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Suiza tiene una escuela para cultivar el alma latina

Rosario es cofundadora de un espacio cultural para hijos de migrantes.

/ 8 de octubre de 2017 / 04:00

Mientras revuelve las fotografías de sus primeros alumnos suizo-latinoamericanos, Rosario Barrenechea de Hugli, una maestra y volibolista paceña de 66 años (fue miembro de la selección nacional), recuerda lo difícil que puede ser vivir en otro país. De sus años en Suiza evoca con cariño dos proyectos que la ayudaron a vivir su ser latinoamericano: el trabajo con la Escuela Latinoamericana de Berna y el Coro Femenino Latinoamericano.

Cuando los Hugli abandonaron Nicaragua en 1995, Rosario dejó atrás una carrera como educadora, dos hijos jóvenes en Bolivia y muchos amigos entrañables; le esperaba el comienzo de una nueva unión y lo desconocido. Pronto estaba administrando una misión diplomática y fue invitada a ser parte de un proyecto educativo para hijos de matrimonios mixtos (suizo-latinoamericanos), llegando a ser una de las dos primeras maestras de la Escuela Latinoamericana de Berna.

Si bien los estereotipos sobre la gente latina tienen algo de verdad, Rosario notó pronto que la comunidad migrante se había adaptado muy bien a la sociedad suiza: muchos se establecieron y formaron una familia. Sin embargo, se percató de que los niños que nacían de estos matrimonios tenían menos presente su herencia latina.

El Comité Latinoamericano de la ciudad de Berna identificó el problema y decidió buscar una forma de impulsar la cultura latina, centrándose en la enseñanza del español. Así nació “La Escuelita”, como la llaman cariñosamente hasta hoy.  

Las clases de Rosario y Cristina Duarte Boogmann —la otra maestra fundadora— trataron sobre la flora y la fauna de los países de origen de los niños, las costumbres, tradiciones y platos típicos. Estas actividades ayudaron a que los alumnos se identificaran con los países de los cuales provenían sus padres —o alguno de ellos— así como con los adelantos y las riquezas de su tierra. “Los suizos suben a 2.500 metros y para ellos eso es alto, algunos turistas se ponen máscaras de oxígeno; mientras que en La Paz vivimos a 3.600 metros de altura. Los niños hacían una comparación positiva y se sentían orgullosos”. Los otros países involucrados fueron Venezuela, Perú, México, Honduras, Brasil, Puerto Rico, Colombia y República Dominicana.

Para Rosario, una de las ventajas de este proyecto es el trabajo con el amor propio de los niños. “Recuerdo vívidamente a uno de mis alumnos. Su mamá me había comentado que tenía problemas para socializar en el colegio. Llegué un sábado —día de clases— y me contaron que el pequeño había logrado hablar en clases, contándoles a sus compañeros sobre el origen latinoamericano de la papa. Yo estaba tan emocionada, tan motivada”.

Así muchos de los niños, que ahora son adultos, han formado una relación con Latinoamérica —visitando o haciendo trabajo voluntario— valorando la riqueza de tener una identidad con doble raíz cultural. Hoy la Escuela Latinoamericana está a punto de cumplir 20 años. Pasó de tener 22 alumnos y dos niveles a contar con casi 100 estudiantes organizados en cinco paralelos. Además está reconocida por la Dirección Cantonal de Educación, la autoridad superior de la educación escolar en Berna. 

Cantando para vivir la nostalgia

“Cada vez que subía a mi auto, ponía música nacional, a lo que mi esposo preguntaba: ‘¿Estás alimentando tu nostalgia?’ y yo respondía: ‘¡Sí!’”. Transcurría el año 1999 y había tristeza, pero no era nociva. Rosario se adaptó muy bien a su nuevo hogar, logró hacer grandes amigos y vivir feliz.

Pero cada vez que llegaba gelatina Royal a la casa de alguna compatriota, corría cuchara en mano para asaltar el manjar. Estas reuniones improvisadas mostraban la necesidad de construir un lazo más fuerte con la tierra de origen. Y como nunca faltaba la guitarra de Rosario, que hacía su aparición tras la gelatina, ella, Rosi Lili Rocabado de Ruegger y Liliana Gumucio de Friedli invitaron a las latinoamericanas que conocían y les propusieron hacer un coro para disfrutar de la música “hecha en casa”.

“Yo les explicaba que no importaba si podían cantar o no, la finalidad era desahogarnos y vivir nuestra alma latinoamericana”. Entonces dieron cuotas, rentaron un espacio para ensayar, contrataron a la argentina Fabiana Llanos como directora y comenzaron a practicar canciones del rockero Charly García. Gracias a Susana Fankhauser, que ya había convocado a cantar a Rosario como solista antes, el coro tuvo su primera presentación. Fue una invitación para participar en la velada de la asociación de residentes mexicanos en Berna (Amex), un 2 de noviembre, Día de los Muertos.

Para cuando Rosario supo que tendría que regresar porque su esposo había sido destinado a Bolivia, en 2000, el Coro Latinoamericano de Mujeres de Berna preparaba su cuarto espectáculo. “Comenzamos 16 miembros, ahora son el doble y se paga para escucharlas. Por eso contrataron un director cubano muy estricto… pero cuando vaya le voy a pedir las partituras y le voy a decir ‘yo soy una de las fundadoras, así que canto o canto’”, comenta riendo.

Si bien reconoce que la sociedad que la albergó es sumamente tolerante, también tuvo malas experiencias. “De Nicaragua llegamos a Berna con un coche grande. Y un día, en un parqueo, un hombre me atacó diciéndome que los latinoamericanos llegábamos a Suiza a contaminar el aire”.

En otro momento, encontró panfletos que alertaban sobre la presencia de extranjeros por el barrio en el que trabajaba, que estaba lleno de anticuarios. Y comenzó a notar que el dueño de uno en particular la miraba con extrañeza. Ante eso, Rosario se acercó y habló con él. “Le digo: ¿Por qué usted no me quiere, es porque soy extranjera?, estoy buscando dónde estacionar porque trabajo en la embajada”. Tras el incidente se hicieron buenos amigos, tanto que cuando ella parqueaba mal y aparecían los policías, él le silbaba, para que ella moviera su carro.       

El regreso a Bolivia fue un encuentro familiar rodeado de amor. Markus, el esposo de Rosario, se adaptó rápido. Le gusta el andinismo, subió al Illimani y al Huayna Potosí. Para ella aún se hace difícil comprender que ciertas normas no se cumplan acá, por ejemplo respetar el semáforo en rojo, pero sobre todo fue penoso dejar los proyectos en Suiza. “Me fui con el corazón dividido”.

Ya en Bolivia, Rosario siguió realizando actividades culturales. Primero refaccionó la casa que perteneció a sus abuelos, un caserón colonial que consta de 15 habitaciones y muchos recovecos (calle Genaro Sanjinés 986). Ella la llamó Casa Pueblo y la proyectó como un centro cultural. Allí se filmó la película Fuego de libertad, sobre la vida de Pedro Domingo Murillo, se estrenaron cuecas y se dieron conciertos de música coral. Debido a razones de salud se tuvo que vender la casa; sin embargo, los deseos de Rosario se cumplieron de una forma inesperada. El hogar de sus abuelos es ahora un espacio cultural dirigido por la actriz Erika Andia. La Casa Mágica tiene clases de baile, títeres y teatro para niños, adultos y adultos mayores, además de talleres de formación actoral continua.   

Ahora Rosario celebra su conexión con la sociedad suiza como la presidenta, hace más de siete años, de la comunidad suizo-boliviana en La Paz. El Club Suizo, como se lo conoce, está compuesto por residentes de aquel país y por personas que se sienten cercanas a su cultura. Ellos celebran días festivos suizos como el 1 de agosto y tienen actividades culturales de integración con Bolivia.

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Waphuri Galán: el embrujo de la kullawada

Un recorrido en primera persona del personaje icónico LGBT de la danza folclórica por la entrada de la fiesta de Jesús del Gran Poder.

Por David Aruquipa Pérez

/ 4 de junio de 2023 / 06:45

En la Festividad del Señor Jesús del Gran Poder, aplausos y gritos de las graderías evocan a los Waphuris Galán. Afectos, abrazos no se dejan esperar en el serpenteado recorrido del Gran Poder; toda esta emoción trae a mi memoria las palabras de Edgar Arandia cuando se refiere al Gran Poder, como un Jach’a Katari (Gran Serpiente) que los 8 Km de recorrido, estrangula y asfixia a la ciudad de La Paz, recordando anualmente la conquista de nuestro territorio.

Es como un renovarse para construir un nuevo tiempo, toda esta magia sucede en este espacio paceño; desde la partida en la avenida Calatayud, bajando por la Garita de Lima, hasta ensamblar con la avenida Buenos Aires, el gran brazo popular del Macrodistrito Max Paredes, hasta llegar a la iglesia del Gran Poder. Ahí mi corazón explota de alegría al ver la imagen del Tata del Gran Poder; y le canto a coro con mi bloque Kapu Wara Wara: “Un año más la emoción inunda mi corazón, alisto mi rueca para bailar kullawita. Al ver tu rostro señor, caen lágrimas de amor, un año más por ti, señor Jesús del Gran Poder”.

Waphuri Galán

El Tata del Gran Poder nos espera con sus brazos abiertos; este es uno de los momentos más importantes por el que bailo cada año. El palco de los vecinos y dirigentes del Gran Poder me espera con algarabía; saludo a la directiva del Gran Poder, continúo danzando hasta llegar a las calles Sagárnaga e Illampu. Ya casi termina la zona comercial, la más popular de todas. Fotografías en todo el trayecto, muchas personas con sus hijos se acercan por una fotografía; mientras el flash congela el momento, algunas me cuentan que en su adolescencia su mamá también le había sacado fotos conmigo; ahora querían tener ese recuerdo con sus hijos, como un rito de paso u herencia de generación a generación. Cierro mis ojos mientras las cámaras captan cada movimiento.

Blanco, negro y dorado es el traje que las Whapurhi Galán utilizaron este año en la entrada de Gran Poder.

Continúo por la avenida Pando, que enlaza con la avenida Montes. Es otra zona, ya no es la misma gente popular; el público es más distante. Aquí me debo esforzar para seducir con mi cuerpo danzante a los nuevos espectadores. A pesar del cansancio me sobrepongo por los saludos de la gente. Es un alivio llegar a la Pérez Velasco, el nudo central de nuestra ciudad; allá me espera la imponente Iglesia de San Francisco, en otrora la Iglesia de Indios; era la frontera que separaba los barrios indígenas de los españoles. Esa historia no está superada del todo, ahora las separaciones son sociales y raciales, es una herida que no ha cicatrizado. Voy avanzando hasta llegar a la avenida Camacho. Me espera el imponente Illimani, estoy casi aliviado porque voy llegando al palco oficial y luego al final de la fiesta.

Recorrido

Es una sensación única llegar al palco, aquí es el examen final del baile. Para este momento ensayamos varios meses los Waphuris; es un lugar de encuentros, amigos, fraternos, periodistas, familiares y distintos personajes paceños que hacen de este recorrido un itinerario anual de placer y compromiso. La avenida Simón Bolivar nos expulsa como un embudo, estoy cansado pero me reciclo para recargar mis energías. Estoy feliz, no solamente por haber bailado, sino por reafirmar mi lucha política desde la estética Galán.

David Aruquipa como Whaphuri Galán en diferentes entradas folclóricas.
David Aruquipa como Whaphuri Galán en diferentes entradas folclóricas.

Estética Galan

La construcción de la estética del Waphuri Galán en las fiestas populares de Bolivia es producto de una práctica personal y política; busca dotarle a un personaje festivo un poder de resistencia, transgresión y reivindicación de los derechos humanos. Soy miembro de la Familia Galán, con la que iniciamos distintas intervenciones urbanas, especialmente desde la fiesta.

Antes de adentrarme en el personaje en sí mismo, es importante mirar a otras presencias que antecedieron similar recorrido, desde los años 70; las sensuales chinas morenas, a quienes he tenido la oportunidad de describirlas en el libro La china morena: Memoria histórica travestí (2012), desde los recuerdos y añoranzas de su sensual presencia en las fiestas populares, especialmente en el Carnaval de Oruro y la Festividad del Señor Jesús del Gran Poder.

Ellas nos relatan en primera persona historias de desprendimiento y valentía de hacer pública su voz y su cuerpo a través de su estética. Toda la transformación política y discursiva, además de la arrogancia y rebeldía con la que el personaje se apropió de una de las danzas más importantes de nuestras fiestas: la morenada.

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En un momento, cuando todo este legado histórico de las chinas morenas estaba tapiado en los baúles de la añoranza; creía que el Waphuri Galán, creado el año 2001, había sido la primera pintura de arco iris en el Carnaval de Oruro y del Gran Poder, la única presencia que se atrevió a visibilizar el poder rosa en la fiesta. Esta arrogancia se difuminó cuando desde  2009 la historia de la china morena, comandada por la Gran Ofelia, Carlos Espinoza, nos permitió analizar en el tiempo la estética y política de la fiesta como un proceso continuo de presencias. Entonces estos antecedentes reforzaron la idea de que la estética está íntimamente vinculada con la realidad, con las dinámicas de la comunidad festiva, que activa una serie de prácticas rituales, organizativas, además de los deseos y placeres.

Nace la historia del Waphuri Galán

Fue durante un ensayo del bloque Chuk’utas de la ciudad de La Paz, en 2001, que estaba preparándose para su participación en tan importante fiesta. El líder del bloque nos recibió con una sonrisa pícara y coqueta, y nos invitó a compartir unos drinks en un local periférico y popular de La Paz. La charola llegó llena de coctelitos de colores. “¡Salud!, ¡salud!”, miradas curiosas del salón hacia nosotros, seguramente queriendo saber quiénes éramos y qué hacíamos allí. De a sorbos, haciendo muecas de placer, terminamos todos los elíxires que pronto serían los culpables de que Alen Justiniano, Arturo Noriega, Carlos Parra y yo “bailemos kullawada”.

Detalle de la máscara tradicional del personaje del Whapurhi.

Fue un matrimonio de larga duración y el inicio de toda una historia de complicidades, rupturas y renovaciones, un pacto festivo para participar en el Carnaval de Oruro. Luego, por invitación de la Kullawada Nuevo Amanecer en la Fastuosa Entrada del Señor Jesús del Gran Poder, personifiquemos o reinventemos al Waphuri, jefe de los hilanderos, personaje tradicional de la danza de la kullawada; tradicionalmente es representado por un solo personaje en la Kullawada antigua.

Lleva una careta de yeso con tres rostros, con rasgos que revelan el mestizaje del baile; nariz excesivamente larga, fálica; chapas rojas en el rostro, ojos grandes y un traje por demás excesivo en adornos; chaquetilla bordada con piedras e hilos dorados y plateados, sombrero alto, una rueca grandiosa, pantalón y sandalias que le dan una apariencia elegante y erguida, muy masculino su baile, representación del patriarca deseado por todas las mujeres, especialmente por la awila, ese personaje travestí, jocoso, quien cargado de una muñeca, baila dando giros constantes al compás de la música, exigiéndole la paternidad del bebé que trae cargado.

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El primer año fuimos cuatro figuras Waphuris, con características propias. Noches de discusiones, hasta peleas nos ha costado crear todos y cada uno de los trajes del Waphuri Galán, que juntos o separados continúa renovándose. 22 años bailando y 22 trajes, cada uno con su propia historia, especialmente los últimos trajes que son una lectura renovada y mística de los sombreros de cuatros rostros mirando a los cuatro puntos cardinales.

Pero cómo no recordar el primer traje, que es el que revela todo el amor por la danza y fue bordado con nuestras propias manos, ensartando cada perla, lentejuela y canutillo en las agujas, acompañados por la música de películas de Pedro Almodóvar, las noches se convertían en fiesta de la familia Galán. Todas ayudaban a bordar, entre risas y la mirada artística de cada uno, que iba inscribiendo el primer traje como nos habíamos imaginado: negro y perla sería el resultado. El primer traje de invocación al Waphuri Galán, manchado por la sangre de nuestros dedos por los pinchazos de aguja; cada puntada, cada apliqué en partes del traje, manos amigas complementarían esta parte de la historia que comenzó hace casi dos décadas, noches selladas por el afecto.

Foto: Yaroslavl Riquelme Williamson, gonzalo laserna, miguel Vargas y rodrigo Barrenechea

22 años

Estos 22 años de vida del Waphuri ya son parte de nuestra historia de activismo reconocida en el país, una herramienta de lucha política que ha permitido abrir nuevos espacios de diálogo con la ciudadanía.  Convertir un personaje altamente masculino como el Waphuri tradicional en un personaje feminizado de la Familia Galán ha sido una gran conquista y motivo de discusiones largas con folcloristas conservadores que año a año amenazaban con no dejarnos bailar, y cada año era mayor la transgresión, incluyendo elementos modernos como el bordado en lentejuelas, el entallado de la chaquetilla, las botas altas de plataforma, utilizando mucho color y adornos, recuperando elementos esenciales de la danza y la cultura, como los pescados de plata, joyas, encajes y otros elementos que hacen de este personaje uno de los más esperados en esta danza.

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Estos elementos dieron discurso, estética y presencia al Waphuri Galán en las fiestas populares del Carnaval de Oruro y la festividad del Señor Jesús del Gran Poder, que en 2019 fue nombrada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, donde partes de esta historia están inscritas en la candidatura.

Fue muy importante la invitación que me hicieron para ser parte del Comité Impulsor de la Candidatura de esta festividad, y es mayor mi felicidad este 2023, por la celebración del centenario de la fiesta mayor de los andes, ahora abrazado por la fraternidad Kullawada Laikas del Gran poder. Por coincidencia histórica se cuenta que en la época colonial los sacerdotes católicos se refieren a todos los practicantes mágico-religiosos indígenas con el término “layqa”, que significa “hechicero” o “brujo”. Entonces, como las constelaciones ordenan el cosmos, nosotros ahora estamos donde deberíamos estar con los Laikas, embrujando con nuestro baile a los espectadores del Gran Poder.

Texto: David Aruquipa Pérez

Fotos: Yaroslavl Riquelme Williamson, gonzalo laserna, miguel Vargas y rodrigo Barrenechea

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La ‘pecera’: breve historia de una casa maldita

La Residencia Presidencial tiene 44 años de historia y lleva casi mil días vacía. Por la casa pasaron 16 presidentes, hoy luce abandonada.

Una vista actual de la Residencia Presidencial desde la avenida Libertador.

Por Ricardo Bajo H.

/ 4 de junio de 2023 / 06:35

La “pecera” está maldita. Sus dos últimos moradores han terminado mal; el penúltimo, de apellido Morales, partió al exilio tras sufrir un golpe de Estado; y la última (apellidada Áñez) cambió la casa del barrio de San Jorge por un pequeño habitáculo en la cárcel de mujeres de Miraflores. Muy cerca de ella vive ahora el presidente (de apellido Arce) en su departamento de toda la vida.

La “pecera” luce deteriorada y abandonada. Entra de vez en cuando un jardinero a cuidar las plantas y las flores. También limpian los cuatro dormitorios, el salón, la sala comedor del fondo y el amplio “hall” para que el polvo del olvido no reine para siempre. Pocas veces bajan al gimnasio de la planta baja. El pasadizo subterráneo que conecta con la puerta trasera de la casa (hacia la avenida Libertador) está a oscuras. El heliopuerto de la azotea que usara Evo es un recuerdo. Afuera hay un par de militares, al fin y al cabo la casa sigue siendo la Residencia Presidencial. Las tres banderas, la del mar y las dos oficiales (la tricolor y la wiphala) ondean al viento.

En la puerta un perro que no tiene nombre espera a no se sabe quién. Frente a la casa, lo mira todo un busto envejecido del ex presidente German Busch Becerra, suicidado en extrañas circunstancias, acosado por la “rosca” minera. Detrás de la escultura, está el viejo club social German Busch; apenas quedan ruinas. La única que sigue en su lugar, a diez metros en la esquina de la cuadra, es la estatua del sabio Confucio, de espaldas a la Residencia Presidencial. Una cruda metáfora. Ésta es la (breve) historia de una casa maldita, de una maldita casa.

Un cuadro de Melchor Pérez de Holguín de fondo, en un acto de posesión en el gobierno de Jeanine Añez.
Un cuadro de Melchor Pérez de Holguín de fondo, en un acto de posesión en el gobierno de Jeanine Añez.

Hasta los años 70, los presidentes de Bolivia vivían en sus casas. O en los cuarteles. O vaya a usted a saber dónde. El dictador cruceño Hugo Banzer Suárez va a ser el primero en querer tener una pomposa Residencia Presidencial al estilo de los gobernantes foráneos. El terreno elegido será San Jorge, lejos y cerca de la plaza Murillo, cerca y lejos de la ricachona zona sur, de fácil salida y huida a ninguna parte. Banzer la encargará pero no la habitará. Un golpe de Estado (otro) evitará que la estrene. Volverá a ella, 30 años después, como saldando una vieja deuda.

Los terrenos de la ex Bolivian Power cerca del cuartel de San Jorge (actual Escuela de Inteligencia Militar del Ejército) son los elegidos. El lote tiene una superficie de 2.752 metros cuadrados. La ex Bolivian Power ofrece dos pequeñas construcciones y sus galpones sobre la avenida Libertador en 199.000 dólares. Los acaban vendiendo —rebajáme, casero— por 150.000 dólares; al cambio de la época, tres millones de bolivianos (un dólar estaba a 20.40 bolivianos en abril de 1975). Alguien aprieta a los buenos muchachos de la ex Power, la compañía de la luz de toda la vida. Lo que mal empieza… 

Dos años antes, en diciembre de 1973, se aprueba la construcción de la autopista El Alto-La Paz. La empresa que se adjudica la obra se llama Bartos. No se olviden de ese nombre. Banzer se presta 13 millones de dólares del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Será la autopista más cara del mundo (y con más baches de la historia). Cada kilómetro saldrá a tres millones y medio de dólares. La velocidad máxima que se puede alcanzar, dicen los diarios, es de 80 kilómetros por hora. Ese mismo día Ninón Dávalos estrena en el Municipal La luz que agoniza, del dramaturgo Patrick Hamilton. Al día siguiente, el crítico teatral Leonardo García Pabón publica la reseña en El Diario. La constructora Bartos, “especializada” en adjudicarse las mejores obras de la dictadura, va a devolver el “favor”. En forma de casa, de “pecera”.

Fotografías de la prensa del día de inauguración de la Residencia Presidencial en la zona de San Jorge, en marzo de 1979.
Fotografías de la prensa del día de inauguración de la Residencia Presidencial en la zona de San Jorge, en marzo de 1979.

En junio de 1975 se licita la construcción de la Residencia Presidencial. Se presentan tres compañías. Gana la que todos sabían que iba a ganar, la empresa Bartos y Cía, Sociedad Anónima “por considerar su propuesta la más conveniente a los intereses del Estado”. Donde dice Estado (en el decreto ley número 13549) póngale Banzer. El dictador, “el pequeño Patiño”, como le llaman algunos por la plata acumulada durante su gobierno sangriento, es accionista de Bartos. Todo queda en casa.

En el 76 favores van, favores vienen, Bartos “gana” la licitación por 28 millones de dólares de la época de la carretera Quillacollo-Confital y las obras para mejorar los aeropuertos de Cochabamba, Santa Cruz y Trinidad (vía préstamos de la Usaid) por 116 millones de bolivianos. También se adjudica la Piscina Olímpica de Alto Obrajes para los Juegos Bolivarianos del 77. El “regalo” de la “casita” será “pecata minuta”.

Nada más arrancar las obras de la Residencia, la Alcaldía limita la altura de las edificaciones en los terrenos adyacentes. Motivos de seguridad, diciendo. Hoy la Residencia es blanco fácil desde cualquiera de los altos edificios que la rodean, incluso desde los puentes trillizos aledaños.

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El 21 de julio de 1978, Banzer Suárez, uno de los artífices del sanguinario Plan Cóndor, es sacado de Palacio Quemado por una asonada militar. Se tenía que ir “teóricamente” el 6 de Agosto. Quien a hierro mata, a hierro muere. Banzer no verá como presidente la inauguración de “su” autopista (se corta la cinta el 30 de julio), tampoco la de “su” casa. Entra otro militar golpista. El paceño (de origen palestino) Juan Pereda Asbún está convencido de que será el primer presidente que habite la pomposa Residencia Presidencial. No será así.

Una vista actual de la Residencia Presidencial desde la avenida Libertador.
Foto: Ricardo bajo, ABI y periódicos Presencia y El Diario

Las obras marchan despacio, como las cosas en palacio. Cuando ya todo parece listo, el general Pereda encarga la compra de los muebles, las cortinas, las alfombras y las lámparas. No son baratas. Salen por seis millones de bolivianos. La firma agraciada —compra directa— es Industria de Muebles L’Atelier Ltda. Otro negociado. Incluye la mano de obra en el decorado de la casa. Más vale. Pereda Asbún no lo sabe, pero esa compra es uno de sus últimos actos como mandatario. Firma el decreto supremo número 15965 el 21 de noviembre de 1978. Tres días después, otro militar, el chuquisaqueño David Padilla Arancibia, da otro golpe de Estado. No se han abierto sus puertas y la casa parece estar embrujada.

Al tercero, llega la vencida. El presidente de la Junta Militar de Gobierno, el general David Padilla y la primera dama, Marina Goitia, estrenan la Residencia el 24 de marzo de 1979 y organizan un almuerzo en la planta baja (pues la alta todavía carece de detalles de acabado) junto a sus ministros, autoridades del Alto Mando Militar y esposas. La Paz, cuna de valientes y tumba de tiranos, coloca la primera “chapa”: será el “Acuario”. ¿Por qué? Porque ahí se reúnen los “peces gordos”. Ese mismo día, sábado 24, paradojas de la historia, se funda ADN (Acción Democrática Nacional), con Banzer como jefe y Franz Ondarza Linares como subjefe. Padilla —declarado hincha del club Bolívar— dejará de vivir en su domicilio de Calacoto.

El diseñador de la casa, el turco Osman Birced Birced (egresado de la Universidad de Estambul) está en la primera línea de los festejos. Es el arquitecto del momento, es la “estrella” de la Constructora Bartos. Disfruta de sus “15 minutos” de fama. Ha levantado en los últimos meses —a través de la Constructora Inmobiliaria CINA— 16 edificios en la ciudad de La Paz: el Guanabara, el Reina Esther, Las Palmas, Topáter, Orión, El Cóndor, Alborada, Los Ángeles, Presidente Busch, el edificio La Paz, el Mariscal de Ayacucho, el Guadalquivir, el Fernando V, el Galaxia, el Alianza y el Mariscal Ballivián. Casi nada. La Paz debería llamarse Osman City.

“Birced era un tipo divertido y simpático, un encanto de persona, todos lo recordamos con mucho cariño. Osman era hombre de teatro también”, me cuenta su colega Carlos Villagómez Paredes. La constructora Bartos tiene otra “maña”: construye edificios, no solo como negocio inmobiliario sino para regalar departamentos a los funcionarios que adjudican a dedo los jugosos contratos. Villagómez agudiza la memoria y se acuerda de un personaje famoso en la ciudad en esa época: Carlos “Pilluelo” Morales.  Osman Birced —proveniente de la Facultad de Arquitectura de Córdoba/Argentina— trabaja con Gustavo Medeiros Anaya en su Estudio Nueva Visión). La “pecera”, ese bodrio, es hija del hormigón armado, la moda de los setenta.

El flamante periódico Aquí —“Semanario del pueblo”— cha’lla sus oficinas de la calle Jenaro Sanjinés ese mismo mes de marzo del 79 bajo la dirección de Luis Espinal Camps, la gerencia de Adrián Camacho y Edgardo Vásquez, como jefe de redacción. En su número 2, del 24 al 30 de marzo, publica un artículo de opinión titulado “Kantutani: ¿otra autopista?”. Firmada por el pseudónimo “Pueblito” (¿el mismo Espinal?), el periodista dice: “las empresas constructoras son indudablemente las más beneficiadas por la dictadura banzerista, que les permitió obtener enormes dividendos a costa del dinero del pueblo trabajador. La empresa Bartos se puede dar el lujo de construir gratuitamente una casa presidencial como ‘don del cielo’ usando un poco de todo lo que ganó con la autopista (¡ya deshecha!), con el asfaltado de la avenida Libertadores, con el Camino 1-4 o con tantos otros negociados. (…) ¿Quién juzgará a estos chupasangres del dinero del pueblo? No será seguramente un Congreso burgués, ni la Contraloría, ni ningún ente que funciona en el sistema capitalista. Solo el proletariado en el poder garantizará un proceso justo y una condena merecida contra los capitalistas que han hipotecado este país”.

El general Banzer saluda al general David Padilla, presidente de la junta Militar de Gobierno.

Por la Residencia Presidencial van a pasar un total de 17 presidentes: Padilla, Guevara Arce, Natusch Busch, Lydia Gueiler Tejada, García Meza, Torrelio Villa, Vildoso Calderón, Siles Zuazo, Paz Estenssoro, Paz Zamora, Sánchez de Lozada, Banzer, “Tuto” Quiroga, Mesa Gisbert, Rodríguez Veltzé, Morales y Áñez. Uno morirá en un hospital militar tras ser condenado a 30 años de cárcel sin derecho a insulto por genocidio y delitos de lesa humanidad (Luis García Meza Tejada, el único autócrata latinoamericano que permaneció preso hasta su muerte en 2018). Otro sufrirá un gravísimo accidente de avión y se salvará de milagro (Jaime Paz).

Varios de ellos sufrirán golpes de estado siendo habitantes de la casa; algunos partirán al exilio de manera rápida y fugaz, sin tiempo de recoger nada de la casa (como Evo y “Goni”). Uno de ellos morirá de un cáncer (Banzer) y otro será incluso secuestrado en la mismísima puerta de la casa maldita; el presidente Hernán Siles Suazo es raptado el 30 de noviembre de 1984 como parte de un fracasado golpe de Estado (otro) encabezado por militares, policías y civiles vinculados con el MNR y ADN.

En realidad son 16 los presidentes que han vivido en la “pecera”, pues Carlos Mesa no quiso habitarla, al igual que Lucho Arce en la actualidad. A Mesa la residencia le parecía/parece un bodrio. “Además creí que necesitaba mi espacio propio, el de siempre, el de mi casa, entonces en la calle 16 de Calacoto y Costanera. Hice bien, porque al llegar después de una jornada de trabajo presidencial me desconectaba nada más cruzar la puerta y eso me mantenía equilibrado en medio del tráfago terrible que tuve que afrontar, sobre todo en el periodo diciembre 2004 – junio 2005. Todavía celebro aquella decisión”, me dice Mesa, vía correo electrónico.

El que sí entró con ganas fue el general Banzer, el único dictador latinoamericano que logró volver a la presidencia por la vía de las urnas. Lo hizo después de ganar las elecciones de junio de 1997. 20 años tuvieron que pasar para que el dictador habitara la casa que encargara. Es entonces cuando el pueblo, en su infinita sabiduría popular, bautiza de nuevo la residencia. Será la “pecera”. ¿Y por qué la “pecera”? ¿acaso por su forma? No. Será la “pecera” porque allí vivirán el ”ispi” y la “ballena”. El “ispi”, como imaginará caro lector, es el diminuto general y sus 1,58 metros de altura. (Nota mental uno: ¿por qué todos los dictadores son bajitos?)  Y la “ballena” es la oronda primera dama, “doña Yolanda” Prada, acusada en procesos penales por supuesto enriquecimiento ilícito en las gestiones de gobierno tanto de facto como democrático de su querido esposo. No tan querido pues los pasillos de la Residencia Presidencial todavía escuchan de lo que no se hablaba nunca: aquel balazo que rozó el culo del general allá en agosto de 1978 cuando la sufrida esposa se enteró de que Banzer había tenido un hijo fuera del sacrosanto matrimonio —tras siete años de relación clandestina— con la Miss Bolivia Isabel Donoso Trigo, hija de un exprefecto de Tarija, Valmoré Donoso. Si las casas hablaran…

Uno de los que no tiene problemas estéticos es el cochabambino Jaime Paz Zamora, el último presidente que ha terminado su mandato. Lo hace en compañía de su madre, la tarijeña Edith Zamora Pantoja. El “Gallo” —acostumbrado a su mansión campestre del Picacho a orillas del río  Guadalquivir— recuerda que la casa no era nada del otro mundo. En el aquel su jardín corría una vicuña (de nombre “Uyuni”, según me cuenta Pablo Cingolani) y una llama que a veces se escapaban y trotaban por toda la avenida Arce hasta la plaza Isabel la Católica, la vieja Plaza del Óvalo.

Ese par de camélidos no son los únicos animales que han poblado la Residencia Presidencial. ¿Cuántos perros y perras han pasado? Incontables. El más famoso, sin lugar a dudas, es “Ringo”, el perro de Evo. (Nota mental dos: me acuerdo que el expresidente orureño confesó en su momento que las primeras noches que habitó la Residencial allá por 2006 tuvo problemas para dormir. ¿Serían los fantasmas de la casa maldita?).

El perro Ringo con el entonces presidente Evo Morales y tres de sus ministros; entre ellos, el actual mandatario Luis Arce.

Un día, tras el derrumbe en el cercano barrio de Llojeta, “Gringo”, así se llamaba, se “parqueó” en la puerta de la Residencia y fue adoptado (con cambio de nombre) por el presidente Morales. Durante el exilio de Evo en México y Buenos Aires, el actual presidente de la Cámara de Senadores, Andrónico Rodríguez, quedó a cargo de su cuidado en el Chapare. ¿Volverá Ringo alguna vez a la “pecera”?

Los (ocho) perros que acompañaron a la beniana Jeanine Áñez Chávez —la última moradora de la casa— en los 11 meses y 27 días que vivió en la Residencia Presidencial también fueron mediáticos. “Pitita” y “Negrito” (también rescatados de las calles), “Toto”, “Julieta”, “Florentina”, “Florentino”, “Federica” y “Reynaldo” fueron las “estrellas” cuando la presidenta de facto celebró en septiembre de 2020 el decreto que reglamentaba la ley contra el maltrato animal. Los ocho vestían con chalecos con camuflado militar, a tono con el gabinete que avaló/posibilitó las dos masacres de civiles (Sacaba y Senkata) a manos del Ejército.

Hoy, la Residencia Presidencial luce solitaria sin huéspedes ilustres. Pronto —en dos meses— cumplirá mil días vacía (más de dos años y medio). Los cuadros famosos que cuelgan en sus paredes acumulan polvo. Durante los 44 años de existencia de la casa, un buen número de obras de arte han pasado por el lugar. En 1980, un año después de su estreno, en la gestión de la presidenta Lydia Gueiler Tejada, se destinaron por decreto supremo 827.300 bolivianos para la adquisición de obras de arte para la casa de San Jorge.

En 1992, con la desaparición del Banco del Estado, el presidente Paz Zamora decretó la transferencia de 43 cuadros de “maestros coloniales y contemporáneos” al Palacio de Gobierno y a la Residencia Presidencial “con el objeto de enriquecer las colecciones artísticas que allí se encuentran”. Así, cuadros de Melchor Pérez Holguín, Enrique Arnal, Jorge de la Reza, Moisés Chiri Barrientos, Gil Imaná, Rimsa, Borda, Raúl Mariaca Guillén, Armando Pacheco Pereira, Alberto Medina Mendieta, José Ostria Garrón, entre otros llegaron a la “pecera”.

Hoy la “galería” de arte de la Residencia Presidencial no tiene ojos que la miren. El “acuario” se ha vuelto un gasto insulso. ¿Y si convertimos la maldita casa en un centro cultural? ¿Y si, plan b, levantamos un centro para la memoria histórica y la defensa de la democracia y los derechos humanos que tanta falta nos hace como ha sugerido mi colega/amigo Oscar Silva Flores? Quizás, así, la casa deje de estar maldita y la “pecera” tenga una nueva primavera.

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Ricardo bajo, ABI y periódicos Presencia y El Diario

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El nuevo hogar de la galería Altamira

El espacio de arte de Daniela Espinoza y Ariel Mustafá se renovó en cuatro meses con un proyecto de Plaza Asociados.

/ 4 de junio de 2023 / 06:19

Para unos, cuatro meses se pasaron volando. Para los otros, fue una eternidad. Arquitectos y constructores por un lado, galeristas y artistas por el otro. En cuatro meses, la galería Altamira de San Miguel creció más que físicamente: pasó de ser una casa que se había adaptado con éxito para exposiciones a un espacio cultural cuidadosamente diseñado para tal fin. Más que una casa, ahora es un hogar para el arte.  

La propuesta vino de afuera. El arquitecto Michael Palza, empresario y amigo de la galería, llegó un sábado de julio de 2022 y conversó con Ariel Mustafá y Daniela Espinoza, galeristas, gestores culturales y creadores de Altamira. “Nos dijo que le gustaba la continuidad del trabajo y nos propuso que hagamos un proyecto. Eso fue en julio de 2022”, relata Mustafá mientras recorre los blancos pisos y paredes del nuevo espacio que está ubicado en la calle José María Zalles #834, bloque M-4, San Miguel, en la zona Sur.

Con el paso de los días empezó a aparecer gente —que no era precisamente artista o compradora de arte— para mirar el lugar, analizar su dinámica y tomar medidas del espacio. Entre esas personas estaba la arquitecta Alejandra Marquina, de Palza Asociados. En noviembre de 2022, Michael y su equipo regresaron a la galería con un proyecto que entusiasmó a Daniela y Ariel. “Los ajustes que se han hecho han sido mínimos”, recuerda el galerista.

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La galería Altamira volvió a abrir sus puertas este 17 de mayo en San Miguel. Foto: Palza Asociados

Desde ese julio en que les hablaron del proyecto, de pronto, como un sortilegio, a Ariel y Daniela les empezó a quedar chica la galería. “Comenzamos a notar que teníamos serios problemas de espacio. Y ya estábamos pensando en qué hacer para ampliar la casa. Cuando trajeron el proyecto nuestra vida cambió. Nos presentaron una propuesta económica que entraba más o menos dentro de nuestros parámetros. Cuando los dueños de casa vieron el proyecto, también les gustó: entonces decidieron que este sería su aporte para la cultura en el país. En resumen, ¡tenemos galería garantizada por los siguientes 10 años!”, celebra el gestor.

El 16 de enero los galeristas entregaron las llaves de la casa a Palza Asociados. Y si bien los cuatro meses se les hicieron eternos, para el equipo de arquitectos el trabajo iba a realizarse contrareloj.

“Siempre hemos estado interesados en apoyar la cultura y el arte. Cuando vimos el espacio queríamos ser el puente para lograr este sueño”, explica Carolina Mantilla, parte del equipo de Palza Asociados. “Ha sido un proyecto con muchos desafíos y aprendizajes, impulsado por el deseo de dar un aporte a la ciudad, pues hacen falta espacios ideales para mostrar toda la calidad que tiene el arte paceño y boliviano”.

Pensar la galería como un lienzo en blanco, tanto en el interior como en el exterior, fue el puntal de la propuesta, explica la arquitecta Alejandra Marquina.

Los muros móviles se desplazan con facilidad y permiten crear diferentes espacios y atomósferas dentro de un espacio más versátil.

“Para plasmar el concepto empezamos a incorporar en el diseño paneles traslúcidos y transparentes, así como paredes blancas. Además queríamos darle énfasis a las gradas, tratarlas como una pieza escultórica para generar curiosidad y sorpresa desde afuera. Nuestra intención era que cuando la gente pase por delante del edificio tenga curiosidad de saber qué es lo que está pasando aquí”.

Los cambios en el diseño se fueron dando poco a poco, gracias a una dinámica participativa. Por ejemplo, la planta baja, donde se realizan las exposiciones temporales —individuales o colectivas—, se mantuvo más fiel a la estructura original de la casa, aunque debido a las exigencias de este espacio se decidió elevar la altura de los techos. En el piso superior —donde se podrán ver los cuadros que tiene la galería a la venta— también el techo tiene una altura mayor, además de muros móviles que permiten una mayor versatilidad. Según los requerimientos de los artistas, se podrá crear una dinámica y atmósfera especial para cada montaje.

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“Nuestras escaleras para hacer el montaje quedaron chicas, tenemos todavía que apropiarnos del lugar; aún nos da pena ensuciar las paredes”, ríe Mustafá parado delante de una imponente y colorida obra de Magenta Murillo que atraviesa las gradas y los dos niveles de la estructura.

Foto: Palza Asociados

Iluminación dinámica, espacios para obras en formatos más grandes, paredes más altas y móviles… Todos los detalles han sido tratados en las reuniones semanales, así como la discusión sobre los presupuestos y modificaciones que surgían con el paso de los días. Una eternidad para unos y una nada para otros. 

La noche del 17 de mayo de 2023, un gran toro metálico y un muro metálico iluminado recibieron a los amigos de la galería Altamira: el nuevo hogar era una realidad. Para la ocasión, Ariel y Daniela convocaron a sus artistas, quienes llevaron obras nuevas, acorde a una gran muestra inaugural. Y es que todos finalmante confluyen en este sueño.

 “Parte de nuestra misión en Palza Asociados es apoyar, contribuir socialmente y culturalmente a nuestra ciudad. Por medio de nuestros proyectos de arquitectura enfatizamos la necesidad de diseñar en un contexto urbano con espacios que alberguen actividades de aporte comunitario —expone el arquitecto Michael Palza, quien encendió la mecha de esta aventura—. En Altamira vimos una oportunidad de contribuir con un proyecto que aporta y promueve el arte. Pensamos que existe una responsabilidad social de ayudar al artista boliviano que se desenvuelve en una realidad compleja pero que requiere espacios como Altamira. Con la iniciativa de los propietarios pudimos realizar un proyecto que contribuye a la exposición y promoción de nuestro arte boliviano. Palza Asociados está complacido con la acogida que la galería recibió y anticipamos el éxito de nuestro aporte”.

Las copas se llenaron, la alegría y la emoción se desbordaron, varias obras —sobre todo las de gran formato— se vendieron. Altamira tiene un hogar y abre sus puertas a los artistas, coleccionistas y amantes de la cultura. ¡Enhorabuena!

Texto: Miguel Vargas S.

Fotos: Palza Asociados

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Nikopol en concierto

El músico Nicolás Suárez comparte su camino por el blues, que festejará en el teatro Nuna.

Nikopol

Por Nicolás Suárez

/ 4 de junio de 2023 / 06:08

La música ha sido siempre mi excusa para ser feliz. Desde muy niño he tenido contacto con instrumentos musicales que hacía sonar, instrumentos que investigaba para encontrar, según yo, su mejor forma de expresión. Al principio era una melódica, muy cercana a la armónica, pero con teclas pequeñas. Seguí con los instrumentos de percusión que despertaban en mí una curiosidad imparable. Luego vendría el piano y los teclados en general, para envolverme finalmente en el encanto de  los instrumentos autóctonos bolivianos.

Pero no fue solo la tímbrica mi única inquietud, tambien estaban la forma, el fondo y la manera. Qué era el tango, cómo se tocaba la cueca, cómo se bailaba el huayño, cómo se organizan las bandas, por qué tantas personas en una orquesta sinfónica. De tanto pensar y escuchar llegué a una de mis primeras conclusiones: El canto es el mayor vehículo para alcanzar el cielo y los mejores cantantes son definitivamente arcángeles que cayeron a la tierra para hacernos saborear lo divino.

Bueno, en todo caso, esta es una pequeña introducción para contarles de dónde viene mi afición al blues, que es uno de los temas principales de esta charla. Soy un cultor del rock, eso lo saben muchos, y he tratado de emular a todos los tecladistas y/o pianistas de este género que he podido, algunos más fáciles de alcanzar que otros, unos difíciles pero alcanzables; otros, los definitivamente imposibles, aquellos que se desvanecen en tus manos justo cuando estás a punto de descubrirlos, a esos no pude interpretar. Sin embargo me he dado el gusto de tocarlos a algunos, soy de la línea de Ken Hensley, Jon Lord, Greg Roly, Keith Emerson, Ray Manzarek; he montado obras completas de Uriah Heep, ELP, Doors, Journey, Toto, Clapton y, por supuesto, he vivido por completo a Wara tocando con ellos durante 11 años continuos. De todos ellos he aprendido los miles de secretos que guardo celosamente en mi minibiblioteca que está dentro de una biblioteca.

La banda boliviana Nikopol celebrará 10 años de andanza dentro del blues.
La banda boliviana Nikopol celebrará 10 años de andanza dentro del blues. Foto: Nikopol

Pero el blues no estaba en mis planes, no formaba parte de mi perspectiva, no soñaba con él; hasta podría decir que entró tangencialmente en mi vida, un poco a la fuerza, un poco sin darme cuenta. Aunque ya sabía algo de la historia de este fascinante género, nunca había tocado blues hasta que me lo presentaron y propusieron los Climax (grupo fundamental en la historia del rock boliviano, con quienes toqué durante un corto tiempo). Pero como entrenamiento, como ejercicio, como kalistenia, pues al inicio del ensayo dábamos muchas vueltas a la estructura básica del blues intercalando solos de la guitarra, el órgano, el canto (que se inventaba Javier), a veces hasta había solos de batería. Después de esta larga sesión de jam en blues (pues podia durar horas), ya estábamos listos para comenzar el ensayo, con piezas un poco mas racionales que el instintivo blues. Muy posteriormente me enteré de que esta práctica era utilizada por importantes grupos de rock como Led Zeppelin, Ten Years After y Wara, entre otros.

Una segunda experiencia fué cuando tocaba el piano en la Big Band La Paz y dentro de nuestro repertorio teníamos lo más clásico del blues. Esa época fue fundamental para aprender las miles de variaciones de este género, los miles de disfraces que utilizaba el blues para ser interpretado, sus diferentes caras y facetas: en swing, en pop, en funk, en rock. Hasta tocamos Escaleras al cielo en un bello arreglo, un blues perfecto. Mi tercera y penultima experiencia en el blues fue cuando toqué por unos buenos años con GoGo Blues, con mi amigo y hermano Gonzalo Gómez, quien me abrió las puertas del grupo y me dejó ser (al puro estilo Let it be). Ahí aproveché mi experiencia en la Big Band y vacié todo mi conocimiento en sus canciones. Gonzalo me dijo: “si te gusta, te quedas…” Y me quedé, aunque no por mucho tiempo. Él mismo me hizo volar por mi cuenta. En uno de los ensayos me propuso que componga blues, y yo, entusiasta como estaba, le presenté como 16 canciones, de las cuales escogió cuatro para ponerlas en el CD que grabamos y se tituló Hoy. Era una época tormentosa, cortavenocienta, un poco telenovelesca, la que estaba viviendo en ese momento y decidí vaciarla en canciones que contaban mi vida en diferentes circunstancias y aquí llego a mi segunda conclusión: En el blues puedes contar tu vida, pero no necesariamente textual, puedes agregarle algo de ficción, mucho de imaginación, grandes cantidades de sorpresas que no están en el original, puedes distorcionarla a morir, todo por el bien de la música. Y así lo hice y me dio resultado.

Foto: Nikopol

Como compositor e intérprete boliviano, y es necesario acá recalcar mi origen, no he vivido el blues histórico, el de los cánticos de trabajo, el de los llantos y quejas, el de las historias de abandono y separación de familias, al menos así como lo cantan esas maravillosas bandas donde se funden canto, guitarra y armónica en un solo grito de protesta, de impotencia y tristeza. Para hacer blues he tenido que sacudirme y ubicarme, reconocerme e identificarme, y kaikearme sanamente, como lo hacen los buenos khaluyos, pero claro, en mi idioma, con mi verdad cargada y con mi propia experiencia vivida. Así que digo en La voz, uno de mis blues, que quiero ser yo esa honda voz que te dibuje la razón, o en el Blues Mayor, corre el tiempo por tus venas, si te atrasas corre más y más, y si te alcanzan todas tus penas, ya no das más, vives apenas, convocá a tus amigos a una farra professional para vivir el Blues Mayor, o en Bailecito para Valeria, donde ingenuamente digo que soy un oso guerrero de algodón, vengo a reconquistar tu corazón, para casi gritar en Itakaque Blues, vámonos, vámonos para siempre.

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Como dice una de mis canciones: Cada mañana me dejo sorprender, pero con audiciones que me llevan por los cuatro puntos cardinales del mundo, y no es que precisamente escuche música nueva todo el rato, puede ser cualquier tema o sinfonía que, a pesar de haberla oído con anterioridad, me suena nueva en una segunda, tercera o quinta audición. Y de pronto descubro en uno de mis luminosos sueños como una penúltima conclusion que: El bailecito habia sido un blues, y que la entrada de Oruro es el mayor Festival de Rock que tenemos en Bolivia. Esta visión me hace encarar la música, en mi cuarto, donde desde mi ventana puedo ver desiertos y dunas. Jukumaris y ballenas.

El viernes 9 de junio, a las 19.30, con la Banda Nikopol, integrada por Vic Carpio (bajo), Fabbat Nava (batería), Chubi Gonzales (voz) y su servidor ( piano y Hammond) presentaremos un concierto maravilloso en el teatro Nuna (21 de Calacoto, parada del PumaKatari), conmemorando los 10 años del CD Blues en las rockas, nuestro primer testimonio de vida. Nos acompañarán maravillosas cantantes como Emma Junaro, Vero Pérez y Mimi Arakaki; guitarristas como Gonzalo Gomez y Juampi Barboa, y virtuosos metales y vientos andinos. Vengan, queridos miskis, vivamos juntos el blues.

Foto: Nikopol

Texto: Nicolás Suárez

Fotos: Nikopol

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Walter Solón Romero, una historia plasmada en murales

La Fundación Solón ofreció un recorrido guiado a personalidades de la cultura de la ciudad para mostrar la gran magnitud de la obra de este artista

Mural del Museo de la Revolución

/ 28 de mayo de 2023 / 07:15

El tiempo se lleva consigo pedazos de la historia, sin embargo, estos pasajes que parecen efímeros casi siempre dejan insospechadas evidencias. Entonces, cuando los vestigios del ayer vuelven a la memoria como ráfagas de viento, se plasman en imágenes que se quedan como una huella que deja el tiempo. Para recuperar esa memoria, la Fundación Solón ofreció a representantes de la cultura boliviana una visita guiada por 10 murales del artista que retrató las luchas sociales.

Walter Solón Romero nació en Uyuni, Potosí, en 1923 durante el gobierno de Bautista Saavedra, año marcado por la Masacre de Uncía, una de las más sanguinarias de la historia del país. Desde pequeño sintió inclinación hacia el arte, abrazó todas las técnicas que pudo a lo largo de su vida con el objetivo de despertar conciencia social en la sociedad de ese entonces.

“Mi vida es paralela a la realidad de un pueblo que vivió de utopías y se jugó a perder”, solía decir el artista cuyo trabajo estuvo marcado por el esfuerzo, la disciplina y el estudio. El pintor creía, con firmeza, que su labor era parecida a la de un artesano que jamás termina de perfeccionar su obra.

El hijo del artista, Pablo Solón, fue el encargado de llevar adelante el recorrido que inició en la fundación que construyó junto a su padre para preservar su obra. “Quedó huérfano a muy temprana edad y fue enviado al internado del Sagrado Corazón en la ciudad de Sucre, viendo sus habilidades para la pintura, los jesuitas encargados del internado montaron un pequeño salón para que hiciera réplicas de cuadros religiosos”, contó.

El mural ‘Retrato de un pueblo’.
El mural ‘Retrato de un pueblo’. Fotos: Archivo FCBCB

El talento de Solón llegó hasta los oídos de Cecilio Guzmán de Rojas (pintor indigenista boliviano de la primera mitad del siglo XX), quien lo becó en la Academia Nacional de Bellas Artes Hernando Siles de la ciudad de La Paz. 

Pablo contó que en esa época Solón se debatía entre la pintura y el violín que le regaló su padre, pero decidió inclinarse por la pintura. Durante ese trayecto tuvo como maestros al pintor Luis Luksic, a la escultora Marina Núñez del Prado y fue influenciado por la obra de Jorge De La Reza.

La casa de Solón es amplia y llena de luz, está repleta de la obra de aquel hombre que vivía para construir imaginarios sociales con su lápiz, pincel y espátula, las únicas armas que un artista necesita para cambiar el mundo.

Aquellos cuadros, murales y colores plasmados en los muros donde abundan imágenes que parecen salidos de los libros no son casuales. Solón investigaba, leía decenas de textos para armar los bosquejos de sus obras que, según su hijo, eran reconstruidos muchas veces.

El primer mural del recorrido se encuentra en la Casa de Solón y titula El Quijote y la Leyenda de la coca. La obra inconclusa se observa en su taller. Para elaborarla el artista volteó muros, cerró ventanas, abrió puertas y volvió circular el pilar central de su taller.

El mural es producto de una fascinación del artista por Cervantes y una crítica contundente a la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez. Vestigios de ello se encuentran en la casa Solón, donde se muestran las nueve series de quijotes.

Las personalidades que hicieron el recorrido. FOTOS: ARCHIVO FCBCB

La recuperación de la democracia

El recorrido continuó en la Escuela Nacional de Medicina, lugar que cobija la obra Salud para el Pueblo, que fue pintada en 1985. Ese año ,luego de casi 20 años de dictadura fue derrocada la última junta militar que gobernaría el país.

Tres años después, bajo esa misma consigna, Solón plasmaría la que muchos expertos consideran su obra más importante: El Retrato de un Pueblo. El mural inaugurado en 1989 está pintado con piroxilina en paneles transportables. El trabajo representa el espíritu valiente del pueblo y el papel que asumieron las universidades en la recuperación de la democracia. La magnificencia del trabajo está plasmada en los muros del Salón de Honor de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), para apreciarlo hay que empezar el recorrido desde el extremo derecho del muro e ir avanzando en sentido contrario a las manecillas del reloj.

“La verdad no es un mito, es la sombra de los actos en la historia y es la causa por la que pintamos en las paredes el retrato de los pueblos”, sostuvo su hijo, al recordar algunas de las frases de su padre.

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Una de las características peculiares de la obra se puede apreciar en la parte de arriba del mural: ahí hay un fragmento de dibujo que se asemeja a un trazo que no está pintado. Sobre ello Pablo explicó que su padre quiso dejar un homenaje al dibujo.

El recorrido continuó en la calle Bueno y Camacho donde se encuentra el mural La historia del petróleo, el único en su tipo en La Paz pintado en la técnica del fresco. La obra resume las concesiones de tierras para exploración y explotación petrolífera y sus consecuencias para el pueblo reflejadas en el abandono, la miseria, la guerra y la muerte.

Una de las imágenes muestra a un soldado conquistador con un águila imperial y la inscripción “SOC 1922”, que según el hijo del artista hace referencia al año en que la Standard obtuvo del gobierno nacional la aprobación de la transferencia la firma de un contrato muy desventajoso para el país. Adicionalmente adquirió casi todas las concesiones, llegando a poseer 7 millones de hectáreas, cuando lo permitido era solo de 100 mil hectáreas. La SOC explotó los campos de Bermejo, Sanandita, Camiri y Camatindi, siendo interrumpido su accionar por la guerra del chaco.

El Quijote y Tunupa, dos murales rescatados

En la Gobernación del departamento de La Paz se apreciaron las obras Don Quijote/Tunupa. Los murales fueron pintados en la casa de Guillermo Jauregui en 1959, con la ayuda de su hermano Goyo Mayer, dibujante y grabador. Después de su fallecimiento los murales fueron trasladados a la ex prefectura de La Paz, en la plaza Murillo.

Solón explicó que las obras representan el encuentro del conocimiento ancestral con la búsqueda de la justicia. “En el mural del Quijote predominan los azules de un nuevo amanecer, mientras que en el mural de Tunupa los rojos y ocres representan la mitología andina. A diferencia de otros murales de Solón, en estos destacan las grandes figuras y la perspectiva dinámica de los protagonistas que parecen saltar de las paredes”, señaló.

Mientras el mural de Don Quijote versa sobre su arribo a la ciudad del Illimani con Sancho Panza, el de Tunupa se centra en el momento en que este navega amarrado a una balsa de totora y está a punto de estrellarse contra las rocas en el lago Titicaca.

‘Juana Azurduy de Padilla y los guerrilleros’.
‘Juana Azurduy de Padilla y los guerrilleros’. FOTOS: ARCHIVO FCBCB

La Revolución, en  el diálogo Solón-Alandia

Dos pintores potosinos inmortalizaron a través de su obra el pasado y futuro de la revolución. Solón y Alandia dialogan en el muro del Museo de la Revolución Nacional sobre lo que dejó la insurrección de los obreros y el futuro de la lucha y unidad para enfrentar los resabios del pasado.

“En el centro se encuentra un chasqui trayendo una misiva de esperanza y rebeldía. Atrás, un minero con una dinamita en la mano y más arriba, una marcha. A los costados, los campesinos, los estudiantes y los trabajadores que escuchan, amplifican con el pututu el llamado, y se suman a este largo caminar”, explicó Pablo Solón.

El mural pintado por Solón recupera la leyenda que surgió después de que fuera descuartizado por cuatro caballos, tras la derrota del cerco a la ciudad de La Paz en 1781. En la obra se ven los brazos, las piernas y la cabeza del líder indígena que fueron enterrados en diferentes lugares se juntan bajo la tierra.

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La historia de Bolivia se entreteje con la obra de Solón; en ella, la memoria colectiva resurge para interpelar al poder establecido. El Cristo de la Higuera (mural ubicado en la Facultad de Medicina) se convierte en el grito de vida de un niño entre manos y raíces.

“Este a veces se hace hombre, a veces, casi siempre el hambre y la miseria lo convierten en un habitante de una diminuta tumba blanca. Ojalá que este grito nos evoque el día en que llegamos nosotros con la misma ansiedad de vivir y hagamos algo”, manifestó Pablo.

Solón pintó el mural Juana Azurduy de Padilla y los guerrilleros junto a sus alumnos de pintura en la carrera de Artes Plásticas de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) de La Paz. La obra recuerda el golpe de Natusch Busch (1979) que dejó un centenar de muertos y medio millar de heridos. Las imágenes muestran los tanques y disparos desde un helicóptero, las protestas y una heroica resistencia que acabó derrotando el golpe establecido.

“En un extremo del mural encontramos el esbozó de Juana Azurduy de Padilla y sus guerrilleros que 170 años después de su levantamiento contra la colonia española encuentran una Bolivia ensangrentada”, relató Solón.

Sin embargo, el mural quedó inconcluso debido a un nuevo golpe militar el 17 de julio de 1980: Solón fue detenido y golpeado durante la dictadura de García Meza. Años más tarde este mural serviría de inspiración para una de sus obras más importantes: El Retrato de un Pueblo.

Así culminó la actividad en que participaron figuras del quehacer cultural local como el jefe de la Unidad Nacional de Gestión Cultural de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FCBCB), David Aruquipa; el director del Museo Nacional de Arte (MNA), Iván Castellón, y la jefa de Museos, Jackeline Rojas Heredia. Aruquipa, por ejemplo, expresó su satisfacción y agradeció a la Fundación Solón por la disposición. “Quiero resaltar que estamos articulando el trabajo con la Fundación para conservar la memoria del artista y poder conocer su obra de cerca”.

Texto: Estefani Huiza Fernandez

Fotos: Archivo FCBCB

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