Icono del sitio La Razón

Beni, un paseo por la Amazonía, entre mitos y realidad

A estas alturas pareciera que todo se ha visto y nada sorprendería, pero la realidad es otra. Beni, en el norte de Bolivia, es una constatación de esa realidad debido a sus singulares “rarezas”.

Una laguna que cambia de color conforme pasan las horas y que hace pensar en el encantamiento de sirenas u otra que se encuentra llena de anacondas que “cuidan” el paso a plantaciones de cacao, son muestra de lo mucho que ofrece al visitante este departamento parte de la Amazonía. El territorio beniano está caracterizado por amplias planicies cubiertas por pastizales y una serie de lagunas de formas regulares, además de zigzagueantes ríos.

Y está lleno de sorpresas, como la isla que aparece todos los años en época seca para concentrar una serie de actividades que hermanan a bolivianos y brasileños que habitan en la frontera. Los ríos también esconden una variedad de peces que para los visitantes están expuestos en un museo en Trinidad, donde sorprenden especies como la del pez de una sola cara o el peligroso “pez vampiro”.

Los lagartos son otro de los atractivos de este territorio caracterizado por las altas temperaturas, pero cobra especial impacto el verlos durante la noche, con la ayuda de linternas. Es algo que ningún turista debería dejar de experimentar, siempre con la ayuda de guías calificados.

Los mitos y lo inusual son parte de esta hermosa tierra, referente para el turismo local e internacional.

Alfombra de luces de ojos de lagarto

En el extenso territorio del ecoturismo beniano, en la zona de Santa Rosa del Yacuma, a 476 kilómetros de Trinidad, existe un lugar inolvidable para la observación nocturna y es la orilla del río del mismo nombre. Los lugareños denominan “lagarteo” a la experiencia que consiste en visitar el borde del río, donde decenas de lagartos descansan, para luego encandilarlos con linternas. El premio es una alfombra de lucecitas de ojos de lagarto que destellan en la oscuridad.

Delfines rosa dan la bienvenida a las visitas


Los botes hacen una parada en medio del río Yacuma. Entonces, los que desean se sumergen en sus aguas para nadar y refrescarse de las altas temperaturas, que en el verano llegan hasta los 40°. Ni bien entran son recibidos por un enorme pero amistoso animal de sedosa piel: el “delfín rosado”.

Cuando una mujer cae de espaldas al río, el cetáceo macho llega para socorrerla y llevarla cerca de la orilla.

El odontoceto de la familia Iniidae puede llegar a medir más de dos metros y pesar hasta 185 kilos.

No es frecuente verlos en grupos, más bien son solitarios, pero al percibir la presencia humana acuden rápidamente al lugar.

Pescado al vapor en caña tacuara


Después de realizar algún paseo por los ríos en Santa Rosa del Yacuma, el olor de la comida tradicional que llega a la playa es una tentación para cualquiera. Y lo más atrayente es el “dunucuabi”, un platillo local que consiste en cocinar al vapor trozos de pescado fresco en caña tacuara, una especie de bambú. Es una oferta que todo visitante recibe de los lugareños y que, sin duda, no debería rechazar.

La base de este platillo es la carne de pescado (surubí o pintado), mezclada con sal y sacha culandro (una hierba más suave que el culandro).

El pescado, ya preparado, se coloca dentro de la caña tacuara y se ajusta con madera balsa para evitar que escape el vapor y el exquisito aroma que le da la cocción.

Tonio, un inesperado anfitrión de cuatro patas

Entre Rurrenabaque y Santa Rosa, a dos horas en bote por el río Yacuma, existe un refugio que es punto de paso casi obligado para todo visitante y que con el tiempo ha cultivado el carácter y los buenos modales de un pintoresco personaje que recibe a los visitantes con la simpatía de todo buen beniano. Se trata de Tonio, un afectuoso y sociable tapir de casi metro y medio de largo.

Tonio está acostumbrado a recibir caricias e interactuar con los peregrinos que visitan el Parque Nacional Madidi. Y no escapa de las fotos.

Su hogar, el refugio Bala Tours, es un albergue ubicado a 60 kilómetros de Rurrenabaque, a orillas del río Yacuma, en el poblado de Santa Rosa.

La isla que ‘reflota’ para hermanar

Cada año, cuando entre agosto y octubre llega la época seca a Guayaramerín, en medio del río Mamoré “reflota” la isla Suárez, un pedazo de tierra entre Brasil y Bolivia. 

Entonces en el lugar se forma una playa, en la que destacan grandes rocas, y se convierte en punto de fiestas, competencias de canoa y fogatas que comparten tanto brasileños como bolivianos que habitan en el lugar. 

Guayaramerín se encuentra ubicada en la provincia Vaca Díez del departamento del Beni. Está al margen izquierdo del río Mamoré.

Frente a la población beniana se encuentra la ciudad brasileña de Guajará-Mirim. El comercio es muy fluido en esta región.

Hasta la isla Suárez se llega en chalanas o en los pequepequeros, botes con un motor de cola, que salen de puertos de la ciudad.
 
El puente de las historias


A un costado de la ciudad de Guayaramerín se encuentra el puente Cariñoso, un paso sobre el arroyo Arenas que data de hace 40 o 45 años. Lleva ese nombre porque, debido a que es alejado del pueblo, lo frecuentaban las parejas de novios para ocultarse de sus padres. El poeta y profesor Juan Dardo Salcedo le compuso una canción, que luego derivó en otras creaciones populares.

En la actualidad el puente de concreto es frecuentado por la población, que en algunos casos lo usa para lanzarse clavados al arroyo.  

A los pies del puente Cariñoso se instalaron además lavanderas que armaron estructuras de madera para realizar su labor.

El espacio es muy concurrido por la ciudadanía para bañarse en el arroyo, sobre todo los fines de semana.

Si uno quiere pasar a Brasil puede hacerlo desde Guayaramerín en chalanas. El viaje demora entre 10 y 15 minutos

Museo con extrañas criaturas marinas


Los peces Lenguado (Hypoclinemus sp) y Candirú (Vandellia cirrhosa) son dos de las especies más raras y curiosas que se encuentran en el Museo Ictícola de Trinidad, Beni. Los visitantes, entre ellos biólogos y turistas, quedan maravillados al verlos y más aún cuando se enteran de sus particularidades. El museo va más allá, pues alberga a 470 especies de peces de la Cuenca Amazónica reunidas desde 1994.

El Lenguado tiene una forma plana y posee una sola cara, en la que ambos ojos se encuentran en el lado derecho, uno debajo del otro.

El Candirú o “pez vampiro” tiene el cuerpo casi transparente. Le atrae la orina y tiene la capacidad de introducirse en los orificios genitales del hombre y de la mujer.

El Museo Ictícola está a cargo de la Universidad Autónoma del Beni.

‘El perico’,  huésped de la plaza  principal


Las copas de los árboles en la plaza principal de Trinidad, José Ballivián, de un tiempo a esta parte se han convertido en el hogar de osos perezosos o también llamados “pericos”. No es extraño que bajen hasta el piso en busca de alimento y aparecen en mayor número en época de lluvias e inundaciones.

Los “pericos” se alimentan de hojas y pasan la mayor parte del día dormitando. Son mamíferos de rasgos simpáticos y amables.

Corren el riesgo de ser atropellados o sufrir lesiones cuando bajan de los árboles y, en su intento de encontrar alimentos, llegan hasta las calles con alto tráfico.

Se desconoce cuántos “pericos” habitan en la plaza, pero son muchos.

Las sirenas y el lago encantado de Espejillo Anacondas que custodian los árboles de almendras

Las sirenas y el lago encantado de Espejillo

Sus aguas cambian de color conforme pasan las horas y los comunarios lo atribuyen al encantamiento de las sirenas. La laguna Espejo, o Espejillo,  ubicada en Riberalta, a 888 kilómetros de Trinidad, amanece transparente, cerca al mediodía toma un color rojizo, a las tres de la tarde cambia a casi negro y al entrar la noche cobra un tono celeste claro, con un aura de misterio.

Comunarios y turistas lo observan de lejos porque es un lago que se “traslada” mientras pasan las horas, pese a que no tiene salidas por estar encerrado en un área circular.

Los pocos que se atrevieron a nadar en él cuentan que mientras más se alejan de la orilla más son arrastrados hacia el centro, “fruto de la brujería y coqueteo de las sirenas”. Otros tantos jamás pudieron regresar.

Una isla sobre la cabeza de  una sicurí  

La laguna Tumichucua (lengua tacana), que significa “Isla de los motacuces”, fruta que abunda en el lugar, se encuentra ubicada a 40 minutos de Riberalta y con el paso de los años se convirtió en un gran atractivo turístico. Sus aguas son verduzcas y en el centro albergan a una isla natural flotante que —según los habitantes y como cuenta la leyenda— se alza sobre la cabeza de una sicurí gigante que la mueve por las noches.

Nadie llega hasta la isla nadando debido al temor y respeto que sienten por las anacondas. Cruzan el lago en canoas o lanchas para poder dar un paseo o recolectar frutos.

Ya en la isla uno se siente observado y escucha extraños sonidos que salen desde varios puntos. Se trata de cientos de monos silbadores, dueños de la superficie de la isla.

Peces que habitan en lugares inhóspitos


En medio de los peligrosos rápidos de Cachuela Esperanza, a 94 kilómetros de Riberalta, vive una singular especie de pez que desafía la lógica porque habita en un “tumbo”, un lugar formado por piedras gigantes y filosas, al que pocos se atreven a desafiar, entre ellos las paraibas. El lugar, sin embargo, forma parte del Triángulo Amazónico de Turismo. 

Las paraibas son peces que llegan a medir entre cinco y siete metros en su adultez y su principal característica es que no cuentan con escamas gruesas, por lo que se encuentran entre los llamados “peces de piel”.

Son muy cotizados y hay pescadores que hacen lo posible por encontrar y atrapar uno, pese a los riesgos que corren. Además, son una especie en peligro de extinción.