Una historia en miniatura
Para celebrar la Alasita, la escultora Mónica Salazar creó una historia paceña de superación a través de 17 figuras pequeñas.
Sabina y Domingo tenían su pequeña casa en las faldas del nevado Illimani, donde vivían principalmente de la agricultura. Un día, mientras el esposo caminaba por el campo en plena tormenta un rayo le cayó en el cuerpo, pero sobrevivió, por lo que atribuyó el milagro al Tata Santiago, el santo católico del rayo, y como forma de agradecimiento bautizó a su primogénito con el nombre de Santiago.
De esta manera comienza la exposición Personajes y estampas de La Paz, una historia contada a través de figuras de cerámica en miniatura acerca de las vicisitudes de una familia emigrante del altiplano, que en su lucha por sobrevivir en la sede de gobierno no deja de lado las tradiciones y costumbres del departamento.
La creencia andina indica que a quien le cae un rayo y sale ileso tiene poderes sobrenaturales, por lo que Domingo —al ser un superviviente de este fenómeno natural— decidió convertirse en yatiri, quien dedica su vida a adivinar y solucionar todo lo inherente a la salud, trabajo, economía y otros aspectos de la vida a través de ritos y plantas medicinales. Un día, mientras preparaba una k’oa —mesa ritual de agradecimiento— en la pequeña habitación de adobe donde tenía su negocio, la Pachamama (Madre Tierra) apareció ante él y le advirtió: “Levanta todo lo que tienes de valor y vete con tu familia”.
Sabina no entendía la razón por la cual debía dejar su casa, pero aun así abrigó bien al pequeño Santiago, tomó todo lo que podía —entre ellos un bello Ekeko multicolor—, y acompañó a su pareja en la travesía. A minutos de haber empezado la caminata, escucharon de repente un estruendo que les hizo mirar atrás. Al observar con detenimiento, se dieron cuenta de que una mazamorra estaba cubriendo todo el terreno donde vivían. Después de haber caminado un par de días, ambos llegaron a la sede de gobierno, un territorio repleto de ruido y de progreso, donde debían comenzar una nueva vida.
Mónica Ramírez Sirvas (Morasis), creadora de las obras de arte y de la historia que las describe, cuenta que hace un año asistió a una exposición artística sobre el Carnaval de La Paz, que la animó a crear una obra en cerámica que mostrara su percepción de esta fiesta. Es así como después de crear un pepino —al que llama Gordito y que pesa más de 25 kilos—, decidió continuar con personajes y tradiciones paceñas que recrearan su relato.
“Para la ventura de la joven familia proveniente de las faldas del Illimani, sus compadres Agustina y Gastón les ofrecieron cobijo en su humilde morada, en una zona popular de la urbe. Además, al tener un puesto de venta en el mercado Rodríguez, la comadre hizo un lugar para que Sabina fuera su ayudante y aprendiera todo lo relacionado con el comercio. Sus jornadas eran sacrificadas, pues además de tejer ropa por las noches, tenía que cuidar a su hijo y cargar q’epis (bultos) grandes. En tanto, Domingo consiguió trabajo como aparapita (cargador), por lo que transportaba en su espalda quintales de harina o canastos de pan, además de salir a las calles como lustrabotas y músico, gracias a la ayuda de su amigo Genaro, platillero de una banda de música folklórica”.
La exposición está compuesta por 17 miniaturas de entre tres y siete centímetros de alto, que se caracterizan por tener colores intensos. La artista cuenta que para lograr esa tonalidad siguió las tendencias del pintor neerlandés Vincent van Gogh, quien trabajaba sus obras por la noche, con tal de que la obra no tuviera influencia de la luz solar, lo que le permitía obtener tintes más vivos. Es por esta razón que al ingresar a la exposición en el Museo Costumbrista (ubicado entre la calle Jaén y la avenida Armentia), lo primero que llama la atención es ese detalle, porque las figuras que están resguardadas en urnas de vidrio parecen tener luz propia y brillar con tonos propios.
“Tiempo después, Agustina consiguió para su comadre Sabina un puesto en el mercado, para que empezara un negocio. Durante la Alasita, la pareja de inmigrantes se dedicaba a vender comida, y les fue tan bien que en Carnaval bailaban ch’utas con la comparsa del centro de abasto”.
El esfuerzo y sacrificio de Sabina y Domingo —continúa la narración recreada— dieron sus frutos cuando ahorraron el suficiente dinero para adquirir un terreno y construir una vivienda en El Alto. En ese tiempo, Santiago ya había crecido y, apegado a las tradiciones paceñas, junto a sus amigos se disfrazaba de k’usillo para participar en las entradas autóctonas, mientras sus padres bailaban waca waca.
Mónica, quien en la actualidad dicta clases en la carrera de Artes Plásticas en la Universidad Pública de El Alto (UPEA), explica que las obras tienen un estilo naif, que se caracteriza por reflejar la realidad con deliberada ingenuidad, aparentemente infantil, con poesía y simplicidad. “No existen reglas, no se sigue la perfección, sino que se sigue el sentir, que se nota en las texturas”, indica ella. “A pesar de haber logrado la prosperidad de la familia, Sabina no se sentía satisfecha con su existencia, por lo que un día decidió en secreto entrenarse en un gimnasio y dedicarse a la lucha libre, con el nombre de La Magnífica. Domingo sospechaba que había algo raro en la rutina de su esposa, así es que un día la siguió, hasta llegar a un coliseo, donde Sabina iba a demostrar sus atributos ante la Fabulosa Charito”.
A partir de haber recorrido la urbe paceña, Mónica decidió reflejar mediante sus miniaturas los diferentes ámbitos de la sociedad, desde el trabajo sacrificado de las mujeres y hombres que llegan desde otras regiones para lograr un futuro mejor, hasta su apego y gusto por las tradiciones.
Agustina y Gastón no tuvieron descendencia, continúa el relato moldeado, así es que heredaron a su ahijado Santiago todos sus bienes, como reconocimiento por haber sido estudioso y trabajador. Apegado a las costumbres que le habían legado sus padres, el joven continuó con su fascinación por las tradiciones, por lo que se disfrazaba de pepino y participaba en las carnestolendas. “Es una mirada de lo que pasó y sigue siendo parte de nuestra cultura, las tradiciones y costumbres que forman parte de nuestra identidad pese al desarrollo, ya que siempre están en el corazón de los paceños”, dice la escultora.
La exposición, que estará abierta hasta el domingo 31 de enero, muestra una faceta de esta La Paz que mantiene sus tradiciones y que puede mostrar las historias de Sabina y Domingo en miniatura.
La fiesta de las illas
Al mediodía del 24 de enero, en las afueras de las iglesias, cientos de personas sostienen las illas (amuletos) con forma de alimentos, autos, terrenos, casas, aparatos electrónicos, etcétera, para que desde lo alto de una tarima los religiosos les echen agua bendita.
Según el antropólogo Milton Eyzaguirre, jefe de la Unidad de Extensión y Difusión Cultural del Musef (Museo Nacional de Etnografía y Folklore), la Alasita es la fiesta de las illas ligada al Jallu Pacha (del aymara, “tiempo de lluvia”), que tiene que ver también con la fertilidad.
Un ejemplo del empleo de las illas en esta época sucede el 3 de diciembre en Laja, para la fiesta de Chijipata, cuando los creyentes arman pequeños terrenos en la tierra y los ch’allan. Eyzaguirre dice que las t’ant’awawas y las k’ispiñas también representan los deseos.
En 1783, el gobernador de La Paz Sebastián de Segurola emitió una ordenanza que modificaba la fecha de la Alasita al 24 de enero, en honor de la Virgen Nuestra Señora de La Paz y para festejar la victoria del ejército español sobre el cerco indígena de 1781 liderado por Túpac Katari.
Datos importantes
• Lugar de exposición:Museo Costumbrista Juan de Vargas.
• Ubicación: Entre la calle Jaén y la avenida Armentia.
• Horarios: Martes a viernes, de 09.00 a 12.30 y 14.30 a 19.00. Sábado y domingo, de 09.00 a 13.00.
• Costo de ingreso: Nacionales: Bs 5, maestros: Bs 3, extranjeros: Bs 10 y personas de la tercera edad (mayores de 60 años) no pagan el ingreso.
• Contactos: 2280758