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De compras, el arte de regatear

Elevó la maleta por los aires y la aventó contra el suelo. Sumergido como en un trance, se paró encima y saltó sobre ésta, una y otra vez. “Pare, la va a arruinar”, le dije en vano, pues el vendedor no entendía un ápice de español. En algún un momento se bajó, la puso en vertical y la siguió golpeando con el puño, mientras me miraba, hasta que se montó sobre ésta y se alejó rodando por el pasillo de la tienda, en un recorrido impulsado por sus piernas alegremente extendidas.

En Beijing, China, ir de compras es cosa seria. Una simple pregunta de comprador: ¿cuánto cuesta? (duo shao qián, en chino) puede acabar en interminables minutos de regateos, en vendedores que te agarran de la muñeca para que no te vayas, en calculadoras puestas delante tuyo que van cambiando cifras y en efusivos e insistentes pedidos de que las uses y pongas “¡cuánto!”, “¡cuánto!” ofreces y hasta en insultos, como “¡tacaño!”, cuando la transacción no ha sido realizada.

Esta aventura comercial es propia de dos de los más famosos centros de compras para los turistas; el Mercado de la Seda y el Mercado de la Perla. Este último, también llamado Hongqiao Market, es un edificio de varios pisos donde se vende ropa, productos electrónicos y, por supuesto, perlas de toda variedad y color. Un comprador en estos locales debe saber regatear. Y aunque te lo hayan advertido de antemano, resulta inverosímil creer que de un producto de 1.000 yuanes (esto es unos Bs 1.006) puede ser adquirido por Bs 100 si tienes la paciencia necesaria.

Los bolivianos de compras en China somos como hormigas detrás del azúcar. En nuestro segundo día en la capital china, la delegación boliviana del Seminario para Periodistas de América Latina y el Caribe ya andaba “de compras” recorriendo el centro. No importaba que estuviéramos a una hora y media de distancia en metro o los 40°C de sensación térmica.

Una vez concluidas las clases, de 09.00 a 17.00, emprendíamos todos los días el recorrido, mientras nuestros compañeros centroamericanos y del Caribe se dedicaban a socializar en el hotel. No es que tuviéramos afanes comerciales, sino que era nuestro modo de conocer la ciudad, a través de sus metros, sus vistas, sus calles y las posibilidades de sus yuanes.

El agotamiento con el que regresábamos a la medianoche casi todo los días era equiparable a nuestra alegría de sabernos parte activa de la vida de una de las urbes más movidas del mundo, Beijing, con el seductor impulso de sus comercios, su cultura y sobre todo, de su pujante gente.