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Mis canciones en sinfónica

Fueron tres meses de afanes, sobre todo con los arreglistas del Papirri Sinfónico. No queríamos que la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) sea una escenografía o que solo realice huayños ampliados, acordes con violín. Queríamos una propuesta sonora que aporte a mis canciones. Las primeras pruebas de los arreglistas me derrotaron, iba a sus estudios con cara de cordero degollado, a requerir algo que no podía explicar, balbuceaba “esto no me gusta”, “qué cosa pues”, me increpaban, “no sé, no puedo cantar con tanto instrumento”, “entonces para qué te metes pues a un sinfónico”, respondían algunos.

Hasta que me fui a mi refugio cochabambino, temblando imprimí las partituras, la canción Ch’enko total tenía 43 páginas, cada página tenía 4 o 5 compases de 25 instrumentos simultáneos, recordé mis épocas del Conser cuando me rompía la cabeza por entender una Sinfonía de Mozart, hace 35 años.

Me di cuenta de que me había vuelto un flojo atormentado, entonces me arremangué el cerebro con mi coquita preguntándome en serio: ¿qué cosa no me gusta de todo esto, pues? ¡Ajá!, es el compás 34, el acorde está mal, es Re7 y no si7, y esa trompeta en compás 63 me jode la melodía. Así, poco a poco, hasta el amanecer anotando nota por nota. Llegué inclusive a romper con un arreglista que no tenía tiempo para mis opiniones. Es que los músicos a veces no consideran la letra, en mi caso, muy importante. Ni tampoco mi voz de alfeñique.

Ya en los ensayos decidí ubicarme como un violinista más, mirando a los músicos casi de frente; el sonidista Andrés Martínez me cooperó con un monitor muy bueno, uno larguito, no sé si la Orquesta de 53 músicos me escuchaba, pero para mí era la guía total. La posición igualitaria ayudó, fue consejo del maestro Javier Parrado.

El joven director de la OSN, Dr. Weimar Arancibia, me colaboró mucho en los meses preparatorios, escuchó mis angustias e inseguridades. Pero no había otra que autocapacitarse, escuchar, leer las partes, joder, analizar y corregir con precisión quirúrgica, creo que si no lo hacía así hubiera sido todo en vano, un desastre sinfónico. Decidí que los arreglistas escogieran las canciones que más les atraían, al final resultaron 12 las elegidas, 14 en realidad con las dos de la obertura, luego de pensar y pensar, se me ocurrió dividirlas en suites. La Suite de Amor y desamor incluyó en su regazo a Zamba para Anita, Sacudite, Praxis y La Histórica, canciones entrañables. Luego vino la Suite de La Paz, con Alasita, Ch’enko total y La cabeza de Zepita. La Suite Rarita: Ego, El contreras y Zamba geisha para terminar con el alegrísimo finale de Qué tal metal y Metafísica popular. Con Historia de Maribel no se pudo, la salsa y lo sinfónico no cuajaron pese a los esfuerzos de todos. La obertura del Nico Suárez denominada Antojolía, con tres canciones mías arregladas para orquesta, fue apoteósica, la Orquesta tuvo su mejor sonido.

Muchos músicos de la Sinfónica no conocían estas mis canciones, tal vez algunita. Me levantó el ánimo cuando después del primer ensayo algunos se me acercaron con solemnidad a decirme que les parecía interesante el programa. Aunque muy enredados los arreglos, sonreían. Eso queríamos pero. Creo que salió bien, no sé, aún estoy en trance, algún momento escucharé y les aviso, grabamos el audio gracias al apoyo personal de amigos queridos que dieron de su bolsillo para pagar esto, gracias a Andrés, Mariana, César, Ricardo, no digo los apellidos porque ellos me lo pidieron. Gracias a los 53 músicos de la OSN por su paciencia y entrega, incluso ensayamos el día del paro. Gracias a Weimar por el aguante, por su fe y su tiempo, fue muy chistoso cuando le pedí que haga el arreglo de Metafísica popular y me dijo no soy arreglista, “por eso pues”, le dije… al final trabajamos juntos el arreglo y salió bien. Gracias a los maestros Javier Parrado, Álvaro Montenegro, Andrés Palacios, Nicolás Suárez y a la hermosa arreglista Patricia Bedregal. A ti que fuiste al Papirri Sinfónico, mil gracias, fue arrebatador, fue como estar en una nave espacial, comparable solo con las ballenas que vi en Puerto López. Al personal administrativo de la OSN encabezado por Roxana Piza, gracias, en especial a doña Hilda que me puso agua en el minicamerino. A la cantante Diana Azero, gracias por su presencia clara, arrolladora, profesional. Al equipo de Andrés Martínez en el sonido, al equipo de Carlos Fiengo en las imágenes, a Joe Salinas en las luces, mis agradecimientos. A ti, que no fuiste, te lo perdiste de verdad, no pienso repetir esta experiencia tremenda que me mandó a la clínica dos días antes del estreno. Valió la pena. Ahora sí puedo jubilarme. Bien le hemos cascado, pa ques decir.