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Un antiguo problema

Sucedió durante uno de los gobiernos de Víctor Paz Estenssoro, allá por la segunda mitad de los años 80, y fue todo un escándalo. Un documento oficial suscrito por el Ministerio de Salud con el Banco Mundial comprometía varios millones de dólares del organismo internacional a favor de Bolivia para ejecutar programas vinculados al control de la natalidad. El acuerdo oficial decía, explícitamente, que uno de los objetivos de la cooperación era combatir la pobreza en nuestro país, mediante acciones que eviten el nacimiento de pobres. Por entonces la tasa de natalidad estaba por encima de los cuatro hijos por hogar. Y claro, ése era el promedio porque la cigüeña suele visitar más a los que tienen menos.  

Eran tiempos muy cercanos a los controles de natalidad en los países pobres, a las crudas denuncias que recogía incluso nuestro cine sobre la actividad de los llamados Cuerpos de Paz, cooperantes del Gobierno de  Estados Unidos que esterilizaban, sin su consentimiento ni conocimiento, a las mujeres campesinas y de barrios populares, por lo que se adoptó una terminología más benévola: planificación familiar.

El razonamiento entonces era que la alta fecundidad (tener muchos hijos) está íntimamente ligada a la pobreza. La alta fecundidad y la mala salud materno-infantil son síntomas a menudo de pobreza y hacen que las familias no puedan escapar de esta condición. Por otra parte, existen razones de peso en favor de la inversión en programas de planificación familiar, como parte de una estrategia general para incrementar el estándar de vida. Además, un menor número de nacimientos (de pobres) permite a los gobiernos redirigir los fondos para mejorar la calidad de los cuidados de salud materno-infantil, educación y otros servicios sociales.

Buena parte de los argumentos han resistido al implacable paso de los años, pero es difícil imaginar que las personas de escasos recursos tengan conciencia de que aparte de sus problemas diarios, típicos de los pobres, su sola existencia provoque tantos otros conflictos al resto de la humanidad. Al extremo de que décadas después, continúe otorgándosele validez al argumento de que la lucha a favor de los pobres pasa por evitar que nazcan.