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El Tango en mí

Un cuate me escribió para decirme que está trabajando en una historia del tango en Bolivia y me removió cosas acerca del género. El primer recuerdo tanguero es verlo a mi padre abrazado de su íntimo, el Dr. Julio Manuel Aramayo, ministro de Salud de la revolución del ‘52, cantando emocionados con traje y corbata: “Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida…” Y en la guitarra, mi madre haciendo el dos por cuatro bien acentuado. Eran épocas duras, de persecución política barrientista, ellos recordaban intensamente mediante Mi noche triste (estrenada en 1917 por Gardel), sus años porteños del exilio del sexenio (1946-1952). El tango fue parte de la banda sonora del amor de mis padres. Soy hijo del exilio, me digo ahora, bien tanguero. El amigo me preguntaba sobre el tango en Bolivia, yo le respondía que por lo menos en La Paz, el tango es parte de su imaginario intercultural: lllimani es un himno paceño.

Luego me veo en el Festival de Cosquín, en Córdoba, con diez añitos, ingresan al escenario Las Voces Blancas, un quinteto vocal extraordinario, cantan Adiós Nonino, yo no sé qué es aquello, me aturde, es una música que perturba, me paro en la silla de madera para ver mejor y casi me caigo, mi madre nota mi estupor, me aferra a su cintura, el grupo sale ovacionado. “Es Piazzolla”, dice acariciándome el cerquillo. Casi bachiller, trato de ingresar al mundo de los adultos y aprendo a cantar Sur, Cambalache, Chorra, Cafetín de Buenos Aires, me doy cuenta que puedo cantar tango y emocionar a la gente. Qué farras aquellas intensas, el espíritu de Troilo y Discépolo nos desquiciaba. Discepolín con sus textos provocativos y sabios, Troilo con su música precisa, lírica y bien trabajada. Y Homero Manzi, un santiagueño que resulta ser el letrista más importante de la época. Porque el tango tiene eso que los brasileños llaman parceria, el trabajo en equipo de músicos y letristas que enaltecen la calidad, desde Gardel y Lepera, pasando por los maestros recién nombrados, hasta llegar a la dupla Piazzolla-Ferrer.

A finales de la década del ochenta me animo a componer un tango, que es el motivo de la entrevista de este amigo boliviano, quien había descubierto mi LP Cuentacantos (1990) en la Feria de El Alto y en un track el Tango para un político (1988). El texto es  una parodia a los clishes del discurso político aplicados a una declaración de amor: “Con tus ojos manipulas, mi fogueo emocional/ tu cintura consolida, este amor coyuntural/ que con el tiempo madura hacia una alianza formal…Tu cintura es un buen cuadro, agitador de ansiedad / tomaste el poder de golpe, por instinto popular / pese a la gran resistencia de mi sector liberal…Tienes todo un aparato de los pies a la melena/ una orgánica mirada cuando descubro una pena/ te infiltraste como gringo de una gran trasnacional…” En la música transcurre el espíritu Piazzolla.

Fue más bien en 1990 preparando repertorio para actuar en Japón que me animé a hacer el arreglo de Adiós Nonino para una sola guitarra. Salió bien, natural, y se convirtió en parte central de mi programa de guitarrista, toqué la pieza en Zúrich, El Alto, Santiago, Nagasaki, Laussanne, Viacha, Osaka, Porongo, Washington, en todo lado y la grabé en un disco. Luego supe que Astor había compuesto la obra en 1959, en momentos jodidos cuando sobrevivía tocando standars con el farolito en la cabeza y el pañuelo en el gargüero, en un bar de Puerto Rico… En esa situación difícil lo pilla la muerte de su amado padre Nonino, esa noche nació de un tirón ese nuevo y extraordinario tango que estremeció el cerquillo de mi infancia.

El tango me sigue persiguiendo. Allá por el 2003 hicimos una tournée por Gran Bretaña, trabajé el arreglo de Libertango de Piazzolla para trío, Carlos Ponce en la zampoña, Saúl Callejas en charango y este servidor. La versión arrasó los 50 escenarios por U. K. Gales, Londres, Bristol, Irlanda escucharon la versión, los ingleses se quedaban con la boca abierta: estos bolivianos no solo tocan bien la morenada. Gracias al arreglo y a la reducción de la partitura de quinteto a trío, descubrí la sutileza de Piazzolla en la utilización de la inversión de los acordes que los guitarristas a veces pasamos por encima. Lástima que no tenemos grabado este Libertango que Astor compuso, creo, a principios de los 70 y que lo llevó al triunfo mundial con el disco del mismo nombre grabado en Italia en 1974.

También la entrevista me recordó una gestión desesperada por traer al Quinteto Piazzolla a La Paz como funcionario subalterno de la Casa de la Cultura paceña en los 90, hecho que concreté arriesgando mi salario, pero esto merece una crónica aparte. Mientras, el tango sigue fluyendo en mí. Creo que el género, nacido en los puteros del Río de la Plata por 1880, llegó nomás a su tope con Piazzolla. Ahora nos queda dar molinete a las versiones, reciclarlo con buen gusto o utilizar su pulsación mágica para planteamientos complejos que incluyen a Santaolalla. Hey dicho: cheeee.

(*) El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta