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Miguel Ballón, testimonio de la huida guerrillera

Un café céntrico en Santiago de Chile, 1968, una revista y un bolígrafo. Las instrucciones: esperar a que alguien pidiera prestado este último. Sin armas, alias o pasaporte falso, Miguel, Miky, Ballón llegó a Chile para coordinar la salida de Bolivia de los  tres sobrevivientes cubanos de la guerrilla de Ernesto Che Guevara: Pombo (Harry Villegas), Benigno (Dariel Alarcón) y Urbano (Leonardo Tamayo).  

Con la incertidumbre de compañera, se sentó a esperar. De pronto, escuchó una voz que le pedía prestado un bolígrafo. Lo entregó sin dudar. Minutos después —cuando su contacto hubo leído el mensaje escondido dentro— la escena casi ficcional terminó con un desayuno cotidiano, que compartieron los ahora camaradas.  Los simpatizantes chilenos habían organizado ya su coartada; evitaría sospechas posando como un turista adinerado.

El periplo que llevó a Miky hasta Santiago comenzó menos de un año antes.  En 1967, él y cuatro amigos —René Zabaleta Mercado (quien dejaría esta filiación bastante rápido), Félix Rospigliosi, Mario Arrieta y Raúl Ibernagaray— vivieron el sueño con el que fantasearían, luego, adolescentes de todo el mundo, al rendir su juramento de lealtad al Che Guevara, la revolución cubana y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), al que ahora pertenecían. El acto se realizó en Sopocachi, con la emoción contenida en susurros clandestinos.

“Un día del mes de septiembre, en un domicilio de la calle Fernando Guachalla, nos esperaba Rodolfo Saldaña. Allí realizamos un pequeño acto simbólico, de acuerdo con las circunstancias. Dimos palabras alusivas a la seriedad de nuestra decisión, a nuestros ideales y a nuestro total apoyo e integración a la guerrilla”, narró el paceño.    

El contacto para ingresar a la red urbana del ELN fue el amigo de Miky Humberto Vásquez Viaña, cuyo hermano Jorge se había incorporado a la guerrilla. Al principio Vásquez negó toda filiación, después contactó a su amigo y le dio el dato para que se encontrara con Loyola Guzmán cerca del mercado Yungas, para una entrevista.

Los cinco fueron aceptados, pero trabajarían en equipos distintos, para precautelar su seguridad. Miky —quien trabajó bajo las órdenes de Rodolfo Saldaña— brindó su hogar como casa de seguridad, gracias a que la compartía con un militar de alto rango, con quien la esposa del nuevo militante   —Laura de Ballón— estaba emparentada.

Después de la noticia de la muerte de Guevara, el 10 de octubre de 1967, la inteligencia cubana aceleró sus acciones, mientras la situación en Bolivia mostraba su precariedad. La red urbana del ELN tenía pocos cuadros, poca capacidad de acción y grandes tareas de reorganización que realizar, describe Gustavo Rodríguez Ostria, en su libro Sin tiempo para las palabras: Teoponte, la otra guerrilla guevarista en Bolivia. Advierte también que “uno de los secretos mejor guardados de la guerrilla guevarista en Bolivia es la razón por la que los cubanos retiraron en marzo de 1967 a su compatriota Renán o Iván Montero (Andrés Barahona López), su hombre en La Paz…” (pág. 25).

El caos que desató aquella mítica muerte —y que se prolongaría por largos años, con incluso un intento trágico más de activar el foco en Bolivia— dejó a cinco compañeros suyos al amparo del bosque cruceño. En este contexto, tres meses después, Miky recibe la orden de Saldaña de ir a Cochabamba a recoger a cuatro guerrilleros sobrevivientes, que, milagrosamente, habían roto el cerco militar.

El 17 de diciembre, Inti (Guido Álvaro Peredo) y Urbano se cortaron el cabello y salieron de las inmediaciones del río Ñancahuazú, vistiendo la mejor ropa que tenían. Al llegar a Santa Cruz —utilizando sus caras sin barba como el mejor disfraz— lograron tomar un vuelo hasta Cochabamba, donde hicieron contacto con el escritor Jesús Lara, suegro de Inti.

Lograron hacer contacto con sus camaradas —ya los primeros días de 1968— y sacarlos ocultos en un camión que transportaba madera: “En un puesto de control militar, los soldados comenzaron a descargar la madera y estaban a punto de encontrarlos, cuando el conductor (Sapito, Francisco Mejía Seno, dato de Rodríguez) les ofreció cigarrillos, platicó con ellos y los distrajo. Después dejaron pasar el camión, sin más trámite”, cuenta Miky.

En Cochabamba se reunieron los cinco guerrilleros (los diarios de los cubanos dan diferentes versiones sobre la presencia de Inti en esta reunión),  se planificó su traslado a La Paz y la salida de los extranjeros hacia Chile. Miky recogió a Pombo, Urbano y Benigno la noche del 21 de enero de 1968, junto a  Jorge Pol, Loro y Víctor Ortega, Víctor Guerra. Llegaron a La Paz y al día siguiente el militante volvió por el boliviano Darío.

Luego, en febrero, vendría su encuentro con los simpatizantes en Santiago de Chile, donde debía organizar el recibimiento de los guevaristas cubanos. Una comitiva, donde también estaban Salvador Allende y su hija, se preparó para darles encuentro en la frontera, de forma clandestina. Sin embargo, el mal clima impidió que los que permanecían en Bolivia los encontraran.

Al conocerse que los insurrectos estaban cerca la frontera, el presidente Barrientos envió a la aviación, por lo que aquellos que ya se encontraban en tierra chilena decidieron entregarse y pedir asilo, narra Miky. Al explotar la noticia, él se quedó en Santiago, esperando terminar su misión.

Cuál sería su sorpresa, cuando su hermano Jorge, que había caído detenido pocos días antes en Chile (ninguno sabía de que el otro se encontraba allí), fue mostrado en Tv: “No entiendo por qué se presentó como sobreviviente de la guerrilla del Che. Y claro, cuando hubo el encuentro con los cubanos, ellos lo desconocieron. Jorge fue fundador del PCB y supongo que estaba buscando apoyo de los chilenos para restablecer la guerrilla en Bolivia, pero todo salió muy mal”, narró Miky con preocupación por ordenar los detalles que siguen.

A este gran error, hay que sumarle el malentendido que se generó cuando Pombo (Harry Villegas), en su libro Un hombre en la guerrilla del Che, confunde a Miky con Jorge, como si el primero hubiese sido el que intentó pasar como guerrillero.

Miky trató de aclarar el asunto varias veces, incluso mandó cartas, tanto a Pombo, en 2003 —quien en La Paz le reiteró su agradecimiento—, como a Fidel Castro, en 2005. Nunca recibió respuesta alguna.

Para Jorge Ballón, el peso de aquella mentira fue incluso mayor. Se exilió en Praga y circuló por Europa sin rumbo fijo durante muchos años. “Discutimos, dejamos de hablar y cuando llegó a España, perdí todo contacto con él. A los años, empecé a indagar, por medio de la Cruz Roja, y lo ubicaron en un asilo. Lo repatriamos y un mes después murió”, comentó Miky.

Ballón continuó militando durante cuatro años. Incluso tuvo un encuentro con Inti una semana antes de su muerte, durante una misión del ELN. Después de una discusión en la que Miky le reclamara su falta de comprensión para con otros camaradas —sin saber aún su identidad— quedaron como amigos, ya que contra todo pronóstico su actitud sincera se ganó la simpatía del líder de los revolucionarios.

Con el golpe de Estado del general Banzer, Ballón y su familia salieron exiliados. Él permaneció fuera por cinco años, separado de quienes más amaba por mucho tiempo. El detonante de su partida fue el accidente de uno de sus hijos —provocado por policías ebrios— por el que tuvieron que amputarle la pierna. En la clandestinidad, buscó cualquier conexión que pudiera ayudarle a llegar a Alemania, donde una institución benéfica preparó todo para atender a Luis Alberto, el adolescente de 15 años.

Con la inverosímil ayuda del coronel Andrés Sélich, quien asumió el cargo de Ministro del Interior —a quien una conocida de Miky le contó la historia de Luis Alberto (quien años después se convirtió en doctor)— consiguió la documentación que ambos necesitaban para viajar a Europa.

Tras cuatro año de vivir en Alemania, llegó a Venezuela donde residía su hermano Pepe Ballón. Allí participó en su última reunión política, donde la desilusión logró, al fin, cansarlo: “Ver a la izquierda dividida, con cada grupo buscando ganar cualquier peguita, fue lo último. Creí mucho en la revolución cubana. Salvamos vidas, poniendo en riesgo las nuestras y las de nuestras familias. Pero en el transcurso del tiempo, lo que soñamos se convirtió en dictaduras secantes, con privilegios para algunos pocos, por eso decidí nunca participar más”.

Miguel murió este 22 de octubre, en su casa. Tenía 86 años. Tuvo una de esas muertes que muchos deseamos tener: rápidas y sin dolor. Fue un ser solidario y leal, que se fue con la conciencia limpia y recordó con orgullo —a pesar de todos los errores— sus actuaciones y las de sus hermanos.