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Colibrí: Naturaleza, tranquilidad y comunidad

Cuando Emma Donlan llegó desde su natal Manchester, Inglaterra, a estudiar en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), gracias a un programa de intercambio, nunca supuso que en la hoyada que la sorprendió desde un principio encontraría al amor de su vida y también su nuevo hogar. ¿Qué la había enamorado de esta urbe a los pies de los Andes? Además del moreno hombre de ojos como la miel, sus particularidades geográficas, su infinito panorama hacia eso que parece labrado por un don supremo.

Rolando Mendoza también era estudiante y flechó a la “gringa” en cuanto la cruzó por los pasillos del Monoblock central. Enamoraron, se casaron, formaron una familia que se completa con David y Bell, y comparten un estilo de vida que Emma abrazó desde que llegó y que supuso uno de los motivos por los que eligió a Rolando como el acompañante de sus días: Naturaleza, tranquilidad y comunidad. “La vida en Bolivia es muy diferente, uno vive compartiendo siempre con los comunarios, Manchester es diferente”. En esa búsqueda, la familia angloboliviana siempre eligió los aires de campiña de la zona Sur paceña. Hasta hace diez años vivían en Mallasa. Y en una tarde que salieron a pasear al perro hasta el barrio de Jupapina, la pareja encontró un paraje que bordea el cerro, se yergue encima del río por sobre un gran manto de flores y tiene como fondo una pila de montañas con la Muela del Diablo como corolario a ese gran cuadro que brinda la naturaleza.

“Nos gustó en cuanto lo descubrimos y empezamos a negociar con los dueños del lugar para comprarlo. Lo que más nos atrajo es que es un sitio de paz y de contacto con la naturaleza”, dice el propietario.

Una vez realizada la transacción, surgieron las ideas de qué hacer con el privilegiado terreno. Entonces, junto a un grupo de amigos y voluntarios nacionales y extranjeros, Rolando y Emma proyectaron un lugar de campamento al aire libre que cuente con los servicios indispensables para comodidad del visitante. “Como familia estamos comprometidos a poner de nuestra parte para ayudar a desarrollar un turismo sostenible, respetuoso del medio ambiente que beneficie a nuestra comunidad y ofrezca una experiencia enriquecedora para nuestros huéspedes”. De esa manera, el lugar fue tomando forma recurriendo a materiales locales, reciclados y a fuentes de energía principalmente renovables. Y el nombre elegido fue Colibrí. ¿Por qué? Por los pajarillos de acelerado aleteo que sobrevuelan esas montañas.

El retiro a tan solo 30 minutos del centro paceño es un verdadero proyecto amigado con el medio ambiente. Toda el agua consumida en Colibrí es purificada y nada se desperdicia, pues Rolando ha instalado una complicada red de tuberías y envases de plástico para lograr su reciclaje. La forma de los refugios es también muy llamativa, además de pintoresca. Estos conos de madera están inspirados en los tipis, viviendas utilizadas por los pueblos indígenas nómadas de Estados Unidos de las Grandes Llanuras, donde increíblemente caben hasta dos camas de una plaza o una de dos. “El diseño fue adecuándose a la naturaleza del lugar; a la vez fuimos reforestando el sitio, ya tenemos cerca de 1.000 árboles de distintas variedades”, señala Emma. “Uno de nuestros tipis tiene una cama doble de lujo con un colchón de lana de oveja natural orgánica y un edredón de plumas. El otro tiene dos camas individuales y espacio para otro colchón, si fuera necesario”. Ambas moradas están aisladas y cuentan con espacio de almacenamiento, tienen iluminación suave además de estar garantizados a prueba de lluvia.

Otro de los refugios es la cabaña en forma de A, construida en madera con energías renovables y materiales reciclados, la cual tiene capacidad para cuatro personas, baño privado con ducha de agua caliente, una cama doble y dos camas gemelas. Pero el área que permite un contacto directo con la naturaleza es el de camping, desde donde se puede admirar el Valle de las Flores, una pradera donde los comunarios cultivan los capullos que irán a parar a jarrones en hogares y cementerios paceños, celebrando la vida y también la muerte. “Los Andes bolivianos tienen una mística impresionante, nos lo recuerdan todos los extranjeros que llegan hasta aquí. En el último año hemos recibido a 1.000; también vienen paceños a pasar un fin de semana, pero en menor medida”.

En el área de camping hay espacio para hasta ocho carpas y coches pequeños o motos o bicicletas. En caso de que el viajante no cuente con los suministros, Colibrí se encarga de alquilar las tiendas de campaña, bolsas de dormir y linternas. “Esta parcela también cuenta con baños completamente nuevos y duchas de agua caliente permanente”, explica Rolando.

Además de los baños, el área consta de un comedor semicubierto completamente equipado, incluyendo una cocina de gas, heladera, cafetera, exprimidor, tostadora, lavaplatos, y vajilla totalmente nueva con platos, vasos, ollas y sartenes. “También tenemos parrillas y fogatas, enchufes eléctricos para recarga de celulares y computadoras portátiles, libros de intercambio, bañera de agua caliente con hierbas terapéuticas, hamacas, en fin, queremos que nuestros visitantes tengan todas las comodidades posibles”, manifiesta Emma. Los propietarios del lugar ofrecen asimismo una variedad de actividades en el singular paisaje del sur paceño. Entre ellas proporcionan guías locales para caminatas hacia los principales atractivos a poca distancia del camping, como el Valle de la Luna, el Valle de las Flores o la Muela del Diablo. Ello además de sus clases de cocina boliviana, paseos culturales, clases de español, cabalgatas y ciclismo. “También queremos que las visitas tengan contacto directo con la comunidad, que vivan esa experiencia que quizá en sus lugares de origen ya se está perdiendo. El contacto con el otro y con la naturaleza es vital”, dice Emma, recordando lo que le sucedió a ella al conocer este pedacito del planeta.