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En busca de la joya perdida

Cuando reunió a su esposa y sus hijos, Carlos lamentó no haberles comprado una alhaja costosa como recuerdo de su viaje a Nepal; no obstante, guardaba en el bolsillo un objeto que valía por todos los tesoros del mundo. Carlos Escobar llegó a la cima de su vida cuando estuvo en lo más alto del monte Everest, como primer boliviano que realizó esta aventura en calidad de guía de montaña, quien prefirió mantener el anonimato pese a haber logrado esa proeza y que sin querer halló una joya perdida.

La vida puede cambiar con una palabra, un lugar o un detalle. Al montañista paceño le bastó con conocer el Club de Excursionismo, Andinismo y Camping (CEAC) para enamorarse de las caminatas y las escaladas. Luis Zapata, uno de los fundadores de esta colectividad, rememora que a mediados de los 80 convocaron a cursos de andinismo a través de afiches que pegaban en las calles. Carlos, estudiante de Ingeniería Petrolera, leyó uno de esos anuncios y se inscribió de inmediato.

Según Luis, el universitario tenía buen rendimiento físico, por lo que estas actividades se convirtieron en parte de su rutina de todos los fines de semana. Antepenúltimo de ocho hermanos, su madre criticaba que no ayudara en el negocio familiar como sus demás hijos, porque Carlos ocupaba su tiempo en sus estudios, mientras que sábados y domingos salía con una mochila a disfrutar de la naturaleza.

A los 8.848 msnm, el escalador se saca una imagen con la tricolor nacional. Fotos: Pedro laguna, cortesía de la familia Escobar Gómez

Al poco tiempo, un amigo del CEAC lo invitó a subir al Huayna Potosí, el nevado de 6.088 metros sobre el nivel del mar (msnm). Aquella primera experiencia del universitario no fue agradable, ya que además del frío y la nieve  sus pasos se hacían más pesados y cansadores debido a la falta de oxígeno. Cuando retornó al campo base se prometió no repetir esta clase de aventuras, pero al día siguiente no tenía otra idea que regresar a las montañas.

El buen rendimiento y la práctica lo llevaron a formar parte de la Asociación de Guías de Alta Montaña y Trekking de Bolivia, con la que obtuvo la experiencia para trabajar en una agencia de viajes.

Entretanto, Grissel Gómez (su futura esposa) había llegado a La Paz desde Cochabamba para trabajar en el negocio de sus tíos. Coincidencia: en una agencia de viajes. Ella era recepcionista, mientras que él era guía de montaña de planta. “No me caía para nada porque era muy alegre y muy amiguero”, confiesa acerca de la primera impresión que tuvo con el montañista.

La cochabambina desconocía el manejo de este negocio, así que Carlos se convirtió en su mejor aliado y amigo, con quien salía a comer salteñas y a cenar en el centro paceño. La relación de amistad se convirtió en enamoramiento, aunque con una aclaración. Antes que nada, el escalador le dijo a su novia que tenía otro gran amor: las montañas.

Las “joyas” que el montañista regaló a su familia.

1997 es especial para los Escobar Gómez, pues fue el año en que se casaron y en el que nació su primogénito Fabricio, y en que ambos abrieron su propia agencia de turismo: Adventure Climbing and Trekking Company of South America. A pesar de lo largo y pomposo del nombre, la empresa comenzó desde abajo y con pocos recursos. “Muy orgullosa de ello porque siempre hemos sabido luchar”, recalca Grissel sentada en el escritorio del emprendimiento que se encuentra cerca de la plaza Adela Zamudio, en Sopocachi.

Carlos era un líder innato y humilde, que amplió las operaciones de su compañía no solamente a Bolivia, sino también a Perú, Ecuador, Argentina y Chile, en alianza con firmas de todo el mundo. Fue así como trabajó 14 años para Jagged Globe, una de las agencias de viajes más importantes del Reino Unido.

La familia Escobar tampoco olvidará el 19 de marzo de 2006, cuando Carlos recibió la invitación de Simon Low, director de Jagged Globe, para subir, como guía de montaña, al monte Everest, el pico más alto del planeta (8.848 msnm). No lo pensó dos veces ni lo consultó con su familia para responder que aceptaba el reto.

El otro desafío era conseguir el dinero para trasladarse a Londres (Inglaterra) y obtener el equipo de escalada adecuado. De manera paralela, Carlos debía entrenarse física y mentalmente para llegar al Everest. Reunieron el mínimo para pagar los costos y así el boliviano subió a un avión 10 días después de recibir la carta.

Lo recaudado alcanzó para comprar un ticket de turista, con las consiguientes escalas, lo que también ocasionó que dos maletas se perdieran en el camino. Entonces comenzó el calvario de llamar a todo lado para saber su paradero. En España informaron que podían buscar en más de 50.000 bultos que estaban en una de las terminales aéreas. Mientras tanto, Carlos había llegado a Katmandú (capital de Nepal) con ropa normal y una pequeña maleta de mano, con la desesperación de no saber dónde estaban sus botas para montaña, sus piolets y el arnés.

El boliviano empleó los 10 días de espera para la aclimatación de los clientes, con más de 14 acercamientos al glaciar de Khumbu, que tiene una cascada gigante como obstáculo principal.

En realidad, las maletas de Carlos estaban en Santiago de Chile, desde donde las trasladaron a Katmandú y después en helicóptero hasta el campo base, donde el inglés Kenton Cool (como guía principal) y Escobar debían dirigir a seis clientes.

Ubicado al noroeste de la frontera entre Nepal y el Tíbet ocupado por China, el Everest es conocido por el peligro que conlleva llegar hasta su cima. La subida debe hacérsela de a poco, para aumentar la cantidad de glóbulos rojos que transportan el oxígeno a la sangre. Desde el campamento base (5.300 msnm) se debe llegar a otros cuatro refugios, donde pululan grietas ocultas en la nieve y la cascada de Khumbu, donde se dieron varios fallecimientos.

En La Paz —con 11 horas de diferencia con respecto a Nepal—, Grissel y sus hijos Fabricio, Gabriel y Carla estaban preocupados, por lo que revisaban de manera constante los reportes que enviaba Jagged Globe en internet. Después de varios ascensos y descensos para acostumbrar el cuerpo a la altitud, los dos guías, dos sherpas (porteadores originarios de Nepal) y cuatro clientes emprendieron la subida definitiva, en espera de la información meteorológica sobre el clima.

El 12 de mayo de 2006, la comitiva liderada por Cool y Escobar emprendía la parte definitiva de su aventura. Días antes había ocurrido una avalancha que había matado a cuatro personas y el tiempo estaba inestable, así que debían quedarse en el campamento 4 (7.950 msnm) antes de recorrer el último tramo, donde no se puede estar mucho tiempo por la falta de oxígeno. El desánimo cundía en los montañistas, hasta que uno de los sherpas salió de la carpa y vio que el cielo estaba despejado, por lo que a las 22.30 del 16 de mayo se reanudó el ataque definitivo al Everest. Paso a paso, con las piernas hundidas hasta los muslos, con un frío que podía llegar a los -60 grados y casi sin oxígeno, Carlos estaba a punto a culminar su sueño: ser el primer boliviano en llegar a la cima del Everest como guía de montaña.

Mientras tanto, en La Paz, su familia luchaba con el suspenso y los nervios, hasta que Low —desde Inglaterra— les informó que Escobar había llegado a la cima más alta del orbe. Pero la preocupación iba a continuar porque la expedición debía descender, etapa en la que ocurre la mayor cantidad de los accidentes y muertes. “Orábamos todas las noches, ayunábamos por el papá y no hubo un solo día en que no paráramos de llorar, de tener mucho miedo de que Carlos no volviera a casa con nosotros”, recuerda Grissel.

Con el rostro quemado y demacrado, los ojos rojos, la ropa congelada y el llucho que le habían regalado unos nortepotosinos, Carlos no dudó un momento en sacar su bandera boliviana y extenderla para una foto en los 8.848 msnm. “Para mí fue una triple tortura porque no podía respirar”, relata Carlos en sus memorias, ya que cuando se sacó la máscara de oxígeno, no se dio cuenta de que el tubo se tapó por congelamiento, así fue que tuvo dificultades para respirar. Cuando terminó su labor, el boliviano veía borroso debido al cansancio.

Gabriel, Fabricio, Carla y Grissel muestran algunos recuerdos del jefe de familia, que falleció en 2009.

El 23 de mayo, Grissel y Fabricio recibieron el mejor regalo de cumpleaños, cuando Carlos les habló para decirles que estaba bien y que pronto iba a retornar con ellos. El 5 de junio, por fin pudo abrazar a sus hijos y a su esposa. Había rebajado 15 kilos en todo ese tiempo; como si fuera una serpiente, la piel se le había caído varias veces y tenía la piel oscura; pero no importaba porque había llegado a la cima del Everest con su querida bandera boliviana.

Había más sueños y más proyectos. De hecho, 2008 fue un año particularmente agitado, hasta que el guía sintió un dolor punzante en la espalda, con síntomas de resfrío. Primero le dijeron que se trataba de una neumonía, luego de un quiste, y los médicos descubrieron al final que se trataba de cáncer en el pulmón. La lucha fue más ardua que cualquier montaña; el dolor corporal y espiritual también. Había la posibilidad de que lo trataran en Cuba, pero Carlos no quería alejarse de sus hijos. Aceptó ir a Lima (Perú), pero el tumor maligno había dado su dictamen final, pues falleció el 8 de mayo de 2009.

Antes de ello, sabiendo que iba a faltarles, Carlos recomendó a Fabricio (su hijo mayor) que no dejara de luchar por sus sueños, los cuales cumplió dos semanas después de la muerte de su padre, cuando escaló por primera vez el nevado Huayna Potosí. A Gabriel —quien no quiere saber nada de las montañas— heredó la sonrisa y la alegría aún en los momentos más difíciles, mientras que a Carla le dejó los recuerdos de los paseos hacia el Sendero del Águila y la seguridad de que siempre será su princesa.

Días después de llegar a La Paz, Carlos reunió a su esposa y sus tres hijos para contarles que había viajado con gente millonaria, pero les aseguró que él tenía la ventaja de haber llevado a su familia en todo momento, por lo que quería hacerles un regalo. Lamentó no poderles comprar una alhaja costosa. En cambio, de uno de los bolsillos sacó cuadro piedras oscuras, que las recogió en el Everest, que desde ese momento se convirtieron en las joyas de la familia.l