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Feliz cumpleaños

Feliz cumpleaños, Papirri!, dice ella con sus ojazos renegros.

— Gracias, pero no te olvides que soy ocho, respondo abrazándola profundo.

— ¿Ocho qué?, se sorprende sentándose a mi lado.

— Tengo ocho dentro mío, ocho sangres, ocho seres, ocho historias.

— Yaaaaa, bien alharacooo, ¿cuántos cumples?

— Uta, 58.

— Wuaaaa, ¿ya es tiempo, no? Vine por eso, pero a ver, cuéntame, viejito lindo, quiénes son los ocho, me dice guiñando un ojo y llamando al mozo.

— Ahí te va. Matoko es el negro que llevo dentro. Lo vi clarito en una regresión, iba al combate trotando con una lanza formidable, comandaba descalzo un ejército africano, corría a defender su territorio. Miré a mis costados y tenía dos leones rugientes, dos lugartenientes melenudos militantes, uno de ellos me saludó con su bramido y el olor lo tengo hasta ahora prendido en el cerebro. Matoko fue cazado a la mala, con redes, apareció en la costa uruguaya, bailó candombe, se mestizó, revivió por la Argentina tocando milongas y la conquistó a mi bisabuela, una vasca sensible con alma de artista.

— ¿Y qué pasó?, suspira cansada pidiendo un plato de la carta.

— Es el negro que galopa en mi sangre, el ritmo de mi guitarra rebelde, la fuerza de mi sexo libre, mis churcos de fuego. La vasca Chazarreta parió tres hijos mulatos y Matoko desapareció para siempre en una noche de vino amargo. Uno de los bebés era mi abuelo Andrés, sudaca santiagueño, músico rebelde, mulato vasco de luz propia que desafió a las oligarquías con sus chacareras, gatos y zambas y su orquesta de quechuaparlantes. Por cierto… Misky es el tercero.

— ¿Quién?… le pesca un bostezo.

— El quechua que llevaba adentro mi abuela Block Zambrana, la cochala de Alsacia, gringa mestiza quechuaparlante, carácter de roca, me heredó su placer por los tragos fuertes y su dignidad sin motivo.

— Ahh, pensé que era tu abuela, la otra, la italiana, me dice y apenas se le entiende masticando el lapping.

— La tana es la abuela materna, la señorita Palumbo, el mulato vasco la enamoró, era su alumna de mandolina; los tanos llegaron a Manogasta, hacían vinos y quesos de calidad, se opusieron tenazmente al amor aquel, que al fin triunfó con el nacimiento de mi madre, la bella vascoafroitaloquechuaespañola Anita Chazarreta Palumbo, eximia concertista de guitarra.

— Sí, me acuerdo de ella, era buena… me dio pena, dice sonriendo.

— El tano me jodió el carácter, heredé el impulso mortal. Pero, a veces, lo equilibra Chami, el aymara del desierto con mar, que en mestizaje fecundo con gallego parió a mi doble tocayo, el abuelo Manuel Monroy Villagra, nacido en Antofagasta cuando era de Bolivia, técnico de locomotoras… dicen que pijchaba silenciosamente y tocaba la tarka en los carnavales. Este mestizo aymara me dio el lenguaje del ch’enko, la paceñitis aguda, el estigma de ser artista local.

— Bueno, che, ya me cansaste con esta historia, salud por tus 58 y tus 8, eres plurinacional Papirri, dice aferrándose a mi verga por debajo de la mesa.

— Salud, hermosa, gracias por acordarte de nosotros, le digo a lo cholita.

— Creo que falta uno, indica pintando de llajua una papa…

— Es el Manuel, el equilibrista que trata de llevar la batuta, la avanzada intercultural llena de angustia, fracasa a menudo, se para de nuevo, convoca al aymara cuando el tano pierde el control, disfruta las cancioncitas del Papirri pobladas de sorpresa, paga las facturas, cuida apasionadamente a Manuelito Cok, el niño exigente que vive dentro mío.

— Bueno, pues, mi querido Manuel Monroy Chazarreta Block Palumbo Misky Chami Matoko, feliz cumpleaños por esta vez. La verdad vine a llevarte pero me conmovió tu inocencia y fervor, parece que tu ch’enko vital, tu sangre cruzada todavía sigue fluyendo. Gracias por el lapping.
Seca el vaso y se va nomás la bella morena, con su paso sexy, su culo imposible y su guadaña tenebrosa.

— Pronto nos veremos, la tercera es la vencida, amenaza de nuevo con un guiño sexy.

Se despide con una mano y con la otra incrusta súbitamente la guadaña de luz negra en el garguero de un abogado que comía feliz su chicharrón en la mesa de al lado. El hombre cae de espaldas, con atoro mortal. Entonces, pago rápido la cuenta, salgo a los tropezones, mientras llega la ambulancia.