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Fotógrafo del ayllu

Fotógrafo, agricultor, documentalista, etnógrafo, investigador, ayudante de perforista en las minas. Todo un combo de vivencias y emociones en un solo cuerpo, aunque sin duda que su labor con la fotografía lo destaca del resto. Es lo que dicen fue Damián Ayma Zepita, con cuna en uno de los lugares más recónditos del país, Machacahuyo, del ayllu Kollana, localidad Santiago de Toledo, provincia Saucarí, Oruro, quien a pesar de las múltiples labores desarrolladas aún es un personaje por descubrir.

La población ubicada entre Toledo y la frontera de Alto Saucarí se eleva a 3.718 msnm. Se trata de un contexto duro y agreste, benéfico y voraz, donde el niño nació el 27 de septiembre de 1921, de acuerdo con el certificado de nacimiento en posesión de sus hijos, y donde desarrolló sus primeros años de vida muy orgulloso de sus raíces aymaras. “A los 12 años no conocía qué era la letra, no conocía el castellano y hablaba solo aymara”, declaró Ayma en 1989.

Un grupo de comunarios espera por un transporte que los lleva a la ciudad de Oruro.

En Machacahuyo los abuelos de Damián trabajaban en labores agrícolas y él ayudaba en esos quehaceres, relación que impregnó en Damián esa permanente relación con la agricultura que posteriormente retrataría en fotos. Andrés Segundo, su papá, era comerciante y se desplazaba a diferentes zonas junto a su esposa, Presentación Zepita. Y gracias a esta actividad Damián comenzó a realizar viajes temporales al centro minero de Llallagua, Potosí, donde empezó a tener contacto con la vida dentro de los socavones.

Hacia 1936 se trasladó hasta Colquiri, La Paz, centro minero distante a más de 100 kilómetros de Toledo, donde empezó como ayudante de perforista. La vida en las minas, donde se encontraba desde gente extranjera hasta lo último en tecnología, le permitió el roce que terminó despertando su inclinación por esa camarita que inmortalizaba a la gente. “De muchacho inquieto compré una cámara, y hacía revelar con un orureño, Francisco del Carpio”. En una ocasión este fotógrafo experimentado no le entregó las fotos a tiempo y fue hasta su estudio. “Desde entonces instalé mi laboratorio, de esa manera empecé”, dijo Damián en una entrevista en 1989.

Hacia 1955 se dedicó a retratar a los personajes del Carnaval orureño, como este moreno.

Según recuerdan los hijos, aprendió a sacar fotos en Bolivia y posteriormente se fue a Argentina, donde se inscribió en un curso profesional en Buenos Aires en 1948. Allí vivió enormes anécdotas, como la vez que vio un aviso en el que requerían un ayudante de fotografía. Cuando se presentó dudaron de sus capacidades y le preguntaron si en realidad no buscaba un trabajo para barrendero, pero salvado el prejuicio terminó trabajando en la Casa Lutron Company12 en Buenos Aires. Después de varios años y haber asimilado algunas técnicas como las ampliaciones, los retoques y los iluminados, en 1950 retornó al país. “Las fotos van a servir en algo a la raza que pertenecemos: aymaras, quechuas”, dicen sus hijos que afirmaba el padre.

Y tuvo una carrera prolífica; en el Fondo Fotográfico del Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef) se pueden encontrar entre sus primeras fotografías una que realizó en 1936 y la última en 1985. Casi medio siglo de trabajo en la profesión. “Además de la fotografía, Damián hacía trabajos en óleo con marcos de 40 x 30 cm, sobrepintaba las fotografías en blanco y negro. Siguiendo esta técnica se hacían fotografías para Navidad, tipo postales o tarjetas con jilgueros y gorrioncillos insertos hábilmente en las fotografías con una alusión en texto”, explica Milton Eyzaguirre, jefe de la Unidad de Extensión del Musef, donde el 10 de mayo se inicia una exposición sobre la vida y obra de Ayma.

Personajes de la Mina Mire Cambillaya-Quime, La Paz, fotografiados en 1950.

Su hijo Leónidas recuerda que su papá “siempre andaba con su cámara, hasta el baño, nunca se desprendía, eso era lo interesante. ‘Voy a sacar a tal fiesta, tengo tal fiesta’, pero era campeón para hacer perder las cámaras, ese era su gran defecto”. Por su lado, su hija Emma también refiere bondades sobre el trabajo de su padre. “Nuestro papá era un buen fotógrafo y trabajaba muy bien en laboratorio, tenía trucos, sabía cómo sacar fotos, revelaba con la luz natural un negativo, se colocaba el vidrio y se doblaba la tapa para poner con luz roja, y luego ponía al sol. Era bastante práctico”. Su familia indica que Damián enseñó a varias personas el arte de la fotografía, como a su esposa Bertha, que aprendió a sacar copias y ni qué decir de sus hijos, que crecieron con el maestro al lado.

“La trilogía metodológica del etnógrafo como son la observación, la descripción y la interpretación del entorno se cumple reiteradamente”, dice Eyzaguirre. Damián “a pesar de su ausencia física permite disfrutar de su habilidad, bajo esta mirada indagatoria, siempre perspicaz informa, reitera, involucra”. Su obra está compuesta por fotografías en el contexto real, en la fiesta, en la cancha, en la mina, en el espacio agrícola, “expresando en varios casos el estado de ánimo de las personas”. Ayma, que murió en 1999, fue padrino del registro fotográfico, ya que sabía muy bien dónde acudir, cómo movilizarse y con quiénes entablar una negociación.