Icono del sitio La Razón

Barberías renuevan la tradición

Se ufanan de no ofrecer un servicio, sino una experiencia. De entrada la estética marca el ritmo de estas barberías: motocicletas, botellas de licor y sillones forrados en cuero, le dicen al cliente que incluso su espera será especial. Cada persona que entra se convierte en un amigo, que después de tomar un trago de cortesía—una cerveza, un whisky o un café— y de conversar un poco, le confiará a la cuchilla del barbero su barba y su cabello.      

En el barrio paceño de San Miguel, tres emprendedores —John  Montesinos (La vieja escuela), Sebastián Pinaya (The old time club Barbiere) y Gustavo Sulbarán (La Barbería)— comparten un oficio: ofrecen servicios que se centran en el cuidado personal de los hombres; todo tipo de cortes de cabello, arreglo y afeitado de barba —que comienza con toallas calientes en el rostro, afeitada con navaja, toallas frías y lociones— y productos para peinar y cuidar la cabellera y el vello facial. Los une un estilo que recuerda a las barberías estadounidenses y europeas de principios de siglo, con un toque personal.

 La Vieja Escuela (Av. Montenegro 910, junto al Lucky Cup Coffee Shop)  tiene una puerta angosta, que por un momento pasa desapercibida. Sin embargo, John (28) tuvo el cuidado de poner el clásico poste de barbero (barber pole), que solía identificar a este tipo de negocios en Europa. “Antes, aquellos que cortaban barba también sacaban muelas y hacían sangrías, por eso los colores tradicionales son blanco, por las gasas, y rojo, por la sangre”.

 Estudió barbería en Arequipa (Perú), donde se fue a trabajar en una agencia de publicidad. Después cambió la computadora por las tijeras y volvió a La Paz. Aquí trató de encontrar trabajo haciendo lo que le gusta, pero sus habilidades no encontraron cabida. Por eso tomó la decisión de invertir todo su capital y abrir un negocio propio.

El primer obstáculo fue encontrar una silla. Sí, el artículo más preciado para John, como para Sebastián, es su silla de barbero.

John tuvo que gastar el triple de lo que tenía planificado, cuando halló la que sería su compañera: “Por casualidad nos enteramos de que un peluquero quería vender una —que tiene 120 años de antigüedad—. Cuando la vi, dije: ‘Esa es mía’”. Él tenía 2.000 dólares, el peluquero quería 10.000. Tras una serie de visitas, charlas y regateos llegaron a un acuerdo: si le pagaba 6.000 al contado, era suya.

Después consiguió otra silla, que hizo traer desde Chicago, EEUU, y data de los años 1920, época en la que el famoso mafioso Al Capone controlaba aquella ciudad.

Para darle un toque diferente, la barbería tiene una barra abierta. La especialidad de Cristian Jhusty Argani, el bartender, son las bebidas clásicas como Manhattan o El Padrino, nombrada así, porque solía beberla Marlon Brando, el protagonista de la película.

Juan Luis Armaza (26) y Dennis Guillén (37), los otros dos barberos, encuentran en La Vieja Escuela un lugar donde medir sus habilidades y donde no solo se relajan los clientes. “Es mi escape, cortar me desestresa y me libera”, asegura Dennis.

The Old Time Club Barbiere

Sebastián Pinaya (26) ha tocado miles de cabezas; en La Paz, Buenos Aires y Lima. Con el tiempo notó que la energía de sus clientes influía en su estado de ánimo. “Es una cuestión de energía. Tocar la cabeza y la cara de alguien es una interacción muy íntima”. Ahora, cuando alguien entra, él pregunta “¿Cómo te quieres ver?” y se entabla un vínculo de confianza que le permite conectarse más fácilmente.

Poco a poco desarrolló la habilidad de reconocer qué corte o modelo de barba le quedará mejor a cada persona. Para eso toma en cuenta las facciones del rostro y las características del cabello. Los detalles que concretan su decisión son el estilo de la ropa y la forma en que se desenvuelve aquel que llega a su silla. “Le doy la vuelta a la silla, hago mi trabajo y espero que cuando se vean al espejo encuentren lo que buscaban al entrar”.

Al igual que John, Sebastián siente una clara atracción por las antigüedades. Tiene una caja registradora de principio de siglo, envoltorios de cuchillas que ya no se producen y sillas que hicieron un recorrido intercontinental, para llegar de España hasta el barrio de San Miguel.

Su pasión hizo que al principio buscara trabajar sin paga en diferentes peluquerías. “He barrido pisos en lugares pequeñitos, como esas peluquerías de Miraflores, y he cortado en barberías muy exclusivas. Tengo las tres escuelas: peluquería, estilismo y barbería”, relata con seguridad.

Durante un tiempo solía invitar a barberos extranjeros para que fueran parte de The old time club barbiere (21 de Calacoto 8555, a unos pasos de la parada del bus PumaKatari), su negocio. Ahora tiene dos compañeros que cortan junto a él: Carlos Cornejo y Fernando Utrilla. La curiosidad de ambos por el cabello y la barba comenzó cuando eran niños. Carlos solía ver a su abuelo arreglarse  él mismo, mientras Fernando se quedaba mirando revistas de cortes por horas. Como no existe un lugar dónde aprender en Bolivia, salieron a especializarse al extranjero, donde conocieron tendencias y técnicas, de la mano y las tijeras de barberos expertos.

Desde Venezuela hasta Bolivia

Don Victoriano Sulbarán —padre de Gustavo y Gerardo, y suegro de Darwin Torrealba— es el patriarca que les enseñó a cortar el cabello. Aún en Venezuela, celebra los éxitos que sus hijos recolectan en Bolivia. “No quiere salir de su tierra. Y hace tiempo que dejamos de hablar de la situación política o económica. Pero cuando le contamos las cosas buenas que nos pasan, llora de alegría”, explica Gustavo.

Un par de zapatos fueron la razón por la que se inició en el negocio familiar. “Tenía 15 años cuando le pedí a mi padre unas zapatillas de una marca muy cara. Y él me dijo: ‘Aquí tiene la máquina, tijeras y un secador’”. Tras juntar el dinero, don Victoriano le sugirió que en lugar de gastarlo en los zapatos, lo utilizara para comprar sus herramientas de trabajo.  

Casi dos décadas después, este oficio le permitió a él, a su hermano y a su cuñado construir una vida mejor. “Soy ingeniero mecánico, pero la barbería me ha dado más oportunidades de sobresalir”.

En La Barbería (C. Jaime Mendoza, Edif. N-28, San Miguel), una motocicleta, una cerveza y un partido de béisbol reciben a los visitantes. Johnny, un neoyorkino, apuesta un par de cervezas a que su equipo ganará,  Darwin y Gerardo aceptan. “Me siento como si estuviera en la sala de mi casa. Aquí puedo hablar sobre deportes, política, sobre todo”, comenta. 

La Barbería es parte de una franquicia que tiene una sucursal en La Paz y otras en Santa Cruz de la Sierra. Abrió hace un año y cuatro meses, el mismo tiempo que Gustavo tiene en el país. Lo que más les gusta a él y a Darwin de La Paz es su clima y la poca inseguridad. Sienten que pueden ver tranquilos a su familia crecer.

Los tres barberos coinciden en que en La Paz los hombres todavía no cuidan mucho de su pelo y su barba. Sin embargo, su clientela está logrando el estilo que desea. Basta con tener a la mano el consejo de un experto, que le tenga amor a su trabajo y, eso sí, buena mano con la cuchilla.