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Santoalla y el ronroco

Tuve la oportunidad de saludar al gran maestro Gustavo Santaolalla, músico, compositor argentino y sobre todo una linda persona, que llegó a Quito para celebrar los 25 años de la Orquesta de Instrumentos nativos del Ecuador. Cuando ingresó al escenario del Teatro Sucre parecía un Papá Noel de civil, mastuquito nomás, bien parkeado. Entonces, canta con sus tres guitarras canciones entrañables de la época rockera de Arco Iris. Luego se para y con caja en mano arrasa con una vidala recopilada por Leda Valladares que tumba a los quiteños, en shock. Después, emprende con el ronroco junto a la orquesta y la música se va diluyendo en un mi menor persistente, fatigado, cinematográfico, pese a los esfuerzos tímbricos del ensamble.

Fue entonces que me fui alejando del evento pensando en el origen de este instrumento maravilloso, el ronroco, que logra con su caja acústica luminosa transportarte a la naturaleza viva. Santaolalla, en una entrevista realizada en 2013 por la interesante revista Rolling Stones, dice sobre el ronroco: “Es un instrumento muy particular, como un charango pero grave. La característica que lo distingue es que se afina en Mi, a diferencia del charango que lo hace en La y en Sol. Pero en definitiva son de la misma familia. Ambos son originarios del norte de Argentina, Bolivia y Perú”.

A ver, pibe de oro. El ronroco es un charango. Y no nació en el norte argentino, tampoco en Perú. El creador del instrumento fue el maestro boliviano, chuquisaqueño, de Villa Serrano, el gran Mauro Núñez Cáceres (1902-1973). En los años 40 del siglo pasado, Don Mauro, que era un talentoso luthier, experimentó construyendo varios registros de charango denominando a su obra (que es también musical/ compositiva), la charangología.

Mauro Núñez consolida cuatro registros principales en la orquesta charango: un chula (agudo), el mediano (luego estándar), el machu (ronroco) y el requinto (bajo). Este último fue remplazado en sus actuaciones públicas por otro invento interesante del gran maestro, la k’aratiña, una especie de contrabajo hecho de tripa de oveja, con caja de resonancia en un bombo criollo. Hermosas creaciones, hoy clásicos, generó Don Mauro con este ensamble, como Poncho Ponchito, Canción y Huayño, Preludio para Charango, el Arriero o Bajo el cielo de Potosí. Y también creó para esta conformación las famosas chajchas, las patitas de cabra, que hoy ya son un consolidado accesorio de percusión universal.

El ronroco machu fue años después afirmado por el músico y luthier Wilson Hermosa e incorporado con gran éxito en el ensamble Kjarkas, cuyas baladas folk sacudieron el mercado musical de la década de los 70’s. Ulises Hermosa canta con su ronroco como  McCartney con su bajo.

Fue en 1998 que Santaolalla publica su álbum “Ronroco”, un afable disco que daría inicio a su exitosa carrera como creador de bandas sonoras y que le dio —en estos últimos 15 años— dos premios Oscar (por Babel y Secreto en la montaña); el tema Iguazú de aquel disco fue incluido en el film hollywoodense El Informante, de Michael Mann, con la actuación estelar de Al Pacino. Por ese mismo disco, el director mexicano Alejandro González Iñárritu llama a Gustavo para Amores Perros, que cierra con otro tema de Ronroco. Y de ahí sale también la pieza De Ushuaia a La Quiaca que Wálter Salles utilizó para Diarios de motocicleta.

“Ese instrumento me abrió las puertas del cine, me hizo ganar Oscars, fue fundamental”, dice Santaolalla en la misma entrevista. Mucho le debe este músico a aquel machu de Villa Serrano. El ronroco tiene hoy un romance con Santaolalla, un romance musical, le encanta que Gustavo le rasque la pancita sin uñas, suavito. Este admirable músico intuitivo (no lee ni escribe música!), perseguido por stars para que le produzcan su nuevo CD, triunfador con Café Tacuba, Molotov y Julieta Venegas, se enamoró de un ronroco minimal ahora jujeño del luthier Chiquito Rodríguez que conmueve a maestros del cine mundial.

Volviendo a Don Mauro, es hora de que los noveles musicólogos y etnomusicólogos bolivianos (los hay?) trabajen con más rigor sobre su obra y profundicen estas estimaciones. Es hora de que nuestro Estado tome acciones por recuperar, reproducir, colorizar y volver a Don Mauro uno de nuestros ídolos patrimoniales que tanta falta hace a la identidad boliviana, la cual crea pero no reconoce. Y se defienda con mayor rigor nuestro patrimonio cultural, no con el afán de negar proyecciones sino de ser rotundo en el reconocimiento y reafirmación de sus verdaderos creadores. Además de gestionar reconocimientos por derechos de autor, según el caso y  marca.

Esito sería, feliz año 2016 para todas y todos. Hey dicho.

(*) El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta