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Las vacunas en su hora fría

Antes de empezar su jornada, Enrique Borda, quien trabaja en la cámara de frío del PAI desde los años 80, pide a Dios que todo esté en regla y que la temperatura se mantenga en los niveles recomendados: entre 2 y 8 grados celsius. “Más dos, más ocho”. Ese dato lo sabe de memoria y lo repite a cada instante, debido a que de ello depende la conservación  de las vacunas que serán distribuidas en todo el país. Su ocupación, desconocida para la mayoría (técnico de Cadena de Frío), tiene que ver con permanecer en ambientes llenos de congeladores y refrigeradores. Pese a ello, Enrique es un apasionado por lo que hace y considera su centro de trabajo su “segunda casa”.

Para explicar la importancia de las campañas de vacunación, además de saber a lo que Enrique dedica su tiempo y su vida, hay que remontarse a la creación del país. Ya entonces había preocupación por el sistema de salud, aunque los cuidados se reducían solo al barrido ocasional de las áreas públicas. El recojo de la basura, la provisión de agua potable, la selección de los alimentos y otros servicios eran ignorados, según señala el texto Archivos bolivianos de historia de la medicina.

La preocupación por los casos de viruela en el territorio nacional, que era la primera causa de mortalidad humana en 1826, hizo que el entonces presidente Antonio José de Sucre ordenara a los prefectos que se responsabilizasen por la aplicación de inyectables como único medio para salvar a la población.

Transcurrido más de un siglo, estas tareas continuaron de manera regular en el país, incluso con la elaboración de la vacuna contra la viruela por parte del Instituto Médico Sucre (IMS), hasta que en 1969 se registró un último caso en el territorio nacional, mientras que su erradicación en el mundo fue declarada en 1980. Meses antes, el Gobierno creó, en octubre de 1979, el Programa Ampliado de Inmunización (PAI), como parte de la Unidad de Epidemiología dependiente del Ministerio de Salud, cuya misión es controlar, eliminar y erradicar  las enfermedades prevenibles a través de la vacunación.

Una de las dependencias más importantes de este programa es la llamada Cadena de Frío, que se encarga de almacenar, cuidar y distribuir las vacunas a todos los municipios del país. Es ahí donde Enrique tiene su segunda casa y vela porque se cumpla el “más dos, más ocho”. Durante la visita a los ambientes de la Cadena de Frío,  ubicados detrás del Servicio Departamental de Salud (Sedes), en la calle Capitán Ravelo, zona de Sopocachi de La Paz, los técnicos están afanados en embalar las ampollas contra la influenza, como parte de la programación de una campaña de vacunación. El médico Ramiro Arias  guarda los paquetes en unas cajas que, si bien por afuera parecen comunes y corrientes, por dentro tienen una distribución especial para conservar la temperatura  (“más dos, más ocho”).

La razón para mantener las vacunas en esos parámetros es que si bajan de los dos grados celcius se pueden congelar, y si superan  los ocho grados existe la posibilidad de que bajen su eficacia. Hay mucho movimiento en las oficinas. Unos mueven las cajas vacías, otros guardan los paquetes, mientras que los demás distribuyen unas bolsas con gel en los rincones de los cajones para conservar el “más dos, más ocho”. Este día, su misión es enviar un millón de dosis a todos los departamentos.

Enrique trabaja en la cámara de frío desde que la primera oficina se encontraba cerca del monumento a Germán Busch, en Miraflores, en un cuarto común y pequeño con paredes de mosaico y un motor que generaba el ambiente gélido. En aquella época se analizaba la manera de erradicar la poliomielitis. Este técnico se inició como trabajador de los almacenes de objetos médicos, hasta que pasó a la pequeña cámara de frío cuando llegaron dos técnicos, uno colombiano y otro peruano. “Al verlos trabajar me interesé en esto de que hay que conservar las vacunas. Pensaba que se guardaban donde fuera y ellos me indicaron hasta la manera de la distribución”, recuerda Enrique.

Pero no aprendió “de a buenitas”, sino que pasó por una etapa en la que los especialistas eran muy exigentes, principalmente en el embalaje de las vacunas, lo que propició que en la actualidad, con 35 años de experiencia, Enrique sea muy estricto en cada uno de los procedimientos. De aquella época en que adaptaban congeladores domésticos para mantener el “más dos más ocho”, aún quedan algunos de esos aparatos para estabilizar la temperatura. “Nos salvaron mucho tiempo, nos ayudaron a salvar muchas vidas”, resalta. Además de estos equipos, ahora existen cinco cámaras frigoríficas grandes. Ubicadas en el ambiente principal, donde la pared blanca, el ingreso amplio y las ventanas con bloques de vidrio hacen que se amplifique la sensación de la temperatura baja, cada uno de estos aparatos tiene una altura de más de tres metros por cuatro de ancho. Para entrar a estos depósitos es necesario vestir un overol, calzar botas y lentes especiales, con el fin de resguardar la salud de los técnicos. La razón es que el cambio brusco puede ocasionarles algunas enfermedades e, incluso, “congelar los ojos”, advierten los obreros. Dentro de estos congeladores están los paquetes con las ampollas que ayudan a evitar muertes y males como la tuberculosis, la poliomielitis, difteria, tos ferina, tétanos, neumonía por Hib (Haemophilus influenzae tipo b), meningitis por Hib, hepatitis B, sarampión, rubéola, paperas y fiebre amarilla.

Enrique recuerda que en 2005, la Unicef hizo un estudio de riesgos de congelación de vacunas en las oficinas del PAI con resultados positivos. “Ha sido la mejor cadena de frío que ha existido, pero pocos se han enterado de que teníamos esto. En la actualidad continúa siendo una de las mejores”, cuenta orgulloso mientras muestra los termómetros electrónicos y manuales, que deben estar dentro de los márgenes. Una muestra del buen trabajo del PAI es que el país vive 29 años sin polio, 15 años sin sarampión y nueve sin rubéola. Las ampollas para prevenir las enfermedades llegan a Bolivia desde Corea del Sur, India, Francia, Bélgica y Estados Unidos a través del Fondo Rotatorio de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que reúne los aportes de 41 países y territorios de América Latina y el Caribe para adquirir vacunas, jeringas e insumos de alta calidad al precio más bajo.

Si bien se lo pide todos los días, Enrique no deja solo a Dios el buen funcionamiento de esta dependencia, sino que apela a su experiencia para que las vacunas conserven su potencia en la temperatura de “más dos, más ocho”.

Inoculación del mal

La OMS define a la vacuna como “cualquier preparación destinada a generar inmunidad contra una enfermedad”. La historia de las vacunas comienza con el empleo de los chinos de la inoculación de la viruela cerca del año 1000 d.C., según consta en El tratamiento correcto de la viruela atribuido a una monja budista que vivió durante el reinado de Jen Tsung (1022 a 1063). También se practicaba en África y en Turquía, antes de extenderse hacia occidente. En Europa no hubo conocimiento de ella hasta 1721, fecha en la que Lady Mary Wortley Montagu la introdujo tras su regreso de Constantinopla. Desde allí, su práctica se extendió desde mediados del siglo XVIII.