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Del socavón a la pantalla argenta

El festival de cine independiente argentino celebró su versión 17 con la proyección de cortometrajes de jóvenes realizadores bolivianos.

/ 31 de mayo de 2015 / 04:00

La cita es en una de las confiterías del Village Recoleta, en el corazón de este barrio porteño, que por algunos días respira cine: es una de las sedes del 17° Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici), uno de los más importantes en su tipo en Latinoamérica. Pablo Paniagua llega puntual al encuentro. Esta ciudad le resulta familiar, le conoce los tiempos, las costumbres y las mañas, porque aquí estudió Fotografía y Posproducción en la Universidad del Cine (FUC).

“Yo tenía escrito el guión, pero en ningún momento pensé en que el protagonista iba a ser un inmigrante ruso, lo había pensado para un latino. Pero la historia de Víctor Gourianov me impactó desde el inicio y decidí que sea él. Lo conocí acá, en mi época de estudiante. Mi primer contacto fue en una calle de San Telmo, de casualidad. Me interesó su rostro, su fisonomía. Me contó que era escultor, que había emigrado de la Unión Soviética a fines de los 80 al caer el muro de Berlín, cuando se quedó sin trabajo y viajó a Buenos Aires en busca de un futuro mejor. Nos hicimos amigos. Cuando lo conocí Víctor estaba solo, padecía una gran soledad”, recuerda Pablo, que regresó a la capital argentina para participar de la presentación en el Bafici de Despedida, su segundo corto, con el que ganó una mención del jurado.

Un trabajo que, de algún modo, es la continuidad de su primer corto, Uno, que también tiene a Víctor en el centro de la escena.

El primero dura siete minutos y Despedida, uno menos. “Es lo complejo de todo corto, en poquísimo tiempo tenés que transmitir una situación, una historia.Casi diría que son fotografías filmadas y una voz en off. Eso es todo y lo más difícil”, sostiene Pablo, de 29, quien hace diez años, cuando era momento de definir destinos, tenía un deseo: ser antropólogo.

Sin embargo, el hado le jugó una buena pasada: llegó tarde a la inscripción de la carrera y, de repente, se encontró con el 2005 por delante, libre y sin saber bien qué hacer. Pero como siempre le gustó la fotografía, pensó en el cine, casi como una forma de no aburrirse, de hacer algo, y se anotó en la Escuela de Cine y Artes Audiovisuales (ECA) de La Paz. Y de ahí a pensar en otras alternativas fuera de Bolivia. La elección fue Buenos Aires y la FUC, donde estudió tres años y medio, aunque la estadía se prolongó unos años más. Un tiempo muy productivo desde lo creativo y también lo gestivo: allí conoció a muchos estudiantes latinoamericanos y se sumó a un colectivo de cine empujado por jóvenes chilenos, brasileños, paraguayos y de otros países.

Durante esos años, Pablo regresó a Bolivia para trabajar en Hospital Obrero, de Germán Monje, y colaboró como asistente de cámara con Jorge Sanjinés en Insurgentes. En 2011 marcó su regreso a La Paz, donde organizó con otros cuatro jóvenes realizadores el colectivo Socavón Cine, que ganó varios premios internacionales. “Estamos tratando de encaminar nuestros proyectos. En Bolivia es complicado producir porque no hay planes de fomento oficiales ni tampoco privados. Casi todo es autogestionado”, cuenta el joven cineasta, que vive en la zona Sur, en el barrio Los Pinos.

No obstante, fue el desarrollo del cine digital en Bolivia el que le abrió a él, y a muchos otros cineastas, una puerta para hacer lo que más les gusta: filmar.

Pablo habla de lo digital como la democratización del cine. “Permitió que surgieran directores como Juan Carlos Valdivia, que participó de festivales muy importantes e hizo al cine boliviano mucho más visible en el mundo, y Miguel Hilari, director de El corral y el viento, que también integra Socavón y tuvo fuerte presencia en encuentros internacionales”.

Claro que para Pablo, moverse por las salas del Bafici, que concluyó el 25 de abril y finalmente coronó como mejor película de la competencia internacional a Court, del cineasta indio Chaitanya Tamhane que viene de cosechar premios en la última edición del Festival de Venecia, no es algo ajeno. Es más, asegura que se formó viendo películas en este festival y que siente un enorme orgullo de formar parte de su catálogo. Y no es para menos. Las cifras del Bafici hablan por sí solas: 380.000 espectadores en dos semanas, 412 películas de 37 países, 1.090 funciones comerciales (con el 85% de las entradas vendidas) y visitas internacionales como la de Isabelle Huppert.

Estos encuentros les permiten a los jóvenes realizadores, como Pablo, mostrar lo suyo. Pero este paceño de nacimiento también fue espectador y disfrutó de principio a fin con Victoria, producción alemana de dos horas y media; La mujer de los perros, argentina, y La obra del siglo, de Cuba, entre otras. Y se capacitó: fue el único boliviano que participó en la décima edición del Talents Buenos Aires, organizado por la FUC, en el marco del Bafici, que propuso cinco días intensos a puro workshops, masterclasses y proyecciones. Una cita que convocó a 72 jóvenes de América del Sur entre directores, guionistas, fotógrafos, montajistas, productores y otras profesiones, seleccionados entre más de 1.700 postulantes.

Nueva vida

A poco de terminar la entrevista con Pablo, la sonrisa de Kiro Russo lo dice todo. Acaba de concluir la proyección de Nueva vida, su tercer corto. Ahora es el momento de una pausa, de sentarse en el hall central, ahí nomás donde la gente va y viene de las boleterías, y hablar de su pasión. “Siempre se tienen dudas sobre cómo se verá en la pantalla grande, pero mi sensación fue buenísima, veremos qué dice la gente”, afirma Kiro apenas se acomoda en la silla.

Y que Pablo esté sentado a su lado no es casual. Son amigos, Pablo estuvo a cargo de la fotografía de todos sus cortos y comparten su tiempo e ilusiones en Socavón Cine. Ambos sonríen cuando Kiro, especializado en dirección en la FUC, habla de su primera vez con una cámara, a los 17 años, en épocas de rockero metalero e ilusiones de hacer un documental. “Me daba mucho miedo preguntarle a la gente, hacer entrevistas, pero poco a poco se fue haciendo algo habitual. Iba casa por casa, tocando la puerta de los vecinos, preguntando si podía filmarlos. En ese tiempo compré una mini DVD y me fijé una tarea: filmar todos los días. ¿Qué salió de todo eso?. Algo terrible, que por suerte no sé donde está”, dice con una sonrisa.

El tiempo pasó y hoy lo de Kiro, también paceño y de 30 años, no pasa inadvertido. Su corto Juku, que se interna en las profundidades de la mina Posokoni, en Oruro, se estrenó en Sundance, ganó varios premios internacionales y llegó a San Pablo, Toulose, Berlín, Lisboa y Barcelona, entre otras ciudades. La diversidad, ir a los extremos, es lo que más le gusta a Kiro. Algo que el cortometraje le permite transitar con total libertad. “Mis trabajos son bien radicales. El cortometraje es el mejor lugar para jugar y hacer realmente nuevas búsquedas, pero no hablaría de cine experimental, que remite a otras cuestiones. No filmo para divertir, sino para explorar. Mis cortos juegan con el montaje, la velocidad, el tiempo, el ritmo, la oscuridad, la luz”, cuenta Kiro, que en Nueva vida propone planos muy largos de un edificio, en una historia que en realidad hay que encontrarla, que se cuenta a escondidas y con mucho de vouyerismo. “El corto es como un cuento y el largometraje, una novela, cada cual con su lenguaje muy propio. Sí, claro, mi gran desafío es filmar un largometraje. Desde hace cuatro años vengo trabajando en Viejo carabela, que también transcurre en una mina. El desafío es no estereotipar la figura del minero y todo el folklorismo que lo rodea, más allá de la dureza de su trabajo. Fui muchísimas veces a la mina, tengo amigos que trabajan allí. Estamos con muchas ganas, pero no es fácil”, explica.

Es que más allá de las buenas ideas y proyectos, el gran contratiempo es la financiación. “Aquí hablamos con muchos amigos sobre la forma de conseguir fondos y coincidimos en que los presupuestos que hoy maneja el cine son absurdos. Todos apuntan a megaproyectos, al cine megaindustrial, en el que 100.000 dólares son centavos, pero para nosotros representa una fortuna. Eso está muy bien para Hollywood, pero nuestra responsabilidad es abrir nuevos lenguajes, otras formas de hacer cine acorde con nuestras posibilidades. Un cine más modesto, si se quiere, pero no por eso de menor calidad”, sostiene el director.

Así, en campaña para conseguir fondos y con algún dinero guardado producto de los premios internacionales, el sueño del largo tiene fecha de inicio: comenzaría a filmarse a fines de 2015 con el apoyo de Socavón Cine, en esa apuesta colectiva de hacer la mayor cantidad de películas a bajo costo y con sello propio. “Con Pablo nos conocíamos de vista en La Paz, en la universidad nos hicimos amigos. Buenos Aires se ha convertido en punto de encuentro para una gran cantidad de cineastas jóvenes de Latinoamérica, que está estudiando y haciendo cine. Pero también la FUC hace mucho, dice Kiro, “facilita a sus ex alumnos todos sus equipos técnicos. Y eso es mucho. Yo, por ejemplo, estoy mejorando el sonido de los cortos”.

Claro que el primer descubrimiento se dio en el Colegio Internacional del Sur. “Era un colegio de medio pelo (sonríe), pero teníamos clases de comunicación social en las que te enseñaban a manejar cámaras y esas cosas. Ahí aprendí, a los 16 años, que el cine conllevaba a todas las artes, que era perfecto, y que debía ser parte de mi vida”.

Dayana, la reina

Primavera, un corto de 16 minutos que muestra a Dayana, una niña del pueblo de Caracota que es elegida reina de la Primavera, fue otra de las llamadas a representar a Bolivia en el festival. Joaquín Tapia es el guionista y director de este trabajo, su primer corto, en el que también colaboraron Gilmar Gonzales (sonido), Simón Avilés (dirección de fotografía) y Miguel Hilari (montaje), que no tiene afán etnográfico y transcurre en un campamento minero a cuatro horas de Potosí. “Tenía un tío que trabajaba allí y cuando se enteró de que estaba escribiendo un guión me dijo que visitara Caracota, que podía ser un lugar interesarme para filmar. Nos gustó harto y empezamos”, explica el cineasta vía telefónica desde Bolivia.

Sin embargo, antes de llegar al Bafici, Primavera fue estrenada en el Festival de Cine Radical de La Paz, en agosto del año pasado, y de allí a las ligas mayores: fue seleccionado junto a otros 18 cortos de todo el mundo para competir por el Oso de Cristal en el Festival de Berlín y, en paralelo con la muestra porteña, también se proyectó en la ciudad alemana de Tungeln.

Joaquín coincide con Kiro y Pablo acerca de lo complejo que resulta filmar en Bolivia, una realidad que no desentona con el resto de los países del continente. Sin embargo, no se desanima y dice: “Se puede. Primavera se hizo con 300 dólares. Nos prestó casi todo el equipo, la cámara, la grabadora de sonido, solo pagamos a los actores principales y el dinero de la gasolina para llegar hasta la mina. Es un gran esfuerzo, pero se puede hacer cine con poco dinero”. La cámara de Joaquín hace foco en Dayana, que vive alejada del pueblo, debe recorrer varios kilómetros para llegar a su escuela y ayuda a su abuela a cuidar las cabras de su corral.

La preparación de la niña para la coronación anual de la Reina de la Primavera, en septiembre, y el baile final con su amigo Wálter son parte de esta propuesta de la que participó buena parte del pueblo. “Es un documental ficcionado. Me gustan los planos largos y dejar la cámara quieta mucho tiempo para que surjan momentos más naturales y espontáneos. Muchas veces la cámara intimida, es violenta, es invasiva. Esa espontaneidad que buscaba quedó muy bien reflejada, sobre todo en la fiesta, el tramo de la película que más se desprendió del guión”.

Sin demasiada idea de cómo aplicar a los festivales internacionales, un ítem en el que recibió la ayuda de cineastas más experimentados, Joaquín manifiesta que está feliz con haber filmado su primer corto, más allá de la presencia fronteras afuera.

“Lo digo sin ánimo de ser pedante o irrespetuoso. Estoy orgulloso de haber sido seleccionado en tantos lugares, pero lo que más felicidad me da es haber hecho bien mi trabajo”, asegura el cineasta convencido.

Vecino de La Paz, Joaquín estudió Literatura al salir del colegio, luego ingresó en la ECA, participó del Taller de Montaje de su amigo Gilmar Gonzales y hace poco fue asistente de producción en una película de Jorge Sanjinés. Cumplió 24 años y junto a Pablo, Kiro y otros jóvenes cineastas bolivianos motoriza Socavón Cine, esa usina que alimenta la pasión por seguir filmando historias.

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ORURALIA

El escritor y fotografo Manuel Benavente comparte este cuento de su libro ‘Cifra de los truenos’, a publicarse en Ediciones Arthero

de Manuel Benavente

Por Manuel benavente

/ 24 de marzo de 2024 / 07:00

¡La Gran Morenada Central de Oruro danza por la poderosa 6 de Agosto! El bloque de las “fieles y solteras” se mueve a ritmos de cadencia, logrando de sus serpenteantes brazos y delicadas manitas la extensión final de un sensual vaivén de hombros, pechos y caderas, transparentados por delgadas blusas púrpura, entornadas por sutiles minipolleras; bordadas todas con ondeantes y tornasoladas figuras verde claro, degradando inversas hacia un en extremo suave contraste, fascinando a cuantos miran, derivando de sus dedos gestos melódicos, esparciendo a la gente de sus almas el cariño. 

Ella, que es la más bella del planeta, intenta ubicar a su moreno, mientras baila,  para a la distancia verse y sentir esa eternidad íntima que late el otro… ¡para amarse por los ojos! Lo habían logrado antes, pero él en este momento está fundido con los de su bloque, danzando al son de la no menos poderosa Banda Pagador, transportados sabe dios a qué profundas alturas.  

En eso, entre los morenos, en cuerpo presente, discordando en forma y colores, aparece un mismísimo diablo, ladeando apoyados sus brazos en la cintura, de los que penden grandes gazas, roja una, amarilla otra. Los morenos lo ignoran, o no lo advierten tal vez por su colectivo ensimismamiento. ¡Ella sí! ¡La bella! que en su deseo de ver, ve! Y ve al diablo, y queda atónita, como encantada. Trata de no abandonarse y danzando continuar el paso, sin perder ritmo. En la siguiente “vuelta grande” ubicará la visión anterior, mientras duda si alucinó, o en efecto un diablo de la frater se extravió. En tanto él, el diablo, no repara en ella, porque es posible que efectivamente se extraviara o algo extravió, sobrellevando no obstante gallardo su semblante indiferenciado del infierno, hasta el instante en que cruzan sus miradas e inopinadamente él le desata la magia, alimentando  en ella el asombro de su propia belleza, absortándola aún más al sorprenderse bordeándola con la tempestad de sus ojos, hacia el delirio.

Si no fuera por el roce involuntario de otra “fiel y soltera”, que la devuelve a la circunstancia, aferrándola nuevamente al movimiento,  conteniéndose, ella hubiera cedido a la sinrazón de sus sentidos. En eso, en la “vuelta chica”, él, el diablo, se desplaza rápidamente atravesando lo que lo separa de ella, más cerca, a su costado.  Cruza.  Hace como que no la ve, pero con ardor, propio de un oruco,  la vibra. La morena se exalta, siente por la punta de sus dedos el aleteo de un picaflor en celo. Tras buscarlo, excitada, logra verlo, de espaldas, hermoso, quitándose la máscara, alborotando su propia cabellera, alardeando monstruos del averno en su gran capa, engulléndose una chela… Otra calma ampara la cuadra. Los músicos tañen sus bronces, acompasados por símiles y a la par gordos bomberos, flacos tambores y jóvenes platillos, en sus colorados trajes, bajo sombreros blancos, como sus zapatos. Los morenos enaltecidos toman la Bolívar danzando en sus alturas, aspirando la inmensidad de esta atmósfera Uru, traspirando sales del KuyPfhasa.  

¡Siguen subiendo los Cocani! 

Tras largo trago, como para mitigar de uno todos los infiernos, él, ambos, diablo y morena, nuevamente están embelesándose de lejos, asomándose sin proximidad, acariciándose sin tacto, hasta quedar absortos del todo, ignorando al mundo. 

En tanto, el cuasi ayunado moreno, y por su oportuno sentido de Sixto, advierte el flirteo y separa sus ligeros pasos lentamente del ritmo de los enmorenados morenos. Iracundo, rebalsando celos por las narices, trata de inadvertirse y percatar lo que sucede, se invisibilisa y prosigue en su imagen, para danzando acechar…  Ella ni él, el diablo, la huelen. Éste atraviesa de una acera a la otra la calle atosigada de las “fieles y solteras” y a tiempo de cruzarle el paso, con ademán hipnótico envuelve con su manto rojo el lozano rostro de la morena, por el cuello, desatando en ella todo cuanto de cuajo puede por su fascinación, provocándole in situ su desfallo… del rubor a la palidez,  del ensueño al desmayo.  Las “fieles” remolinan sobre ella, y el diablo, visiblemente desconcertado, se da a la fuga.

El moreno a por él…  II

Para este momento los de su bloque, del moreno, están siguiéndolo con paso acelerado. Son como cuarenta turrilitos que en torbellino allanan la calle con sus aparatosos trajes. Tras ellos los músicos, casi corriendo, resoplan, manteniendo el ritmo, en un desbande de banda acompasado. Las “fieles” en su afán son sobrepasadas por los indignados morenos, que enfurecidos resuenan sus matracas en séquito del ofendido.

Adelante una comparsa de caporales es traspasada da capo. Los morenos abren su paso casi empujando, permitiéndoles, sin ambages, la continuación de sus brincos hacia adelante. Las “figuritas” asustadas se excitan por la inusitada presencia de los desaforados, dando grititos, confundidas no paran de mover sus maravillosos cuerpos, gobernados por el giro de sus hombros, que desciende lívido hasta la punta de sus pies, taconeando suaves con deseo los suelos, todas como una.

Disipándose graves al oído de las húmedas damas, los verdetrompeta no paran de tocar, exaltando la posible trifulca.

Luego están los de la Frater, de donde es posible salió el prófugo y donde posiblemente esté de vuelta. Donde nuestro moreno tendrá que ser certero en su demanda, ya que los diablos no son caporales, ni las chinas figuritas. Pues con el arrebato todos paran el avance y contienen la alevosa intromisión de los emputados morenos. Los músicos de una y otra banda, entre ellos se guiñan y no para cada quien de ejecutar su encargo, acostumbrados al aleatorio-caos-armónico-de-tropas, ¡esta vez cotejando el encontrón!

Parece que el Apaza Limachi, que asegura que sus abuelos, antes de la Zona Norte, fundadores con los Cori Quispe y otros, de la Central Cocani, se equivocó… y se le fue encima a un otro diablo, que permanecía erguido, agitando en alto sus brazos, con ausencia de uno de sus pañuelos, quien reaccionó endiablado contra el agresor, haciéndole volar matraca, guante y todo… Los morenos en tropel tienden por “ajusticiar” al inocente… a lo que el grueso de los diablos y las chinas replica con la furia. Los hermanos Yapu WaraChi, distinguidos por sus matracas de KkjhirKinChu peladas, abreadas por el secular uso de sus ancestros, no vacilan en golpear astas hasta volarlas y suspender al cielo su giro traquetero, en son de  victoria… Esto hasta que del otro bando siete luciferes los cercan y en barahúnda los desploman, para a puntapiés destrozar sus corazas plateadas y desprender de ellas las perlas por los suelos, embadurnando de lodo sus mejillas… Poco fue el regocijo de estos personajes, porque al tiro los Flores, Barrientos y Romero, entre Choques, Mamanis y Condoris, despojados ya de sus turrilitos, propiciaran la campal batalla, a punta de pies y matracazos… a lo que diablos y chinas responden con trinches, tridentes y tellazos… En las graderías la gente, estupefacta, arenga semejante espectáculo,  unos filiales a la Frater, otros a la Central,  no faltando quienes ensoberbecidos por el trago toman partido con las manos, los pies y hasta las cabezas (se sabe que el que se sirve rostro asado endurece las frentes y las  usa en la confrontación). No tardan en sumarse los osos y arcángeles, ensordeciendo la estrecha vía con sus pitos, pretendiendo volver en sí a los ya ensangrentados rivales… Los lanudos embarrados hasta las rodillas, por atrás casi hasta sus culos, se dieron por marear a un aChaChi cuasiduro, que crujía sus atuendos en pos de una china… para ellos, los osos, su ChinaSupay, Princesa del Umbral, que para que es decir es otra preciosidad en minipolleras, de la que gravitan largas y encendidas sus divinas piernas, encasquilladas por ornamentadas botas, con eufóricos dragones que botan fuego… 

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Su endemoniado encaje la distingue del resto. Pues de sus orejas bien delineadas se desprenden otras que armonizan con los rasgos bien definidos de su máscara. Su mirada profunda trasciende los azules ojos pintados en el latón, sutilmente estáticos, ponderándola como un ser de inframundos. En su hermosa capa gira sus cabezas un monstruo, atemorizando a cualquiera…  El caso es que de danzar pasa a los saltos de lucha (parece que el inocente diablo era suyo), saltos en los que dejara advertir un hilo dental más fino de los corrientes, por lo que algunos morenos, aturdidos, se dejaban atropellar a cambio del goce que recibiera el tacto de sus ojos… pero bueno.  A esto llegan las “fieles y solteras” y el asunto pasa a mayores.  De arriba pueden verse las melenas variopintas trenzarse y volar a estirones, los trajes desparramarse, las máscaras formar raros escenarios en el suelo, observando absortas sus cuerpos agitados golpearse entre sí, y los músicos de una y otra banda, como en trance, sopla que te sopla…

* La segunda parte de este relato se publicará el próximo domingo en ESCAPE.

Texto: Manuel benavente

Fotos: Manuel benavente, con postproducción de luz alcon

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Crêpe House – Chez Le père Gim: Sabor francés con amor y buen humor

Una muestra de los crêpes dulces que ofrece la Crepe House.

Por Fernando Cervantes

/ 24 de marzo de 2024 / 06:45

Crónicas gastronómicas        

Gunnar Von Vogler es el fundador de Crêpe House– Chez le Père Gim, un nuevo concepto de crêpes artesanales realizadas con el “savoir faire” traído directamente de la región de Bretaña, cuna del famoso crêpe, ubicada en la república de Francia.

En este establecimiento podrás encontrar la versión salada llamada Galette, hecha con harina de trigo especial llamada sarraceno (que no contiene gluten), así como la dulce, hecha con harina blanca, utilizando en ambos casos productos frescos y de la más alta calidad.

Junto a este franco boliviano, nacido en La Paz y criado en Francia, se encuentra su socio, Xavier Baroux, quien llegó a la ciudad de La Paz dos meses después de terminar sus estudios en desarrollo empresarial y management, convirtiéndose actualmente en un valioso pilar de este restaurante.

En su carta se puede encontrar salados como la Galette Forestière, con huevo, jamón, queso y champiñones cocinados con ajo y mantequilla; la Galette Completa, a base de jamón tradicional, queso y huevo; la Choricrêpe, consistente en chorizo tradicional casero y cebollas caramelizadas con salsa chimichurri; la Galette vegetariana, hecha con vegetales de temporada y salsa de maní, o la Galette 3 quesos, con mozzarella, queso azul, cheddar, miel y comino. Todas vienen acompañadas con ensalada y vinagreta francesa.

Una muestra de los crêpes dulces que ofrece la Crepe House.

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En cuanto a las crêpes dulces, sumamente recomendables son la Clásica Francesa, hecha con azúcar, mantequilla derretida y sésamo negro; La Bretona, a base de caramelo con sal del Himalaya casero y almendras, o La Inglesa, con mermelada casera y almendras.

Todas estas delicias se pueden acompañar con diversos vinos, tanto tintos como blancos, además de cócteles, sidra, cerveza, jugos de temporada y diversas bebidas calientes.

Algo importante de recalcar es que en este lugar también se realizan veladas musicales y diversas actividades culturales coordinadas por la pareja de Gunnar, la artista Mireille Hoffman.

Bon appétit.

Crêpe House

  • Dirección: Av. Ecuador casi esquina Aspiazu, Sopocachi (dentro de Anami Hotel Boutique) 
  • Teléfono: 73092200   
  • Rango de precios: Bs 23-50  
  • Producto estrella: Galette Forestière
  • Estacionamiento: No
  • Horarios de atención: 12.30 – 21.30(martes a sábado) 

Contáctenos:

Fernando  recomienda, Fernandorecomienda  @fernandorecomienda, Correo: [email protected]

Texto: Fernando Cervantes

Fotos:  Crêpe House – Chez le Père GIM

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Un cariño por El Alto

El periodista/politólogo argentino Damián Andrada presentó en la Feria Internacional del Libro de El Alto su libro de crónicas alteñas

Periodista y politólogo argentino, Damián Andrada vivió 12 años en El Alto.

/ 24 de marzo de 2024 / 06:39

Un politólogo argentino llega a la ciudad de El Alto para escribir su tesis. Año 2012. Se llamará El nuevo Estado boliviano: la construcción de la hegemonía (Nótese el inevitable deje gramsciano). Se aloja durante tres meses con una familia de Villa Dolores. Le pasan mil cosas. Como terapia escribe un diario/blog que ahora es un libro. Se llama —el texto— Acá la gente me llama Choco. Se llama —el autor— Damián Andrada. El politólogo argentino regresa a la ciudad de El Alto para presentar su obra, doce años después.

Picado por la curiosidad, subo a la Feria Internacional del Libro de El Alto. Es la primera (de muchas que vendrán). Los “stands” —espaciosos— están dentro de la nueva terminal, llamada Metropolitana. Los puestos de libros están pegados a las casetas donde se anuncian/venden viajes a Cochabamba, Oruro, Buenos Aires, Sao Paulo. Se escucha por megafonía salidas a Tarija y al más allá. ¿La literatura es un viaje? En El Alto, no es ninguna metáfora, no es ninguna promesa. Me dan unas ganas terribles de comprar un libro y perderme por el mundo sin avisar.

En el “stand” de Sobras Selectas, junto a un viejo tocadiscos, está Alexis Argüello Sandoval, el editor de este sello alteño. He subido a la Feria —un cómodo viaje en teleférico hasta la última parada de la Línea Morada que me deja a cinco minutos de la nueva terminal— para comprar el libro de crónicas de Damián Andrada, el famoso “Choco” (me enteraré luego que en su casa le dicen “Polaco”). De yapa, me llevo La marrana negra de la literatura rosa del mexicano Carlos Velázquez.

Alexis me hace precio de feria: 55 bolivianos. ¿Por qué no hay rebajas así en la feria paceña del libro? ¿Por qué acá entro gratis y en La Paz me cobran 15 bolivianos si los organizadores (la Cámara Departamental del Libro) son los mismos? ¿Por qué hay librerías y sellos que siempre están en la feria de la zona sur y acá brillan por su ausencia? No quiero pensar mal.

El editor Alexis Argüello, el autor Damian Andrada y su familia alteña: Ovidio, Rosa, Alicia, Joel y Mirko.
El editor Alexis Argüello, el autor Damian Andrada y su familia alteña: Ovidio, Rosa, Alicia, Joel y Mirko.

Con los dos libros bajo el brazo vuel(v)o al teleférico de nuevo, empalmo con la Línea Plateada y la Azul y me planto en Villa Ingenio. El partido sabatino del Always Ready está aburrido (el equipo está pensando en Montevideo) y da para comenzar a leer los textos del “Choco”.

“Todas las crónicas de este libro son reales, aunque no tanto”, advierte Damián de inicio. La primera crónica tiene un título futbolero que nos trae a todos lindos recuerdos. Se llama Bolivia 6 El Choco 1. En la solapa de la tapa, Damián se autodefine como “argentino e hincha de Boca”. También da un salto adelante en esta película y escribe así en tercera persona: “Mientras viajaba como mochilero, se ena-moró de Bolivia y años después de una boliviana. Reside en Santa Cruz desde 2019. Es papá de una cambita choca. Practica natación en su tiempo libre”.

Acá la gente me llama Choco es una bitácora, es un libro de aventuras; son monólogos mentales de un “gaucho” en la ciudad de El Alto. Tiene un ritmo ágil, no es paternalista y las dos horas de lectura pasan volando. La literatura siempre es un viaje.

El “Choco” me lleva de la mano a una boda aymara, me sumerge en el extasis de un (no) trío con “maconha” y dos brasileñas mochileras de paso por La Paz, pastoreamos juntos llamas en Charaña (con parto incluido), ligamos en el Carnaval de Oruro, lloramos cuando termina con su novia argentina y jugamos fútbol de barrio en el “Maracaná” de Villa Dolores. El fútbol, como la literatura, crea vínculos, lazos de cariño. El fútbol es una pasión colectiva, es un gozo colectivo. Es buscar/encontrar gente y compartir cuando la soledad te hacer marcaje férreo, hombre a hombre. Como la literatura, la pelota sana/salva.

Han pasado doce años y Damián está de regreso en la ciudad donde amó/sufrió la vida. Falta un día para la presentación de su libro en la Feria, la primera de muchas. Nos citamos en el café Wayruru de la compañera Raquel Romero, en una esquina de la plaza Abaroa. Suenan petardos. No es ninguna marcha. En un rato el peor alcalde que ha tenido la ciudad va a reinaugurar la plaza después de estar cerrada por más de ocho meses.

La presentación de ‘Acá la gente me llama Choco’ (Sobras Selectas) se realizó durante la Feria Internacional del Libro de El Alto.
La presentación de ‘Acá la gente me llama Choco’ (Sobras Selectas) se realizó durante la Feria Internacional del Libro de El Alto.

Antes de comenzar la conversación, trato de despejar una duda. Saque si quiere ganar. Es la que deja Damián plantada como semilla en el inicio de su libro. ¿Cuánto hay de verdad/real y cuánto de mentira/ficción en sus crónicas? El “Choco” arranca el partido/charla con una linda gambeta. Como si fuera Riquelme en la Bombonera. “Una vez le escuché a Tomás Eloy Martínez en la presentación de su libro Santa Evita responder a la misma pregunta. Martínez respondió: no te voy a decir qué es real y qué es inventado”. El “Choco” tampoco. Me como la gambeta.

—Me contó Alexis, tu editor, que le interesó el libro pues muestra la visión de un argentino de El Alto, sin paternalismo; la mirada de una persona que vivió en la ciudad. Como lector hablo, a ratos —con todos los respetos— me parece que está escrita de forma simplista para gente de afuera y a ratos se me cuela una tendencia inevitable hacia el romanticismo idealista del país y de la propia ciudad de El Alto, ¿cómo convencerías a un lector o lectora boliviana para comprar tu libro?

—Escribo desde la sinceridad, la honestidad y el cariño. No quisiera generar incomodidad. En un principio las crónicas fueron un blog personal. Intento no ser paternalista ni ofensivo. A veces con una mirada desde afuera se puede herir. Me gustaría que me lean los alteños, los paceños que no suben a El Alto por el estigma y los extranjeros que llegan; me gustaría despertar curiosidad. Trato de ir más allá de una visión epidérmica. Respecto a esa visión romantizadora que dices, no tengo problemas en admitirlo. Me pasa con las cosas que quiero: mi familia, los amigos, Boca. No me importa que sea así, hasta el romanticismo, si quieres. Creo, sin embargo, que esa parte solo está al final del libro.

—Tu primera reacción nada más llegas a tu cuartito/pieza en Villa Dolores es el vómito. ¿Cómo se pasa de la náusea al amor a través de la comida?

—Sufrí la comida los primeros días, cuento en el libro la anécdota de la carne. No podía entender cómo no había friales (donde la carne está en congeladora). Sentía vergüenza, me veía como esos gringos jailones que siempre he odiado. Fue lo que más me costó. Luego me acostumbré a todo, la comida, la altura. Ahora disfruto mucho. Vivo en Santa Cruz (cerca al Parque Urbano) desde hace cinco años y disfruto los tecitos, los cuñapeses, las masitas, la comida en los mercados populares… Y soy fanático de la marraqueta y la llajua con quirquiña, las extraño en Santa Cruz.

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—Uno de los lugares que guardas en la memoria son los viajes para abajo y para arriba a bordo de la línea Z. ¿Se puede sentir nostalgia por un micro?

—Los tres meses en El Alto me marcaron la vida, fueron como diez años. El micro de la “Zeta” era mi compañía, bajaba y subía muchas veces con el mismo chofer. Entrar al micro era como entrar en casa. Cuando ahora vuelvo a La Paz y bajo en teleférico o taxi, siento un poco que estoy traicionando a la “Zeta”. Tengo pensado en unos años traer a mi hija Delfina a El Alto y bajar sentados en la “Zeta” y contarle. El transporte urbano/público es el pueblo, como los mercados.

—El fútbol (y la política) están presente en el libro. Ese primer picadito en la cancha del barrio, el sueño de jugar con Evo…

—El fútbol fue algo esencial en mi vida durante muchos años. Traté de ser jugador profesional. Entre los cuatro y los 19 años no hubo nada más. Jugué en El Porvenir de Gerli (Lanús, sur de Buenos Aires). Fui socio de Boca y un hincha más en la Bombonera (a pesar de que mi viejo es “gallina”). Algún día quiero llevar a mi hija a La Boca, como a la “Zeta”. Para que sepa de dónde viene su padre. El fútbol (jugar juntos) crea vínculos, pertenencia, identidad, afectos. En el Maracaná de Villa Dolores fue la última vez que sentí que había que ganar, sí o sí; que estaba en juego algo más que los refrescos. El partido con Evo todavía lo quiero jugar aunque ya no opine lo mismo de él. Para mí, sigue siendo el mejor presidente que ha tenido Bolivia aunque no me ha gustado lo que ha hecho los últimos años.

—¿Qué era para ti Bolivia en 2012 y qué es ahora en 2024?

—Bolivia era un territorio ignoto. Muchos argentinos migran a Europa y Bolivia está —como estaba la URSS antes— al otro lado del Telón de Acero. Sentía y siento mucho respeto por el país en general y por El Alto en particular. Hago periodismo desde la política (soy editor de la revista Debates Indígenas y director del Programa de Periodismo Indígena y Ambiental-PPIA). No quería evitar en el libro la politización, lo académico, aunque Alexis ha hecho un buen trabajo de editor y ha recortado muchas cosas para priorizar lo personal, lo íntimo. Creo que ha acertado.

Están ahí las historias de las masacres (las del 2003, las del 2019). Es un pueblo que lucha, que sale a la calle. Había leído lo que fue la Guerra del Gas pero otra cosa es escuchar a mi vecino contar cómo sus hijas se ahogaban por los gases de la represión en octubre de 2003. En El Alto siento que están los líderes del futuro, no me va a llamar la atención cuando algún día una persona nacida en El Alto llegue a la presidencia de Bolivia.

Mi visión sobre Santa Cruz ha cambiado también. Antes en 2012 tenía una visión caricaturesca, es el discurso que usaba el gobierno, es muy útil. Ahora he complejizado mi visión tanto del país como de Santa Cruz. Igual lo que no ha cambiado es mi amor por la Bolivia profunda, esa que se para de manos siempre, esa que te eriza la piel; ese pueblo que respira lucha, un pueblo que se ha ganado un respeto en todo el mundo.

Han pasado doce años y Damián “El Choco” Andrada ha dejado el “chamuyo” y ya sabe abrazar como boliviano, en tres tiempos. Ya sabe besar a la boliviana, en dos tiempos. Ya disfruta la comida y las charlas con las caseritas del mercado (que le siguen engañando con algún que otro tomate podrido).

Libro-choca

Todavía no sabe si es de Oriente Petrolero (al principio parecía que ese iba a ser su “cuadro”) o de Blooming (en su familia cruceña son mayoría los celestes). Le sigue sin gustar el conservadurismo (y la hipocresía) de la sociedad cruceña pero ha aprendido a convivir. Entiende los reclamos contra el centralismo. Y piensa que el racismo (disimulado, a ratos) se ha exarcebado. “La gente sabe que ser racista está mal, que es un prejuicio de odio, se averguenza, pero el racismo forma parte de la hegemonía, forma parte de las espirales de silencio que describiera la politólogo alemana Elisabeth Noelle-Neumann”.

Sigue lejos de casa (como la canción de Calamaro), pero a falta de una familia boliviana, tiene dos. La que ha construido con su compañera Fátima Monasterio y su hija Delfina. Y la alteña: Ovidio y Rosa, doña Fátima, el tío José. Con todos ellos (y sus hijos) compartió el sábado pasado cuando presentó su libro en la Feria Internacional del Libro de El Alto.

Sigue contando leyendas urbanas alteñas como la historia de la carne de perro. Sufre el calor de Santa Cruz. Y tiene aún como “leit motiv” una frase que le dijo Juan Viacha, su amigo alteño, entre “faso” y vino: “cuídate el almita”. Traducido al argentino: no seas “garca”; bancátela con el poderoso, no seas abusivo con el humilde. Traducido de vuelta: no oprimas, no pises cabezas, no le jodas la vida al resto, que tu felicidad no genere desdichas al resto.

No entiende todavía de dónde sale tanto sudor (y tanto viento) en la ciudad donde ahora vive. Pero sí sabe de dónde viene ese eterno cariño por esa ciudad llamada El Alto y sus gentes. Desde las entrañas de un corazón gaucho/bostero agradecido.

Texto: Ricardo Bajo Herreras

Fotos: Ricardo Bajo Herreras, Marco Cadena (CDLLP) y Damián Andrada

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Requiem de Mozart: Un homenaje a las mujeres

El coro y ensamble La Paz EnCanto presentará la obra el 26 y 27 de marzo en la Iglesia Luterana

Por Darwin Sánchez

/ 24 de marzo de 2024 / 06:23

El Requiem de Mozart es la obra que reúne a un grupo de cantantes profesionales femeninas como parte del proyecto Mujeres Cantando de La Paz EnCanto Coro y ensamble. Se presentará el 26 y 27 de marzo en la Iglesia Luterana, ubicada en la avenida Sánchez Lima, desde las 20:00, el ingreso tiene un aporte voluntario de 50 bolivianos que puede ser adquirido a través de una reserva.

La agrupación La Paz EnCanto, coro y ensamble, presenta el concierto denominado “Requiem de Mozart”, en homenaje al mes de la Mujer y con el proyecto Mujeres Cantando que la agrupación viene presentando desde 2017. La obra que se presentará será el Requiem de Mozart, en un arreglo exclusivo para voces femeninas.

“Sentimos que es un momento especial en el que podemos unir nuestras voces y nuestras oraciones por todas aquellas mujeres que fueron víctimas de violencia y unirnos a la constante lucha en contra de la violencia hacia las mujeres de todas las edades”, explicó Ángela Lucuy, directora titular de La Paz EnCanto coro y ensamble.

 “Este concierto tiene un toque muy emotivo, porque cada día escuchamos las noticias de más feminicidios y muchos casos de violencia hacia mujeres y niñas; y merece honrar la memoria de todos ellas con una obra tan significativa como es el Requiem de Mozart, al igual que unirnos en esta lucha constante por la protección de las mujeres.”, complementó Lucuy.

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La Paz EnCanto se caracteriza por ser una agrupación versátil que interpreta con solidez diferentes estilos musicales. Entre algunos estilos abordados por el elenco se encuentran la ópera, música sinfónico-coral, música coral a capella, música popular, música folklórica boliviana y latinoamericana. Ha trabajado programas musicales desde la polifonía renacentista hasta la música contemporánea, música popular del mundo y del folklore boliviano.

Los asistentes al concierto podrán disfrutar de las voces de cantantes de renombre como: María Belén Siles – soprano; Alejandra Pareja – soprano, Nadya Alave – contralto y Alejandra Wayar – contralto. Además, del acompañamiento de la orquesta de cámara Keyden y el Coro Sinfónico de La Paz EnCanto integrado por más de 40 voces femeninas, todos bajo la dirección de Ángela Lucuy Sanz, que dice: “Invitamos a toda la población a unirse a nuestro homenaje de lucha, porque cantar es orar dos veces.”

Para mayores informes y adquisición de taquillas comunicarse con los celulares 76263915 72576794 70183733. Se puede seguir las actividades de La Paz EnCanto en las páginas de Facebook e Instagram @LaPazEnCanto.

Texto: Darwin Sánchez

Fotos: La Paz Encanto

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‘Anatomía de una caída’: la estructura del declive correlacional

El derrumbe mental, el desplome matrimonial y la caída testimonial son los niveles que estructuran el total desmoronamiento

La protagonista responde las preguntas de las autoridades judiciales.

Por Mitsuko Shimose

/ 24 de marzo de 2024 / 06:10

Anatomía de una caída (2023), película francesa ganadora del Mejor Guion Original en los Oscar 2024, escrito por su directora Justine Triet y  Arthur Harari, además de haber obtenido la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el Premio Goya a Mejor Película Europea, entre otros reconocimientos, trata la historia sobre cómo se estructura una serie de declives que van en distintos niveles, pero que están concatenados entre sí. 

El primer nivel es el más evidente: la caída de Samuel Maleski (Samuel Theis) desde un tercer piso, hecho que lo lleva a la muerte y cuya escena se muestra casi al comenzar el largometraje –aunque antes de ésta, se ve una pequeña pelota caer de las escaleras de la casa, tornándose en una especie de guiño de lo que tratará el film y, al mismo tiempo, un hilo conductor de todos los eslabones que conforman la (ca/con)dena–. Como este primer nivel es el más evidente, la cinta gira alrededor de la investigación plasmada en un juicio: ¿fue un suicidio, un accidente o un asesinato?, siendo la última hipótesis la que inculpa directamente a Sandra Voyter (Sandra Hüller), la esposa del fallecido.

La reconstrucción de la forma en la que cae el cuerpo de Samuel desde el ático desvela los otros niveles de desmoronamiento que estaban ocultos. No se trata solamente de su caída física, sino también de su derrumbe mental y emocional, y del desplome de su relación con su esposa, cuyo testimonio también se cae en el juicio. Así, todo este engranaje constituye la anatomía y, por supuesto, la caída. Consideraremos estos distintos niveles haciendo una disección de los hechos empezando por el aparente último nivel.

y la de la declaración que la resuelve
y la de la declaración que la resuelve

Pero antes, tomemos en cuenta el escenario inicial como un aparente hecho aislado: los Alpes franceses. La familia Maleski-Voyter decide construir su casa en ese lugar gélido –un espacio que, por cierto, nunca llega a alcanzar la calidez de un hogar– y que está rodeado por ese blanco impoluto sin ningún tipo de matiz, que luego se mancha con el rojo de la sangre caliente de Samuel. Estas dos contraposiciones reflejan ambas personalidades extremas: por un lado, la fría racionalidad objetiva de Sandra y, por el otro, la ardiente emocionalidad subjetiva de Samuel, cuya caída es mostrada, naturalmente, desde un ángulo picado, el cual conlleva el sentido, además, de capitulación.

Retomando el tema de los niveles, si bien el juicio pareciera ser el último, se traspone en este análisis y pasa a ser el primero, pues es el que revela el suceso de caídas. La valoración judicial implacable de parte del fiscal muestra una justicia enteramente lógica y, por tanto, inmisericorde con la juzgada. Ante eso, Sandra no se siente escuchada en el juicio y, por tanto, mucho menos comprendida cada vez que hablaba sobre su relación con su esposo y los conflictos que tenían, los cuales no le parecían fuera de lo común, pues para ella todas las parejas tenían problemas. Entonces, al percibirse Sandra que su mensaje no estaba llegando de la manera que buscaba, opta por mentir por miedo a que no le creyesen, lo que lleva a la caída de todo su testimonio.

En esa escena llega a entenderse la razón por la que ella solía practicar su declaración, momentos en los que los primerísimos y primeros planos abundan para corroborar la concordancia entre sus palabras y sus expresiones faciales. Es interesante también la intrusión de una grabación casera durante la recreación de los hechos y en las tomas referentes a juicios, haciendo alusión a la cámara que usaba Samuel en busca de argumentos que le ayudasen como materia prima para su novela, pues tanto él como Sandra eran escritores, siendo ella la que había logrado el éxito en su oficio por medio de una ficción basada en algunos aspectos de su vida cotidiana. 

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Es justamente en el juicio donde se revela el desplome matrimonial de la pareja. La falta de entendimiento se apodera de ellos. El lenguaje que ambos hablan es distinto, lo que conduce a un ruido semántico que provoca una interferencia en la comunicación. Así, ambos se sitúan en medio de su propio espacio de dictamen entre culpables y culpabilidades, poniéndose uno en el lugar que juzga y el otro, en el banquillo de los acusados. Esta situación se torna insalvable en la convivencia, por lo que la única salida posible de ese oscuro túnel que se puede vislumbrar a lo lejos es la separación a través de la muerte.

La escena de muerte que desencadena la investigación
La escena de muerte que desencadena la investigación

Ese nivel es antecedido por el derrumbe mental y emocional de Samuel, el cual viene de la mano de una historia de dolor que tanto él como Sandra comparten, y lo hacen porque se trata precisamente de su hijo. Este desconsuelo común, sin embargo, en lugar de unirlos los separa porque viene detonado por la culpa; una culpa que conduce a innumerables miedos y renuncias, que coartan la capacidad de decisión, dirigiendo a quien los interioriza a un inminente fracaso.

Reconstruyendo estos niveles, surgen los siguientes cuestionamientos: ¿Hay un culpable? Y si lo hay, ¿es de un hecho en concreto o de una serie de eventos? ¿Hay culpa en quien deja caer o en quien se deja caer? Todos estos niveles sin resolver, finalmente lo hacen en el juicio, donde Daniel (Milo Machado-Graner), el hijo de ambos, decide conocer los hechos para llegar a la verdad asistiendo a cada una de las audiencias a pesar de su corta edad, desdeñando la protección de un sistema misógino que quiere poner en jaque a su madre. En esa escucha activa, escenas cabizbajas, ocultas y hasta desdibujadas del niño se aclaran junto con su decisión de mirar de frente y con valentía a través de su testimonio, el cual es clave para el veredicto final. En esta escena, cada vez que la jueza o el fiscal le bombardean con preguntas desde distintas posiciones, él gira su cabeza desenfrenadamente para responderles y la cámara da vueltas a la par denotando confusión de su parte. A pesar de su desconcierto mental, el niño elige desde ese lugar del entre (culpables y culpabilidades en el que convivían sus padres) y sentencia sin juzgar a través de su declaración que absuelve no solo a su madre, sino también a su padre, y lo hace porque testifica yendo más allá de sus sentidos –algunas veces oía sin escuchar las peleas de sus padres y casi no veía debido al daño sufrido en su nervio óptico–: él fue el único que miró con los ojos de la profunda comprensión las razones del incompatible actuar de sus dos progenitores.

Texto: Mitsuko Shimose

Fotos: Internet

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