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Al otro lado de la vida

En la cosmovisión andina, la muerte forma parte de la vida. Es decir que no es una tragedia, sino la conclusión de una etapa más de la existencia. El fallecido se convierte en un sullka dios, un intermediario entre los seres vivos y las deidades mayores, como los achachilas (las montañas), los apus (divinidades mayores) y las apachetas (cumbres) para que haya buena suerte en la agricultura. Con esa idea es que los ancestros construyeron chullpares, torres funerarias que a pesar de los años aún se mantienen como parte del otro lado de la existencia.

Escondidas en medio de formaciones geológicas parecidas a un valle lunar, en el municipio alteño hay unas estructuras mortuorias que ahora son el principal atractivo de una ruta que promueve la Unidad de Promoción Turística del Gobierno Autónomo Municipal de El Alto. Este recorrido por el sur de la urbe comienza con una visita al mirador Atipiris, ubicado en el Distrito 8. La primera sensación al llegar al balcón es simplemente de asombro, pues se tiene un panorama de 270 grados, donde se puede contemplar los nevados de la Cordillera Real. Pero lo primero que llama la atención es el paisaje que parece extractado de un cuadro, donde sobresalen los nevados que parecen protectores de la laguna de Achocalla, que se completan con árboles y viviendas. Se trata de un sitio privilegiado, porque al ver el horizonte se puede observar parte de El Alto, el Huayna Potosí, Chacaltaya, Quimsa Cruz, Mururata y el Illimani.

La crónica íntegra se encuentra hoy en la edición impresa de La Razón.