El misterio de la Vega Sicilia
Uno de los vinos míticos del planeta, un producto de lujo que nace cada temporada desde hace más de 100 años.
Vega Sicilia es un vino y una leyenda. La única marca española de lujo. Muchos han oído hablar de su vino, pero pocos lo han probado. Trasciende lo cotidiano. Es un objeto tangible, pero provoca una experiencia y adjudica un estatus. Aúna tradición, artesanía y también innovación. Nació hace 150 años y pertenece a una familia, lo que le aporta corazón, raíces y permanencia; es deseable, escaso, caro, global y atemporal; y su nacimiento y elaboración están envueltos en una atmósfera de misterio. No es fácil conseguirlo. Si no se pertenece al club de sus 3.500 elegidos (los que tienen cupo, de los que un 20% son tiendas), hay que engrosar la lista de espera hasta acceder algún día a unas botellas a precio de amigo (hasta un 50% más barato que en tienda). Pueden pasar años.
Su capacidad de envejecimiento es legendaria. Una botella descorchada tras cinco decenios de reposo está en mejor forma que cuando fue elaborada. Cuando una cosecha no es buena (un par de veces cada década), no sale al mercado. Y se volatiliza. Aunque suponga perder entre 15 y 20 millones de euros. Es la ley. El músculo financiero de la casa lo permite. Sus beneficios se acercan al 40% de sus ventas, en línea con grandes del lujo, como Rolex.
Vega Sicilia es un mito, aunque sus dueños, los Álvarez, nunca hayan invertido en publicidad, recelen del marketing y jamás regalen una botella. Su viñedo sobrevivió a guerras, plagas, el olvido y la especulación. Desde 1915 Vega Sicilia hace vino de forma ininterrumpida, con una sofisticada mezcla de uvas autóctonas y francesas (importadas en 1864 por Eloy Lecanda, su primer dueño). Cambió tres veces de propietario en esos años. Cuando peregrinaba en busca de un comprador, se zafó de milagro de las garras de los chacales del vino industrial, dispuestos a convertir una producción de 300.000 botellas en un tsunami de millones de litros bajo el paraguas de su prestigio. Ha sobrevivido incluso a la batalla fratricida que desde 2009 partió en dos a la familia propietaria por el control de la compañía y cuyas heridas se mantienen abiertas tras la muerte en noviembre de 2015 del patriarca, David Álvarez Díez.
Nadie explica cómo ha seguido brotando año tras año de esos páramos de arcilla y caliza colgados sobre el Duero un vino inimitable.
Ni siquiera Pablo Álvarez Mezquiriz, el abogado bilbaíno de 63 años que dirige su destino desde hace más de tres décadas por decisión inapelable de su padre y patrón, sabe descifrar la magia que esconde su tinto, considerado uno de los diez mejores del planeta: “Con él pasa algo extraño que no sé explicarle. Están el viñedo, la tierra, la altura, el clima durísimo; 800 años de tradición del vino en esta zona de Castilla, desde los monjes de Nuestra Señora de Valbuena; la selección clonal; la inversión de decenas de millones; el mimo; distintas generaciones de trabajadores de las mismas familias en los mismos puestos… pero no es solo eso. Es un vino que está vivo y tiene alma”.
En 1982, el patriarca David Álvarez compró el palacete color pastel.
Pablo Álvarez es un hombre grande y discreto. Alérgico a la exposición. Su hermana Marta Álvarez, una economista de 51 años presidenta no ejecutiva de la compañía (cuya firma va estampada en cada botella), le define como “tímido, concienzudo, leal a la familia y la marca y enamorado de Vega Sicilia”. Pasea pisando fuerte por el jardín oriental que proyectó en el corazón de su hermética bodega (no está abierta al público), custodiado por funcionarios de la otra gran compañía del imperio Álvarez: Eulen, que presta servicios de limpieza, seguridad, mantenimiento y logística a grandes empresas; factura 1.500 millones y tiene 80.000 empleados.
Gracias a ser un integrista en la defensa del nombre y la herencia de Vega Sicilia, ha conseguido que su vino juegue en la liga del lujo mundial; que sus añadas sigan teniendo cada temporada el triple de demanda que de oferta. En total, más de un millón de botellas con una facturación que supera los 40 millones de euros.
“Confieso que no me gusta el marketing. Me parece el arte de engañar al consumidor. Durante más de 30 años me he centrado en la calidad. He vivido aquí, solo, lejos de todo, y he luchado por hacerlo cada vez mejor. Y Vega Sicilia es mejor que nunca. No ha cambiado, pero ha evolucionado. Me limito a transmitir lo que hacemos. No me invento nada”.
¿Cuál es el secreto de un gran vino? “Un gran viñedo. El vino se hace en la viña y no en la bodega. Y por eso me cargué (hace ya 30 años) la química y los herbicidas y los fertilizantes. Además, hemos hecho un gran trabajo de clasificación de los suelos y de estudio genético y selección de nuestro viñedo (que hemos dividido en 54 parcelas), que va a ser clave en los próximos 50 años. Y luego hay que tener paciencia: nunca haces un gran vino si pretendes forrarte. Nosotros no podemos hacer más botellas de Vega Sicilia; supondría bajar la calidad. Y no me da la gana”.
En estas instalaciones se producen sus tres marcas: Valbuena —unos Bs 1.000 la botella—, Único —Bs 2.500— y Reserva Especial —Bs 3.000—.
Álvarez basó sus decisiones en el sentido común. Y en defender la marca contra todo y contra todos. Por ejemplo, aplicar una agricultura ecológica y, en los 80, rechazar los clones de alto rendimiento de uva que estaban masificando, empobreciendo y uniformizando el viñedo español, y apostar por su propio y centenario material vegetal. Algo que se puede comprobar pateando esta gélida mañana de invierno la parcela Hontañón, una de las más antiguas de Vega Sicilia, plantada en 1910, y que hoy supone un banco genético de variedades que después son clonadas en Borgoña y replantadas en los pagos de la hacienda, donde tardarán 10 años más hasta ser aptas para elaborar Vega Sicilia.
No está muy claro por qué el patriarca David Álvarez, un empresario de un sector tan poco sofisticado como la limpieza, decidió comprar en 1982 la bodega, el palacete color pastel y 1.000 hectáreas de terreno a sus propietarios, los Neumann. “Mi padre era un visionario con rasgos de audacia”, explica Marta Álvarez. “Con Eulen fue pionero en entender que en una economía moderna las grandes empresas iban a tener que externalizar sus servicios. Y triunfó. Y con Vega Sicilia vio que era una marca de lujo y se podía ganar dinero. No es que fuera un hombre sofisticado, sino lo que hoy se podría entender como un emprendedor. Su problema es que para él la empresa y la familia eran lo mismo”.
Don David estaba oficiando en 1982 de intermediario en la venta de Vega Sicilia; tenía dos compradores en cartera, un grupo suizo y otro británico. De pronto, dribló y se quedó con la bodega. Desembolsó 500 millones de pesetas de la época mediante un crédito a un interés del 20% poniendo como garantía las propias acciones de Vega Sicilia. No pagó con fondos de Eulen, sino a través de una sociedad patrimonial que había constituido con su esposa en 1976, bautizada El Enebro. Once años más tarde, tras la muerte de María Vicenta Mezquiriz, la disolución del régimen de gananciales del matrimonio convirtió a sus siete hijos en los nuevos propietarios de El Enebro (y, por lo tanto, de Vega Sicilia) a partes iguales. Sin embargo, don David se reservaba el control del consejo y la mitad de los beneficios de la bodega. En torno a esa cláusula comenzaron las hostilidades familiares.
En cuanto a Eulen, la mayoría de acciones y el control quedaban también en sus manos. La guerra entre los Álvarez comenzó en 2009, tras que el patriarca contrajera su tercer matrimonio y decidiera, a los 82 años, retomar las riendas del imperio, apartando a su hijo Juan Carlos Álvarez de la gestión de la compañía de servicios. Desde entonces, cada facción (por un lado, cinco de los hermanos y, por otro, María José apoyando a su padre) recurrió a los tribunales para desposeer a la otra del control, unos, de las bodegas de El Enebro y, los otros, de Eulen. Tras cinco años de batallas legales y recorrer todas las instancias judiciales, ninguna facción logró realmente nada. David Álvarez murió en 2015 en mitad de su carrera a ninguna parte. Por decisión testamentaria de su padre, María José, su tercera hija, está hoy al frente de Eulen (de donde ha apartado a sus hermanos). Mientras, los cinco “díscolos” (como les motejaba su padre) están en El Enebro (donde han apartado a María José). El séptimo hijo, el primogénito, Jesús David, al que su padre amagó con otorgarle el control del imperio en los 90 (le llamaba en público “mi delfín”), fue la primera víctima de la contienda. Y hoy está fuera del accionariado de El Enebro.
Durante 70 años don David triunfó en los negocios, pero fracasó a la hora de diseñar su relevo. “Mi padre preparaba su retirada, pero nunca fue completa, porque vivía para el trabajo. E inesperadamente dio un vuelco para recuperar el poder. Yo creo que se sintió inseguro por la edad y, sobre todo, tuvo malas influencias”, explica Marta Álvarez. La lucha por la sucesión en el seno de la familia Álvarez fue de manual de gestión empresarial.
Para superar el reto, Pablo Álvarez ha creado en Vega Sicilia un pequeño equipo asesor para comenzar a delegar. Paseando por la silenciosa bodega, envuelto en un elegante abrigo de gentleman farmer, musita: “Hay que hacer un protocolo muy completo entre los cinco hermanos. Dejar todo claro. Por escrito. Y que la historia no se vuelva a repetir. Todo tiene que estar contemplado, la transmisión de acciones, quién va a trabajar en la empresa, aunque sea de chófer; cómo se elige al consejero delegado. Yo, a los 70, me retiro. Y ya veremos. Ofertas de compra hay…”.
De Vega Sicilia se sale como se entra: con las manos vacías. Es la costumbre de la casa. Ya lo relataba en una vieja crónica de 1967 un viajero que recaló en la hacienda: “¿Beberse un par de vasos en Vega Sicilia? De eso, ¡nanay! El bodeguero solo me obsequia con un chiquito que succiona de un pequeño barril. No me atrevo siquiera a rogarle que me despliegue la ración. Imposible. Hubo que respetar la autoridad del bodeguero y marcharse sin rechistar. Es Vega Sicilia”.