Matera, voces de la ciudad de piedra
Elegida por cineastas como Pier Paolo Passolini y Mel Gibson, esta ciudad al sur de Italia es habitada desde el Paleolítico.
El sur de Italia siempre me ha cautivado, ya sea por la fascinación con un pasado remoto latino del que todos los latinoamericanos somos herederos, ya sea por el entusiasmo adolescente del cinéfilo que despierta a su gran pasión con la trilogía de El Padrino. No hay como un buen trauma adolescente como para definir el playlist del drama que nos buscamos vivir. Este playlist no es solo mío, cuántos no hemos tocado en nuestra cabeza la tonada de esta película en ocasiones de burla o en ocasiones de miedo, y conozco incluso quienes la tararean en voz alta y los he visto hacerlo ante un público conocedor que responde al mensaje, sabe a lo que se refiere. De alguna manera, a través de esta magna obra, Coppola instaló en la cultura popular a Palermo, a Sicilia, a la Cosa Nostra, y viven en nuestros corazones personajes de nombres exóticos como Don Vito Corleone, Virgilio “el turco” Sollozzo, etc.
Cuando me comunicaron la posibilidad de una estancia al sur de Italia, entonces no pude menos que comenzar a armar maletas y llenarme los ojos de ilusiones de ver esos campos de olivos, esas villas romanas en abandono y ese Mar Mediterráneo por el que han pasado todos los mercaderes del mundo y donde los más grandes historiadores de mi formación habían logrado entender, desafiando a la física, el tiempo del espacio.
Fue grande mi sorpresa al entender que no había llegado en lo más mínimo al sur italiano de mis prejuicios. En la región de Basilicata, donde fui escogida para hacer una especialización sobre Patrimonio, se vive una suerte de renacimiento debido a la designación de Matera como Capital de la Cultura Europea 2019. El barrio de Los Sassi, por el que es más conocido Matera y que se traduce del italiano literalmente como “las piedras”, comprende alrededor de 4.000 unidades habitacionales donde se habían asentado, desde el paleolítico, pueblos agricultores del cañón conocido como la Murgia Materana. En este cañón se encuentra un peñisco de varios kilómetros que ha hecho de cantera de piedra caliza: permite su excavación y recuperación de materiales constructivos de los cuales están compuestos las cavernas, casas, patios y escalones que hallas en Los Sassi.
El asentamiento aquí ha sido habitado desde entonces hasta 1950 de manera continua, por lo que se mezclan varios estratos de tipología arquitectónica que resultan en una organización urbana vertical que impresionaría al mismo artista M. C. Escher. No en vano, Matera es la ciudad favorita de grandes cineastas, desde Pier Paolo Pasolini hasta Mel Gibson, para narrar historias sobre el origen de Occidente.
Es a mediados del siglo pasado que esta armónica relación entre humano y territorio se interrumpió por una mentalidad higienista. Desde ese momento, Matera fue catalogada como “vergüenza nacional” y las habitaciones del barrio de Los Sassi, determinadas inhabitables por ley. Para 1960, Los Sassi se había vaciado completamente y se prohibiría su acceso, dejando que los habitantes de la ciudad reestructuren la vida cotidiana en el “piano” de la ciudad o en su parte alta. ¿Los Sassi eran realmente inhabitables? Casi 40.000 años de ocupación y los recientes esfuerzos de recuperación y restauración urbana desmienten una fama que prácticamente ha traumatizado a una generación entera de materanos. Desde los años 1980 comenzó un proyecto normado de reocupación a través de un gobierno centralizador que busca refuncionalizar las propiedades del Sassi. Se establecen maneras en las que se facilita la inversión privada, además de solidificar fondos de inversión del gobierno central para el restauro, y de la década de los años 1990 en adelante, se accede a un fondo importante de la Unión Europea para este propósito.
Es en esta vena de revalorización que la visión de un grupo civil de ciudadanos materanos que se preocuparon por el estatus de su ciudad ha logrado una de las victorias más potentes para Matera. Ellos postularon a Matera como Ciudad Capital de la Cultura Europea en 2013 y lograron que cumpla tan importante función en 2019. Este esfuerzo y visión hacen honor a la trayectoria histórica de este territorio. Ya en la designación de Matera como Patrimonio de la Humanidad en 1993 se establece valorizar no solo su particular carácter arquitectónico, sino también el paisaje que rodea esta increíble ciudad y los usos que hicieron sus habitantes del mismo.
Esta visión que contempla la relación entre geografía e historia permite que la ciudad se proyecte a futuro como un centro cultural donde se respeta a la Madre Tierra (Matera, se entiende como una conjugación entre “Mater” y “Tierra”). Hoy, el barrio de Los Sassi apunta a ese futuro, quizás todavía incierto, pero entendiendo el patrimonio como un conjunto de partes vivas y muertas, y la interacción entre los seres humanos y la naturaleza como un causal de conocimiento global. El planteamiento cultura y natura de Matera, a ojos de cualquier hipster de hoy, es una solución a los entramados de la vida contemporánea y resulta una suerte de paraíso para quienes buscamos una interacción consciente con la naturaleza.
Hace poco ocurrió algo que rompió con la quietud que he vivido en Matera. Quedamos de manera muy ligera con unos amigos de tomar un trago en el boulevard que, como generalmente terminan las promesas de “uno, solo uno”, finalizó en una megafiesta internacional en una casa restaurada en Los Sassi. La casa en particular era una obra de arte. Era una fiesta de celebración de los creativos de #menouno, el programa que inaugura la gran espera de Matera, Capital de la Cultura Europea 2019. Como ocurre en los grupos de creativos del mundo, la fiesta estaba compuesta de todas las nacionalidades, pero extrañamente, el contingente materano se había reducido a nada. Esto, que lamentablemente comenté en la misma velada para el descontento de al menos dos italianos del norte, ya lo he visto en otros lugares: la internacionalización de los “secretos mejores guardados del mundo” ocurre para el beneficio de una clase de ciudadano internacional: el hoy por hoy más conocido como “turista”. Con esta sensación de que algo o alguien estaba timando el espíritu materano, muy entrada la noche, decidimos con dos amigos franceses salir de la fiesta. Caminamos apenas una cuadra para perdernos casi llegando a la segunda esquina. De día, aquí reina un dulce silencio. De noche, apenas escuchaba los pasos de mis falsos guías franceses y, a cada momento, parábamos para escuchar todavía un silencio más profundo. Mis dos amigos entraron en modo sobrevivencia al ver que yo no tenía idea de cómo salir de Los Sassi y, peor, había comenzado claramente a dar signos de estar realmente perdida. Estaba entrando, angustiosamente para ellos, en una suerte de conversación/reclamo conmigo misma. No veía nada reconocible, estaba a pasos de donde había estudiado tanto, y no sabía dónde estaba.
El “piano”, que ya puedo reconocer arquitectónicamente, me resultaba una playa lejana mientras naufragaba dentro de un mar de piedra caliza. A cada vuelta de esquina parecíamos estar subiendo para darnos cuenta de que habíamos entrado a un callejón sin salida o para verificar que en realidad habíamos vuelto a bajar. Esta pérdida duró 15 minutos seguramente, pero no solo me acordé en ese momento de que el tiempo es maleable, sino que me acordé de algo muy cierto que había leído recientemente: A nosotros nos cuesta mirar Los Sassi, entenderlos, porque nuestros ojos están marcados por los inciertos dictámenes de la modernidad y estamos sometidos a otro régimen de conocimiento. Lo que el autor sugería era que, en realidad, Los Sassi nos miran a nosotros. Se vuelven un espejo poderosísimo de nuestras almas, y nos dejan pasar por sus calles como testigos inertes de nuestra perplejidad; grandes, monumentales, nos miran desde el más allá, desde una temporalidad arcana. Aún falta mucho tiempo para que esta nueva clase de ciudadano internacional, “el turista”, pueda burlar los ritmos de Los Sassi, las grandes piedras de la tierra adentro del mediterráneo.