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El cartero y su museo: Repositorio postal de la Ecobol

Mientras recorre los recovecos del inmenso salón que resguarda cientos de piezas históricas del correo postal, Américo Sanjinés hace un comentario que intriga al ocasional invitado. “Hay duendes, lo he comprobado”, asevera con toda la seguridad que le dan los años que ha trabajado como cartero y ahora como responsable del Museo Postal Filatélico, José Joaquín Lemoine.

El Palacio de Comunicaciones, ubicado en la avenida Mariscal Santa Cruz, en el corazón de La Paz, es uno de los principales lugares de encuentro.

Vendedores y músicos ambulantes complementan la vitalidad del que llaman “Correos”, porque allí se encuentran las oficinas de la Empresa de Correos de Bolivia (Ecobol). Entre bocinas que sobresaltan el sentido auditivo, melodías que invitan a comprar, gritos, risas y el pitido constante del semáforo de la calle Oruro, se encuentra escondido el repositorio que guarda balanzas, máquinas de escribir y de calcular, teléfonos antiguos y documentos que dieron vida a los envíos postales en el territorio nacional.

Américo comenzó a trabajar en 1978. Todos los días cargaba su morral con aproximadamente 500 cartas y encomiendas que debía dejar en hogares de La Paz y El Alto. “Hasta el último envío teníamos que hacer el intento de entregar”.

Desde entonces, cuando las oficinas de Correos se atiborraban de usuarios en espera de alguna carta, época en que había más de 40 carteros en servicio activo, la situación ha cambiado mucho, pues la tecnología y las malas administraciones han herido a esta prestación de mensajería. No obstante, los trabajadores continúan bregando por mantener a Ecobol. Justamente, uno de ellos es Américo, quien después de vivir una etapa gloriosa con la entrega de misivas, ahora se encarga de explicar el uso que le daban a los cientos de objetos que parecen estar ocultos en el Palacio de Comunicaciones.

El Museo Postal Filatélico lleva el nombre de José Joaquín Lemoine, uno de los principales impulsores de la revolución chuquisaqueña del 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca y primer administrador de este servicio postal, nombrado por el mariscal Antonio José de Sucre.

Ingresar al repositorio es como retornar en el tiempo, cuando las oficinas se llenaban de clientes, con el trajín de recepción y entrega de encomiendas, con historias y anécdotas que Américo está dispuesto a contar, debido a que atrás han quedado los tiempos de aventura en las calles, ya que ahora viste formal, con camisa blanca  bien planchada, corbata sobria, chompa y suéter. El cartero luce actualmente como el tradicional cuidador de recuerdos.

La burocracia parece reforzar la idea de que el museo es un lugar escondido en la sede de gobierno, puesto que para ingresar se debe dejar la cédula de identidad y subir dos pisos hasta llegar al salón, cuando se podría entrar a través del patio del edificio que lo cobija, por la calle Oruro. Dentro del repositorio, lo primero que Américo muestra en el itinerario reposa al frente de la puerta principal: El primer sello postal boliviano, creado en 1863, durante el gobierno de José María de Achá, el cual nunca circuló porque podía ser fácilmente falsificado.

Entre la centena de piezas del recuerdo, guardadas en mostradores de madera, es inevitable observar las saqañas (del aymara, que significa bolsones de tela gruesa), en las que se transportaban las encomiendas. Ese dato es la excusa perfecta para que el cartero cuente que Correos de Bolivia tenía galpones exclusivos en la Estación Central (adonde arribaban trenes procedentes principalmente de Chile y que ahora es la terminal de la Línea Roja del teleférico). A esos ambientes llegaban una infinidad de cartas, por lo que los trabajadores —según recuerda— debían recibir las saqañas y trasladarlas a otras oficinas para iniciar su distribución. Esa evocación lleva a los trajes que se usaban por entonces, que se caracterizaban por ser parcos, de color plomo, acompañados por sombreros del mismo color, como los dos que se exhiben en esta singular galería. Estos uniformes, diseñados en 1948 y que fueron donados por Correos de Portugal, fueron empleados por los carteros nacionales a finales de los años 50 hasta inicios de los 70 de siglo pasado.

La descripción incita a pasar al rincón donde están los casilleros que se utilizaron desde mediados de los 40. Algunas cerraduras, que en su momento lucían flamantes y que ahora están desgastadas, parecen portar el aura de sus historias. Es un mueble largo de madera, vidrio y metal con 33 casillas, que por mucho tiempo fueron empleadas en Oruro. Al otro lado se encuentran más casilleros, que en lugar de cerrojo tienen un mecanismo que permite abrirlos mediante una combinación de números, como pequeñas cajas fuertes.

Si bien Ecobol cuenta ahora con unas 5.000 casillas al servicio de la gente, las redes sociales en internet y los correos electrónicos han puesto en riesgo la institución. “La gente ya no las utiliza mucho, como hay poca fluidez de correspondencia, las han dejado de alquilar”, lamenta Américo, aunque no pierde la esperanza de que vuelvan los tiempos de prosperidad.

La bóveda, donde se supone están los duendes que acompañan a Américo en el resguardo de las estampillas, es un ambiente seco y algo frío, con paredes tapizadas hasta el techo de gavetas que guardan blocks (estampillas para coleccionistas, pues los sellos ostentan verdaderos diseños artísticos que aumentan su valor económico) y sobres del primer día (que tienen la fecha de su venta, por lo que son una prueba histórica). En cuanto a los blocks, existen ejemplos de obras de arte, como uno húngaro, de abril de 2011, que tiene como figura principal la Corona de San Esteban, considerada un “Atributo Sacro”.

Américo, quien debe usar una escalera para llegar a todas las gavetas y mostrar parte de las obras de arte de todo el mundo. Asegura que los duendes suelen abrir y cerrar las cajas, y que muchas veces han intentado desordenar los documentos. “Lo he comprobado”.

En esta sala hay estampillas de los más de 190 países del mundo. En el caso boliviano existen sellos que muestran la historia del país, como los conmemorativos a la Guerra del Pacífico, la Guerra del Chaco o la clasificación de la selección boliviana de fútbol al Mundial de Estados Unidos en 1994.

Escondido en el gran edificio del Palacio de Comunicaciones, en cuyas inmediaciones se reúne la población, Américo está seguro de la existencia de esos pequeños seres juguetones. ¿Cómo lo comprobó? Puso hilos alrededor de las gavetas, que extrañamente aparecieron rotos por la mañana.

Américo también es una pieza importante del Museo Postal Filatélico, ya que retrata las anécdotas y las memorias del servicio postal y, aunque lo intenten los duendes, no podrán romper los hilos de la historia del cartero y su correo.

Para visitar

Ubicación. Palacio de Comunicaciones, nivel Plaza, avenida Mariscal Santa Cruz, al frente del Obelisco.

Horarios de atención

De lunes a viernes 08.00 a 12.00 y 14.30 a 18.30.

Requisito

Presentación de la cédula de identidad.

No tiene costo

Para coordinar se puede llamar al 2374143 (Departamento de Filatelia de Ecobol) o al 70102466.

Entre faraones, chasquis y carteros

La aparición del correo se remonta muchos años antes a la aparición del papel, cuando se usaban pieles de animales para escribir sobre ellas, por lo que no se puede establecer cuál fue el primer pueblo en usar este servicio.

Las primeras referencias señalan a Egipto, en el 2400 a.C., cuando los faraones enviaban mensajeros a otros pueblos para que transmitieran sus decisiones. Esta práctica comenzó siendo oral, hasta que se usó el papel por cuestiones de precisión.

Correo proviene del francés antiguo corlieu, compuesto por corir (correr) y lieu (lugar), en referencia a atletas que corrían distancias largas para hallar al destinatario de la información.

El mensajero más célebre es Filípides, quien recorrió los 42 kilómetros que separan la isla de Maratón con Atenas para anunciar la victoria de los griegos frente a los persas, el 490 a.C.

El primer sistema postal documentado está en Roma, durante el imperio de César Augusto, quien creó un servicio de carruajes tirados por caballos y bueyes que distribuían la correspondencia del gobierno, que años después se puso a disposición del pueblo.

No obstante, hay versiones que indican que este sistema se inspiró en China el año 1200 a.C., durante la dinastía Tchou. El explorador Marco Polo escribió en sus memorias las semejanzas de la técnica de mensajería y describió que había cinco rutas y 70.000 empleados.

En América, incas y aztecas contaban en la época precolombina con sus mensajeros. En el primer caso se trata de los chasquis, quienes cruzaban planicies, montañas y ríos para transportar quipus, unos nudos de hilo que funcionaban como sistema de escritura.

El Servicio Postal Boliviano surgió el 3 de agosto de 1825, tres días antes de la firma del Acta de la Independencia, por orden del Mariscal Antonio José de Sucre.

En lugar de esta institución, mediante el Decreto Supremo 22616, del 8 de octubre de 1990, durante la presidencia de Jaime Paz Zamora, fue fundada la Empresa de Correos de Bolivia (Ecobol), que, a su vez, posibilitó la creación del Museo Postal Filatélico José Joaquín Lemoine, el 18 de agosto de 1994.