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Ñatitas: Ritos para las almas olvidadas

Todos los que vienen con amor y respeto a visitar a Mariano, Rosalinda y Edwin (las tres calaveras que custodian Juana Conde y su esposo Félix Limachi) son también dueños de las almitas. No soy la  dueña, yo simplemente los cuido. Por eso nos protegen y ayudan”, señala la anfitriona, mientras pone puñados de hojas de  coca en pequeñas bolsas que repartirá a los visitantes. Cada lunes, los integrantes de La Hermandad llegan a las 19.00 para dejar sus ofrendas a las ñatitas o “almitas”, como las llaman con cariño.

Los preparativos para esta visita comienzan un par de horas antes, sobre todo si se va por primera vez. Franz Villca, gestor cultural que además es miembro de esta cofradía de ñatitas desde hace más de 15 años, cita a sus invitados en el Cementerio. Tras tomar una linaza en el mercado de esta zona, explica que este culto tiene un origen precolombino, como lo testimonia el cronista quechua Guamán Poma de Ayala. Después, hay evidencia que registra que se trató de erradicar, infructuosamente, durante la época de la Colonia, donde se sincretizó con la religión católica.

Luego, se compran las ofrendas; cada persona elige si lleva flores, cigarrillos, coca o refresco. Antes de llegar a lo que él llama la “capilla”, que queda en las inmediaciones del puente Topáter, Franz indica los ritos que rigen la ceremonia que se vivirá.

Una vez que se abre la puerta de una casa color azul, cuya fachada no tiene nada fuera de lo común, los devotos cruzan un pasillo y llegan al cuarto destinado a las “almitas”. Sin emitir sonido, prenden velas, rezan y seguidamente dicen en voz alta “que se reciba la oración”. Solo después se saludan y presentan, mientras las ofrendas quedan en manos de la señora Juana.

La “capilla” está decorada con recuerdos de gente que falleció, una foto enmarcada de  Carlos “el compadre” Palenque, retratos de diferentes santos y un poema de Jaime Saenz, escrito sobre una tela negra. Además de las calaveras, en el altar hay tres figuras de santos e incontables ramos de flores blancas, rosadas y lilas.   

Una vez sentados, los visitantes charlan mientras la dueña de casa reparte bolsas de coca, cigarrillos y refresco, pidiendo que todos los consuman, porque los nuevos devotos los trajeron con cariño.

“A partir de hoy, todas las almitas van a caminar junto a ustedes, a donde quiera que vayan”, anuncia Juana, “a las personas que vienen, (las calaveras) les hacen milagros, por eso visitarlas no solo se hace por curiosidad, tienen que cumplirles tres veces y les va a ir bien”, comenta la creyente.

El nombre completo de La Hermandad solo pueden recordarlo Juana y su esposo, porque lleva todos los denominativos de aquellas ñatitas a las que se veneró durante más de 40 años.  Las más importantes fueron Martín y Cirilo, dos calaveras que se comunicaron mediante sueños para anunciar que deseaban descansar, por lo que se les dio sepultura.

“Nunca voy a quitar de nuestro estandarte los nombres de Martín y Cirilo, pero parece que Mariano ahora quiere ser el jefe, porque es él quien está haciendo más favores ahora”, narra Juana.

Suena el timbre y llega Jesús, un mecánico paceño que se identifica con mucha fuerza con Mariano. Como ya es tradición, por ser el primer lunes de febrero, su ofrenda es una caja de cerveza. Además, esta noche visitan a La Hermandad dos bibliotecarias argentinas, una antropóloga mexicana y un colega suyo boliviano.

Esta cofradía de ñatitas tiene la particularidad de difundir esta tradición mediante  coloquios que se han realizado en la carrera de Antropología de la Universidad Mayor de San Andrés y la Gobernación. Franz y Daniel Pereyra, que también es miembro, trabajan para que este culto pueda ser declarado patrimonio nacional.

La madre y la novia de Daniel, que van en representación suya, porque aquél consiguió un trabajo en Sucre, cuentan que éste le tiene mucho cariño a Mariano. “Cuando comenzó a venir, mi hijo le pidió que le ayudara a conseguir un trabajo. Ahora, Daniel  me pidió que todos los primeros lunes de mes le traiga a Marianito un ají de fideo”, cuenta su progenitora.  

El centro de la ceremonia son los rezos que se hacen en honor a las ñatitas, todas las almas olvidadas y alguna en especial —en esta ocasión por Luis Espinal—. Después, algunos asistentes cuentan cómo las almitas los ayudaron en momentos de necesidad. La mayor parte afirma que se comunican con ellos a través de sueños. “Un 7 de noviembre estábamos preparando todo para llevar a las almitas al Cementerio, pero no sabíamos el nombre de una de ellas. En la noche soñé que un hombre alto, al estilo mexicano, con una gabardina negra, me preguntaba mi nombre. Yo le dije ‘soy Juana Conde, pero caballero, a todo esto, cuál es el tuyo’  y él respondió gritando: ‘Mariano, Mariano, Mariano’”.  

Devotos. La Hermandad Martín, Cirilo, Rosalinda, Mariano, Edwin,  y demás almas olvidadas se reúne todos los lunes para agradecer y pedir favores a las calaveras.

Como parte de su  ofrenda, el antropólogo Martín Saravia dio una pequeña charla, en la que compartió algunas tradiciones de otros pueblos relacionadas a la muerte. Mientras Martín vivía en Varanasi (India), una de las ciudades más antiguas aún habitadas del mundo, residió cerca de uno de sus crematorios. “Me levantaba todos los días cubierto de ceniza, porque hace un siglo que el fuego de ese crematorio no deja de arder. Es un lugar sagrado porque se cree que aquellos que son quemados ahí, terminan su ciclo de reencarnaciones”.

Posteriormente, en honor a las visitantes argentinas, dos devotos bailaron un tango. En medio de diferentes expresiones culturales, cada invitado sirvió  y bebió cerveza, hasta pasada la medianoche. Entonces, como la matriarca que es, la señora Juana anunció: “les invito cuatro cervecitas más y después todos a su casa”. Terminadas las bebidas, los fraternos se despidieron de Mariano, Rosalinda y Edwin, les prometieron volver pronto y les agradecieron por la protección que les dan.