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Gilberto Gil: O eterno Deus mu danca

Cuando ingresa al escenario del Teatro Nacional quiteño compruebo que es alto, fornido, compacto, un ave jurásica. Está incólume y eso que cumple 73 abriles y 50 años de carrera artística desde aquella primogénita canción Lovacao, que iba a dar vuelo allá por 1965 a este semidios afrobrasileño, el gran Gilberto Gil.

Bahiano de linaje atravesado, trae a Quito un ensamble acústico poblado de guitarras, percusiones varias, pero sobre todo aquel mensaje consecuente de medio siglo de tropicalista. ¿Qué otra cosa sino interculturalidad trae el tropicalismo? Solamente que estos cuates inseparables, Gil-Caetano, parceria mundial, rayo cósmico, reciclaje honesto, estos dos estaban demasiado adelantaditos. En 1966 plantear aquello en Sudamérica era de una lucidez extrema: la milicada ignorante acabó por echarlos al exilio londinense. Aquella apertura de zoom por las europas logró profundizar aún más la visión de  antropofagismo cultural que Andrade había planteado por los 30.

Luego Caetano Veloso lo definiría más facilito: tener las raíces bien puestas en los pies y las antenas atentas en el cielo. Esta hambruna atractiva de los caníbales culturales bahianos —impulsados e inspirados por el gran Joa Gilberto— contribuiría al posmodernismo brasileño con una actualización constante del mejor software libre: los tropicalistas. Luego del exilio londinense (68-72), Gil despeja con Expreso 2222, y toda la juventud brazuca se sube a este manifiesto de libertad. Con los 4 Re (Refacenda, Refavela, Refestanza y Realce, discos re bellos) cierra una década de sucesos: la identidad móvil brasileña cuaja feliz, atrapada. En los 80 Gil navega sin problema alguno del  forró originario de Quilombo, pasando por los 12 bárbaros vigorizándose en el pop del eterno deus mu danca. Gil, siempre intelectual y desafiante, afirma que Brasil se salvó de los españoles, la conquista vino desde los fados, sin tanta violencia y violación. En 1993 nace el disco y show aniversario por los 20 años del levantamiento estético mediante la propuesta Tropicalia Dos y la reafirmación de la pulsación rebelde sambea actual y sin miedo: cantando eu mando a tristeza embora.

Un año después Gil llega a la cresta de la ola con el DVD Unplugged, una joya acústica siempre vigente. El show de Quito recuerda también otras dos décadas de esta hazaña con un Gil Luminoso que sigue surfeando sin dramas del samba reggae a la bossa, del pop a la búsqueda africana de Kaya N’Gan Daya. Y en el medio Lula lo nombra Ministro de Cultura, cargo que ejerce de 003 a 2008 con la misma lucidez y valentía, erguido en su pilar circular: democratizar la cultura. Por fin un Ministro de Cultura negro. Por fin un artista “antropófago” desafiando la burocracia fina de Brasilia. Por fin el pueblo está en el poder.

Hoy en Quito, Gil sorprende de nuevo con sus armonías sofisticadas, con sus textos de poesía concreta, con su Sampa siempre viva, con sus melodías desconcertantes, con su rítmica feroz, latiendo desde un corazón desafiante, de eterno deus mudanza.

Al final del show me acerco y su astral trae un arcoíris que me hace retroceder. —Gracias Gil—, le digo, y lo abrazo más allá de lo normal. Es que quiero que su sudor me contagie, deseo que su arcoíris me pueble. —¿Volverás a ser ministro?—, me atrevo… —no tengo tiempo, tengo cinco años de conciertos ya ofrecidos al frente—, dice pícaro, hermoso, radiante luego de dos horas de música arrebatadora. —Saludos a Evo—, dice y se va, se va, envuelto en una camisa de red finita, como un demiurgo de ojos punzantes, como un pez espada refulgente.

No queda más que admirar, admirar y admirar la consecuencia alegre de estos setentones en mutación inalterable, con un tronco nutricio perpetuamente en evolución, con una actitud ante la vida y el arte siempre provocadora, gozosa, valiente, móvil, dulce, rebelde, actual, en fin, tropicalista, que renace en cada concierto, en cada disco, en cada palabra. Deus les pague.