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La tierra se hace pintura mural

En Chile vivimos en un país en el que la gente no tiene voz y lo que hacemos con los murales es intentar buscar y sacar esa voz. Quiero que los chiquillos que hacen los talleres conmigo se den cuenta de que pueden convertirse en ciudadanos activos, que dinamicen a su comunidad y que puedan aprender eso mediante las intervenciones que hacemos en los espacios públicos, que es donde se resignifica la ciudadanía”, resume la arquitecta chilena Daniela Vera, de 30 años, que se motiva en la comunidad para dar talleres de pintura de murales con tierra. Llegó a La Paz para mostrar sus experiencias en el Seminario Iberoamericano de Arquitectura y Construcción en Tierra (Siacot).

El taller es una de las actividades de Pangea Fundación, la institución de la que Vera forma parte. Su función es rescatar y fomentar la utilización de técnicas tradicionales de construcción y mantenimiento de edificaciones mediante el arte. “Trabajamos generalmente en áreas rurales de la región central y norte de Chile, que son las que tradicionalmente construyen mucho con tierra. La técnica que utilizamos es la del revoque fino, que es la capa que protege a la estructura interna de una casa del medio ambiente. Ese último revestimiento tiene la peculiaridad de ser fino, es decir, es tierra arcillosa que se estabiliza con arena lo más fina posible”.

Esta mezcla de tierra y arena se aplica con fuerza sobre los muros para homogenizar la superficie. Además de ser muy durable y estar hecha con materiales naturales, esta cubierta puede utilizarse para hacer el mantenimiento de las fachadas de las casas de adobe, lo que le da a los talleristas técnicas básicas para reparar y cuidar sus viviendas.

Por la forma en que están estructuradas las clases de muralismo —llamado “muralismo participativo”— primero debe haber un colectivo que esté interesado; puede ser un colegio, una junta de vecinos o un centro cultural. Después se trata de difundir la actividad lo más posible dentro del área en la que se va a llevar a cabo la actividad. “Para preparar la pintura, lo primero que se necesita son muestras de los diferentes colores de tierra que hay cerca, por eso es necesario que conozcan el lugar. Cada muestra tiene que ir en diferentes sacos, etiquetada con el lugar del que se la extrajo. Esta es una primera etapa de localización y recolección de tierra, en la que los niños o los voluntarios aprenden a darse cuenta, tocándola, si es buena o no; si se pueden ver granos de arena, de entrada no nos sirve para pintar”.

Para saber cuán arcillosas son las muestras hay pruebas que pueden hacerse, como “la de la bolita”. Para ésta se mezcla un trozo de tierra con un poco de agua y se trata de hacer una bolita con las manos, después hay que soltarla al piso desde un metro de altura, más o menos. Si la preparación aún tiene mucha arena se partirá en muchos pedazos, en cambio si se queda pegada en el piso, significa que es más arcillosa y funcionará mejor.

Los ejercicios anteriores son completamente pedagógicos, alguien con experiencia ya no necesita hacerlos porque se puede dar cuenta de la composición de la tierra tan solo con tocar la muestra. Lo que sí debe hacerse cada vez que se quiere hacer un mural es la prueba de dosificaciones y colores. “Para hacer la pintura mezclamos las muestras con clara de huevo o la sustancia babosa que desprenden las hojas de tuna, hasta que tengan la consistencia de una crema. En la pared que vamos a pintar, armamos una especie de grilla, en la que podemos ver cómo el tono de un mismo tipo de tierra puede cambiar con una cantidad diferente de arena y de huevo o baba de tuna”. Luego de dejar que seque la grilla, el comportamiento de la “pintura” permite elegir colores y composiciones; los mejores suelen ser aquellos que no se resquebrajan al secarse.

Después Daniela reúne al colectivo para jugar “mi patrimonio, tu patrimonio”. En esta actividad todos identifican qué elementos de la comunidad son parte de su patrimonio personal. “Los elementos que se repiten en las siete agrupaciones con las que hemos trabajado son: la flora, la fauna, oficios tradicionales, fiestas, mitos y leyendas”. De este juego se van eligiendo figuras icónicas que todas las personas puedan reconocer. “Es una construcción narrativa compuesta por elementos gráficos de fácil lectura, porque la gente se siente identificada inmediatamente. No somos artistas, somos intermediadores, no todos los murales que hemos hecho a mí me gustan desde el punto de vista gráfico, pero lo importante es que a la gente le gusten, eso es indispensable”.

Una de las experiencias más importantes de la que ha sido parte Pangea Fundación fue el movimiento de la comuna de Canela —una población a 300 kilómetros de Santiago— para salvarse de ser derrumbada. En 2015, un terremoto afectó a toda la provincia de Choapa (Chile), a la cual pertenece esta comuna. Después el Gobierno de ese país declaró a la región como “zona de catástrofe” y presionó a sus habitantes para demoler gran parte de sus construcciones, que eran de adobe.

Para lograr que les permitieran refaccionar sus casas, respetando los materiales y técnicas originales, el pueblo decidió organizarse para lograr que lo denominaran “zona típica” o patrimonio nacional.  

Nisse Ramírez, residente de Canela y miembro de la Agrupación Cultural Arte Canela, cuenta que con esta técnica entendió a la tierra como un elemento con mucho potencial. “Encontrar esta técnica nos permitió darle valor a los  elementos característicos de Canela y hacer que toda la comunidad se hiciera escuchar para preservar nuestro patrimonio”.