Icono del sitio La Razón

La hermana ESTHER

En este domingo paceño asoleado decido remover recuerdos ecuatorianos mientras las mandolinas desentierran al pepino pandillero. Entonces encuentro una foto con la hermana Esther Morales Ayma que me lleva a septiembre de 2012. Yo estaba de embajador interino (Encargado de Negocios en la jerga diplomática), cuando varias compañeras del movimiento indígena ecuatoriano llegaron a nuestra misión con la noticia de que habían logrado convencer a la hermana Esther de que las visite en Ecuador pues querían conocer su testimonio de vida. Nuestras organizaciones sociales pagan todo, aclaró una de ellas con firmeza y orgullo. Teníamos quince días al frente, inmediatamente comunicamos a la Cancillería ecuatoriana y armamos entre todos una agenda intensa y diversa.

Fue muy emocionante conocer a Esther Morales, una mujer valerosa, humilde, alegre y muy firme en sus convicciones. Lo primero que recuerdo es su hermosa sonrisa y sus ojazos pícaros, inteligentes, de gran intuición. —“Papirri, que no me digan primera dama”—, fue su primera instrucción y sacamos inmediatamente del protocolo aquel concepto incluido por algún eficiente diplomático anfitrión.  

Directo del aeropuerto de Quito nos fuimos a Cayambe, donde las compañeras indígenas esperaban a la hermana Esther con arcos de flores, guirnaldas de girasoles y músicos originarios. Cayambe —centro vital del movimiento indígena ecuatoriano— estaba de gala, nos llenaron la mirada y las alforjas de quinua, maíz, mote y choclos. Al atardecer, la hermana Esther habló en aymara en un diálogo frontal, testimonial y circular comunitario, las compañeras de Cayambe preguntaban en quichua sobre la participación de la mujer en el gobierno de Evo Presidente, era un ch’enko interesante resuelto por las urgentes traducciones de la esposa del embajador de Ecuador en Bolivia, Ricardo Ulcuango, también líder de Cayambe. Recuerdo muy bien a la ministra de Pueblos del Ecuador, Mireya Cárdenas, una valerosa mujer que por suerte estuvo siempre cerca, pues al día siguiente, 16 de septiembre, partíamos a Otavalo, otro epicentro indígena del continente. El Alcalde originario, con su colita y abarcas, nos recibió feliz ofreciéndonos un cuy crocante con mirada nostalgiosa. La hermana Esther, siempre amable y sonriente, compartió con el movimiento indígena otavaleño, pueblo rico en artesanía y folklore. El grupo Wiñay Kayambis interpretó poderosas piezas en quichua ecuatoriano, fue el grupo musical que más me impresionó, las cantantes eran extraordinarias.

Al día siguiente, nos esperaban los indígenas de la costa ecuatoriana, viaje de siete horas hasta Manta, delegados de los pescadores nos llevaron al Museo de Aguas Blancas, un museo viviente de la ancestral cultura manteña, los pescadores preguntaban si era cierto que ella y Evo se habían criado en el desierto, la hermana Esther daba su testimonio de vida con solvencia, describió la infancia dura en Isallavi, “no teníamos agua, ni luz ni caminos, éramos demasiado pobres”, decía, mientras los pescadores escuchaban en un silencio con fondo de mar. Entonces fue que con algarabía decidimos meternos al océano Pacífico, Esther me decía “mejor no, Papirri, miraremos nomás”, pero los pescadores la animaron al chapuzón. Luego, en el viaje de retorno comentaba con felicidad de niña que era la primera vez que había ingresado al mar. Los pescadores nos despidieron con una pescadeada deliciosa, cantos marítimos y marimbas de fuego. En el viaje de retorno, mientras la hermana descansaba, la ministra Mireya me contó brevemente su penetrante historia. Su marido, un líder revolucionario dirigente del movimiento Alfaro Vive Carajo, había sido asesinado por la dictadura de Febres Cordero. Ella tuvo que huir al Canadá, antes fue torturada y violada, llegó al exilio con su hijito de meses, a quien tuvo que cambiar de identidad para que lo dejaran en paz. Hace un par de años, luego de décadas de trámites, el hijo de Mireya Cárdenas recuperó recién su verdadera identidad.

El día final en Quito fue de gran intensidad oficial, la hermana Esther Morales fue recibida por el entonces vicepresidente de Ecuador, Lenin Moreno, quien nos ofreció un recorrido por el Programa Manuela Espejo, vanguardia de la lucha de los discapacitados del continente. En la tarde, el presidente Rafael Correa nos acogió en su despacho del Palacio de Carondelet, me impresionó que al lado del escritorio del Presidente ecuatoriano se encontraba paradita una guitarra, una guitarra formidable, una joya de maderas eternas con voz potente, había sido construida por el célebre luthier Chiliquinga. El canciller Ricardo Patiño que sabía de mis habilidades pidió que tocara una piecita y le cascamos nomás el huayño El trencito que yo había compuesto esos días destacando los logros de Evo presidente. Entonces, Rafael y Esther conversaron largo y tendido mientras organizábamos la ida final al aeropuerto con el Canciller ecuatoriano.

La hermana Esther Morales dejó una estela de sencillez, un mensaje de humildad y un arsenal de sabiduría, buen combo que conmovió a todos los ecuatorianos. Dicen que aún vende en su tiendita de una esquina orureña.  Quiero ir a visitarla. Además su esposo es músico de una poderosa banda. Siempre alegre y sabia me dejó este recuerdo de luz prendido en el alma.

El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta.