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Argentina, factoría de series infantiles

De Buenos Aires salen producciones de Tv para niños que se emiten en cerca de 150 países.

/ 15 de octubre de 2017 / 04:00

A su alrededor, todos hablan en porteño cerrado, el argentino de Buenos Aires. “Boludo, fijate bien, es un enchastre, está todo mojado el piso, limpiá, apurate”, ordena uno de los técnicos por el walkie-talkie. Pero dentro del set en el que se rueda Soy Luna, en el enorme estudio a las afueras de Buenos Aires (Argentina) se desvanece. Todo está cuidado para que millones de niños de 150 países y 15 idiomas diferentes puedan identificarse con la protagonista, interpretada por una mexicana, Karol Sevilla. Lleva dos años viviendo en Buenos Aires para hacer el papel de su vida: Luna, adolescente que se refugia en patines y canciones.

Sevilla tiene 17 años y empezó a rodar con 15, pero sus seguidoras más fieles son niñas mucho más pequeñas. “Son series aspiracionales”, explica Cecilia Mendonça, vicepresidenta de Disney Channel Latinoamérica. “El público está en una transición, son preadolescentes. Están creciendo, pero todavía son chicos. El chiquito mira lo que hace el hermano grande. Es contenido sano, pero no infantil tradicional. Hay drama, es más sofisticado. Hay una conexión emocional”.

Productos. Diarios, patines, libros y más se venden con las marcas.

Argentina es el lugar elegido por Disney para lanzar al mundo estas series de éxito arrollador: Floricienta, Violetta, Soy Luna. No es casual. Aquí prácticamente se creó el género. La inventora fue Cris Morena, que arrancó en los noventa con Chiquititas. No imaginaba que llegaría tan lejos. Empezó a combinar canciones que escribía y tramas sencillas. Y creó escuela de actores: llegó a tener 50 familias brasileñas en Buenos Aires para rodar la versión para ese país. Llegó a vender sus series por todo el mundo y triunfó a lo grande con Rebelde Way. Ahí llegó la colaboración con Disney, que garantiza con sus canales millones de telespectadores fieles. La compañía estadounidense vislumbró el negocio y se quedó. Ahora domina la mina de oro de las series infantiles creadas en Argentina.

“La clave es que son historias universales”, explica Morena sentada en una oficina de estilo oriental a las afueras de Buenos Aires, donde tiene su productora. “Es como si dijeras ‘¿por qué tiene éxito Cenicienta?’. Todos los niños del mundo desean ser amados por los padres, ser reconocidos, tener amigos, hacer travesuras, cumplir los sueños”. Ella perfeccionó este negocio. “Estoy hablando de agarrar un proyecto y convertirlo en un disco, en un libro, en merchandising, en teatro, en un show musical, en una banda, en una película. Nosotros armamos Chiquititas para el mundo en todas sus posibilidades”. Morena inventó un género, pero plantaba en tierra fértil. Argentina es un país de actores, guionistas, directores, publicistas. Solo ahí, donde está concentrada, la industria audiovisual da trabajo a 28.000 personas, casi el 2% del empleo de toda la ciudad. Una potencia.

Niñas españolas, alemanas o polacas siguen estas series a más de 10.000 kilómetros de donde se ruedan. Arrasan en el mundo hispano. Unos 35 millones de niños están enganchados a Soy Luna solo en Latinoamérica. En algunos países se dobla, pero en España se mantiene la versión original. “Es muy guapa y muy maja”, opina desde Madrid Lucía López, una fan de ocho años. “Tiene acento raro, pero a mí no me importa. Me gusta cuando canta y cuando patina, ella se fue de México por sus papás, pero en Argentina va a un colegio muy bueno y tiene muchos amigos”.

Espectáculo. De la televisión, ‘Violetta’ pasó a un espectáculo en vivo que se vivió en numerosos países, incluyendo Bolivia.

“Está pensada para que se vea en todo el mundo. Esto va a África, Europa, a los países árabes. Yo recibo correos desde Angola, de chicos que quieren trabajar en la tira”, explica Jorge Nisco, el director, argentino, de Soy Luna y Violetta. Karol, la protagonista, no podría salir a la calle en casi ningún país de los 150 en los que triunfa la serie. Tiene 3 millones de seguidores en su canal de YouTube, donde cuenta su vida. Y se prepara ya para llenar estadios por todo el mundo como hizo su antecesora, Tini Stoessel, la argentina protagonista de Violetta, el mayor bombazo en lo que a series infantiles rodadas en Argentina se refiere. “No quiero que la fama me coma, no le hago caso”, se protege la mexicana con su sonrisa eterna. Su madre vigila sus pasos a pocos metros. Pronto descubrirán lo extraño que es encontrarse en un país como Italia, Francia o Israel y ver que todas las niñas se pelean por saludarla como si fueran amigas de toda la vida.

Le pasó a Stoessel. “Estábamos en Roma y no podía pasear, la paraban a cada rato”, recuerda Rodolfo Stoessel, su tío, productor y especialista en el sector, como casi toda la familia. Como el padre, Alejandro, creador de Patito feo, otro exitazo mundial. “Las niñas italianas aprendieron español para cantar sus canciones y recibo mensajes todos los días de Europa Oriental, donde hacen un gran esfuerzo para escribir en castellano para comunicarse con Tini”, cuenta su tío, orgulloso e impresionado a la vez. Casi 1 millón de entradas se vendieron en su gira mundial, en 2014.

Disney cuida todos los detalles para llegar al mayor número de países posible. Es el trabajo de Jessica Lefkovics. “Evitamos los localismos, buscamos expresiones que se entiendan bien en todas partes”. No eliminan los acentos, pero sí los suavizan. “Y si el personaje anda en bicicleta, tiene que tener casco”, cuenta Nisco. Un argentino difícilmente pensaría en algo así. Es Disney el que lo hace.

Artistas. Tini Stoessel protagonizó la serie infantil ‘Violetta’, así como el show.

Hasta los patines, epicentro de la trama, fueron escrutados. Se había pensado que fueran de hielo, habituales en Estados Unidos. Pero Disney entendió que en muchos países no son tan comunes, así que se cambiaron por los clásicos de cuatro ruedas. Madres y padres de todo el planeta conocen el resultado. Los de Luna, nada baratos (a unos 4 870 bolivianos), fueron el regalo estrella de las Navidades en España. Se vendieron 40.000, según datos de Disney. El merchandising, con carpetas, mochilas, estuches, cromos o libros, es un enorme negocio.

¿Y por qué Argentina? “Buscamos algo que genere rentabilidad, que esté en presupuesto sin comprometer el nivel de calidad”, explica Mendonça, la vicepresidenta de Disney Channel Latinoamérica. Los directores, que trabajan para Polka, una productora local muy reconocida, apelan también a la capacidad de improvisación de los argentinos, imprescindible en un rodaje tan complicado, con 80 capítulos por temporada. “Contamos con esa base de frescura: nos gusta y el público se da cuenta”, asegura Sebastián Pivotto, director de Once, la última apuesta, estrenada en Latinoamérica la pasada primavera. Su colega Nisco apostilla: “Los yankis inventaron la Coca-Cola. Nosotros, si no inventamos este tipo de series, sí las perfeccionamos. No me preguntes por qué, pero siempre funcionan”.

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LARRY FLYNT,el último rey del porno

Todavía en plena forma, al pionero del porno duro se lo considera un ícono de la libertad de expresión en Estados Unidos.

/ 18 de octubre de 2017 / 04:00

En Estados Unidos es un derecho constitucional reírse de cualquiera y de su madre. O de los dos a la vez, gracias a Larry Flynt. Fundador del impero del porno Hustler. Superviviente de una vida de excesos. Parapléjico por un atentado. Su nombre es sinónimo de incordio de políticos.

Pervertido de profesión e ícono de los derechos civiles, Flynt es un personaje irrepetible en cualquier otro lugar que no sea Estados Unidos.

Para el público que vive fuera del país norteamericano, Larry Flynt tiene el rostro y la energía del actor Woody Harrelson y su historia es la que se cuenta en la película de Milos Forman El escándalo de Larry Flynt (1996). Hoy es un hombre de 74 años que está atado a una silla de ruedas de oro empujada por guardaespaldas. Habla despacio y con dificultad, arrastrando las palabras. Tiene la cara hinchada. Le cuesta mantener la mirada fija. Hay que hablarle muy alto porque no oye bien. Pero debajo de las dificultades físicas sigue habiendo un cachondo con un discurso contundente.

No oculta su enojo por lo que está pasando en Estados Unidos. El pasado enero, Flynt publicó una carta abierta a los medios de comunicación de su país. Les acusaba de haber dado alas a Donald Trump al cubrir su campaña pensando solo en las audiencias y sin cuestionar lo que decía. “Vuestra falta de periodismo responsable ha traicionado a esta gran nación”, escribió. Lo que irrita a Flynt es que, durante la campaña, la prensa no fuera capaz de llamar mentiras a las mentiras. “Hay artículos más correctos en (la revista) Hustler que en la mayoría de la cobertura que he visto en la pasada elección”.

Flynt está en un despacho enorme con amplias vistas de las montañas de Los Ángeles (California) y una decoración indescriptible. Es la esquina norte de la planta 10 de un edificio de oficinas marrón con las letras LFP (Larry Flynt Publications) en la milla de oro de Beverly Hills. A la entrada de la calle hay una estatua de John Wayne a caballo con un relieve que representa el entierro del cowboy como si fuera una escena bíblica. A un lado, encima de un caballete, reposa el libro gigante de la editorial Taschen sobre desnudos de Helmut Newton. Encima de un escritorio del tamaño del que preside el Despacho Oval se acumulan cartas y ejemplares tanto de la revista Hustler como de la competencia.

En el despacho

Un clip sostiene un billete de dólar en el que pone “9-11” (por los ataques del 11 de septiembre). La película sobre su vida se filmó en estas oficinas. El cineasta Milos Forman decidió que no tenía sentido intentar replicar en un estudio el delirio rococó donde trabaja el magnate, rodeado de porcelanas, cornucopias, molduras doradas y muebles palaciegos. Cada noche, al acabar el trabajo en las oficinas de Flynt Publications, el equipo de la película tomaba la planta entera para rodar en el escenario real.

Sobre la mesa hay también dos viñetas de periódico enmarcadas y fotos con personajes como el reverendo Jesse Jackson y los presidentes Bill Clinton y Jimmy Carter. No se ven ahí instantáneas con republicanos. “Tengo sentimientos muy fuertes sobre los republicanos y los demócratas”, afirma. “Ninguno es perfecto. Pero te digo que los republicanos solo se preocupan por ellos mismos. Y yo creo que en el fondo hay racismo en ese partido. No digo que todos los republicanos sean racistas. Digo que si eres un racista, tu partido es el republicano”.

La cita con él era para hablar de pornografía, internet y libertad de expresión. Pero los Estados Unidos ha entrado en un torbellino ineludible. Se llama Donald Trump e inunda toda la vida estadounidense, todas las conversaciones. Empezando por aquella carta pública y continuando con el periodismo en la era Trump. “No puedes mirar atrás en la historia y decirme un candidato presidencial que mintiera tanto, durante tanto tiempo, sin que los medios le exigieran responsabilidades. Deberían llamarle simplemente mentiroso, es la definición de lo que hace. George Washington no era capaz de mentir. Richard Nixon no era capaz de decir la verdad. Y Trump no es capaz de distinguir una cosa de la otra”. Una compañía de análisis de medios ha calculado que las televisiones habían dado a Trump publicidad gratis en antena por valor de 2.000 millones de dólares. “Si llevan a alguien a un programa y miente, no deberían volver a invitarle”, prosigue Flynt. “Si dices una mentira a una audiencia de millones de personas, ese moderador tiene una responsabilidad. Pero hay una gente en su torre de marfil que solo se preocupa de sus beneficios, y Trump es bueno para subir la audiencia. Es bueno para lo más básico. Esa no es la América donde yo quiero vivir”. La carta abierta que firmó a principios de año fue un tirón de orejas indignado a la prensa. “Esa gente tiene que tener orgullo y pelear, defender los principios de una prensa libre”.

Entre las varias dedicaciones profesionales de Flynt está la de olisquear braguetas de políticos para desvelar sus escándalos sexuales. Uno de sus mayores éxitos fue fulminar al congresista republicano Bob Livingston al sacarle un affaire mientras lideraba el impeachment contra Bill Clinton. Ahora ha ofrecido un millón de dólares por cualquier grabación comprometedora de Trump. “Hemos tenido alguna respuesta”, afirma. Nada concluyente aún. “Pero hemos llegado a un punto en el que hay más hipocresía en Washington que en cualquier otro sitio, un punto en el que un affaire no sería suficiente para acabar con él. Hace 30 años lo era, ya no. Necesitas además corrupción”.

Larry Flynt creció siendo pobre de solemnidad en Kentucky. Su ascenso hasta este despacho de oro de Beverly Hills comenzó con un bar a finales de los años 1960 en Ohio. Al bar se le añadieron camareras desnudas. En pocos años había convertido el garito en una cadena de clubes de striptease llamados Hustler (golfo). Flynt empezó entonces a distribuir un boletín entre los clientes sobre las chicas de sus clubes. El boletín acabó convertido en una revista porno, Hustler, en 1974. La publicación se hizo famosa en el verano de 1975, cuando desveló unas fotos robadas a Jacqueline Onassis desnuda en una piscina. A partir de ahí, Flynt se convirtió en una autoridad en el mal gusto. Su revista mostraría las fotos más explícitas y los chistes más ofensivos de la floreciente industria de publicaciones y cine porno de la época. Llovieron las denuncias. En 1978 recibió un disparo de un supremacista blanco a la puerta de uno de esos juicios. Está parapléjico en una silla de ruedas desde entonces. En medio de la espiral de drogas en la que se metió en los años siguientes, tuvo que pasar seis meses en prisión por presentarse en un juzgado con la bandera de Estados Unidos a modo de pañal. Su esposa y cofundadora de Hustler, Althea, falleció de sida en 1987. Un retrato de ella sigue presidiendo la sala de juntas de Flynt Publications.

Eran los años de la revolución moral del presidente Ronald Reagan. El hombre que había hecho de la inmoralidad un medio de vida iba a encontrar la causa de su existencia. Flynt publicó en la revista un falso anuncio satírico contra uno de los grandes nombres del momento: el reverendo televisivo Jerry Falwell. Se supone que es un anuncio de Campari, y en él aparece una foto del reverendo y un titular: “Jerry Falwell habla de su primera vez”. El texto es una falsa entrevista con Falwell en la que aparecen delicias como ésta:

“— Mi primera vez fue en una letrina en Lynchburg, Virginia.

— ¿No estaba un poco apretado?

— No, después de echar a la cabra.

— Ya veo. Me lo tiene que contar todo.

— Nunca me esperé que lo haría con mi mamá, pero como se lo había hecho pasar tan bien a todos los demás tíos en la ciudad, pensé: ‘¡Qué diablos!”.

La broma no sentó bien al reverendo Falwell. Gracias a su insistencia en pedir una indemnización por el ataque a su honor, el caso acabó en el Tribunal Supremo y esa página de la revista Hustler terminaría convertida en un símbolo de la libertad de expresión en Estados Unidos. En una sentencia histórica, en 1988, el alto tribunal decidió por unanimidad que la sátira es libertad de expresión y está protegida por la Primera Enmienda.

“Estuvimos 200 años sin que la parodia y la sátira estuvieran protegidas como libertad de expresión”, recuerda Flynt. “Te podían demandar, solo tenían que probar que habías herido los sentimientos de alguien, o los de su mujer, o los de su perro. Lo que cambió con mi caso es que tienes que probar un daño o no puedes pedir indemnización. Eso dio cobertura a la prensa. Frenó muchas demandas a caricaturistas. El autor de la tira cómica Doonesbury (Garry Trudeau) dijo en una entrevista: ‘Ese tipo, Flynt, me ha dado un salvoconducto para evitar la cárcel’. Porque cuando un caricaturista hace una viñeta con intención, lo que quiere es hacer daño, quiere que se sienta la daga bien clavada. Viven de eso, es lo que les excita. Y, por supuesto, el afectado no está muy contento”.

Flynt y el reverendo Falwell, dos profesionales con buen ojo para la publicidad, acabaron haciéndose amigos y dando conferencias en universidades y entrevistas conjuntas. Desde entonces, Flynt no desaprovecha cada oportunidad de ofender a un famoso. Cuando hace tres años unos hackers ligados a Corea del Norte atacaron Sony Pictures para boicotear el estreno de la película La entrevista, en la que se parodiaba al dictador norcoreano Kim Jong-un, Larry Flynt decidió que había que dar de nuevo la batalla por la libertad de expresión. Y lo hizo a su manera. Financió una versión porno de la película, todavía más ofensiva que la original. “Me he pasado la vida luchando por la Primera Enmienda y ningún dictador extranjero me va a quitar mi derecho a la libertad de expresión. Si Kim Jong-un y sus secuaces están cabreados, espera a que vean la película que vamos a hacer”, dijo entonces. Hoy, con Trump, no para. Hustler es un festival de dardos al Presidente.

El imperio Hustler en este siglo va mucho más allá de la revista. Si los periodistas se estrujan los sesos para descubrir cómo dar valor a su trabajo en el mundo de internet y la sobreinformación instantánea, más grave aún ha sido la revolución digital para el negocio del porno en un contexto donde hay incluso parejas grabando videos en su casa y colgándolos gratis en la web. ¿Cómo se hace hoy rentable el porno profesional? “Lo vi venir en los años ochenta y noventa”, dice Flynt. “Sigo publicando la revista en papel, pero me da un 5% del beneficio que daba hace 20 años. Soy el último que queda en pie. No sé lo que durará. Pero fuimos listos al diversificar, porque la tecnología de internet lo ha cambiado todo”.

La publicación mensual llegó a vender tres millones de ejemplares en sus mejores años. Hoy vende poco más de 100.000, aunque Flynt asegura que sigue siendo rentable. La diversificación de la que habla Flynt y que le ha permitido sostener su imperio y su marca pasa por videos online, casinos, propiedades inmobiliarias o las tiendas Hustler, una boutique de artículos sexuales que se presenta como destino turístico en el Sunset Boulevard de Los Ángeles. “Nuestras tiendas modernas no son solo un establecimiento para adultos, sino un plan al que ir. Llegan parejas a ver qué es lo último y muchas mujeres solas. Nuestro cliente medio es mujer”.

Todo el universo de Larry Flynt ha cambiado. Las mujeres son ahora sus clientes, no su mercancía. Ya nadie paga por ver sexo explícito. Ser un pervertido no vale para destruir a un político. Bueno, todo no. En estos tiempos se enfrenta a una nueva ola conservadora. Los Reagan y los Falwell tienen ahora otros nombres. “Sessions, Ryan y esos…, Mike Pence de vicepresidente. Yo le digo a la gente que no tenga tanta prisa por echar a Trump, porque Pence es peor. Como gobernador de Indiana, aprobó una ley que obliga a las mujeres que abortan a hacer un funeral por el feto. No te puedes permitir ni un aborto, no te puedes permitir tener un niño y te tienes que gastar 5.000 dólares en un funeral. ¿Había conocido alguna vez a alguien así de enfermo? Y es el Vicepresidente de Estados Unidos, a un pelo de la presidencia”.

Larry Flynt fue en sus orígenes un hillbilly (persona de origen sencillo) nacido en la miseria en el Medio Oeste, como los que han encontrado en Trump un mensaje salvador. Ha completado el viaje hasta el extremo contrario de este país, un despacho de oro en Beverly Hills desde el que despotricar rodeado de millones. Por el camino lo ha visto todo. Desde su silla de ruedas de oro, el pervertido más famoso de Estados Unidos no compra el discurso de la supuesta grandeza del pasado. “Eso es lo que siempre dicen los populistas. Volvemos a la era de Reagan. Cuando comparas Estados Unidos con el resto del mundo, nos va bastante bien. Tenemos muchos problemas, pero nos va bastante bien”.

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Argentina, factoría de series infantiles

De Buenos Aires salen producciones de Tv para niños que se emiten en cerca de 150 países.

/ 15 de octubre de 2017 / 04:00

A su alrededor, todos hablan en porteño cerrado, el argentino de Buenos Aires. “Boludo, fijate bien, es un enchastre, está todo mojado el piso, limpiá, apurate”, ordena uno de los técnicos por el walkie-talkie. Pero dentro del set en el que se rueda Soy Luna, en el enorme estudio a las afueras de Buenos Aires (Argentina) se desvanece. Todo está cuidado para que millones de niños de 150 países y 15 idiomas diferentes puedan identificarse con la protagonista, interpretada por una mexicana, Karol Sevilla. Lleva dos años viviendo en Buenos Aires para hacer el papel de su vida: Luna, adolescente que se refugia en patines y canciones.

Sevilla tiene 17 años y empezó a rodar con 15, pero sus seguidoras más fieles son niñas mucho más pequeñas. “Son series aspiracionales”, explica Cecilia Mendonça, vicepresidenta de Disney Channel Latinoamérica. “El público está en una transición, son preadolescentes. Están creciendo, pero todavía son chicos. El chiquito mira lo que hace el hermano grande. Es contenido sano, pero no infantil tradicional. Hay drama, es más sofisticado. Hay una conexión emocional”.

Productos. Diarios, patines, libros y más se venden con las marcas.

Argentina es el lugar elegido por Disney para lanzar al mundo estas series de éxito arrollador: Floricienta, Violetta, Soy Luna. No es casual. Aquí prácticamente se creó el género. La inventora fue Cris Morena, que arrancó en los noventa con Chiquititas. No imaginaba que llegaría tan lejos. Empezó a combinar canciones que escribía y tramas sencillas. Y creó escuela de actores: llegó a tener 50 familias brasileñas en Buenos Aires para rodar la versión para ese país. Llegó a vender sus series por todo el mundo y triunfó a lo grande con Rebelde Way. Ahí llegó la colaboración con Disney, que garantiza con sus canales millones de telespectadores fieles. La compañía estadounidense vislumbró el negocio y se quedó. Ahora domina la mina de oro de las series infantiles creadas en Argentina.

“La clave es que son historias universales”, explica Morena sentada en una oficina de estilo oriental a las afueras de Buenos Aires, donde tiene su productora. “Es como si dijeras ‘¿por qué tiene éxito Cenicienta?’. Todos los niños del mundo desean ser amados por los padres, ser reconocidos, tener amigos, hacer travesuras, cumplir los sueños”. Ella perfeccionó este negocio. “Estoy hablando de agarrar un proyecto y convertirlo en un disco, en un libro, en merchandising, en teatro, en un show musical, en una banda, en una película. Nosotros armamos Chiquititas para el mundo en todas sus posibilidades”. Morena inventó un género, pero plantaba en tierra fértil. Argentina es un país de actores, guionistas, directores, publicistas. Solo ahí, donde está concentrada, la industria audiovisual da trabajo a 28.000 personas, casi el 2% del empleo de toda la ciudad. Una potencia.

Niñas españolas, alemanas o polacas siguen estas series a más de 10.000 kilómetros de donde se ruedan. Arrasan en el mundo hispano. Unos 35 millones de niños están enganchados a Soy Luna solo en Latinoamérica. En algunos países se dobla, pero en España se mantiene la versión original. “Es muy guapa y muy maja”, opina desde Madrid Lucía López, una fan de ocho años. “Tiene acento raro, pero a mí no me importa. Me gusta cuando canta y cuando patina, ella se fue de México por sus papás, pero en Argentina va a un colegio muy bueno y tiene muchos amigos”.

Espectáculo. De la televisión, ‘Violetta’ pasó a un espectáculo en vivo que se vivió en numerosos países, incluyendo Bolivia.

“Está pensada para que se vea en todo el mundo. Esto va a África, Europa, a los países árabes. Yo recibo correos desde Angola, de chicos que quieren trabajar en la tira”, explica Jorge Nisco, el director, argentino, de Soy Luna y Violetta. Karol, la protagonista, no podría salir a la calle en casi ningún país de los 150 en los que triunfa la serie. Tiene 3 millones de seguidores en su canal de YouTube, donde cuenta su vida. Y se prepara ya para llenar estadios por todo el mundo como hizo su antecesora, Tini Stoessel, la argentina protagonista de Violetta, el mayor bombazo en lo que a series infantiles rodadas en Argentina se refiere. “No quiero que la fama me coma, no le hago caso”, se protege la mexicana con su sonrisa eterna. Su madre vigila sus pasos a pocos metros. Pronto descubrirán lo extraño que es encontrarse en un país como Italia, Francia o Israel y ver que todas las niñas se pelean por saludarla como si fueran amigas de toda la vida.

Le pasó a Stoessel. “Estábamos en Roma y no podía pasear, la paraban a cada rato”, recuerda Rodolfo Stoessel, su tío, productor y especialista en el sector, como casi toda la familia. Como el padre, Alejandro, creador de Patito feo, otro exitazo mundial. “Las niñas italianas aprendieron español para cantar sus canciones y recibo mensajes todos los días de Europa Oriental, donde hacen un gran esfuerzo para escribir en castellano para comunicarse con Tini”, cuenta su tío, orgulloso e impresionado a la vez. Casi 1 millón de entradas se vendieron en su gira mundial, en 2014.

Disney cuida todos los detalles para llegar al mayor número de países posible. Es el trabajo de Jessica Lefkovics. “Evitamos los localismos, buscamos expresiones que se entiendan bien en todas partes”. No eliminan los acentos, pero sí los suavizan. “Y si el personaje anda en bicicleta, tiene que tener casco”, cuenta Nisco. Un argentino difícilmente pensaría en algo así. Es Disney el que lo hace.

Artistas. Tini Stoessel protagonizó la serie infantil ‘Violetta’, así como el show.

Hasta los patines, epicentro de la trama, fueron escrutados. Se había pensado que fueran de hielo, habituales en Estados Unidos. Pero Disney entendió que en muchos países no son tan comunes, así que se cambiaron por los clásicos de cuatro ruedas. Madres y padres de todo el planeta conocen el resultado. Los de Luna, nada baratos (a unos 4 870 bolivianos), fueron el regalo estrella de las Navidades en España. Se vendieron 40.000, según datos de Disney. El merchandising, con carpetas, mochilas, estuches, cromos o libros, es un enorme negocio.

¿Y por qué Argentina? “Buscamos algo que genere rentabilidad, que esté en presupuesto sin comprometer el nivel de calidad”, explica Mendonça, la vicepresidenta de Disney Channel Latinoamérica. Los directores, que trabajan para Polka, una productora local muy reconocida, apelan también a la capacidad de improvisación de los argentinos, imprescindible en un rodaje tan complicado, con 80 capítulos por temporada. “Contamos con esa base de frescura: nos gusta y el público se da cuenta”, asegura Sebastián Pivotto, director de Once, la última apuesta, estrenada en Latinoamérica la pasada primavera. Su colega Nisco apostilla: “Los yankis inventaron la Coca-Cola. Nosotros, si no inventamos este tipo de series, sí las perfeccionamos. No me preguntes por qué, pero siempre funcionan”.

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