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Pablo Escobar: ‘Todas estas personas que son acusadas públicamente de pertenecer al narcotráfico son en realidad las únicas que están invirtiendo en el país, es decir, las únicas que están dando trabajo al pueblo de Colombia’

Pablo Escobar fue algo más que un narcotraficante. Fue más que un criminal. Puso de cabeza a su país, contaminó con el vicio a la mayor potencia del planeta, usó las leyes como material reciclable y transformó a millones de personas en piezas de una partida de ajedrez que se empecinó en jugar con el destino. Perdió, pero su macabro juego dejó miles de muertos y secuelas que se recordaron décadas después de su muerte.

Contrariamente a lo que se cree, Escobar no proviene de una familia pobre. Aunque no era acaudalada, su familia estaba emparentaba con grandes personalidades de la región de Antioquia —departamento de Colombia en donde nació— y su abuelo había sido un importante contrabandista de whisky. Escobar terminó la secundaria y hasta tuvo posibilidades de estudiar Economía en la universidad; sin embargo, para entonces ya le había tomado gusto al dinero y a las actividades al borde de la ley, por lo que prefirió el camino rápido a la fortuna.

Las crónicas y perfiles lo describen como un hombre con gran habilidad para los negocios y dueño de una ambición ilimitada. Esas características lo hicieron destacar cuando comenzó a trabajar para un destacado contrabandista colombiano conocido como El Padrino: Alfredo Gómez López, con quien aprendió los secretos del negocio. No tardó en montar su propio negocio de comercio de marihuana con destino a Estados Unidos, que con el tiempo reciclaría para sustituirlo por otro más lucrativo, el de la cocaína. Fue entonces, en 1976, cuando creó el cartel de Medellín, un grupo delictivo pero también una próspera empresa que llegó a controlar el cultivo, procesamiento y tráfico de la cocaína salida de Colombia. Alcanzó tal poder que para los primeros años de la década de 1980 se estimaba que este cartel dominaba más del 80% de la cocaína que se vendía en Estados Unidos.

Pero no solo con mentalidad de empresario se construyen los imperios criminales. Escobar también tenía talento para corromper —políticos, jueces, policías y muchos mortales más—, pero además sabía desatar verdaderas carnicerías cuando se metían en su terreno. Por la mira de sus sicarios pasaron funcionarios de Justicia y jefes policiales que lo persiguieron, periodistas que le resultaban molestos y hasta un candidato a la presidencia.

Claro que todo esto lo matizaba con una imagen pública de hombre solidario y preocupado por las clases populares, entre las cuales todavía hoy goza de buena fama. Él ponía dinero donde el Estado no llegaba, pagaba escuelas y médicos, creaba campos de fútbol y, en fin, apoyaba todo tipo de obras filantrópicas. En esos primeros años de la década de 1980, Escobar parecía ser el verdadero mandatario de Colombia, hasta el punto de que en 1982 fue elegido para la Cámara de Representantes por el departamento de Antioquia.

Pero quizás la mayor muestra de su ostentación y sensación de impunidad fue la hacienda Nápoles, la lujosa finca que utilizó como hogar y cuartel general, a la que llevó doscientas especies exóticas (incluidas jirafas, elefantes y hasta hipopótamos) sin que nadie se preguntara cómo hizo para introducirlas en el país.

En 1983 su imagen de honorabilidad comenzó a desmoronarse y, una vez desenmascarado, Escobar dio rienda suelta a su lado más sangriento, desatando en 1984 una guerra abierta contra el Gobierno en la que abundaron las ejecuciones de funcionarios y los atentados terroristas, con el fin de evitar que el Ejecutivo aprobara la extradición de los narcos a Estados Unidos.

Esta entrevista se reprodujo de forma completa al cumplirse los veinte años de la muerte del narcotraficante y se concretó cuando en 1988 Yolanda Ruiz, por entonces una joven periodista, estaba cubriendo la guerra de sicarios entre carteles de la droga en Medellín. Una de sus fuentes era un abogado de Escobar y cuando ella le pidió información sobre el hombre más buscado de Colombia, y por qué no del mundo, este le preguntó si quería entrevistar al capo. En una entrevista publicada en 2013 la periodista dijo haberse sorprendido cuando poco después de ese diálogo recibió una llamada en la que le confirmaban el interés de Escobar en concederle la entrevista. Tres semanas más tarde estaba dando vueltas por la ciudad en un coche, acompañada de varios hombres armados que cambiaron cuatro veces de vehículo. Contó que estaba aterrada, por lo menos hasta que descubrió que su entrevistado estaba nervioso. Y no era para menos, pues por esos días Escobar no solo seguía en guerra con el Gobierno y la Justicia, sino que además estaba inmerso en una sangrienta lucha contra el cartel de Cali. Pese a estar bajo presión en dos frentes, el imperio de El Patrón, como le llamaban, aún estaba lejos de caer.

Desde el 8 de marzo, La Razón presenta semanalmente a sus lectores la serie “Grandes entrevistas”, una selección de 20 diálogos con personalidades de la política, la ciencia, la cultura, el deporte y otros ámbitos, que dejaron huella e hicieron historia. La presente entrega de la colección, que de seguro usted querrá tener en su biblioteca, está dedicada a Pablo Escobar; el texto íntegro lo podrá encontrar en la edición impresa de la revista Escape correspondiente a la fecha.