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En las tumbas del Valle de los Reyes y el Valle de las Reinas

En el desierto occidental de Egipto, aproximadamente a 30 kilómetros de la carretera más cercana, puedes toparte con unas tumbas de piedra bastante desgastadas por el viento. Algunas están enterradas en la arena. Deben de tener 3.000 o 4.000 años de antigüedad y son una prueba de la devoción profesada antaño a los hombres de virtud, generosidad o heroísmo excepcionales por parte de sus contemporáneos, quienes construyeron las tumbas para mostrar su respeto y perpetuar la memoria de los muertos. Hace años que los nombres han sido borrados por el tiempo y el clima, pero todavía se cierne una especie de santidad sobre ese lugar”. Así comienza el historiador británico Paul Johnson su extraordinario ensayo de biografías y semblanzas titulado Héroes (Ediciones B, Barcelona, 2010). No podía haber mejor cita que ésta para comenzar este relato, pues la historia del mundo no solamente se escribe y entrevé a partir de los documentos escritos por los vivos, sino también a través de las tumbas de los muertos.

Así como hay lugares desolados, existen en el mundo regiones en las cuales se siente más el espíritu que vuela por el aire que la misma tierra hollada por los pies. En Perú y México se alzan triángulos voluminosos alineados con las estrellas; en Grecia se funden los saberes de las artes y las ciencias en la Acrópolis y el Partenón; en el oriente la Muralla y las pagodas funden alma de constructores y raza de guerreros; en la Europa renacentista se erigen los más altos pilares del conocimiento total; en la América occidental vuela, como ave sapientísima y de antaño, un cóndor que porta la magia de un imperio de imperios; en la Rusia de otra época, en ese país ateo y creyente a la vez, se siente la ortodoxia de los condes y zares y fuerza de la hoz del mujik. En todos esos lugares hay una especie de alma del lugar, una mística de la tierra o, como diría el latino, un genius loci.

Si la tierra puede tener alma, ¿qué ocurre con la tierra cuya entraña guarda los restos de un humano? ¿Y qué con la tierra cuyo fondo guarda los restos de un humano notable, como los de un rey? En tales lugares el suelo vibra por la energía que se estremece en él; el pie del caminante sigue firme pero su corazón tiembla.

Los sepulcros de la humanidad moderna son la abadía de Westminster, la Walhalla, el Panteón de notables de Francia, la catedral de Palermo para los emperadores del Sacro Imperio Romano, la abadía de Fontevrault entre Chinon y Poitiers, la abadía real de Saint-Denis, el Valle de los Caídos en España, el Cementerio Nacional de Arlington… ¿dónde están los cadáveres de los ilustres del mundo antiguo? Como panteones provistos por la naturaleza o nichos esculpidos por el buril de un dios-humano, está el Valle de los Reyes, que guarda en su seno las tumbas y los restos de los más importantes faraones de la raza egipcia, y más allá el Valle de las Reinas, que atesora los despojos de las reinas de las dinastías XIX y XX. Estas dos necrópolis, situadas en las proximidades de Luxor, o la antigua Tebas, constituyen el cementerio más importante de Egipto.

El Valle de los Reyes

Al bajar del bus el paraje era seco y desolado. Un sol rutilante marcaba el clima. Al caminar se veían las formaciones rocosas en cuyo interior había unas galerías labradas. El color de la tierra y de la piedra se asemejaba al de la arcilla. Ya había visto las galerías en una maqueta hecha a escala y puesta en un museo, pero estar en ellas hacía que me preguntara cómo el ser humano de hace miles de años pudo haber dominado y desgastado la roca, habiendo estado la dinamita tan lejos de llegar aún.

A medida que uno baja por las escaleras de esos túneles fúnebres, es testigo de unas paredes que maravillan: los muros están enjalbegados con algo muy parecido al estuco, y en este material se inscriben centenares de formas, diseños, símbolos y jeroglíficos pintados con diversos colores. Las paredes cobran vida. No son los jeroglíficos típicos, pintados de un solo color o esculpidos en la piedra monocroma, sino más bien un juego de colores majestuoso que da vitalidad al mensaje.
65 tumbas tiene el Valle de los Reyes, necrópolis tebana del Imperio Nuevo, y están repartidas en las quebradas de esa formación rocallosa de forma dispersa, como si estuviese de acuerdo con la disposición de la naturaleza. Algunas están totalmente investigadas y descubiertas; otras, por el contrario, siguen ocultas tras la arena y la piedra.

Las tumbas de Sethy, de Tutankamón, de Thutmose… en esas criptas fúnebres se halla no solamente la historia y los secretos de las familias nobles del Egipto antiguo, sino además belleza, arte y delicadeza. La religión se funde con la expresión del alma. Ya Belzoni, Champollion, Lepsius, Maspero y Carter quedaron anonadados con tanto secreto esotérico, y los más eruditos egiptólogos hoy se siguen devanando los sesos por vislumbrar qué es lo que se halla en las tumbas del Valle más allá de los despojos de quienes fueran reyes y príncipes.

Las paredes se estaban desgastando; no había, al parecer, ningún plan de cuidado. Pese a que las fotos estaban prohibidas, centenares de turistas de todo el mundo levantaban sus cámaras fotográficas para llevarse clandestinamente un recuerdo gráfico a sus casas. En todo el trayecto del Valle de los Reyes solamente había unos tres o cuatro beduinos, humildemente ataviados, que fungían de centinelas del centro arqueológico. Ni el más mínimo recurso de seguridad; ni una cámara de vigilancia ni una cuerda que separase a los turistas de los objetos museográficos.

En el siglo XIX, grupos de coptos profanaron tumbas (y muchos centros arqueológicos), e inscribieron en ellas simbologías propias del cristianismo y la doctrina copta. En el mundo egipcio en general, hay un particular e interesante maridaje entre cultura propiamente egipcia, cristianismo copto y cultura arábiga, e incluso cultura grecorromana en algunos casos.

Varias momias se hallaron en estas tumbas, tales como las de Ahmose y Thutmose II; los cadáveres están en un estado de sorprendente conservación. Mantienen la piel e incluso los cabellos y las uñas. Parecería que los ojos siguen vivos; la mirada de los dignatarios escruta, después de miles de años, a los curiosos que entran a las catacumbas. Hay muchos misterios todavía sin develar. No se sabe dónde está la tumba de Ramsés VIII, por ejemplo, y muchos de los sepulcros siguen sin descubrir todos sus secretos, como si los dioses del antiguo Egipto los celaran de toda mirada inquisitiva de los investigadores.

La tumba de Tutankamón

14.00. Frente a nosotros había un letrero de maderos amarillos cuya inscripción decía: “TOMB OF TUT ANKH AMUN”. Debajo estaba el número correspondiente a la tumba, el 62. Comencé a bajar las escaleras y a sentir una energía mística, como un padecimiento extraño y una euforia a la vez. ¿Qué iba a ver frente a mí? Amigos centroamericanos me habían dicho algunos días antes que allí estaba, con la mirada perdida en el infinito, la momia del mítico faraón egipcio, pero era difícil concebir que vería el cuerpo momificado de quien fuera monarca de la dinastía XVIII.

Se llegó a un cuarto de unos 20 m2, tras haber atravesado un pasadizo lleno de jeroglíficos, y ahí estaba, en una urna de vidrio blindado, el cuerpo inerte del faraón. Sus ojos se conservan todavía en sus órbitas y sus manos y pies, con la piel seca pero íntegra, mantienen las uñas firmes. Su cabeza tiene cabellos y los dientes siguen igual de fijos que las uñas. El cuerpo está cubierto con una sábana blanca. El cuerpo es delgado como un monigote, pero alto como el de un atleta. Dentro de la urna vítrea hay un atemperador de aire para que los restos se mantengan en un calor adecuado. Solo hay un beduino que hace de guardia para que los turistas no fotografíen lo que constituye acaso el vestigio histórico más valioso y delicado de todo Egipto.

Ya había visto sorprendido la máscara funeraria en el Museo Egipcio de El Cairo y el Sarcófago ahí en el Valle de los Reyes, pero la descripción del recogimiento que siente quien mira la momia pertenece no al historiador ni al narrador de sucesos; solamente puede ser del poeta.

El Valle de las Reinas

Muy cerca del cementerio de los varones, se hallan sepultados los restos mortales de las princesas y reinas. Hacia el sudoeste del Valle de los Reyes, en la ribera occidental del Nilo, frente a Luxor, está el Valle de las Reinas, o, en egipcio, Ta Set Neferu, “el lugar de la belleza”. De un color más amarillento y de una apariencia más arenosa, la roca del Valle de las Reinasno tiene la misma calidad que la del Valle de los Reyes. Igualmente, la orografía del lugar no es tan portentosa ni magnificente.

Llegamos a las 15.30. Las tumbas de este Valle acogen los restos de las esposas de los faraones y de varios hijos de éstas. La tumba más hermosa de esta necrópolis es la de Nefertari, Gran Esposa Real de Ramsés II el grande. El Valle de las Reinas tiene más sepulcros que el de los Reyes, pues se identificaron hasta ahora casi 100. El estado de conservación de este lugar es, en general, muy malo, pero aun así se hallan elementos artísticos muy logrados y de una belleza increíble. Por otra parte, en este lugar se hallaron muchos vasos canopos y otros elementos que no se encuentran en el Valle de los Reyes. La tumba de Nefertari es indudablemente la más hermosa y está trabajada en virtud de sus pinturas, que introducen el relieve y una combinación de colores más compleja.

El Valle de los Reyes. El Valle de las Reinas. Cementerios cóncavos, sinuosos, duros, profundísimos, excavados en la roca y perdidos en el sur de Egipto. Maravilla natural y de la mano humana. Piedra que no recibe ni una gota del Nilo y que sin embargo, paradójicamente, está muy viva; arena que guarda los secretos que ninguna de las tres Pirámides fúnebres guarda.