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Lisboa, ¿Pero dónde estabas?

El 25 de abril desfilan los comunistas pidiendo derechos, y por San Antonio, las novias pidiendo casamiento. Son contrastes de la avenida de la Libertad, la principal arteria lisboeta cae hasta el río Tajo, de donde partían —y a veces regresaban— las carabelas. Cinco siglos atrás los portugueses se lanzaban de aventura por el mundo, hasta que llegó un largo letargo. Hoy Lisboa vive una pasión, una ambición que sus gentes, sus políticos, sus empresarios nunca habían conocido con tal intensidad.

“Este barrio daba miedo hace 10 años. El país era una ruina”. El brasileño Rodrigo Azambuja sabe de lo que habla. En 1989 aterrizó en el Chiado, en la parte alta de la ciudad, cuando los edificios de la zona estaban abandonados. Él diseña alfombras por encargo en su taller de la calle Emenda. “Conocí otras épocas doradas: la Expo Universal, la entrada del euro, pero ahora es diferente, por primera vez, llega un turismo masivo, joven y cool”.

Su atelier parece un museo, con su lanateca de colores y tapices colgados de las paredes. Rompe el clasicismo un gran ordenador donde el artista reproduce las figuras geométricas y los colores que desean sus compradores. Siempre con un cigarrillo en la mano, Azambuja cocina arroz mientras la casa se le llena de invitados, pues en su carácter no cabe el no. La cita era para 10 personas, ya entraron más de 40 y este brasileño mantiene encendidos el cigarro y la sonrisa: “Más agua en la cazuela y llega”. En el barullo se mezclan financieros, músicos, ministras, vecinos y lingüistas, todos bienvenidos, de Suiza a Sevilla. No es la única casa lisboeta que en esta época parece un reality.

En otros pisos, el belga Mark Deputter monta obras teatrales. Es el director del teatro Maria Matos, donde la mitad de la programación se dedica a compañías extranjeras. Un par de veces al año representan también algunos trabajos en casa de algún particular. A Lisboa llega lo último de la escena internacional, ya sea una opereta lituana o una comedia farsi. “No podemos competir en cantidad, pero sí en calidad; en crear comunidades pequeñas, pero fuertes, dinámicas y singulares”, cuenta Joana Hecker, una neoyorquina que vino para unos meses con una beca de investigación y aquí sigue cinco años después. “En Nueva York, la única religión es el dinero, la gente se mueve exclusivamente por negocios. Aquí descubrí la religión de los amigos, el tiempo para las relaciones sociales y las comunidades”.

Música. Lisbon Ling Room Sessions ofrece conciertos en casas particulares ofrecidas por los miembros de la comunidad. Son muy íntimas y reciben a todo tipo de músicos.

Hace tres años fundó con Ricardo Lopes, su compañero, la Lisbon Living Room, una empresa que organiza conciertos en casas cedidas por sus dueños. “Empezó por la necesidad de oír música en un lugar agradable, después uno de los primeros asistentes se ofreció a regalarnos el vino, luego otro, que tenía un restaurante, ofreció las tapas. El público paga unos 10 euros; los músicos siempre cobran, por lo menos el doble que en un bar y, además, la gente va para escucharlos”, cuenta la joven. Ya tienen una lista de correo de 1.500 usuarios y una gran cola de ofertas de casas-concierto. “La gente sabe que el último domingo de mes, aunque sea Navidad, hay una sesión. Desconocen el lugar, incluso los intérpretes, hasta pocos días antes. No tenemos ninguna ambición de crecimiento, solo nos guía la calidad y la identidad”, explica Lopes.

“No somos anglosajones, no somos latinos, pero también somos eso”, acostumbra a advertir Marlon Silva, DJ Marfox. A sus 29 años ha pinchado en el MOMA de Nueva York, pero el verdadero templo de esta música de origen africano y sonido electrónico que abandera se encuentra bajo un puente lisboeta, en MusicBox, una disco de moda en la Rua Nova do Carvalho, un barrio antaño frecuentado por marineros y prostitutas. “Invertimos en esta calle porque había una historia que contar”. Roger Mor es el cuentahistorias de Mainside, una sociedad inmobiliaria que más que edificios crea conceptos. Allí compró un burdel de cinco plantas y lo dejó tal cual, con sus minicuartos alquilados por horas, sus jofainas, sus fotos eróticas en blanco y negro, incluso con la ajada ropa de las meretrices. “Nadie decente pasaba por aquí; se nos ocurrió pintar de rosa el asfalto de la calle. Hoy todo el mundo la conoce por este nombre, la Rua da Rosa, y su principal atractivo es la Pensión Amor”, cuenta Mor.

Años antes, en plena crisis, Mainside ya vio en otro barrio degradado, Alcántara, la posibilidad de crear algo distinto. “Compramos una fábrica abandonada y la convertimos en un espacio alternativo y vanguardista para los lisboetas. Nos sorprendió que también atrajera a los jóvenes extranjeros”, recuerda Mor. Más de 1 millón de visitantes pasan al año por LX Factory; siempre hay algo novedoso, una exposición, grafiteros en acción o simplemente gente guapa. “Nuestros proyectos conservan la historia del lugar; nos parece fundamental que Lisboa, si quiere mantener su atractivo, conserve su singularidad”. De momento, lo conserva. La facturación turística en el primer trimestre de 2017 ha crecido un 38,6% respecto al mismo periodo del año anterior; las llegadas al aeropuerto, un 26%. Desde 2014, cada mes se abren de media dos hoteles y el 75% de los departamentos son vendidos a foráneos.

Maria Alvares reconvirtió el viejo almacén de vinos Abel Pereira da Fonseca en un lugar de trabajo para los que no quieren oficinas. Sara de Paretere, su hija, administra los espacios. “Es un centro creativo donde todos aportamos cosas, porque aquí es muy fácil el contacto entre los diferentes negocios”. Por esta nave ya han pasado neozelandeses, franceses y americanos. “El 85% del espacio está ocupado. No hay sorpresas en la factura mensual”, explica. Ella no cree en las voces que hablan sobre la pérdida de identidad de la urbe. “Tenemos muchísimo edificio abandonado y la política municipal no es tirar, sino rehabilitar. La ciudad está linda como nunca”.

Fernando Medina, el alcalde de Lisboa, no esconde que ciertos factores externos han ayudado al descubrimiento internacional de la capital, como la inestable situación en los países del norte de África. Medina no olvida tampoco la labor de su antecesor, António Costa, hoy primer ministro del país. También apunta como factor determinante el carácter de los portugueses: “En un mundo donde se cierran puertas, nuestra tolerancia se ha convertido en un valor muy importante. No es una impostura, nacimos así”. En los barrios de Alfama o Intendente hay vecinos de 120 nacionalidades.

En la capital, lo que no es propiedad del Ayuntamiento, pertenece al Ejército. De su fábrica de manutención militar, en el barrio de Beato, salían macarrones para todos los soldados que Portugal tenía esparcidos en sus guerras coloniales. Amasadoras y hornos lanzaban 18 toneladas de pasta y de panes al día. Hoy es pura arqueología industrial, donde conviven silos de madera de varias épocas. Un lugar fantasmal de 30.000 metros cuadrados y 20 edificios se van a convertir en la zona más moderna de la ciudad. La vieja área industrial de Marvila y Beato ahora recibe a los artistas y a las incubadoras tecnológicas. “Lo fundamental de una start-up es que corre contra el tiempo”, explica el director del llamado Hub Creativo, Luis Fontes. “20.000 euros les dan para tres meses en Londres o en Silicon Valley. Aquí para un año. Pueden desarrollar su producto. De nuestras universidades también salen buenos licenciados que pueden vivir con sueldos de este país. El sol y la playa nunca faltarán. Nuestra competencia en Europa para atraer proyectos siempre es la misma, Barcelona”.

Este futuro barrio será una especie de all included empresarial. Uno de los pabellones, antigua residencia de oficiales, se dedicará al cobijo de los emprendedores, al menos mientras aterrizan. “No tendrán que preocuparse por buscar alojamiento; se lo ofrecemos aquí mismo, al menos mientras se instalan”. Las firmas tecnológicas van eligiendo naves donde instalarse. Hay para todos los gustos arquitectónicos, la vieja pastelería, el economato, un monasterio o un convento. Los silos enormes de grano también seguirán en pie, porque aquí nada se tira. “Van a convertirse en unos hoteles únicos en el mundo”, explica el alcalde.

La urbe no va a dejar de ser el señuelo europeo de un día para otro. Le quedan palacios por habitar y levantar la vía del tren que aún separa la ciudad del río. “Lo vamos a hacer”, promete el alcalde. “Tenemos el plan y el dinero”.

Gastronomía. Edificios antiguos han sido recuperados para promocionar múltiples culturas gastronómicas. Así sucedió con Casa de Pasto, uno de los restaurantes de moda.

La capital se recrea buscando que el turista repita y descubra atractivos fuera del Chiado. Este verano se estrena el mirador sobre el puente rojo. Por fin se acabará lo que el rey Luis I de Portugal no consiguió, el palacio de Ajuda, y una ciclovía paralela al río unirá los 15 kilómetros que conectará las dos puntas de la urbe, desde el Parque de las Naciones hasta la torre de Belém. “Somos un pueblo extrañamente humilde”, se psicoanaliza Ricardo Lopes, copropietario del Lisbon Living Room, la compañía que organiza sesiones de música. “No somos nada orgullosos. En la crisis estuvimos a punto de perder toda una generación, pero ha emergido con una gran fuerza en cualquier sector que miremos. Son comunidades que quieren mostrar sus valores”. Sara de Paretere, la administradora del antiguo almacén Abel Pereira da Fonseca, lo secunda: “Lisboa va a seguir siendo un atractivo mundial. Pasaremos por una crisis de crecimiento, pero luego se estabilizará. Berlín no pasa de moda, Barcelona tampoco. Lo que no era normal era el desconocimiento que había de la ciudad”.

El brasileño Rodrigo Azambuja siente que está viviendo el apogeo de la cultura lisboeta: “Tenemos buenas comunicaciones, un servicio de salud de calidad, seguridad, una sociedad tolerante con las razas y el sexo… Sí, los precios de los pisos están por las nubes, pero hace poco nadie los quería”. Con respecto a las invasiones bárbaras que puedan poner en peligro su carácter y costumbres, la estadounidense Joana Hecker defiende que Lisboa tiene una gran “fuerza interior”, pero reconoce que “hay que cuidarla para mantener su diferencia”. En los años venideros los comunistas seguirán bajando cada 25 de abril la Avenida de la Libertad para celebrar la Revolución de los Claveles y las mujeres casaderas desfilarán por la verbena el día de San Antonio. En la otra ribera del Tajo, la científica Elvira Fortunato, inventora del chip de papel, seguirá innovando en el terreno de la microelectrónica, y el primer centro global de Mercedes Benz destinado al desarrollo digital continuará al acecho de nuevos talentos para desarrollar cerebros de coches sin conductor. Mientras, en cualquier esquina sonará algún fado que desgarrará los corazones. Lisboa, ¿pero dónde estabas?