina Milluni, que se encuentra prácticamente al pie del nevado Huayna Potosí. Este pequeño cementerio guarda bajo tierra el recuerdo de aquellos mineros que cayeron en la masacre del 24 de mayo de 1965, durante el gobierno de René Barrientos Ortuño. Sus tumbas se caracterizan por tener semejanza a pequeñas casas lo que crea la ilusión, a lo lejos, de tratarse de un pueblo. Allí, los fotógrafos retratan el aciago lugar además de denunciar, en sus tomas, la contaminación que produce la mina que aún funciona con un puñado de trabajadores en las lagunas que la circundan. Defienden la naturaleza, no pueden evitarlo.
La caminata continúa y el frescor de la naturaleza sube desde los pies. El trayecto desde una de las lagunas hacia el campamento de Botijlaca es placentero y amenaza con ser también agotador. Agua, montañas, camélidos, todos son modelos para los lentes que no cesan de obturar. “La práctica hace al maestro”, es la muletilla recurrente. Después del ascenso, la llegada a ese campamento a 3.610 metros de altura. El frío y el viento helado entumecen las orejas y lo que parece ser un punto de descanso, lo es por breve. “Esto no ha terminado, todavía hay que subir al glacial”, expresa Andy Baker, estadounidense enamorado de Bolivia.
Entonces aumentan las dosis de bloqueadores solares para iniciar la travesía. Los 3.800 metros hacia una de las laderas del Huayna Potosí nos esperan. Y entre las formaciones rocosas, se respira libertad. Nos acercamos a la cara oeste del nevado y allí empezamos a pisar hielo y nieve; los más divertidos como Andy no aguantan la tentación de lanzar bolas, otros que se rinden ante tanta perfección aunque también hay algunos que lanzan la advertencia. “Esto no era así, me da pena, el Huayna se está derritiendo”, se escucha.
Desde esa altura, la vista es formidable, y en esa pequeña altiplanicie similar a un paisaje de otro planeta, las estalactitas de hielo crecen hacia abajo como figuras coquetas. La paz invita a la meditación. Nunca nos sentimos tan pequeños. A lo lejos, entre las montañas y las espesas nubes, aparece la imagen de la imponente Laguna Verde que es en realidad una gran represa donde la delegación descansará, merecidamente, de su ascenso y descenso de las alturas.
Después, el camino hacia el valle de Zongo, cubriendo una ruta desde paisajes cordilleranos hasta parajes de exuberante vegetación y clima cálido, donde un alojamiento con fogata y guitarreada incluida da final a la cansadora jornada de los Fotógrafos de Naturaleza.
El viaje continúa
La madrugada en el valle de Zongo es lluviosa. Tanto así que varios de los fotógrafos dudan en continuar la travesía aunque también hay de los otros. “No me importa, yo sigo igual, con lluvia o sin lluvia, lo importante es sacar fotos”, manifestaba Javier Rodríguez, uno de los más entusiastas de look “Indiana Jones”.
Pero el cielo se abrió y después de levantar las carpas, un buen aseo y una charla de la bióloga Karen Udaeta, sobre la flora y fauna del lugar, el grupo se encamina hacia su próximo destino a orillas del lago Titicaca con varias paradas en el trayecto, para no perderse ese milagro de Dios en el altiplano boliviano. Ingresando por el pueblo de Batallas y aprovisionados en el camino, llegamos hasta Quewaya, comunidad donde se encuentra asentada la heredad de los urus o los también llamados “hombres de agua”.
Allí, la experiencia fotográfica continuó hasta llegada la noche. Un grupo se decidió por sacar fotos nocturnas trepando una montaña que los acercó aún más a su deseada vía láctea, mientras otros empezaron con el armado de carpas y una fogata donde narrar las experiencias hasta ese momento vividas.
“Es muy importante este intercambio, en Bolivia tenemos paisajes increíbles que nos invitan a explotar este arte. Lo más enriquecedor es que estamos compartiendo entre amantes de la fotografía y la naturaleza y uno nunca termina de aprender”, señala Helmut Kohlberg, de la afamada familia productora de los vinos tarijeños, quien arribó desde su hermoso valle con una selección de licores que fueron muy bien apreciados por el resto de aventureros. “Qué más se puede pedir: naturaleza, fotografía, y un buen vino”, comenta Javier sosteniendo una copa.
La mañana siguiente nos conduce desde Quewaya hacia el nevado Condoriri, otra vez en plena Cordillera Real. Lo más llamativo para quienes advierten esta montaña por primera vez es su formación con tres picos muy parecida a un cóndor con las alas extendidas. Una majestuosidad propia de los Andes.
“Es la primera vez que participo y la verdad me parece una experiencia espectacular. Me enteré por la prensa y lo que más me ha gustado es, sin dudas, el paisaje”, menciona Cornelio Martínez, exmilitar y amante de la fotografía desde los tiempos de las máquinas analógicas. El Condoriri ofrece la posibilidad de ascender a distintos picos, entre ellos el Pequeño Alpamayu, Ilusión y Cabeza de Cóndor, todos con un grado de dificultad media y alta. Pero se nos viene la noche y es oportuno el retorno a la ciudad antes que oscurezca, aconsejan los choferes de la caravana.
El domingo 19 espera por la caminata-despedida. El lugar elegido es el Valle de las Ánimas, ese paisaje geológico de gran magnitud e imponencia que conforma la cima de las serranías del sureste de la hoyada paceña, y donde los Fotógrafos de Naturaleza “dispararon” sus últimos “cartuchos de luz”. Tras ello, el acostumbrado ritual de camaradería entre los artistas anunciando un nuevo encuentro que maneja como idea tentativa los paisajes tarijeños para 2015. En nombre de la fotografía. Amando la naturaleza.