Icono del sitio La Razón

Helena Rubinstein : ‘Si uno no puede ser joven, lo único que puede hacer es parecer joven’

Luego de rechazar un matrimonio acordado por su familia, a Cha­ja Rubinstein no le quedó otra alternativa que irse lejos de su Polonia natal. Fue así que se encontró en viaje rumbo a la árida Australia, con 12 latas de ungüentos en la valija y un futuro incierto en la granja de un tío. Sin saberlo, aquellas cremas no solo le permitirían a Chaja escapar de su destino rural, sino que junto a ella lo harían millones de mujeres que hasta entonces estaban condenadas a andar por el mundo a cara lavada.

Pronto Chaja, por entonces de 24 años, pasó a llamar­se Helena Rubinstein (1870-1965) y lo que había sido un regalo de su madre se transformó en el negocio al que dedicaría su vida, porque aquellas cremas se convirtieron en oro en el seco y soleado clima australiano. Los ungüentos, que habían sido creados por Jacob Lykusky —un químico húngaro amigo de su madre—, tenían un efecto hidratante en la piel de aquella joven y las mujeres del pueblo no tardaron en notarlo, por lo que comenzaron a preguntar cuál era su secreto.

Después de conseguir la fórmula original y contratar a Lykusky, Rubinstein lanzó la que sería su primera marca exitosa: Valaze. Ante la buena recepción de sus productos, esta joven judía dio un paso re­volucionario, abrió en 1902 Beauty Valaze, el primer salón de belleza del mundo, donde las mujeres no solo recibían tratamiento facial sino que además eran maquilladas. Aunque no lo parecía, éste era otro terreno de batalla en el proceso de emancipación de las mujeres australianas, que por esos años habían conquistado el derecho al voto.

(*) Más información en la edición impresa de La Razón