Wednesday 24 Apr 2024 | Actualizado a 21:05 PM

Tesoro celta

En Francia se produjo el hallazgo de un inmenso complejo funerario con restos de humanos de una alta estirpe rodeados de oro y plata.

/ 28 de marzo de 2015 / 04:00

El lugar se encuentra junto a una vulgar rotonda y entre las estructuras prefabricadas de un parque empresarial, donde se debía construir próximamente una nueva zona comercial. Un equipo de arqueólogos franceses, encargados de averiguar si esta tierra de aspecto anodino contenía algo de valor en sus entrañas, acaba de dar con uno de los mayores hallazgos correspondientes a las culturas celtas en el continente. El Instituto Nacional de Exploración Arqueológica (Inrap, en sus siglas en francés) ha descubierto un inmenso complejo funerario en la localidad de Lavau, situada en la periferia norte de Troyes, a 180 kilómetros al sureste de París. La necrópolis albergaría la tumba de un rico príncipe celta del siglo V antes de Cristo, descubierta tras una larga inspección preventiva iniciada en otoño, previa al comienzo de las obras en el terreno. Se trataría de una de las más monumentales sepulturas celtas encontradas en todo el continente, junto a la de Vix, descubierta a principios de los cincuenta cerca de Dijon, y la de Hochdorf, hallada cerca de Stuttgart en 1978.

El estado de la exploración, que debería terminar a finales de este mes, permite discernir la silueta del esqueleto del príncipe, que reposaba en su interior junto a su carruaje, lo que ha permitido estipular su elevada casta social. Los arqueólogos también han determinado su sexo tras encontrar un cuchillo de grandes dimensiones junto a sus restos. En una tumba cercana, los exploradores han localizado el esqueleto de una mujer, que habría sido construida años antes que la del príncipe, según los arqueólogos. “Es posible que existan lazos de parentesco entre ambos personajes”, ha apuntado el responsable de la exploración, Bastien Dubuis.

El Inrap describe una superficie subterránea de casi 7.000 metros cuadrados, rodeada de una sofisticada fosa y situada bajo un montículo de unos 40 metros de diámetro (el llamado tumulus, que protegía la sepultura de la superficie). En la necrópolis, los conservadores también han hallado una gran caldera de bronce, perfectamente conservada y decorada con la cabeza cornuda del dios Aqueloo, el más antiguo y poderoso de los espíritus de agua en la cultura griega, que habría sido fabricado por artesanos griegos o etruscos, según los responsables de la excavación.

La construcción del complejo funerario, ampliado en distintas etapas, habría empezado hacia el final de la edad del bronce y habría sido utilizado hasta los tiempos de la Galia romana.

Dionisio

Entre los objetos descubiertos también se encuentra un cántaro de cerámica negra, decorado con imágenes del dios Dionisio tumbado junto a una viña, que se utilizaba para servir el vino durante los banquetes. Se trataría de un objeto de fabricación griega, sin igual entre los utensilios de la época que se conservan hoy. “Ni siquiera en las tumbas griegas de hombres ricos se encuentran objetos como este”, ha dicho el presidente del Inrap, Dominique Garcia. Sorprende que la vasija se encuentre recubierta de láminas de oro, altamente inhabituales en la Grecia clásica. “Es posible que estuviera customizada para gustar a los bárbaros”, añade Garcia, para quien estos descubrimientos dan fe de los intercambios culturales y comerciales entre los pueblos celtas y los del Mediterráneo. Otros objetos relacionados con el ritual griego del banquete han aparecido en este conjunto arqueológico. Por ejemplo, una cuchara de oro y plata que permitía filtrar el vino, que entonces se consumía mezclado con agua.

Más allá de admirar su belleza inoxidable ante el paso del tiempo, el descubrimiento de esta necrópolis tendría que permitir ahondar en el estudio de la primera edad de hierro, que corresponde a la cultura celta del periodo Hallstatt, que subsistió entre los años 800 y 450 antes de Cristo. La era estuvo marcada por el desarrollo de las ciudades-Estado etruscas y griegas situadas al oeste del Mediterráneo, particularmente Marsella.

Los comerciantes se embarcaban entonces en largos viajes por las vías fluviales, en busca de metales, ámbar y otros bienes preciados, además de esclavos. Del Sena al Danubio, los ríos continentales estaban controlados por los pueblos celtas, que se beneficiaban de lujosos regalos, con los que se ganaban apoyos estratégicos y asentaban su poder y reputación. Es en ese marco histórico en el que hay que ubicar este descubrimiento.

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La cultura, con los refugiados

Numerosos proyectos artísticos lanzan un grito de protesta por la crisis de los migrantes en Europa

/ 28 de marzo de 2016 / 04:00

En la entrada del estudio berlinés del artista Olafur Eliasson, una antigua fábrica de cerveza en el centro de la ciudad, brilla una poderosa luz verde. La desprende su lámpara Green Light, que ha diseñado en señal de solidaridad con los refugiados que atraviesan Europa. “Es una luz metafórica. Mi proyecto aspira a iniciar un proceso de transformación cívica”, sostiene Eliasson. Desde este fin de semana, la lámpara se vende a 300 euros en el TBA21, el centro de arte contemporáneo que la Fundación Thyssen Bornemisza tiene abierto en Viena, que ha invitado a los propios refugiados a adentrarse en el museo.

Los beneficios irán destinados a organismos como la Cruz Roja o Cáritas. “Para mí, la cultura no es un anexo superfluo, sino el centro de la sociedad. Y, como tal, tiene que adoptar un papel activo”, señala el artista.

Éste es solo el último de los numerosos y recientes proyectos que los artistas europeos han puesto en marcha para apoyar la causa. En Alemania, donde el debate sigue siendo omnipresente ante la llegada de un millón de demandantes de asilo, los creadores se han significado especialmente. El artista chino Ai Weiwei, instalado en Berlín, ha sido el más obstinado en su denuncia. Cubrió con chalecos salvavidas las imponentes columnas del Konzert Haus de Berlín y abrió un estudio en Lesbos, la isla griega a la que han llegado miles de personas huyendo de la guerra y el hambre. Allí quiere desarrollar distintos proyectos y erigir un memorial “para suscitar una toma de conciencia”. Además, organizó una marcha en Londres exigiendo “respuestas humanas y no solo políticas”.

Ai Weiwei ha recibido muchos apoyos, pero también fue reprobado cuando en una gala de la Berlinale pidió a los asistentes que se cubrieran con mantas térmicas para tomar una foto colectiva. Entre ellos se encontraban la actriz Charlize Theron o las integrantes del grupo ruso Pussy Riot. “Ésa es la manta en la que algunos se envuelven antes de morir. Se las dan a esos ricos que se las colocan sobre sus esmóquines mientras comen su menú de cinco platos. Es la imagen más obscena de todo el festival”, denunció el director, Dieter Kosslick. Muchas de las películas presentadas en la Berlinale hablaban de esta crisis u ofrecían subtextos relacionados con ella. Pareció lógico que el Oso de Oro lo ganara el documental italiano Fuocoammare, rodado en la isla de Lampedusa, otra puerta de entrada de millares de refugiados a Europa.

Iniciativas similares se multiplican por todo el continente. En el Reino Unido, Bansky cedió el material que le sirvió para construir el parque de atracciones Dismaland para que se levantasen cabañas y refugios en la llamada jungla de Calais, la ciudad francesa donde se agolpan miles de refugiados que intentan llegar a Reino Unido. Después dedicó una de sus obras a Cosette, la niña explotada a la que Jean Valjean salvaba en Los miserables. Esta vez aparecía envuelta en gases lacrimógenos, en referencia a la intervención de la Policía francesa en ese campo de refugiados a principios de año. A finales de febrero, también pasó por allí el actor Jude Law. “Quería verlo con mis propios ojos”, aseguró el intérprete, integrante de una plataforma que apadrina a menores que viven solos en el campo, junto a personalidades como el actor Benedict Cumberbatch o el músico Brian Eno.

En Francia, 800 artistas y escritores encabezados por los cineastas Laurent Cantet, Pascale Ferran y Céline Sciamma lanzaron hace cuatro meses una petición que instaba a las autoridades a encontrar una solución para los refugiados. El lunes publicaron una segunda tribuna en el diario Libération dirigida al Gobierno francés, que ha empezado a desmantelar el campo de Calais. “No queda otro remedio que constatar que nuestra llamada fracasó. Intentábamos hacernos escuchar y ustedes han permanecido sordos. Peor aún: han utilizado la fuerza. El fracaso es total”, decía el texto.

La artista Annette Messager, gran figura del arte francés, acaba de inaugurar una exposición en el Museo de Bellas Artes de Calais. En ella resuena lo que acontece en el exterior. “Todo artista se hace la misma pregunta: ¿cómo hacer arte en Calais? ¿Qué decir, qué hacer, qué enseñar frente a ese naufragio?”, se pregunta Messager. “Ésta es mi respuesta: hacer entrar el abatimiento del mundo en el museo. Exponer en Nueva York es fácil. En Calais, no. Y es precisamente aquí donde la cultura es más necesaria”.

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Frank Gehry, el arquitecto

El arquitecto nacido en Canadá recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes

/ 26 de octubre de 2014 / 04:00

En la primera planta del Centro Pompidou, todo el mundo desea sus cinco minutos con Frank Gehry (Toronto, 1929). Le ríen las gracias, le persiguen por todos los rincones, se toman selfies junto a él y le agarran del brazo para apartarlo de la multitud. El arquitecto se deja llevar, exhibiendo una sonrisa inoxidable y esquivando las decenas de maquetas que forman parte de la retrospectiva que le dedica el museo.

A los 85 años, el arquitecto se ha convertido en protagonista de la temporada cultural en París. Además de la muestra en el Pompidou, acaba de inaugurar la nueva Fundación Louis Vuitton, deslumbrante templo de cristal que acogerá el último arte contemporáneo en la zona oeste de la ciudad. Su viaje a Europa tiene “una agenda cargada”, como reconoce. Gehry también recibió el viernes el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. “Fue una sorpresa. La verdad es que no sabía mucho sobre el premio, pero me sentí honrado”, confiesa. “Cuando supe quién formaba parte del jurado, todavía me gustó más”.

El jurado   le concedió el galardón por “la relevancia y la repercusión de sus creaciones, con las que ha definido la arquitectura en el último medio siglo”. Gehry superó a otros finalistas como el videoartista Bill Viola, el arquitecto Toyo Ito, la cineasta Agnès Varda y el compositor Arvo Pärt. Según el acta del jurado, mereció el premio por su “juego virtuoso con formas complejas”, al servicio de una arquitectura “de carácter abierto, lúdico y orgánico”.

Entre otras muestras de su modernidad mutante, la exposición apunta al Guggenheim bilbaíno como su gran obra maestra. “No me haga eso. Sería como elegir a tu hijo favorito”, protesta. “Lo que puedo decir es que en Bilbao siempre me han tratado como si fuera de la familia. Supongo que es uno de esos casos en los que el éxito artístico va de la mano del triunfo económico. Sucede muy pocas veces”, lamenta. ¿Cuántas le ha sucedido a él? Gehry cuenta con los dedos de las manos. “Puede que solo dos. La otra sería el Disney Concert Hall”, afirma sobre la sede de la Filarmónica de Los Ángeles. “Pero debo decir que durante los primeros dos años no me gustó. Cada vez que iba a ver un concierto lo pasaba mal, porque me entraban ganas de cambiarlo todo”. Se le tratará de genio y de semidiós, pero Gehry reconoce padecer de múltiples inseguridades. “Me parece saludable tenerlas, e incluso necesario. No es bueno para ningún arquitecto creerse un genio”.

Al abandonar la muestra, una larga entrevista con Gehry despide al visitante. En ella, se escucha una frase al vuelo: “Nunca me he sentido legítimo”. El arquitecto recuerda sus orígenes modestos, su familia judío-polaca, los niños que le ridiculizaban en la escuela y por los que terminó cambiando su nombre real, Frank Ephraim Owen Goldberg, por otro más asimilado. “Lo hice por mis hijos”, reconoció una vez. Eso es lo que late en el vientre del arquitecto.

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/ 26 de octubre de 2014 / 04:00

En la primera planta del Centro Pompidou, todo el mundo desea sus cinco minutos con Frank Gehry (Toronto, 1929). Le ríen las gracias, le persiguen por todos los rincones, se toman selfies junto a él y le agarran del brazo para apartarlo de la multitud. El arquitecto se deja llevar, exhibiendo una sonrisa inoxidable y esquivando las decenas de maquetas que forman parte de la retrospectiva que le dedica el museo.

A los 85 años, el arquitecto se ha convertido en protagonista de la temporada cultural en París. Además de la muestra en el Pompidou, acaba de inaugurar la nueva Fundación Louis Vuitton, deslumbrante templo de cristal que acogerá el último arte contemporáneo en la zona oeste de la ciudad. Su viaje a Europa tiene “una agenda cargada”, como reconoce. Gehry también recibió el viernes el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. “Fue una sorpresa. La verdad es que no sabía mucho sobre el premio, pero me sentí honrado”, confiesa. “Cuando supe quién formaba parte del jurado, todavía me gustó más”.

El jurado   le concedió el galardón por “la relevancia y la repercusión de sus creaciones, con las que ha definido la arquitectura en el último medio siglo”. Gehry superó a otros finalistas como el videoartista Bill Viola, el arquitecto Toyo Ito, la cineasta Agnès Varda y el compositor Arvo Pärt. Según el acta del jurado, mereció el premio por su “juego virtuoso con formas complejas”, al servicio de una arquitectura “de carácter abierto, lúdico y orgánico”.

Entre otras muestras de su modernidad mutante, la exposición apunta al Guggenheim bilbaíno como su gran obra maestra. “No me haga eso. Sería como elegir a tu hijo favorito”, protesta. “Lo que puedo decir es que en Bilbao siempre me han tratado como si fuera de la familia. Supongo que es uno de esos casos en los que el éxito artístico va de la mano del triunfo económico. Sucede muy pocas veces”, lamenta. ¿Cuántas le ha sucedido a él? Gehry cuenta con los dedos de las manos. “Puede que solo dos. La otra sería el Disney Concert Hall”, afirma sobre la sede de la Filarmónica de Los Ángeles. “Pero debo decir que durante los primeros dos años no me gustó. Cada vez que iba a ver un concierto lo pasaba mal, porque me entraban ganas de cambiarlo todo”. Se le tratará de genio y de semidiós, pero Gehry reconoce padecer de múltiples inseguridades. “Me parece saludable tenerlas, e incluso necesario. No es bueno para ningún arquitecto creerse un genio”.

Al abandonar la muestra, una larga entrevista con Gehry despide al visitante. En ella, se escucha una frase al vuelo: “Nunca me he sentido legítimo”. El arquitecto recuerda sus orígenes modestos, su familia judío-polaca, los niños que le ridiculizaban en la escuela y por los que terminó cambiando su nombre real, Frank Ephraim Owen Goldberg, por otro más asimilado. “Lo hice por mis hijos”, reconoció una vez. Eso es lo que late en el vientre del arquitecto.

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