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Patrimonio intangible que se toca

Estoy en la mitad del mundo, un complejo cultural a 35 km de Quito, donde en el siglo XVIII una delegación geodésica francesa  determinó que por ahí pasaba el paralelo cero, y donde los ecuatorianos levantaron un monumento en 1836, que ahora es el centro turístico más importante de Ecuador. Los turistas van llegando a sacarse fotos en la línea, un pie en el hemisferio norte, otro en el sur. También hacen parar un huevo en la punta de un clavo. Más allá se erige un coliseo que antes era una plaza de toros que por referéndum se descoloniza. La gente se va sentando en las graderías, serán unas 300 personas las que presenciarán hoy 9 de agosto de 2015, desde mediodía, la clausura de la IX Semana Cultural de Bolivia en Ecuador, erigida por nuestra misión diplomática contra viento y marea en homenaje a los 190 años de nuestra Bolivia. Retrocedo en el recuerdo. Sería marzo de 2010 cuando me encuentro por la calle quiteña La Ronda, un paseo al estilo de la calle Jaén de La Paz, pero más extensa y colonial. En una casa-teatro se efectúa el “Festival de Saya peruana”; unas damitas con faldas y chales invitan a pasar, entro por curiosidad y por el letrero de pisco sauer gratis. El teatrito parecía de River, llega el pisco, fuerte nomás, entonces aparecen uno por uno nueve ballets de jóvenes bailando la danza de los caporales, algunos de ellos ataviados de rojo y blanco. Me fui a los camerinos y tomé contacto con tres de los directores más activos, les pregunté si eran peruanos, me dijeron somos ecuatorianos y les pedí sus celulares. A la semana siguiente nos reunimos, dos jóvenes y una señorita llegaron a nuestra embajada medio asustados, les pregunté que cómo era esto de la saya peruana.

Contaron que amaban esta danza, que habían participado en varios festivales de saya en Puno, que ellos convocaban a los otros seis ballets para hacer el festival. Entonces fui concreto y rotundo. “Jóvenes, ustedes están bailando la danza de los caporales de Bolivia, esta danza viene de la danza afroboliviana de la tuntuna, danza de los Yungas de La Paz, que describía la explotación de los esclavos afros cuyo personaje central —el caporal— daba saltos y latigazos”. Allá por 1968 o 69, los hermanos Estrada Pacheco, fraternos de la Entrada del Gran Poder de La Paz, decidieron separar a este personaje y hacer un bloque solo de capataces, naciendo la danza de los caporales de Bolivia. La confusión con la saya la crearon algunos músicos bolivianos de folklore comercial; luego, en los ’90, la verdadera saya se visibilizó despejando todas las dudas.

Entonces les propongo que en un par de meses organicemos juntos  un Festival de Caporales 100% de Bolivia, que se bailaría en más de 50 ciudades del mundo, me invitaron a sus lugares de ensayo, fui para allá, lejos, en el sur de Quito, nos reunimos con los bailarines difundiendo aquel rollo a todos. En junio de 2010 entraron estos nueve ballets bailando los caporales, esta vez de rojo, amarillo y verde, desde la Basílica de Quito hasta la Plaza del Teatro. Entonces fuimos hasta los lugares de ensayo de los otros ballets a explicar otra vez el argumento. Nació la amistad, decidimos crear el Festival de danzas bolivianas en el Ecuador (FESDABEC) en junio de 2011, que este año tuvo 30 ballets participantes y cerca de 600 bailarines, todos jóvenes ecuatorianos que van  hasta Bolivia a comprarse los trajes.

El coliseo de la mitad del Mundo está lleno. Aquellos tres ballets bailan ocho danzas bolivianas para clausurar nuestra semana cultural. Cuando entra el primer ballet con los tobas, la gente ovaciona, nuestra bandera flamea en la mitad del mundo, decenas de gringuitos sacan fotos.

Pienso: valió la pena, sin querer queriendo sentamos soberanía cultural, se realiza la aclaración histórica, ¿qué hubiera sido si no parábamos aquel festival de la Ronda? No solo es danza, es música boliviana la que está en juego. Y no solo es música, también es la creatividad, el color, el arte de todos los artesanos de la patria que hacen los trajes. Entonces llega una diablada bien bailada, la gente chilla, el coliseo está repleto,  los jóvenes ecuatorianos entraron con un suri sicuri cuyas polleras son rojo,amarillo y verde, luego viene un  tinku bien bailado con chalinas de wiphalas, los morenos tienen matracas con el mapa de Bolivia.

Parece un cliché. Tal vez lo es. Pero es así, la patria late con más fuerza en el exterior, nuestros pocos hermanos residentes que están en el lugar levantan el pecho, el patrimonio cultural intangible de Bolivia es más tangible que nunca en el rostro de aquella niña ecuatoriana de tres añitos que baila el tinku con esmero, la niña nace del amor de un joven cochala con una quiteña  y se llama Bolivia. Este Papirri…exagerado y chauvinista, dirán algunos “ociólogos” de octavo año. Ni modo cuasimodo. Hemos derrotado en cinco añitos al plagio cultural. Y como broche de oro, el nuevo embajador de Bolivia en Ecuador, Juan Enrique Jurado, canta en el centro del coliseo, con la gente parada y a capella, su canción La patria. Superior, che. Pa’ques decir.

(*) El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta