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Salay, la danza que causa sensación

El salay, danza que representa en su zapateo la siembra de la tierra y el coqueteo de pareja, se ha convertido en el último año en la preferida de jóvenes y señoritas que al son de las palmas, batiendo sombreros y polleras, no dudan en poner en práctica la agilidad requerida para la peculiar zapateada.

“El paso rememora el cultivo y se mezcla con el romance del hombre y mujer, similar al del labrador y la tierra cuando se siembra una semilla, y arrastrando los pies la tapa con tierra para protegerla”, describe Ubaldo Romero, director de Culturas y Turismo de la Gobernación de Cochabamba.

El nombre, salay, no tiene ningún significado específico, pero se usaba como piropo hacia las mujeres para decirles algo así como “viditay”.

La danza es una recopilación de las fiestas de comunidades de los valles de Potosí, Chuquisaca y Cochabamba durante la época de siembra y cosecha. En Villa Serrano, Chuquisaca, así como en regiones del norte de Potosí, se conoce como “salaque” y se baila al son de tonadas interpretadas por varones y mujeres que intercalan versos al ritmo del charango.

En Cochabamba, el salay combina el zapateo con la picardía y el coqueteo valluno. El joven se las ingenia para llamar la atención de la cholita haciendo movimientos graciosos.

Cuando la danza nació, los varones vestían camisa de manga larga, chaleco de bayetilla, chumpi (faja), pantalón, sombrero y zapatos blancos. Las mujeres, un sombrero de lana de oveja adornado con cintas de colores del arco iris, tejas en bayeta de la tierra y colores en degradé, simbolizando el calendario de Santa Vera Cruz y la Fiesta de Difuntos. La blusa lleva detalles del mismo material de la pollera, tullmas, faja de aguayo, pollera de bayetilla (ni muy corta ni muy larga), que debe estar cinco centímetros encima de la rodilla; debajo, un “fuste” pegado al cuerpo y zapatos blancos de taco medio.

En los últimos años el ritmo se entremezcló con el huayño y el traje fue modificado. Según Romero, “la danza ha tenido una evolución, se amplió y modificó pasos, coreografía, vestimenta y en algunos detalles tiene similitud con alguna danza de Perú, pero eso no quiere decir que es peruana, es una danza de origen boliviano. Hoy en día hay más de 30 fraternidades con filiales en Estados Unidos y Europa”, agrega.

Jiovanna Illanes, presidenta de la Fundación Sumaj Kausay Tucuypaq (Sukatu), cuenta que la danza se bailó por primera vez en el sur de la capital valluna, a iniciativa de José Ananías Arias, que enseñó los pasos a un grupo de jóvenes en 1987.

Nació hace 30 años, en el barrio de Jaihuayco, un 15 de mayo. Allí, don José les guió en los pasos y los jóvenes “le pusieron el estilo, el coqueteo valluno acompañando el ritmo potosino y chuquisaqueño”.

La danza se conoció gracias a la fraternidad Fundadores, con Germán Cardona y Edwin Camacho, entre otros. Un año después se creó una fraternidad en Parotani y en 1989, la tercera en la Facultad de Derecho de la Universidad Mayor de San Simón. En 1990 surgieron otras agrupaciones en Cliza y Colcapirhua y desde entonces la danza escondida en el área rural es considerada urbana.

A lo largo de 30 años, algunos directivos de fraternidades realizaron una mezcla de la danza original con el huayño peruano, incorporando movimientos y ritmos, lo que genera susceptibilidad porque ya se habla de un ritmo importado. Por ello se organiza un festival internacional, destinado a mostrar la danza como originaria de Bolivia, para generar protección y defensa de la riqueza cultural del país.

“Queremos proteger la danza, algunas fraternidades han hecho la mezcla pero tanto autoridades como mi institución y fundadores, los que bailaron por primera vez, queremos recuperarla”, dice Illanes.

La coreografía y la música evolucionaron, la danza sufrió cambios y la música incorporó instrumentos electrónicos, de cuerda y percusión, haciéndola más atractiva y “contemporánea”, señala Romero tras destacar que hoy en día el salay atrae a jóvenes y señoritas que gustan del baile.

Al grito de “zapatito, zapatito”, el zapateo es acompañado por las palmas de los bailarines. “La danza empezó a despegar y a ponerse de moda entre los mayores y sobre todo jóvenes en 2016 y se hizo más popular con la ayuda de los grupos folklóricos que comenzaron a componer temas más alegres. Ahí, acompañada de la música, la danza está en auge”, describe Illanes.

Salay Cochabamba es la fraternidad más grande y más antigua: tiene 19 filiales en Estados Unidos y Europa, además de Bolivia; cuenta con 800 danzarines en el valle. Otras fraternidades como Salay San Joaquín, Salay Linde, Valle Hermoso, Valleymanta, Tiquipaya, por nombrar algunas, son las más grandes en cuanto a número de fraternos, detalla.

El salay atrae a jóvenes, pero en las fraternidades existe el bloque de “ñaupas” (antiguos) como Generación ’90, de gente que formaba parte de una fraternidad en esos años y que ahora retomó la actividad.

Esta danza valluna fue declarada patrimonio cochabambino y ahora se busca la declaratoria departamental y nacional de patrimonio cultural, para lo que se trabaja en un marco normativo a fin de protegerla de los “posibles riesgos de usurpación”, manifiesta Romero.

Fraternidades e instituciones realizan los trámites necesarios para lograr las declaratorias, ante la Gobernación y el Ministerio de Culturas, y solicitan además que se reconozca su origen. Junto a estos pedidos se organizó el Primer Festival Internacional del Salay, que se inició el pasado viernes en Quillacollo y culmina hoy. Participaron fraternidades del país y filiales de Brasil, Argentina, España y Estados Unidos. Don José Ananías también se hizo presente, para recordar los orígenes del baile, que causa sensación en la población valluna y en aquellos que gustan del zapateo.