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Priscila Belmonte, la proyectista del cabello

Acercarse más a los sueños de sus clientes que a la moda es el núcleo de la propuesta estética del salón Belleza Miaus, de la estilista Priscila Belmonte.

“Me doy cuenta de que tengo un afán, no sé si revolucionario, pero me gusta mucho provocar controversia frente a lo que se espera de mi rubro. Por eso quiero que mi trabajo se relacione más con las ganas de jugar y soñar de los que me confían su cabello, que con tendencias estéticas impuestas desde otros países”.

Priscila comenzó estudiando peluquería y cosmetología en 2011 con la intención de mejorar técnicamente para hacerse cosas a ella misma. “Acababa de dejar la carrera de Literatura y era una etapa de mi vida en la que no tenía muy claro qué es lo que quería hacer, pero me di cuenta de que era algo que me gustaba y que podía hacer bien”. En 2013 puso su primer salón con una socia y descubrió que el tiempo invertido en estudiar artes plásticas en el colegio Ave María daba frutos. “Creo que todo lo artístico ha sido muy importante en el momento de buscar qué quiero reflejar en el cabello del cliente. Diseñar y colorear una propuesta capilar me hace sentir como cuando dibujaba y pintaba con acuarela en colegio”.

Pero el complemento menos esperado es el de sus estudios literarios con el marketing del salón. “Mi paso por Literatura me ha ayudado mucho a expresarme mejor, hablando publicitariamente, ya que mi principal medio de difusión es mi perfil personal de Facebook. Creo que la clientela siente más confianza porque reflejo seguridad al explicarme y sienten empatía y hasta amistad, porque mi intimidad está muy a su alcance”. Esto es difícil de controlar porque las publicaciones exceden el ámbito laborar. “Yo pongo lo que pienso y no siempre les va a gustar. Por ejemplo, advertí que comentarios o gente homofóbica es mejor que no venga, porque más allá de que tenga bastante clientela homosexual, hay mucha gente que quiero y que no voy a permitir que se sienta incómoda en mi salón solo por ganar más dinero”.  

La literatura le ha dado algo más, de forma un tanto paradójica: “Además de hacerme sentir especial, me ha permitido abrir mi mente, y si bien todavía tengo prejuicios que son bien fuertes, no me avergüenzo por haber escogido otra cosa que procuro hacer bien y me gusta. Estoy feliz de no haber seguido estudiando solo por tener un título o buscar prestigio social”.