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Que tal metal

Este disco lo grabé en una coyuntura muy desfavorable. La ADN banzerista me había sacado del trabajo en la Casa de la Cultura, era julio de 1996, mi ex me relocalizó cansada de tanta bohemia crónica producto del éxito de Bien le cascaremos, fue entonces que llegó la llamada del productor del sello discográfico proponiéndome grabar un nuevo disco. Tenía algunas canciones listas. Y un presupuesto de 1.000 dólares que me salvaría un par de meses, solo que incluía el contratar músicos. El estudio era más bonito que los anteriores, quedaba en una plaza, en Obrajes, en una casa colonial cordial con flores coquetas, la fábrica de discos y la imprenta del sello trabajaban silenciosamente en el patio del fondo.

La canción Alasita la había compuesto un año antes, caminando por la feria, describía una imagen intensa de mi ciudad, para ahorrar grabé las zampoñas desde mi famoso teclado Korg poniendo inclusive el bajo: recuerdo a mi sobrina Anita, ilustre integrante de la Coral Infantil, gra- bando el corito. La canción Que tal, metal nace convocando al coba paceño, la música venía con un rokcito cuyo arreglo resultó bien feo, pero la canción quedó, se convirtió en hit preferido de niñas y niños y bautizó mi futuro programa de Tele. Ch’enko Total fue estrenada en los bares paceños, en coro general, sobre todo en el bar El Inca, donde rematábamos al amanecer luego de las sutilezas del boliche Ave Sol. El texto es buenísimo, el mestizaje en pleno se multiplica cerrando círculos y convoca en la música al patern de la saya afroboliviana. En cuanto a Metafísica popular, el disco estrena su primera versión de hip hop- morenada, son las primeras 24 frases de la saga que hoy llega a más de un centenar: “Si tu equipo es puntero de la cola, mañana hay paro movilizado/ porque comes primero el segundo/ tu guagua chiquita bien grande está: uy cara, uy cara, metafísica popular”.

El escándalo en el estudio lo armamos con una banda de ch’usus que me conseguí por la Garita para grabar Reyes del Caporal, un caporal que no tuvo el éxito esperado pese a ser bailado el ‘97 por los caporales de la Ferrari a la cabeza de mi amigo Pimienta. Le cascamos unas 30 cajas de cerveza Huari, el técnico de grabación Marito Acebo estaba feliz aunque preocupado por los tiempos (3 semanas para grabar, mezclar y masterizar). Bailecito Médico me ayudó en shows difíciles, sobre todo en Santa Cruz, donde obtenía siempre una sonrisa: “Lo mejor para el resfrío: Fricción de la abuela/ con dulce eucalipto/ vapor de tus ojos/ con desenfriolito”. La cueca Eugenia fue sacada del olvido, compuesta en el destierro mexicano de los 80’s para una chilanga pequeña de tamaño, de grandes tetas, una güera atómica que me hizo sufrir: “Yo no sabía Eugenia, el precio fácil de tu misterio/ un auto mal pagado, un sueldo frío de ministerio”. Y concluye: “Eugenia, escoge mi vida de tu montón, escoge mi vida de tu montón”. Hasta ahora, algunos paceños de la noche andan cantándola por ahí. Canción bélica, era una parodia de cumbia que tampoco tuvo la llegada esperada, contraté a un cumbiero peruano que hiciera el arreglo al estilo Laura León, pero se quedó ahí nomás, en el halo del olvido.

Las sesiones de grabación transcurrían entre ch’aqui y ch’aqui, sin laburo, suelto como tigre recién libe- rado. El disco fue presentado y ch’allado en la Casa de la Cultura paceña —no me dieron el Teatro Municipal los entonces Maclinistas— con un ritual realizado por un cuatacho del bar El Inca que casi incendia el Teatro Modesta. Hay que nombrar la canción Signos, un aire de zamba que empezaba con un poema interesante: “Hay asuntos planetarios que nos separan/ entrometen sus apuestas en medio de nuestro beso/ y los anillos de Saturno nos hacen pisar todos los charcos a su turno/ taciturno me despabilo al saber que el abrigo que me regalaste con tanto esfuerzo/ tiene tres tallas más grandes, ay! este signo opuesto/ tú me amas, yo te amo/ pero cuando te lo digo estornudas y cuando me lo dices/ que locura/ yo pienso en el gol de Baldivieso”. El único que me pidió la zambita alguna vez fue mi amigo Gringo Gonzales en sus programas de tele.

El disco trajo conciertos lindos por Bolivia, sobre todo en el estruendoso 1997, volteábamos taquilla en teatros y bares, y eso que solo tocaba en trío y a veces en dúo con mi cuate el Boris Vásquez. Ahhh!, me olvidaba de una cancioncita, La niña de sus ojos, compuesta para la telenovela nashonal del mismo nombre, con arreglo de Nico Suárez, otra que también pasó al olvido. Así son algunos discos, quedan 3 o 4 canciones, las otras, solo son recordadas en sesiones íntimas y pedidos especiales. Que tal, metal no tiene nada de rigor artístico, solo transpira noches intensas, amores efímeros, soledad aguda, y sobre todo la noche paceña, épica, acelerada de la época…

(*) El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta