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Recuerdos de Paraguarí

El coronel Jorge Alarcón había contado innumerables veces cómo ocurrió el episodio épico de los cadetes del Colegio Militar que dieron tres pasos al frente para confirmar su presencia en la Guerra del Chaco, la medalla con Santa Teresita que le salvó la vida y las penurias que pasó como prisionero de guerra, pero nunca había hablado sobre la existencia de una libreta de tapa dura que contenía mensajes de Paraguarí.

Al poco tiempo de que falleció el militar, su hija Bertha —presidenta de la Asociación Cívico Militar Tres Pasos al Frente— encontró entre sus pertenencias aquel documento que resume los sentimientos de algunos bolivianos que fueron apresados y que pasaron los últimos días de la conflagración en una prisión.

La amistad robustecida con el dolor es la que perdura, porque hay un hecho, un recuerdo común, que la mantiene viva y es ahora, con el ambiente acerbo de la prisión, que hemos hecho efectivo este sentimiento.

“¡Batallón de cadetes, a formar en el patio de honor!”. El general alemán Hans Kundt, comandante en jefe del Ejército en Campaña, pidió que cadetes del Colegio Militar cubriesen los claros que se habían presentado en el frente boliviano durante la Guerra del Chaco. Por ello ordenó al mayor Flavio Palenque, comandante de batallón, que reuniese a los alumnos del primer, segundo y tercer curso, ya que los del cuarto y quinto ya estaban combatiendo. Aquella mañana del 6 de octubre de 1933, Palenque ordenó que aquellos que quisieran ir a la guerra diesen tres pasos al frente. Después de un momento de silencio se escucharon el unísono tres pasos fuertes de aquellos jóvenes. El oficial agradeció su entusiasmo, pero les pidió que reflexionaran y solicitó que los que estaban realmente decididos dieran tres pasos. Con la determinación de la primera vez, los cadetes volvieron a aceptar el reto con pasos que retumbaron el piso del Colegio Militar, donde ahora está el monoblock de la UMSA. Nuevamente, el oficial insistió una vez más en su pedido y recibió otros tres pasos como ratificación de la decisión firme de aquel batallón de cadetes.

Once días después, 162 jóvenes de entre 14 y 18 años viajaron a la zona de operaciones. Entre ellos se encontraba Alarcón, quien fue inscrito en el Colegio Militar para que hiciese su último año de bachillerato. “Como era una experiencia nueva para ellos, ni soñaban lo que era una guerra, pero fueron por amor a su patria”, resume Bertha el sentir de aquellos soldados.

Las amistades que nacen en las sombras del dolor y la desgracia deben ser sagradas y santas. La nuestra, que es hija del más grande de los infortunios, no dudo que con el tiempo sea una barrera infranqueable de afectos.

Lo escuchó varias veces, pero Bertha no recuerda ni la fecha ni en qué batalla su padre fue hecho prisionero. Lo cierto es que fue llevado a Paraguarí, ciudad ubicada 70 kilómetros al sur de Asunción. “Mi papá nos contaba que sufrían hambre y sed, que vivían de la caza de algunas aves y que recogían agua en medias, que exprimían para humectarse”. Ello ocasionó que sufriera una grave infección estomacal que casi le cuesta la vida, si no fuera por el apoyo de uno de sus camaradas.

Los largos días de prisión que hemos pasado han hecho comprender mejor las cosas; de ahí que junto al abrazador martirio de nuestros infortunios deposito en este álbum la ofrenda de mi sincera amistad y camaradería.

Al fin llegó el ansiado mediodía del 14 de junio de 1935, cuando se declaró el cese al fuego que determinó el fin del conflicto armado entre los ejércitos de Bolivia y Paraguay. Como parte de ese acuerdo, ambos bandos liberaron a los prisioneros durante los meses siguientes. Lo mismo ocurrió en Paraguarí el 20 de mayo de 1936, cuando Alarcón sacó su libreta de tapa dura y pidió a sus camaradas que escribieran lo que vivieron durante el cautiverio.

Vaya en estas líneas, que las escribo en víspera del momento feliz de nuestro retorno, el recuerdo de tu amigo, que te desea buena suerte en el futuro próximo que nuevamente se nos abre.

La libreta que resguarda Bertha Alarcón ahora forma parte de los documentos históricos de la Asociación Cívico Militar Tres Pasos al Frente, organización que fue creada por los supervivientes de aquel batallón el 6 de octubre de 1965. De aquellos miembros del batallón retornaron 110 y, de ellos, el único superviviente es René Numa Ávila del Carpio, un tarijeño de casi 103 años que hoy radica en Santa Cruz.

La asociación ahora está compuesta por 170 descendientes de los cadetes, quienes suelen ir a los colegios para dar exposiciones y mostrar videos de una guerra entre hermanos, que aún hoy tiene varios documentos inéditos.