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Leonor Watling: ‘Una cantante actúa. Una actriz de cine obedece’

Si Leonor Elizabeth Ceballos Watling (Madrid, 1975) hubiera nacido pocos meses después, Franco habría muerto ya y sus padres la habrían podido inscribir como Eleanor. Esta actriz y cantante, hija de un economista madrileño y de una inglesa que escribía para The New York Times, fue Eli hasta que se sintió con fuerzas de convertirse “en Leonor”. Bilingüe —ha doblado al inglés a Penélope Cruz—, habla de las ventajas de criarse en un hogar con dos puntos de vista. La imagen poliédrica de mujer fuerte, símbolo erótico o cantante que fuma la ha acompañado en toda su carrera.

Es difícil hallar un director español con el que Watling no haya trabajado. Sin embargo —salvo excepciones como Son de mar, de Bigas Luna, o Inconscientes, de Joaquín Oristrell—, es una secundaria con personalidad de protagonista, a la que le llegó la popularidad con series de Tv. Incapaz, confiesa, de perseguir el sueño de Hollywood, se desdobló como cantante porque no soportaba las incertidumbres del cine. Con su grupo, Marlango, está de gira con su séptimo disco: Technicolor. La cita es en un bar cerca de su casa.

— Habla abiertamente de ir al psiquiatra. Lo sorprendente no es que lo hable abiertamente, sino que sea un tema.

— Me ha ayudado a ser consciente de qué hago voluntariamente y qué hago por no pararme a pensar. Soy intensa. Seguramente sería igual de intensa si fuera secretaria: mi alegría es muy alegre y mi tristeza muy triste. Eso agota. Pero es importante luchar contra los tabús. No eres peor persona por llevar el coche al mecánico o por ir al dentista a arreglarte los dientes. Entonces, ¿por qué debe dar pudor que alguien te arregle la cabeza?

—¿Por qué empezó a ir?

— Por el miedo a los aviones. Aunque al tener niños se me ha ido. Les repito: “No pasa nada, no pasa nada”. Les tienes que convencer y terminas por convencerte tú. Cuando estudiaba teatro, nos recomendaban que fuéramos al psicólogo. Si trabajas mucho con la mente, es mejor que la sepas controlar.

— Más allá de su doble carrera como cantante y actriz, su trayectoria está plagada de dicotomías. Ha trabajado mucho, pero casi siempre como secundaria. ¿Por qué?

— Ahora que tengo una banda veo músicos que me encantan, pero lo que aportan no es lo que necesito.

— ¿Qué aporta usted?

— Depende del director. Nos pasa a todos. En el cine estás en la lista y de repente dejas de estarlo. Y eres la misma.

— ¿Cómo gobierna su doble carrera?

— Un disco sale cuando lo tenemos. Una película, cuando el papel es bueno. Y lo de la tele, depende. Ahora he hecho dos series porque echaba de menos interpretar. Me ofrecieron hacer de mala malísima. No podía decir que no.

— ¿Le ha salido bien?

— No sé.

— ¿No sabe cómo lo ha hecho?

— El cine es el lugar con menos control sobre tu trabajo que existe. Es como si fueras chef y te pidieran tomate en cuadraditos. Luego lo que hagan con eso… Tú lo has podido cortar súper bien y luego lo trituran. O al revés. Una cantante actúa. Una actriz de cine obedece.

— En el último disco actúa como mujer fatal…

— Es una respuesta a lo de antes: cantar con desnudez. Dimos 90 conciertos solo con piano y voz.

— El disco incluye una versión de Semilla negra, de Radio Futura.

— Me hice cantante haciendo versiones. Un día Alejandro (Pelayo, su compañero en Marlango) me dijo: “Oye, a mí me cuesta lo mismo hacer arreglos que un tema nuevo”. Pregunté: “¿Y la letra?”. Contestó: “Pero si tienes 300 cuadernos llenos”.

— En la película Malas temporadas hacía una versión irreconocible de Vete, de los Amaya.

— Y un papel de mujer rica, paralítica e infeliz. Un personaje durísimo.

— Cuando interpreta esos personajes, ¿es cuando necesita ayuda externa? ¿Terapia?

— No, no. Ir al psiquiatra es como afinar una guitarra: vas cuando te notas desafinado. Hay películas que te curan. Hace mucho que no voy, por cierto. Lo que pasa es que trato de normalizarlo. Por eso hablo, pero no soy una yonqui de la terapia.

— Más dicotomías. Se la define como mito erótico y como actriz inteligente.

— Como si actriz inteligente fuera un oxímoron… Es un poco insultante. ¿Mito erótico? Si sé que voy a salir desnuda me cuido más. Es como la gente cuando tiene una boda. Esta es una profesión en la que no te puede molestar el cuerpo. No puedes estar pensando en meter tripa. El cuerpo no puede distraerte. Sin embargo, di conciertos hasta el final de los embarazos.

— ¿Por qué quiso ser actriz?

— Creo que por evitar estudiar. Era vaga. Y cuando empiezas joven a probar una vida alternativa, es difícil volver atrás.

— Quiso ser bailarina.

— Bueno, bailaba. Tuve una lesión y me metí en clases de teatro como tanta gente, sin sentir ningún tipo de llamada. Si dices rotundamente “quiero esto” y luego no sale, se considera un fracaso. Mientras que si no llegas a decir lo que quieres y no te sale…, nadie lo sabe. Puede que sea pudor.

— ¿Comenzó a cantar también con pudor?

— Siempre me había gustado. Se convirtió en fundamental cuando me puse a buscar cómo no depender del cine.

— ¿Por qué?

— Es una profesión durísima. Aun siendo una privilegiada, es difícil que tu vida dependa de una llamada. Me recuerdo con 23 años pensando: no me veo así con 40, esperando y acatando órdenes de alguien a quien no respete. Con 23 respetas a todos los directores porque son mayores que tú, pero luego… Es un trabajo duro para la autoestima. Hay que ser muy fuerte para sobrevivir sin rutina, y yo no soy fuerte. La rutina te ordena la vida. No depender de ti te la desordena. Me busqué otra vida.

— Dice que no es fuerte. Pero ser fuerte también es reconocer las debilidades.

— No sé. A mí me ayudó salir de ahí. No hice lo que todo el mundo creía que debía hacer, irme a Hollywood, porque no sé cuánto hubiera aguantado. De verdad. Es una mezcla de narcisismo, ego e indefensión total. Todos los trabajos creativos son sacrificados y brillantes. Viven de los dos extremos. Por eso son desquiciantes. La parte buena nos gusta a todos, pero la mala… Sentir que estaba tan a merced de otros no me hacía feliz.

— De Bigas Luna siempre habla maravillas.

— Era un gran artista: veía cosas que a otros se les escapan. Veía el mundo entero desde otro ángulo. Eso lo tiene la Coixet, lo tiene Pedro (Almodóvar), y cuando tienes la suerte de estar con una persona así… “Me voy a sentar a tu lado y voy a mirar donde estés mirando a ver qué ves”.

— ¿A su marido (Jorge Drexler) cómo lo conoció?

— Nos tenemos que casar. Me dijo un amigo que si no estás casado no te dejan entrar en la UCI. Lo conocí hace años porque escribió la canción de la serie Raquel busca su sitio. Luego nos reencontramos. Y me invitó a un concierto.

— ¿Escribe sus tuits?

— Sí.

— ¿Ha pensado en estirar la escritura y…

— (carcajada) Perdón, perdón. Me dicen: “¿Para cuándo vas a publicar, que eres la única que no ha publicado?”. Las editoriales están on fire. Si eres actriz, cuando tienes 20.000 seguidores en las redes ya te llaman: “Oye, tú has pensado…”.

— ¿Y lo ha pensado?

— Publicar por tener un libro no es una razón. Escribo desde hace años, pero solo publicaría si lo que tengo que contar me aprieta tanto que lo tengo que soltar. Soy demasiado orgullosa como para publicar por la razón equivocada.

— ¿Tampoco ha publicado sus poemas?

— Los he mandado a premios alguna vez. Y nada. Fíjate hasta qué punto soy orgullosa que me planteaba: si gano el Hiperión, igual publico. Respeto demasiado la literatura como para sacar un libro por tenerlo o por venderlo. Ahora, si tienes algo que contar, entonces te da igual vender 10 que 10.000.

— ¿Qué le hizo pensar que tenía algo que decir con sus canciones?

— Es la pregunta. Y no tengo respuesta. Siempre he cantado. Los domingos quedaba con un grupo y cantábamos versiones. Empezamos a ir a bares y de ahí…

— … a cantar temas propios.

— Sí. Vas probando y de repente tienes un disco.

— En 2000 ya era conocida como actriz y llevaron el disco a una discográfica pequeña.

— Tenía que ser en una pequeña, donde en una conversación nos miraran a Alejandro y a mí y no solo a mí. Fuimos a Subterfuge y en el segundo disco nos vendieron a Universal, como en los fichajes de fútbol. Ahora estamos en Altafonte y es la fantasía que uno tiene de lo que debería ser una discográfica: gente que ama la música, que la escucha.

— ¿Le pagan lo mismo que a sus compañeros actores?

— En el cine es difícil objetivar lo que te pagan. Ha habido películas en las que he sentido que me pagaban infinitamente más de lo que merecía. El movimiento MeToo es maravilloso no tanto por lo que ha puesto sobre la mesa en el Congreso como por los temas que nos ha hecho plantearnos en la intimidad. Es importante que nosotras nos revisemos también. A veces somos grandes consumidoras de las revistas que criticamos. Si Cuore no vende, no se publica. Si te molesta que te pregunten sobre cremas, pero te alegras cuando te llama el Vogue para hacerte una entrevista, ¿dónde estás? Después de la Inquisición hay que hacerle una estatua a Galileo.

— ¿Qué quiere decir?

— Que el MeToo necesita mirar atrás: claro que había escritoras y pintoras y escultoras. Vamos a encontrarlas.

— No ha tenido reparo en desmitificar la vida de las actrices: la incertidumbre, la dureza de algunos directores.

— Lo pasé mal rodando con Vicente Aranda Tirante el Blanco. Lo paso mal cuando el jefe o la jefa no cuida al equipo. Uma Thurman contó que, al rodar Kill Bill, Tarantino la hizo conducir cuando estaba cansada y chocó contra un árbol. Eso se criticó como machismo. Y yo creo que no fue una cuestión de género. Es un problema de nuestra profesión. Ser actor lleva atada una jerarquía y una sumisión a la autoridad sin las que una película no funciona. Debes asumirlo. Pero si lo asumes y te das cuenta de que tu director o tu directora están a por uvas, se hace difícil. Es fundamental que un director sepa hacer valer su autoridad. La sumisión se da por hecha. Un actor entra en esa locura de “corre, corre, se está poniendo el sol, otra toma más”, y vas y la haces. Aunque te estés arrastrando. Al final se llega a un grado de enajenación sin el cual las películas no saldrían.

— ¿Su relación con la publicidad?

— A veces veo a actrices a las que admiro, como Cate Blanchett, haciendo un anuncio de perfume y me pregunto, ¿cómo se hace? Claro, si miras los ceros del cheque se te deben de ir las dudas. La publicidad es una esponsorización si encaja en tu vida. Una vez entrevisté a Tom Waits y…

— Y descubrió que Marlango no existía.

— Sí, el apellido de la chica que le gustaba de joven, Suzie, era Montelongo, no Marlango. Y yo había bautizado a nuestro grupo Marlango porque lo había entendido mal. El caso es que le hice esta pregunta de la publicidad. Como nunca sé qué contestar quise saber qué pensaba él. Dijo que hizo una vez un anuncio y lo pasó tan mal que pensó: mientras no me haga falta no lo voy a hacer más.

— A usted le debe de haber hecho falta porque ha hecho publicidad para Codorníu, para Meliá…

— Codorníu me gusta: la historia y el cava. Pero depende de cómo estés tú, de qué te pidan. Y de cuánto necesites el dinero.

— ¿Qué ha aprendido en 25 años de profesión?

— Es fundamental no pretender hacerlo bien la primera vez. Pero es clave no esperar a saber para empezar a hacer algo. Pruébate y a ver qué sale. Siempre me ha faltado un hervor de seguridad. Pero con la edad he aceptado que no pasa nada por no gustarle a todo el mundo. No es que quisiera que todos me quisieran, quería entender por qué. Si le caía mal a alguien hubiera ido detrás y le hubiera dicho: “Siéntate, dime por qué”. Ahora no.