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La casa del gran Gabo: Aracataca

Alas 17.30 del jueves 22 de junio de 2017, puntual, pasa el tren por Aracataca. Pocas cosas más pasan por el poblado que vio nacer a Gabriel José de la Concordia García Márquez hace 90 años. Él, el popular Gabo o Gabito como le decían durante sus años de infancia, ganó el Premio Nobel de Literatura en 1982 y hace medio siglo publicó Cien años de soledad.

En agosto de 2016, el Gobierno le dedicó un billete de 50.000 pesos colombianos. Éste es tan apetecido que los turistas suelen guardárselo de recuerdo, aunque esto implique un costo aproximado de 17 dólares. En la imagen está el Nobel con su guayabera, un traje inmaculado muy popular en Cartagena de Indias. Vuelan, en el billete, las mariposas amarillas.

Las mariposas amarillas también vuelan en la Casa Museo del Gabo, en Aracataca; están en un castaño gigante. El árbol es igual, igualitico dirían por Bogotá, a aquel en el que fue amarrado José Arcadio Buendía (con ese nombre, Gabo disfrazó a su abuelo Nicolás Márquez), en Macondo (así Gabo bautizó a Aracataca, en su obra). Entonces, citando a García Márquez, “se necesitaron 10 hombres para tumbarlo, 14 para amarrarlo, 20 para arrastrarlo hasta el castaño del patio, donde lo dejaron atado, ladrando en lengua extraña y echando espumarajos verdes por la boca”.

La casa —reconstruida desde 2006 y abierta en 2010— es el lugar donde abrió los ojos el escritor y periodista colombiano; pero también es el espacio donde voló su imaginación… Voló, como Remedios, la bella. La joven en su obra era demasiado hermosa y un día mientras tendía las sábanas a secar, ella empezó a ascender y solo hizo una señal de adiós con la mano.

Fue allí, todo fue allí. El germen del realismo mágico nació en la casa aracataqueña, la comarca donde pocas cosas pasan con la rapidez y la puntualidad del ferrocarril. El resto sigue despacio, con la tranquilidad de los vecinos que se encuentran en el zaguán tomando el fresco de la tarde o el fresco de la mañana. Eso sí, los más ajetreados son los mototaxistas que van desde la ruta que une a Ciénaga con Fundación hasta la casa del Gabo en menos de cinco minutos. Ellos, a su manera, también vuelan.

La casa es una joya con tablones de madera blanca, vigas cafés y techo de zinc. Está edificada sobre una planta y se han recreado 14 ambientes donde es posible vivir y releer la historia real y literaria.

Los ambientes son: el corredor de las begonias, el patio, la sala de recibo, la sala de visitas, el comedor, la cocina, el cuarto de hospital, el cuarto de los guajiros, el cuarto de los trastos, el cuarto de Gabito, el cuarto de los abuelos, el cuarto de Sara Emilia (una familiar lejana), la oficina del abuelo y el taller de orfebrería.

Los muebles y accesorios fueron comprados a anticuarios en las ciudades de Bogotá y Santa Marta, con la idea de revivir la casona donde nació el escritor.
Existe una cuna idéntica en la cual pasó sus primeros años el Gabo. Entre las fotos está una imagen en la que el hijo del telegrafista de Aracataca tiene la mirada vivaz puesta fija en la cámara fotográfica.

Existe la impresión de que el tiempo se ha estancado y esto es parte del encantamiento del lugar. El comedor, por ejemplo, tiene listos seis puestos donde solo falta servir la comida, pero casi es posible olfatear el sancocho de gallina criolla que va hirviendo. En un rincón está un racimo de bananos (bananos, ese es el nombre más común para nombrar a los plátanos, allí en Colombia).

Los plátanos han jugado un papel central en la narrativa y en la vida del Gabo. En Aracataca, como en Macondo, hubo una compañía bananera que hizo historia.

La historia cuenta que la United Fruit Company se instaló en la región y tuvo el apoyo del Gobierno colombiano durante una huelga de trabajadores, a inicios de los años 20. La empresa a fuego y sangre destrozó la protesta. En Cien años de soledad hubo otra matanza protagonizada por la firma bananera. Tras la aniquilación, José Arcadio Buendía despertó entre los muertos apilados de un vagón. Calculó que eran 3.000 los cadáveres que lo acompañaban.
Luego del enfrentamiento, la empresa bananera se fue de la región y el tren del progreso (o lo que haya representado la compañía) pasó por Aracataca sin retorno.

Muertos y vivos deambulan por allí. Se siente la presencia de Úrsula Iguarán (la mujer inspirada en la abuela Tranquilina), que recién ha pasado a regar los geranios y mantiene limpia la casona. La activa, menuda y severa mujer de nervios inquebrantables es el pilar del hogar macondiano.

En los libros (más de uno de García Márquez habla de Macondo) el pueblo inventado no envejece con el tiempo, Aracataca ya tiene algunas canas en sus calles.

Como la literatura se alimenta de palabras, el pequeño Gabo tuvo un festín con las historias que su abuelo Nicolás le contaba. Él fue un veterano de la Guerra de los Mil Días, aquel conflicto que se hizo eterno entre liberales y conservadores.

El coronel, como su reflejo en la novela, tenía un taller de platería donde hizo trabajos de orfebrería y, en la casa de Aracataca, hay un espacio que recrea aquello con precisión cirujana. Los peces de metal están como recién salidos del horno.

En la habitación de los trastos yace un acordeón aparentemente olvidado; la música es parte de la literatura del Gabo. No por nada Cien años de soledad ha sido comparada con un gran vallenato.

El vallenato es justamente el ritmo que manda en esta región del país. Aracataca está en el extremo noreste de Colombia y es parte del departamento de Magdalena, en pleno caribe colombiano.

Más arriba en el mapa, aproximadamente a una hora de distancia, está la ciudad de Santa Marta, allí murió Simón Bolívar, nació Carlos Vives y las playas son la explicación de la palabra idílico.

En Aracataca lo idílico no guarda relación con las condiciones necesarias para recibir a los turistas; el recorrido por la Casa Museo y la Casa del Telegrafista (el papá del Nobel) son los dos principales atractivos. En Macondo, los telegramas aún traen y llevan las noticias; en Aracataca ya no.

Ahora que lo antiguo se desempolva, en el poblado se vive nuevamente un boom debido a los 50 años de Cien años de soledad. Por ejemplo, un bus va desde Santa Marta hasta Aracataca y revive a los personajes novelados de García Márquez.

Casi nada más. El transporte desde las 18.00 en adelante es una ilusión. Dan ganas de quedarse solo por las ganas de oír caminar a los muertos o escuchar un ajuste de cuentas a lo lejos. Es tentadora la idea de afinar el oído para satisfacerse con las melodías de Pietro Crespi, el músico galante que no tuvo problemas en coquetear a dos hermanas en los años 20. Dan ganas de abandonarse en el abandonado pueblo, pero la hotelería es tan escasa que las ganas son una exclusividad de los espíritus aventureros.

Allí tiene su atractivo la escultura de un libro abierto justo en la escena donde Remedios la bella está a punto de subir al cielo. Allí mismo, en medio de las páginas una mujer rodeada de sábanas y las infaltables mariposas amarillas se deja llevar a las alturas. Debajo, el Gabo sonríe.

Cerca, a un par de cuadras está la estación de trenes, uno de los pocos lugares que conservan el letrero con el nombre de la comarca. Detrás queda el pueblo…  Como el amor es tan corto y el olvido resulta tan largo, Macondo permanece eternamente enamorado; pero Aracataca lucha por que se la recuerde como lo que es… el inicio del mundo literario.