‘Nuestra muerte era la noticia del día’
Historias que se viven alrededor del gramado del templo futbolero
El periodismo deportivo no es un trabajo sencillo —¿algún oficio lo es?— porque exige que no solamente la voz o los oídos estén al acecho, implica también que los ojos, y la memoria, hayan aprendido a moverse a la velocidad de los movimientos de los deportistas. Y es que el periodismo deportivo le exige a quien lo ejerce que tenga, también, espíritu de atleta. “Es un oficio veloz”, dice Eduardo Lima, quien será puesto de cancha en la transmisión del popular programa radial Futbolmanía en el clásico de este domingo de sol. Bolívar vs. The Strongest es, históricamente, el partido más importante del fútbol nacional. Tal rivalidad amerita que los protagonistas se preparen para un evento mayor. Y más ahora que puede que el resultado permita vislumbrar al próximo campeón.
Se preparan los futbolistas, hace una semana, con miras a este juego. Se han preparado los periodistas que cubrirán el partido de una manera similar a los jugadores: los días previos han tenido en mente el clásico. Eduardo, junto a otros trabajadores de distintos medios —televisivos, escritos, radiales—, espera la llegada de los jugadores en el túnel que antecede a la puerta cuatro del estadio Hernando Siles. Hace un frío que contrasta con el sol que brilla afuera. Sostiene el micrófono mientras escucha la transmisión en su celular. Las cabinas viven su propio partido. El público ha llenado las tribunas. El ruido de algunos gritos extraviados y del ensayo de los cánticos de la hinchada desciende, leve, hasta este pasillo.
Un clásico es un cuento más en una sucesión de historias. Antes de este juego ha habido muchos otros y después habrá más. Eduardo recuerda un viaje a Uruguay, “es algo que me ha marcado la vida”, aclara, antes de contar la anécdota. El 29 de abril de 2014, The Strongest jugaba su clasificación ante el equipo violeta de Montevideo, Defensor Sporting. “Es algo que siempre recuerdo”, insiste Eduardo. Y así como la vida de un ser humano podría verse como la repetición de otras vidas, un partido de fútbol es la repetición de otros. Pero cada vida es distinta, lo sabemos, y cada partido también lo es.
Los futbolistas bajan del bus que los trajo al estadio y los periodistas se arremolinan, corren, buscan la voz, persiguen imágenes, anuncian. Cuando los protagonistas entran a los camerinos, retorna la calma expectante que reinaba antes de su llegada. Esperan las alineaciones. A Eduardo le ha tocado cubrir a Bolívar y recibe una hoja con los nombres de los futbolistas que irán a la cancha y a la banca de suplentes. Un par de días antes, él aventuró la alineación celeste: acertó. Este hombre trabaja en las transmisiones de Futbolmanía y es el director de contenidos y conductor del programa CD7, de Bolivia TV, el canal televisivo estatal. Le tomó poco más de diez años de esfuerzo llegar hasta este momento. Cuando salió del colegio, cuenta, siempre tuvo claro qué es lo que quería hacer.
Por eso, buscó un instituto donde enseñaban periodismo. Allí, el docente era un apasionado del deporte y transmitía partidos para una frecuencia AM. La primera vez que pisó el estadio, desde otra perspectiva, porque, como espectador, asistía a menudo, fue gracias a una invitación de este profesor. “Me hacía cargar cosas”, rememora, “una vez hasta me hizo sacar una credencial falsificada. Recuerdo como cinco años sin haber tenido ninguna paga”, dice, mientras cuenta que, en ese lapso de tiempo, ha estado en distintas radios, siempre intentando estar cerca de los acontecimientos deportivos. “Lo primero que gané gracias al periodismo han sido 150 Bs”, recuerda, “cuando me invitaron a hacer puesto de cancha”. “¿Te pagaban esa cantidad por partido?”, le pregunta quien escribe. “No, no”, dice Eduardo, “era mi paga mensual”, y sonríe.
En el estadio Franzini, de Montevideo, Defensor Sporting derrotaba por dos goles a cero a The Strongest, con lo que empataba la llave —el aurinegro había ganado por el mismo resultado en La Paz— y forzaba a dirimir en penales al clasificado a cuartos de final de la Copa Libertadores. En las tribunas, estaba Eduardo. “Llovía”, recuerda, “y esa vez no nos dieron ni siquiera una cabina, así que teníamos que relatar desde las graderías”. Sin embargo, recuerda con admiración los estadios argentinos ya que allí “al fútbol no lo tratan como a un partido más”, adonde Código Fútbol, su emprendimiento personal, habría de llevarlo. “Yo había alistado mis apuntes, como hago aquí, pero allá te dan todo, desde las alineaciones hasta la historia del club, los logros, lo que han hecho en la semana”, dice Eduardo cuando recuerda su paso por las canchas de Vélez Sarsfield y River Plate, en Buenos Aires, la capital argentina.
Periodista. Con los ojos atentos en el papel y la voz pronta y clara, Eduardo Lima, como puesto de cancha, informa todo aquello que acontece en la intimidad de la cancha. La cercanía con los protagonistas del juego le da una perspectiva distinta a la que viven los espectadores e incluso los relatores y comentaristas de su programa radial.
Después de haberse entonado el himno paceño, el pitazo inicial no fue vivido de la misma manera por los protagonistas —muchos de ellos llevaban la mano al césped y miraban al cielo pidiendo alguna iluminación— ni por los espectadores —que aplaudían a sus equipos— ni por los periodistas —que adoptaban una postura más rígida, los ojos bien abiertos, los bolígrafos listos para el apunte y los micrófonos listos—. La pelota rodaba de un pie a otro mientras un dron se elevaba por los aires.
Entonces Leonel Justiniano recibió la pelota a poco de ingresar al área rival, hizo un amague para deshacerse de los defensas que lo perseguían y remató, su disparo se coló por debajo del cuerpo del guardameta Daniel Vaca y se introdujo en las redes. Algunos de los periodistas que también hacían puesto de cancha apretaron los puños, haciendo lo posible por disimular su alegría. Los pasapelotas —todos ellos de las escuelas de fútbol académicas— celebraban saltando. Muchos policías, cuya misión es vigilar a los espectadores, no resistieron la tentación y desviaron la mirada hacia la celebración. Es curiosa la sensación de totalidad que se siente desde el borde de la cancha, esa orilla hacia el breve océano verde donde todo sucede. Si el césped puede ser un pequeño mar, las graderías llenas son como el cielo. Llegó el gol de Bolívar y el cielo se dividió en dos. Por una parte, la algarabía celeste y, por otra, el silencio aurinegro.
- El error
“¡Terrible error de Vaca!”, decía otro puesto de cancha subrayando las eres, “¡Terrrrrrrrrible!”. “La gente no entiende que los jugadores tienen familia, tienen sentimientos, tienen problemas como tú o yo”, dice Eduardo después. También menciona a los jugadores extranjeros, “no todos, claro”, dice, “solo vienen a extender la mano para cobrar”, en cambio, “los jugadores bolivianos lo viven de una manera distinta”, explica, “muchos de ellos son igual a nosotros, a pesar de su recorrido y aunque tengan plata, autos y mujeres”.
Justiniano se dejó caer el suelo cuando celebraba. Su hermana había fallecido hace poco y las lágrimas lo inundaron. Sus compañeros lo levantaron del suelo, el partido, como la vida, debía continuar. A poco de que Bolívar anotara el primer gol, The Strongest se lanzó al ataque y, a raíz de un tiro libre desde un sector próximo al área grande, Wálter Veizaga anotó el empate… o eso parecía. La curva sur del Siles ya empezaba la celebración cuando se vino un silencio plagado de murmullos: el banderín del juez de línea estaba levantado.
No se supo, en ese momento (ni después) por qué se había anulado el gol. En las repeticiones televisivas no se puede advertir que haya existido un off side o una falta. “Era un gol legítimo”, dice Eduardo, un día después y acota: “Eso es lo lindo del fútbol boliviano, es rústico, no es como la Champions donde todo es perfecto y tienen árbitros hasta detrás del arco, ver la Champions es como jugar en el Play Station, pero, en el fútbol nacional, puedes quedarte discutiendo una semana si el gol anulado estuvo bien anulado o no”. Jorge Flores se apresuró en un saque lateral y, tras un rebote, la pelota le llegó a Ronnie Fernández, que aguantó la marca antes de darse media vuelta y fusilar a Vaca con un violento remate esquinado. El ritual de los sonidos se repitió, la división del estadio.
Eduardo informa, desde su perspectiva, qué es lo que ha podido observar de esta jugada. “Futbolmanía es una escuela”, cuenta, cuando se refiere a su actual fuente de trabajo, “Gonzalo es muy buena persona”. Gonzalo Cobo es el conocido relator de fútbol que dirige este programa, el “Sísísísísí” con el que grita sus goles es una marca registrada. “Aquí aprendí mucho, siempre digo que hay que ser agradecido con lo que uno recibe”, insiste Eduardo.
Una pelota perdida en el mediocampo propició un centro al área que Alejandro Chumacero aprovechó para, adelantándose a Edemir Rodríguez, anotar el descuento con un violento cabezazo. Mientras el autor del tanto corría con la pelota en brazos hacia el medio para apurar la reanudación del juego, el ritual en el estadio se repitió: el silencio se trasladó a la mitad norte del estadio mientras en el sur se celebraba.
Pasapelotas. Los encargados de apresurar el juego también viven su propio partido. Venidos de las escuelas bolivaristas, tienen la misión de obedecer a los jugadores celestes, quienes, cuando van ganando, les dicen que aireen el juego con pausas. En esta ocasión, los aurinegros los apremiaban para que actúen.
“Siento un cariño especial por el Strongest”, dice Eduardo, “sobre todo por lo que me dio, la oportunidad de conocer Sudamérica”. The Strongest, en ese partido de abril de 2014 al que ya nos hemos referido, quedó eliminado en la tanda de penales. “A mí me tocaba cubrir al Tigre”, recuerda Eduardo, “los veía cada día a los jugadores, y te identificas un poco, compartes sus alegrías, compartes sus tristezas”. Cuando retornaban de aquel viaje, en un vuelo chárter, y a la hora y media del recorrido, el avión empezó a hacer movimientos bruscos. “Estábamos todos dormidos”, cuenta Eduardo, “y empezamos a sentir olor a quemado”.
En la cancha, en este clásico, al calor del dos a uno, que, según tantos técnicos, es el resultado más peligroso en un partido por el cansancio del provisional vencedor y el renacer de la esperanza del momentáneo derrotado, Juan Carlos Arce está en el suelo. Desde el borde de la cancha no se puede ver bien qué sucede. Arce se levanta y le pega un cabezazo a Luis Maldonado. El árbitro le saca la tarjeta roja.
El técnico aurinegro decide cambiar al agredido. Ambos jugadores se aproximan al túnel y hacen el amague de continuar la pelea. La Policía interviene. Los periodistas se aproximan al lugar del pleito. Hay intercambio de gritos, estamos cerca, pero se escucha poco, la tribuna es todo ruido. Sin embargo, ¡qué pequeña se ve cualquier pelea cuando se recuerda que estuviste en un avión a punto de caer!
En el avión, el olor a algo quemándose y, después, la caída de las máscaras de oxígeno y las indicaciones de las azafatas nerviosas, han contagiado de pánico a los temporales habitantes de la nave. “Lo único que haces en ese momento es orar, pensar en tu familia, en las cosas malas que has hecho, el avión subía y bajaba, era una montaña rusa”, cuenta Eduardo, “uno que otro se animó a sacar una selfi, tienes que hacer algo para olvidar, todos reaccionan distinto, otros tomaban alcohol, a mí se me vino a la mente Viloco, gritaban, las azafatas no sabían qué hacer”. Tras media hora en esta turbulencia, el avión descendió en Cochabamba. Supieron que un motor se había quemado. Se salvaron de la tragedia por poco. “El avión aterrizó y todos aplaudieron”.
Se quedaron un par de horas en el aeropuerto cochabambino. Pero los periodistas no podían relajarse, “nuestra muerte era la noticia del día”, explica Eduardo. Debían enviar informes a sus canales, hacer entrevistas a los jugadores, que no deseaban hablar en ese momento. Tomaron otro avión hacia La Paz, en el aire sufrió el vaivén de la turbulencia, pero era un pequeño recordatorio del susto, nada más, no era nada tan grave como la ausencia del motor. “Llegamos a las siete de la mañana, nos esperaba una cadena grande de noticias, nosotros éramos los sobrevivientes”, recuerda Eduardo, “nadie se fue a su casa, todos se fueron a sus canales para contar lo que había sucedido”.
Un pase en profundidad de Ronald Raldes fue recibido por Leonel Justiniano —la figura del clásico 205 de la historia liguera— quien, con el cintillo de capitán tras la lesión de William Ferreira, amagó para que el defensor aurinegro Fernando Marteli pasara de largo, amagó una vez más para confundir a Daniel Vaca y anotó con un disparo decidido el tercer gol, el definitivo. Desde la casamata, el otrora capitán celeste y símbolo, Wálter Flores, salió con los puños en alto para celebrar el gol abrazando a Justiniano. No tardó en acabar el partido. Los jugadores de The Strongest se fueron veloces a los camerinos. Solo había espacio para los vencedores sobre el césped. Y los periodistas entraron al campo de juego para conseguir notas con esos rostros sonrientes que fueron hacia la curva norte para agradecer el aliento de la hinchada festiva.
Un clásico no se gana todos los días. Ni siquiera aunque éste signifique, en apariencia, un número más acotado a la tradición, el triunfo 85 ante 51 de The Strongest sin contar los datos anteriores a la existencia de la Liga. Los hinchas de The Strongest buscan consuelo en el antepenúltimo clásico, el que les dio el título del último campeonato de 2016, mientras salen del estadio. En el fútbol, como en la vida, siempre hay revanchas.
Eduardo tenía un proyecto ambicioso, que se denominó Código Fútbol, un programa radial que buscaba “competir de verdad”, es decir “hacer transmisiones no solo de fútbol, y tener programas diarios”. Por un tiempo se alejó de Futbolmanía para darle vida a este emprendimiento. “Pero pagué mi derecho de piso”, dice, rememorando los inicios, la inversión, la estación radial “trucha” que le cobraba bastante. Hasta que pudo transmitir en la radio Cruz del Sur, un medio legal, de trayectoria, y los ingresos por publicidad empezaron a mejorar. Pero el déficit era incontrolable para su economía, “debía como 20.000 Bs, entonces, decidí parar”. Fue una pequeña derrota cerrar su proyecto, “pero lo intenté”, dice, orgulloso, “supe qué es ser jefe por dos años y medio”.
Eduardo sabe que las derrotas, como las victorias, son efímeras, y que, aunque no quiera pensar en eso de momento, quizás el futuro le aguarde la realización de su sueño, “un programa propio”. “Estamos en Bolivia”, finaliza, “y Bolivia es el país de las oportunidades”. l