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Los recuerdos de un caminante

Cuando Pepe Murillo —José Eduardo Murillo Mendizábal— se pone la chaqueta de ch’uta con la que se hizo famoso junto a Los Caminantes, vuelve a ser aquel muchacho que renunció a uno de sus primeros trabajos como contador para dedicarse a la música junto con Carlos Palenque.

Ahora, con 75 años, vivió 60 de ellos en los escenarios. El “paceño de pura cepa, que nació en Potosí”, tiene cinco hijos, siete nietos y una esposa, Karen, que se ha dado el trabajo de ordenar el material relacionado con la trayectoria musical de Pepe, que estaba desparramado en casa.

“Estos dos cuartos resumen mucho de mi vida: en el primero está lo que hicimos con Los Caminantes y en el segundo, cosas de mi carrera como solista, mi trabajo en RTP, así como algunos otros pasatiempos, como el automovilismo”.

El músico comenzó tocando serenatas junto con sus amigos, para cortejar, con boleros y cuecas, a las chicas que les gustaban. De aquellas jaranas en la plaza Riosinho nació su primer conjunto, con el que participó en un concurso, cuyo premio era ser parte de la delegación boliviana que participaría en el primer Festival Latinoamericano de Folklore, a realizarse en Salta, en el norte de Argentina.

Los resultados fueron una sorpresa, el grupo no había ganado, pero Pepe sí, en la categoría de dúos, junto con un músico de otra agrupación, Carlos Palenque. La organización les propuso presentarse juntos en Salta y después podrían volver a tocar con sus antiguos compañeros. Ambos aceptaron y ese año, 1965, los representantes bolivianos ganaron el premio a la mejor delegación del festival.

Unos meses después, Palenque visitó a Pepe Murillo en su trabajo y le propuso que siguieran con el dúo que tuvo éxito en Argentina. Los dos habían dejado a sus grupos, porque al volver la dinámica ya no era la misma. Así es que el contador se dio unos días para pensarlo y,  después de hablar con su jefe, que le animó a seguir su vocación, le dio a su amigo la noticia.

La disciplina en el dúo fue indiscutible, ensayaban mañanas y tardes enteras; sin embargo, el éxito tardó en llegar. De tener un sueldo estable, pasaron a dividir un solo plato de comida entre ambos. La situación se puso tan complicada que sus familias comenzaron a preocuparse. “Lo que no sabíamos es que nuestras mamás, que se conocían porque eran maestras, iban a vernos tocar a las radios, a escondidas, para ver cómo estábamos”.

Los prejuicios contra la música y la vestimenta folklórica fueron otro aspecto contra el cual tuvieron que luchar. Los criticaron mucho por utilizar las chaquetas de ch’uta, con las que se harían famosos como trío junto con Tito Peñarrieta, a quien Percy Bellido reemplazaría años después.  

Poco a poco empezaron a llegar contratos, discos y, con ellos, los viajes. En la pared del primer cuarto se ven tapas de álbumes que muestran al trío en fotografías a color y en blanco y negro, con su ropa característica. Son los pequeños detalles los que permiten notar el paso del tiempo, así como las fechas en algunos de los artículos que salieron sobre sus conciertos en distintos países. Un periódico de la comunidad latina en Estados Unidos los retrató en 1968  con el cabello corto y formal, mientras que  algunos carteles de 1970 los muestran  con nutridas patillas, pelo largo y en el caso de Carlos Palenque, la barba que no se quitaría más.   

A finales de 1972, los integrantes de Los Caminantes reconocieron que un ciclo estaba por acabar. Para Pepe, el instante fue perfecto para cambiar la guitarra por el charango, instrumento con el que se quedaría, variar también un poco en las chaquetas y hacerse solista; así nació Pepe Murillo y Los Bolivianos.

La disciplina que adquirió con el trío le ayudó a sobrellevar la responsabilidad de tener las luces del escenario apuntándole solo a él. Tuvo que hacer varios ajustes, cambió de registro a uno menos agudo, tomó el charango y reorganizó su espectáculo de forma más dinámica.

“Como solista cada show que haces puede ser diferente, en cambio cuando éramos un trío tocábamos siempre como habíamos ensayado. Hualaycho como soy, me gusta improvisar y tratar cosas nuevas, pero para eso tengo que tener un grupo de músicos muy dúctiles. Muchas veces entro cantando al escenario y ellos tienen que entrar a hacer el acompañamiento inmediatamente”.   

Cada pared de la segunda sala está llena de reconocimientos y fotos de los discos en solitario que se han acumulado desde hace más de 40 años. Además de su carrera musical, en esta sala hay recuerdos de su paso por el automovilismo y por la televisión. En 1992 salió campeón, como copiloto de Jorge Abdala, en su primera y última carrera. “A Jorge le comenté en broma que quería correr con él, después resultó que ya me había inscrito. En esa oportunidad pagué todos mis pecados, pero fue una experiencia muy linda”.

En cuanto a su trabajo como conductor en el programa La tribuna libre del pueblo, el cantante reconoce que es una labor que realiza como homenaje a Palenque. “Nuestra amistad se basó siempre en un respeto mutuo muy grande. Fui su confidente en sus años en la política y ahora quiero que lo que hizo mi amigo, mi hermano Carlos, no quede trunco. Siempre he creído que hay que cerrar un círculo en ese aspecto. Pero hay casos que son tan dramáticos que duele el corazón, soy artista y hay momentos en los que no me puedo aguantar y me pongo a llorar”.

Cuando Pepe mira a su alrededor reconoce que estos dos cuartos le recuerdan cuánto ha hecho en su vida, los momentos lindos que pasó y aquellos en los que sus defectos salieron a relucir. Nunca le dio espacio ni al alcohol ni a las drogas, pero admite que no fue inmune a los encantos de las mujeres. “Comencé a tocar porque no era muy simpático y quería acercarme a las chicas. Después, cada vez que veía a una mujer linda aparecía junto a mi charango, cantándole al oído”.

Desde que cerró su segunda casa, la peña Marka Tambo, su sueño ha sido abrir un lugar propio. Hace un par de años hizo un primer intento, que ahora pretende retomar, para rescatar la esencia de estos espacios. “En febrero queremos reabrir La Casa de Caminante que va a ser una verdadera peña folklórica, donde el público pueda comer y tomarse un traguito, llevar a toda la familia y disfrutar de un espectáculo con música de todo el mundo”.