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Al rescate de la vida espiritual: Exorcismo

El principal logro y objetivo del demonio es que no se crea en él. Es como un ladrón: si uno no lo detecta, es más fácil estar desprevenido”. Waldo Humberto Riveros Rodríguez habla con voz gruesa y sin titubear, con la autoridad en el tema de un sacerdote diocesano. A sus 45 años está a cargo de la parroquia de Kupini y es en esta iglesia donde ofrece sus servicios espirituales: las personas acuden a él cuando sienten que son víctimas de algún espíritu maligno.

Cuesta decir “exorcista”. Peor cuando se abre la puerta de la parroquia y te recibe jugando Keka, su cariñosa perrita Shar Pei, y él brinda un afable apretón de manos. El padre Waldo es alto, moreno y de sonrisa amable, se ordenó hace 14 años y desde 2017 se encarga de los feligreses de Kupini, quienes son devotos y apoyan su trabajo del día a día: con bajo, guitarra y batería acompañan la misa de domingo.

Exorcizar —“en el catolicismo, utilizar exorcismos. Expulsar al demonio de alguien”, según la RAE— es una palabra llena de preconceptos, fruto de películas de terror, libros y artículos de dudosa procedencia en la deep web. Este sacerdote habla más de “servicios espirituales”. “Es un campo muy variado, se aplica cuando la persona no puede dormir, tiene pesadillas o ve cosas, entra en trances o le va mal en el trabajo o su vida. También hay quienes sufren por brujerías. Lo que hago es recomendarles oraciones, pero claro, hay casos de influencia maligna mayor, como la aparición de deseos de suicidio, cuando pasa eso debo hacer seguimiento”.

Él es reticente a hablar de números de casos, especificar tipos de demonios y espíritus o hacer porcentajes. “No soy investigador ni demonólogo, a mí me interesa ayudar, no clasificar. Si la entidad se ha ido, no importa qué espíritu ha sido”.

El padre Waldo empezó a tratar personas con este problema oficialmente en 2012, aunque tuvo sus primeras experiencias en 2004, con casos en los Yungas, donde personas que tenían esos problemas lo buscaban. “Yo estaba recién ordenado y les atendía, siempre me preguntaba por qué venían a mí. Básicamente les daba oraciones y les bendecía. Pero después estuve fuera del país, en Roma, donde hice un curso de Exorcismo y Oraciones de Liberación en abril de 2012 en el Pontificio Ateneo Regina Apostolorum —el único lugar oficial donde se dicta este taller— y al llegar a Bolivia pedí permiso para atender estos casos y brindar estos servicios”.

Si hace un par de siglos solo el Vaticano autorizaba la práctica de un exorcismo, desde el Concilio Vaticano II la Iglesia Católica promueve el estudio de las formas de ayudar a quienes son víctimas del mal. “Antes se debía hacer un seguimiento de meses o años y se debía pedir permiso a Roma. Ahora cada obispo debe tener al menos un exorcista en su jurisdicción”. Y en La Paz, el padre Waldo no es el único.

En este curso se estudia el mal desde varios ámbitos: psiquiátrico, médico, psicológico y policial, entre otros. También se conoce sobre rituales de sectas satánicas y se analiza la maldad desde credos diferentes al cristiano. La idea es brindar una visión global sobre este fenómeno.

Y es que el mal no discrimina. “Ataca a creyentes, no creyentes, a personas de todas las condiciones de todo el mundo. Por supuesto, hay también respuestas desde todos los puntos de vista, pero la que viene de Jesús es la más eficiente”. Por eso el sacerdote tampoco discrimina y atiende a todos. Y aclara que lo que hace es un servicio a la gente, que no cobra.

Le vuelvo a preguntar sobre la existencia del demonio. ¿Si quiere que no creamos en él, cómo lo detectamos? “Cuando uno siente algo extraño debe examinar su vida espiritual. Debe buscar ayuda también en el médico, el psicólogo, quien tal vez lo derive a un psiquiatra. Pero de forma paralela se debe buscar ayuda espiritual, porque generalmente se presenta una combinación entre la influencia maligna y lo físico. Cada caso es diferente, pero a veces hay más de uno que de otro”.

Además reconoce que hay personas especialmente vulnerables: “las mujeres durante su menstruación son más sensibles; quienes ven películas de terror buscan en internet imágenes sobre exorcismos o practican brujería o tratan de contactarse con los espíritus que están más expuestos. Corre menor riesgo una persona que lleva una vida de oración, o tiene alguna devoción a la Virgen María o a algún santo, pero una medalla bendecida no siempre es una garantía. Cada caso es diferente”.

Basado en La Biblia —Génesis 3:15— el prelado asegura que la Virgen María es muy importante para vencer al demonio, pues éste le tiene un odio y temor especial. “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón”, reza el versículo. Por ello lo recomendable es encomendarse a ella y siempre dedicarle una devoción saludable.

— ¿Saludable?

— Que no tenga que ver con una relación mercantilista en que se le piden cosas a cambio de otras.

Estos antecedentes ayudan a identificar lo que sucede con la persona afectada. Por ejemplo, si murió recientemente alguien a quien se quería mucho o que no ha muerto en condiciones normales, se hace notorio. Lo que no significa que se trate de una presencia maligna, sino que simplemente está confundida o muy unida a una persona o un espacio. Alguien que te quiere no desea hacerte daño, pero a veces, cuando una persona abre una puerta, el espíritu entra. Estos casos suelen requerir de una oración y una bendición”.

Es diferente cuando hay demonios. Se puede sentir cosas extrañas, como “tener imágenes, pero no con los ojos”.  Éstas vienen a la mente, “como sentir murciélagos en la cabeza o una presencia extraña”. El exorcista se ha topado con gente que no podía reaccionar y que de pronto se ha parado, que lo agredió física y verbalmente, que ha dejado los ojos en blanco o que habla en idiomas diferentes. “Una vez recé por una persona fuera de la ciudad y una hora después he sentido en la cama una espalda que me empujaba”.

Otra vez, cuando exorcizaba a una mujer en la iglesia, le pidió que se pusiera de rodillas con las manos en el suelo del templo porque era Tierra Sagrada. Cuando las palmas tocaron el suelo, la persona arqueó la espalda y empezó a retroceder de cuatro patas, pero apoyada solo en los dedos de la mano y la punta de los zapatos.

— ¿No se asusta?

— Claro, sorprende. Pero la cosa es no tener miedo. Cuando te pasa algo así no hay que enfrentarlo, sino buscar ayuda.

El Ritual de Exorcismo —el nuevo, que data de 1999— dura media hora aproximadamente y está en el libro rojo que el presbítero saca de su maletín. Según el texto, primero debe prepararse el religioso con oraciones antes de la ceremonia. El lugar debe ser la iglesia, Tierra Sagrada. Se bendice a la persona con agua y se hacen las letanías —invocaciones— a los santos para que intercedan. Luego llegan los salmos —el 90 o el 21, entre otros— y se continúa leyendo los evangelios, con relatos sobre exorcismos en que Jesús libera a las personas. “Cuando los espíritus están, reaccionan”. Le sigue la imposición de manos con invocaciones. Luego la persona debe renunciar al mal, orar el Credo y el Padre Nuestro; el sacerdote le sopla y lee las fórmulas del exorcismo propiamente dicho: la deprecativa —donde se pide a Dios para que se libere al afectado, cualquiera puede hacerla— y la imperativa, propia del cura, en que se dirige directamente al demonio, conminándolo a retirarse.

Con una sesión puede bastar, pero en otros casos el exorcismo se puede prolongar por más tiempo. El padre Waldo tiene un caso con el que está cerca de tres años.

“El demonio ataca a todo el mundo y Dios ofrece dentro de la cultura de cada grupo humano elementos para cuidarse del mal”, explica refiriéndose a materiales comunes entre varias religiones relacionadas con el agua, el fuego, la sal… Entonces abre el maletín y saca un frasco con sal bendita. “Pruébela”, me dice y la meto en la boca. “Hay señales. En algunos casos la gente no soporta la cruz o el agua bendita; no puede rezar el Padre Nuestro o se le olvida. Cuando prueban esta sal, les parece amarga, muy salada, les quema”.

—Está saladísima—, le digo mientras siento en la lengua el intenso sabor.

—Es sal normal, solo está bendecida—, me responde. El fotógrafo se ha negado a probarla, en un gesto de temor. Así que llego a la oficina y le ofrezco un terrón sobrante a una compañera sin decirle nada.

—Un poco insípida—, me responde.

“No debo tener miedo”, pienso según las recomendaciones del sacerdote, quien toma a su cariñosa perrita, reacia a que le tomemos fotos a su amo y que nos gruñe. “Dios es bueno”, me tranquiliza el padre Waldo. “Incluso del peor mal, él sabe sacar el bien. Muchas personas han cambiado gracias al exorcismo y disfrutan de una vida espiritual plena”. Y sonríe.